CABALGAR EL TIGRE EN 2021

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La imagen que aquí aparece es la segunda edición revisada de la obra de 1971, es decir hace 50 años. La primera fue 10 años antes y es lo que rememoramos hoy y que no está en mi poder y que como bien hizo notar el doctor Grinschpun en su exposición no fue el texto que usamos en nuestra traducción sino la que aquí mostramos.

En 1971 yo me encontraba estudiando en la facultad de Filosofía y Letras en la carrera de Filosofía y fue en medio de un ambiente caduco y puramente verbalista reducido a las figuras de dos pensadores ateos e inmanentistas, como Heidegger * y Carlos Marx, cuando no de Mao tse tung, todo ello a pesar de hallarnos en plena dictadura militar de corte católico y conservador, que tomé conocimiento por primera vez de la obra de René Guénon a través del ingeniero Biolcati, que hoy no está más entre nosotros y que era compañero nuestro de estudios. Acotemos además que en la carrera de Filosofía estaba de director Armando Asti Vera, un seguidor también de la obra de Guénon, siendo su secretario Francisco García Bazán quien ha continuado luego a lo largo de los años difundiendo en el mundo académico tal escuela de pensamiento tradicional.


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 Vicente Biolcati


A diferencia de la orientación en ese entonces vigente, para nosotros la filosofía tenía el sentido de lograr el conocimiento de las esencias para realizarlas en nosotros mismos y en este mundo y el rol del filósofo, al decir de Platón, era el de gobernar a la comunidad, del mismo modo que el espíritu gobierna al cuerpo, que la metafísica a la economía y la política.  Concebía pues a la filosofía como una preparación para alcanzar la sabiduría. Ante ello y para vedarle a nuestro pueblo tal saber superior que pudiese orientarlo y regenerarlo del estado de postración en que se encuentra desde décadas enteras, la facultad estaba reducida al estudio y conocimiento de un filósofo, Heidegger*, y de la escuela existencialista para la cual la existencia prevalecía sobre la esencia, el tiempo sobre la eternidad, el mundo respecto del supramundo, cosas estas últimas (eternidad y supramundo) que eran negadas de manera enfática. Y a su vez se manifestaba que buscar una dimensión superior a esta existencia, por la que nos encontrábamos transitando de manera meramente casual y no elegida, era una duplicación esquizofrénica de lo real reducido a esta mera vida pedestre. Por lo tanto el saber filosófico se remitía a negar tal dimensión superior y a explicar que sólo la mundanidad, el tiempo y la muerte eran las cosas reales sobre las cuales debía verter tal saber. El resultado de todo esto era un palabrerío inútil y estéril que sólo podía causar rechazo y oficiar así para preparar la respuesta negativa y dialéctica representada por el peor marxismo, en este caso expresado en la pluma de un tal Althusser que había escrito un texto titulado La filosofía como arma de la revolución, parafraseándolo a Marx en su tesis última sobre Feuerbach según el cual los filósofos sólo se habían dedicado a divagar y contemplar el mundo y de lo que se trataba en cambio era de transformarlo.Y profundizándose aun más en tal dirección se establecieron lecturas de Mao tse tung y del general Giap preparándose de este modo la deletérea Argentina marxista y montonera impulsada entonces desde el exilio por ese demagogo nefasto e inescrupuloso que rigió en nuestra historia.

Me interesé en ese entonces, y como contraste ante este verdadero marasmo, en la obra de Guénon, en especial en su critica del mundo moderno y en su afirmación tajante de que esta circunstancia en la que vivíamos, lejos de representar un progreso, era un proceso involutivo y que tenía fecha de conclusión. Que ésta en la que vivíamos no era la civilización propiamente dicha, sino una forma más y decadente del devenir histórico del hombre. Pero debo confesar que no me resultaba asimilable su concepción metafísica, a la que reputaba como panteísta y fatalista, no representando en el fondo un contraste cabal y decisivo con la decadencia moderna que se vivía entre otras en la carrera de filosofía en donde una vez más el espíritu quedaba sometido a un proceso externo del que se resultaba en el fondo ajeno.

