EL FORTÍN

2° EPOCA – N°4 – Julio-Agosto de 1991 – Página 6

NUESTRO NACIONALISMO

A PROPÓSITO DE UNA CRITICA DE VARGAS LLOSA



La reaparición de EL FORTIN ha vuelto a despertar el interés y la curiosidad sobre el fenómeno del nacionalismo en la región. Por supuesto a quienes más afecta nuestra existencia es a los defensores, usufructuarios y adeptos del lamentable y absurdo sistema en el que nos toca vivir quienes saben bien que si el nacionalismo vuelve a encenderse en la conciencia y el corazón de nuestro pueblo, esto es, se reactualiza tras la derrota de Malvinas, su existencia y continuidad en el poder sería cuestión de horas.

No ha podido sustraerse a este estado de conmoción que le provoca nuestra presencia el matutino RIO NEGRO, amparado en la pomposa pluma del escritor y frustrado político, Alberto Vargas Llosa, a través del cual nos ha lanzado una metralla de detritos. Así pues, tras emprenderla con todos los tradicionales epítetos que suelen achacársenos, tales como "hijos del resentimiento", "cultura del inculto", "retrógrados", "ideólogos de campanario", etc., ha pretendido formularnos una crítica glosando algunos textos que sobre tal escuela de pensamiento ha elaborado un tal Isaías Berlín. Lo que resulta lo más risueño de esta nota es destacar que Vargas Llosa, de acuerdo a lo que allí se aclara en la parte introductoria, habría sido antes un nacionalista cuando adhería fervorosamente a la Revolución Cubana; pero ahora, en su nuevo atuendo de ya explícito paquetón burgués, liberal y pseudo-intelectual, se habría arrepentido de todo y ya no lo sería más. Amén de lo insólito de querer equiparar al nacionalismo con el marxismo, concordamos con el mote de resentido aplicable a su pretendido período nacionalista. La obra literaria del joven Vargas Llosa, parte de la cual muchos fuimos obligados a leer en el secundario porque estaba muy de moda, no es sino la exteriorización de un conjunto de resentimientos y frustraciones, tales como su obsesivo antimilitarismo que emana de su fallida experiencia de cadete de Liceo.

Pero vayamos más bien a los textos de Berlín, si es que están bien glosados. Todo el artículo podría reducirse a las siguientes proposiciones:

1) Qué si bien es cierto que el nacionalismo surgió como un rechazo por las utopías internacionalistas del siglo XVIII, también esta doctrina posee tal carácter, porque la nación es en última instancia algo ficticio e inexistente (?)

2) Que el nacionalismo surge como una excusa para agrupar en un mismo orden por igual a explotadores y explotados, tapando así las injusticias existentes en el seno de la sociedad.

3) Qué si bien las ideologías progresistas, surgidas tras la Revolución Francesa, que prometían un mundo de jauja y sin fronteras, fueron utopías, hoy, gracias al progreso tecnológico, se hace por fin posible vislumbrar el cumplimiento de las mismas (y llegar así al gobierno mundial) el que "por primera vez está ahí al alcance de nosotros".

Más allá de todo el marco rimbombantemente académico con que se cita en abundancia al Sr. Berlín, hay algunos errores fundamentales y lugares comunes que es necesario aclarar. El primero de ellos, lo repetimos, es confundir marxismo con nacionalismo y a su vez liberalismo con internacionalismo.

Al respecto, para aventar toda duda y romper con tales esquemas, recordemos a Marx cuando decía que "los proletarios no tienen patria", o inversamente las consignas patrióticas e incluso chauvinistas presentes en los liberales del siglo pasado quienes estuvieron al frente o participaron en todos los movimientos revolucionarios de emancipación nacional tanto en Europa como en América.

A su vez el marxismo se opuso hasta la primera década de este siglo a las diferentes guerras patrias en nombre del internacionalismo proletario en oposición al nacionalismo burgués representado por el liberalismo, el cual ahora ha virado hacia el internacionalismo. Estos cambios tienen una explicación: tanto para la burguesía como para el proletariado, las dos clases sociales que en un acto de desvío de sus deberes asumieron estas dos ideologías, el nacionalismo y el internacionalismo han sido posturas meramente coyunturales. Fue tan sólo para destruir los últimos resabios de imperio universal, de origen clásico, medieval y teocrático, que la burguesía sostuvo e impulsó en la Edad Moderna el principio de las nacionalidades como una manera de proyectar políticamente su actitud individualista. Ya antes en plena Edad Media, había participado en la revuelta de las Comunas. Fue por no pagar impuestos, por conseguir libertades económicas carentes de frenos morales superiores que disolvió con sus guerras y revoluciones a las grandes corporaciones que se le cruzaban en el camino, como los gremios, la Iglesia y el Imperio, que hasta comienzos de este siglo sobreviviría aun en dos agónicas expresiones. Luego, una vez eliminados los obstáculos que impedían el "progreso" anhelado, echó a un costado el nacionalismo y sustentó la supresión de las fronteras mediante la conversión del mundo en un inmenso mercado "que está allí delante de nosotros … (aunque) como una posibilidad lejana”. Así es como se pasó al internacionalismo.