Fue recién promediando la década del 80 cuando di por primera vez con la obra de Julius Evola, el otro autor tradicionalista totalmente desconocido en nuestro mundo académico, mucho más que René Guénon del cual en cambio se estaban divulgando sus obras escritas. Si bien, como hizo notar Matías en la exposición precedente, había algunas personas que estaban incluidas y tenían cierta noticia de él, pero no era mi caso ni tampoco el del resto de los integrantes de la Facultad de Filosofía y Letras en donde se desconocía olímpicamente su existencia. En 1985, por circunstancias que he relatado en otra oportunidad, recibí la casi totalidad de las obras del autor, pero no estaba entre ellas Cabalgar el tigre pues se encontraba en ese entonces agotado y no había sido editado por Ediciones Mediterranee sino por la más desconocida Vanni Scheiwiller, por lo que, luego de haber encargado una búsqueda más minuciosa, pude conseguirla un año más tarde, es decir en 1986 cuando ya hacía 12 años que el autor había muerto y 15 desde esa segunda edición revisada.

De la lectura pormenorizada de la obra de Evola podemos decir que este texto es uno de los más originales de todos. Si los anteriores con algunos significativos aportes enfatizaban en la obra de Guénon en su critica al mundo moderno Cabalgar en cambio era un texto que marcaba una diferencia aun más notoria entre ambos. Y esto por la perspectiva metafísica disímil en el cual ambos autores se ubicaban, Guénon era un pensador monista, no reputaba que existiera una diferencia ontológica absoluta entre el mundo del ser y el del devenir, entre el tiempo y la eternidad. Según él, parafraseándolo a Plotino, el tiempo, y por lo tanto la historia, que es la temporalidad propia del hombre, es la imagen móvil de la eternidad, no su opuesto absoluto como en cambio sostendrá el dualismo metafísico en el que se ubicaba Evola desde el mismo capítulo 1 de su obra Rebelión. En razón de su monismo, por el cual G. equipara al tiempo con la eternidad, la historia sería un proceso interminable e ilimitado que siempre se repetiría en ciclos a similitud de lo que sucede en la misma naturaleza, la cual también sería la manifestación propia de lo eterno o Uno. Así pues, al concluir un ciclo o Manvantara que es una suma de 4 etapas históricas y al llegarse irreversiblemente a la última fase de la edad del hierro, tal como acontecería ahora, el paso siguiente sería el surgimiento fatal y necesario de uno nuevo, con una edad áurea inicial a venir.

La antítesis exacta de tal postura es lo manifestado por Evola: el tiempo y por lo tanto la historia no es la imagen de la eternidad, sino su opuesto absoluto, estribando en el hecho de que el mismo es finito, en tanto se inicia y concluye y no está dicho de ninguna manera que al finalizar un Manvantara, es decir un ciclo cósmico, sobrevendrá necesariamente uno nuevo con una edad áurea inicial. Es posible pensar que al ciclo en el cual estamos y que se encuentra en un punto de conclusión no le corresponda el surgimiento de uno nuevo; el río de la historia sigue el trecho que el mismo se ha marcado, nadie la ha escrito con anticipación. Entonces es comprensible, ante esta dicotomía entre Evola y Guénon, que haya dos posturas diferentes ante un mismo problema: por un lado los guenonianos que se dedican a profetizar, en este caso a la historia, anticipando fechas respecto del final de la misma y del nuevo comienzo y la antagónica de Evola para quien ni el final de un ciclo ni el nuevo comienzo son hechos fatales y necesarios. Por eso podríamos decir aquí que, mientras que los guenonianos interpretan, el evoliano cabalga el tigre, es decir hace frente al marasmo del mundo moderno en sus fases más avanzadas y terminales con la finalidad de incidir en el proceso en modo tal de ser partícipe tanto de su final irreversible cuanto de la EVENTUALIDAD de un nuevo comienzo (lo cual insiste no es una cosa fatal y necesaria). Y hay además un aspecto esencial de tal obra que ratifica lo expresado hasta aquí. Justamente, en tanto Evola no es fatalista, él reputa que en este tiempo en el cual vivimos no nos hallamos propiamente en la era de la cuarta casta que para Guénon representaba la fase final del Kali yuga. La ignorancia de este aspecto esencial ha llevado a autores representantes de una supuesta derecha alternativa, tales como Dugin y Benoist, a criticarlo a Evola por el hecho de que, al haber caído el comunismo, es decir el gobierno de la cuarta casta, no se habría cumplido con la fase cíclica pues no sobrevino seguidamente la edad áurea, sino una nueva era burguesa signada por un liberalismo aun más desembozado, es decir se habría retornado al gobierno de la tercera casta y por lo tanto al tercer Estado. Esto a Dugin, un autor sumamente audaz y descabellado, lo llevará a querer interpretar la vía de la mano izquierda de Evola como una exaltación de ciertas vetas del comunismo ruso que el pensador italiano habría sido incapaz de percibir. La realidad es que, en tanto Evola se separa del fatalismo circular de la doctrina de las 4 castas, él sostiene en cambio que el mundo moderno en su fase de más alta degradación se caracteriza por la irrupción de una nueva expresión, la del paria, el sin casta y consecuentemente por la formación del Quinto Estado que ideológicamente es una síntesis de lo peor del comunismo y del liberalismo es decir de la tercera y cuarta casta.

Cabalgar el tigre es pues la obra más difícil y problemática del autor la cual admite interpretaciones diferentes debido principalmente al profundo grado de confusión en el cual nos hallamos en estos tiempos terminales. Y aquí quiero introducir una nueva evocación de otro amigo que tampoco está más entre nosotros. El Dr. Julián Ramírez quien falleciera en febrero de 2017 es decir hace casi 5 años fue un gran evoliano que llegó a través de nuestro y por nuestra obra de traducción y difusión de la obra del maestro italiano a conocer tal forma de pensamiento. Ramírez vivía en Bariloche, era como nosotros un fugitivo de la ciudad burguesa de Buenos Aires. Yo me fui más al sur a El Bolsón. Como por razones personales debía viajar con una cierta asiduidad a la ciudad de Buenos Aires y Bariloche era un paso obligado para ir a mi localidad yo me encontré asiduamente con Ramírez en el bar de la estación terminal de micros en donde conversábamos de los temas que nos interesaban, principalmente de la obra de Evola. Yo recuerdo que la última vez que lo vi personalmente en 2016 me dijo algo que me impactó sobremanera. Según él Evola había escrito muchas obras, pero dos de ellas, Cabalgar el tigre Metafísica del sexo, no eran para cualquiera sino para un tipo de hombre especial y diferenciado. Si tales obras caían en manos de profanos podrían ser malinterpretadas y hasta usadas de manera abusiva y contraria al espíritu del autor que las había escrito, tal como recién vimos con el caso del ruso Dugin.

Ello resultaba muy claro con Metafísica del sexo. En diferentes oportunidades me ha tocado hablar con personas que interpretaron la obra como la sugerencia de una manera diferente y más amena de encarar la sexualidad con la propia pareja e incluso hubo casos de promiscuidad que pretendían hallar en la misma un justificativo. Cuando en realidad de lo que se trataba era de comprender el sexo como algo no físico y por lo tanto corpóreo, sino metafísico. Es decir la forma simbólica por la cual el sujeto trascendía la esfera física de la sexualidad para alcanzar una intuición respecto de una realidad que explicaba su esencia, de carácter justamente metafísico y como formando parte de la naturaleza propia del hombre, a través de la confluencia de dos polaridades contrapuestas, lo activo y lo pasivo, la materia y la forma, la potencia y el acto, lo masculino y lo femenino.

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                                                                 Julián Ramírez


Sucede lo mismo con  Cabalgar. Evola, ante el mundo moderno en ruinas al que simboliza bajo la figura del tigre señalando así su poderío ante el cual es imposible vencer si se lo quiere enfrentar, sugiere la posibilidad de cabalgarlo. Y en este sentido cabalgar puede tener dos significados diferentes aunque no excluyentes. Por un lado la idea de que quien al cabalgarlo trata de pasar desapercibido respecto del mundo y de profundizar en tal interpretación hasta puede amigarse con el mismo tigre a la manera de quien amansa a un caballo salvaje también para cabalgarlo; es cuando el autor afirma que la meta consiste en lograr que aquello ante lo cual nada puedo no pueda nada en mi contra. Pero por otro está la idea de convertir el veneno en remedio, en este caso de cabalgarlo no para amigarnos con el tigre, sino para estimularlo en su carrera alocada a fin de que, cuando éste esté agotado, darle el golpe de gracia, eliminarlo como una anomalía destructiva del orden normal. Era indudable que el hombre diferenciado daba primacía a la segunda perspectiva: la de ser capaz de ponerle un punto final al orden moderno pues de lo contrario la historia llegaría a un final sin un nuevo comienzo. Con Ramírez desde dicha perspectiva apoyamos el accionar del fundamentalismo islámico y sus acciones heroicas, sin embargo faltaba aun algún pasaje puntual que hiciera referencia específica a que esta perspectiva tuviera significado y fundamento en el texto evoliano. Quedamos en buscarlo.