Distinto e inverso fue el proceso vivido por el marxismo. En sus comienzos fue decididamente internacionalista. La Patria era el fetiche inventado por la burguesía para ocultar sus apetitos insaciables de plusvalía y explotación. Era junto a la religión el opiáceo que adormecía a las masas diluyéndole su vocación revolucionaria. Pero esta postura varió en el siglo XX cuando el comunismo comenzó a ser el gobierno de un vasto territorio. Tras unos atisbos de retórica puramente internacionalista se elaboró primero la teoría de Stalin del "socialismo en un solo país", para la cual todos los marxistas del mundo pasaban a ser de allí en más ciudadanos combatientes de un Estado comunista, por lo cual, a pesar de lo dicho por Marx, FORMABAN PARTE DE UNA NUEVA PATRIA LLAMADA LA URSS. Luego, desde otro polo aparentemente opuesto, en tanto fanático sostenedor de la Revolución internacionalista permanente, León Trotsky, sostuvo que en aras de aplicar convenientemente el método dialéctico que nos condujera con rapidez a la consumaci6n de tal proyecto, en los países más atrasados y pobres el nacionalismo se convertía en una fuerza revolucionaria aprovechable estereotipando al máximo el antagonismo entre las naciones proletarias y las ricas y opresoras, como paso previo y transitorio hacia la constitución de un mundo comunista. Este último era el nacionalismo que sostuviera Vargas Llosa en su juventud.

Pero hoy la circunstancia mundial ha padecido cambios esenciales para valorar el fenómeno nacionalista. El marxismo ha entrado en el colapso porque ha fracasado en su intento, tras más de setenta años de incesante esfuerzo, por conseguir una "humanidad feliz" y económicamente satisfecha, algo en lo que la burguesía les lleva la delantera. Y el derrumbe de tal sistema no ha operado como contrapartida en su población el deseo de ser capitalistas, como nos insisten los medios, sino la explosión del fenómeno de las nacionalidades. El mundo sin fronteras, o con pocas, la vieja utopía liberal y comunista, abre en cambio las puertas al fenómeno inverso, el de las múltiples naciones. El artificio comunista se ha derrumbado, pero las fuerzas sobre las cuales pretendió erigirse y aplastar definitivamente, las distintas tradiciones nacionales, hoy irrumpen de nuevo tras casi un siglo de letargo que significó tal tiranía. Pero el derrumbe de este imperio totalitario, esta irrupción de pluralidades, no sólo es una derrota para el comunismo, sino principalmente para el pretendido triunfador, el occidente liberal al que ahora adhiere Vargas Llosa, quien ciegamente es incapaz de ver tal fenómeno. Digámoslo con sencillez, nuestro poetastro ha cambiado tan sólo de modelo totalitario; ha querido estar a tono con los vientos que soplan, pero no ha variado en sus principios esenciales. Ha sido incapaz de ver lo que poseen de común el totalitarismo comunista con el liberal y democrático al que hoy adhiere, cuál es su enfermizo afán por imponer a toda la humanidad un mismo ideal uniforme, el de la sociedad consumista y economicista. El del hombre estandarizado ordenado en función del consumo y el confort, sujetado a normas rígidas de mercado, entretenido en su acción por rellenar su vacío interior tras la superación de marcas y la alucinación del sexo y de la droga, sustitutos de otros "opios" no tan placenteros como Dios y la Patria. Un hombre sin pasado ni tradiciones por las que existir. Un hedonista que vive y late por el placer del ahora.

En síntesis, si para el liberalismo y el marxismo la asunción de la postura nacionalista ha servido como la utilización de un ariete para destruir a las sociedades inspiradas en principios tradicionales y metafísicos, o sea fue tan sólo el producto de una coyuntura, para nosotros, anti-modernos que estamos en la postura opuesta, el nacionalismo en cambio ha tenido un sentido diametralmente distinto. No ha sido como erróneamente se supone, la asunción irracional de lo propio como un valor excluyente y fuente originaria de la verdad, vertiente ésta relativista, asimilable al romanticismo burgués del siglo XIX, expresión del carácter exhibicionista e histriónico de esta clase desviada, sino a la inversa, la adhesión a una idea, a un principio universal que se manifiesta en forma múltiple y plural en toda la especie. Así pues, cuando hablamos de nación no elevamos una alabanza obtusa a nuestra historia, sino que nos remitimos a ella a partir de una visión selectiva y jerárquica. Buscamos en nuestra tradición el reflejo de una única Tradición primordial común a toda la humanidad. Por ello aceptamos nuestra historia sólo con beneficio de inventario. Así pues, estamos con Rosas y en contra de Sarmiento, del mismo modo que nos consideramos más cercanos de un Codreanu o un Primo de Rivera que de un Menem o un Alfonsín. Lo esencial que nos distingue de ambas cosmovisiones por las que transitó ubicuamente V. Llosa, no es simplemente la adhesión al nacionalismo, sino la postura existencial con que nos orientamos. Mientras ellos son materialistas, nosotros en cambio somos espiritualistas; o sea que de los dos polos antagónicos en que se manifiesta la realidad nos ubicamos en el contrario, emanando de allí posturas contrapuestas. Mientras quien se aproxima a la Materia expresa por lo tanto un modo afín con lo uniforme, lo igual y asume conductas masificantes y por ende es totalitario como es lo propio de ambas concepciones que por caminos distintos quieren sujetar al hombre a una solo manera de ser, a una misma necesidad, quienes adherimos al Espíritu somos en cambio pluriformes, jerárquicos y libres, siendo las culturas nacionales las maneras diferentes y múltiples por las que se expresa un mismo Espíritu Universal. Por ello es que nuestro nacionalismo implica no un rechazo hacia cualquier universalidad, sino hacia aquella que quiere petrificarse en una sola forma; no es un encerrarse ciego en lo propio, sino una apertura hacia el resto del mundo, pero a partir de una manera peculiar e irrepetible que en nuestro caso es el ser argentino. Mientras que las otras cosmovisiones en cambio quieren suprimir tal singularidad en aras de someter a los hombres a una misma utopía.

Rechazamos así las dos ideologías materialistas e igualitarias que todo lo quieren nivelar y masificar, convirtiendo a la humanidad en un mero ganado animal, que es lo que hoy tan pomposamente ha dado en llamarse modernidad.

MARCOS GHIO