La última vez que debía encontrarme con Ramírez fue en diciembre de 2016 pero indudablemente, por las razones de salud que determinarían su muerte, faltó a su cita en la terminal de omnibus, pero pudimos hablar un par de veces por teléfono y allí, retomando la conversación con una voz semiapagada, Ramírez me insistió en la necesidad de rastrear dicha respuesta en los tres tomos de la magia del Grupo de Ur. Lamentablemente la muerte repentina del amigo dejó trunca nuestra conversación, pero yo no he dejado de buscar entre la inmensa literatura evoliana aquel texto preciso en donde indicara lo que había que hacer para acabar con el tigre al que se debía previamente cabalgar. Y hoy te lo puedo decir Julián, desde la eternidad del ser en que te encuentras y hacia la que yo también me dirijo, que he hallado tal respuesta no en los tomos del Grupo de Ur, sino que ha sido en otro texto del último Evola que aparece en nuestra traducción de El arco y la clava y que se titula Los centros iniciáticos y la historia. Allí, tras citar una polémica sostenida con Titus Burckhardt sobre la existencia o no de los centros iniciáticos, Evola dice que se han hecho invisibles por un lado y por otro que también, en caso de existir, se han convertido en ineficaces, citando al respecto el caso de la invasión del Tibet por parte del comunismo chino.

Hace notar allí cómo los Lamas, quienes gobernaban en el Tibet en modo tradicional, no pudieron en modo alguno aplicar los poderes mágicos y excepcionales con los que eventualmente habrían podido contar, tales como la bilocación, la producción de una eventual conmoción cerebral en Mao tse tung, en modo tal de detener su avance y ello lo atribuye también a una cierta autonomización de la parte inferior de la realidad así como una impermeabilización o encallecimiento de la subconciencia en modo tal de convertirse en invulnerable ante potencias que avanzaran sobre su zona sutil. Por lo cual la reacción fue estéril e ineficaz (tal solo una frágil guerrilla en el Tibet).

Ante esta vacancia pone sus ojos en la experiencia kamikaze acontecida en Japón durante la Segunda Guerra Mundial, en donde señala el gran valor que la misma significara ya que producía el terror entre las fuerzas norteamericanas cuando una cuadrilla de tal tipo se lanzaba en su contra. Sin embargo, a medida que va desarrollando su análisis, resulta escéptico respecto de su resultado, el que no habría sido capaz de rectificar el curso de la guerra, por lo que termina descreyendo también de esta última posibilidad.

Bueno aquí queremos efectuar una corrección y actualización del pensamiento evoliano. Las recientes investigaciones históricas han demostrado que no es así como creyó Evola, victima el también involuntaria de la propaganda del sistema. Para detener al movimiento kamikaze que producía severas pérdidas materiales y en vidas a los norteamericanos, tal como el autor nos reconoce en su texto, EEUU no tuvo escrúpulo alguno en lanzar dos bombas atómicas matando a más de 200 mil civiles y produciendo daños genéticos a varias generaciones, pues bien sabemos que un poder que se basa exclusivamente en la materia no tiene límites en el uso y destrucción de la misma.

Sabemos ahora, a partir de investigaciones históricas recientes, que hubo intensos debates en el Japón imperial respecto de si había o no que rendirse luego de la segunda bomba, lanzada en Nagasaki. El ministro de defensa Anami se opuso radicalmente a la rendición con el argumento de que la acción nuclear no había sido un acto determinado por el poder superior del norteamericano, sino por la desesperación que había producido la experiencia kamikaze en sus efectos letales producidos en la fuerza enemiga. El kamikaze representaba un acto de heroísmo extremo que sólo una fuerza tradicional para la cual la muerte representa apenas un detalle en relación a un viaje emprendido hacia el más allá podía tener y la misma resultaba imbatible, tal como se demostrará. Que solamente quedaba una bomba atómica disponible y que su producción podía llegar a tardar varios meses más dando así la posibilidad de resistir y poner en marcha con vigor el plan kamikaze. Que se podía por lo tanto soportar una nueva bomba posiblemente lanzada en la ciudad de Tokyo y que las mismas solo habían atacado objetivos civiles quedando intactas las estructuras militares.

Lamentablemente la postura de Anami no triunfó y en cambio el emperador sucumbió a la sugestión norteamericana respecto de la invulnerabilidad de tal país. Recomendamos al respecto enfáticamente la película del ruso Sokurov, El sol, en donde nos detalla magistralmente tal claudicación. Hubo también un intento de golpe de estado fallido por parte de la joven oficialidad japonesa reacia en rendirse, pero todo resultó inútil ante la quiebra acontecida en lo alto.

Hoy a 60 años de Cabalgar y a casi 50 de la muerte del maestro, las cosas han cambiado sustancialmente. Una fuerza parecida al kamikaze exaltado por Evola, pero con un alcance mucho mayor, el fundamentalismo islámico, ha realizado acciones similares a las de los aviadores japoneses. Primeramente un 11S del 2001, iniciando este milenio, produciendo una quiebra del sistema moderno tan vertiginosa como nunca había acontecido antes y ahora hace pocos meses en la victoriosa acción de Afganistán tras 20 años de incesante acción kamikaze no interrumpida por ningún gobernante inepto.

Y del mismo modo que sucediera antes con el maestro el sistema acude hoy en día a todos los medios posibles de desprestigio hacia este tipo de acción. En este caso, como la misma ha sido exitosa, se ha tratado de convencer de que fue todo un montaje armado a propósito y que, lejos de haberlo dañado, en cambio lo habría beneficiado acudiéndose así a los delirios más extremos de la conspiración muy parecidos a los que hoy se inventan con las vacunas y la pandemia. La realidad es que el fundamentalismo islámico ha sido la única fuerza realmente capaz de cabalgar el tigre al convertir el veneno en remedio utilizando toda la diabólica tecnología de tal mundo crepuscular en su contra con la finalidad destruirlo a fin de volver a la normalidad, es decir a un mundo en donde el espíritu y no la economía sea el destino del hombre.

Este es pues el sentido principal de la obra Cabalgar el tigre:

1º El mundo moderno no se termina solo, tal como sostenía Guénon. Es posible pensar que, al tratarse de una anomalía, su irreversible destrucción pueda también significar el fin del mismo mundo, tal como vemos hoy en día con la pandemia alocada y las destrucciones ecológicas que ponen en riesgo la vida del mismo planeta.

2º Por lo tanto se trata de usar la fuerza tecnológica del enemigo pero en su contra.

3º Sólo una fuerza para la cual la vida es apenas un medio y la muerte un tránsito y no una consumación como sostenía el pensamiento heideggeriano y marxista puede ser la alternativa real al sistema.





(*) Extractamos aquí un conjunto de texto de Heidegger en su obra Cuadernos Negros en donde aparece con claridad suma su orientación inmanentista.

“Un error peculiar domina ese pensamiento humano que pretende explicar lo eterno recurriendo a la atemporalidad, siendo que, después de todo, la esencia de lo eterno no puede ser otra cosa que la más profunda vibración completa del tiempo.” (CN pg. 45)

“La esencia de la metafísica consiste en desplazar el ser de lo que es ente hasta un ente supremo, el cual es o bien lo suprasensible no captable sensorialmente o bien lo sensible que aquello suprasensible degrada a mera expresión de sí mismo y a recurso de emergencia, mientras que la metafísica de lo suprasensible devalúa lo sensible.” (IX)

“Lo peligroso del cristianismo no consiste en su fe ni en su «verdad» creída, sino en esa equivocidad — elevada a máxima tácita— de la afirmación del mundo y de la esperanza en el más allá, anteponiendo una u otra según haga falta.” (X)