PELÉ Y BENEDICTO 






El as futbolístico Pelé y el papa emérito Benedicto murieron el mismo día al finalizar el pasado año. De la relación que existe entre ambos hechos hablaremos al final de esta nota, aunque, en orden al mérito mayor que posee, comenzaremos haciéndolo con el más importante de ambos personajes que es el ex papa Ratzinger cuyo fallecimiento ha hecho brotar miles de lágrimas a un conjunto de ‘tradicionalistas’ o, para ser más precisos, conservadores del orden en el que se encuentra actualmente incluido el catolicismo.

Comenzaremos diciendo, en contraste con tales personas, que el cardenal Ratzinger fue uno de los principales propulsores del más nefasto acontecimiento producido por la Iglesia católica en toda su historia cual fue el Concilio Vaticano II, el cual representó la culminación de un proceso de definitivo sometimiento de la misma al orden moderno que vanamente intentó combatir.

Pero a fin de aclarar las cosas, debido a la profunda confusión hoy existente respecto de este tema, ya que hay muchos sectores que se manifiestan también en contra del mismo, pero desde una perspectiva diametralmente opuesta a la nuestra, hagamos un breve repaso de la historia de la Iglesia.

Desde sus mismos orígenes en el catolicismo coexistieron dos tendencias contrapuestas. Una la judeo cristiana que veía en tal religión una continuidad de la antigua religión judía y que por lo tanto reputaba la relación del hombre con Dios como una actitud de sometimiento a este último, expresado el mismo a través de quien lo representaba en la Tierra: la Iglesia católica. La vertiente opuesta, la heleno cristiana, no reputaba en modo alguno que lo sagrado estuviese reducido a una sola institución o persona, sino que consideraba la existencia en el cosmos de diversas teofanías en tanto que Dios se había expresado en una multiplicidad de manifestaciones aun a través de religiones diferentes, siendo en todo caso el catolicismo la forma propia de una determinada raza o civilización. Asimismo y siempre desde tal perspectiva, no consideraba que el Papa fuese el único pontífice existente, sino que también lo era el Emperador, estableciéndose así en la Tierra en modo vivo y experiencial el dogma principal del catolicismo que es la Santísima Trinidad, la cual se expresaba a través de la armoniosa colaboración entre dos pontífices, el Papa y el Emperador, del mismo modo como en el dogma religioso el Padre lo está con el Hijo, no teniendo ninguno de ellos una superioridad ontológica.

Este equilibrio alcanzado en la Edad Media a través del Sacro Romano Imperio se romperá sin embargo en el siglo XIII cuando, a través de un acontecimiento conocido como el conflicto por las investiduras, se produce una nueva irrupción del judeo cristianismo por el que la Iglesia pretenderá usurpar el poder político del Emperador sustituyéndolo en sus funciones, dando lugar de este modo al secular conflicto entre dos bandos antagónicos, el de los güelfos que expresaban el exclusivismo del papado y su superioridad respecto del emperador por el hecho de haberlo consagrado y el de los gibelinos que reconocía en cambio su carácter sagrado. En contraste con éstos, la Iglesia en todo este tiempo pretendió constituir un imperio cristiano dirigido por el papado y si bien alcanzó a destronar al emperador gibelino Federico II Hohenstaufen y libró una guerra similar y hasta con la alianza del mismo sultán en contra de Carlos V de España, tampoco pudo lograr su objetivo constituyendo cuanto más un principado que ocupara apenas un tercio del actual territorio italiano. Aun así el mismo fue en poco tiempo disuelto a mediados del siglo XIX hasta arribar a la conquista misma de su sede en la ciudad de Roma por lo que su poder temporal se redujo finalmente a apenas unas 14 manzanas, es decir nada más que un barrio de tal ciudad y es ésta la situación política en la que se encuentra ahora.

Arribados a este punto en la Iglesia surgió entonces un replanteo de posiciones: o perseverar en la línea secularizadora de querer conquistar el poder político haciendo primar su condición de potencia  (es decir el conjunto importante de fieles que tiene en su haber) o por el contrario regresar a la condición anterior por la cual actuaba como guía espiritual del imperio. Y esto fue visto brillantemente por un argentino exiliado al observar la subversión  que arremetía en Europa con acontecimientos tales como la Comuna de París. Aseguraba en ese entonces la necesidad de que los Imperios tradicionales se unieran en contra de tal siniestro movimiento que intentaba generar una humanidad bestializada y sin alma. Sin embargo, memorioso del accionar de la vertiente opuesta y subsistente en su seno, padecida en su gobierno por el accionar subversivo de la Compañía de Jesús, Juan Manuel de Rosas, el exiliado aquí aludido, se manifestó escéptico a su respecto, debido a que era consciente de ‘la polilla que la carcome en sus cimientos’. Y si bien se llegaron a generar documentos magníficos y esenciales como el Syllabus por el que se condenó al liberalismo, al socialismo y a la democracia, es decir a la totalidad de las herejías modernas, con el tiempo y debido a la timidez en sus definiciones temporales, expresándose como un tic la antigua costumbre güelfa de conspirar contra el imperio, luego de que con la primera guerra mundial sucumbieran todos los Estados tradicionales y que con la Segunda se coartara todo intento de reacción frente al caos moderno que pone en riesgo la vida misma de nuestro planeta, la Iglesia retornó en forma plena y definitiva al antiguo espíritu güelfo y judeo cristiano.

El Concilio Vaticano Segundo efectuado como corolario de tales acontecimientos significó la consolidación ya definitiva de tal tendencia por la que la Iglesia esta vez resuelve volcarse hacia el bando triunfante con el vano anhelo de constituir en su seno un espacio de poder. Fue así como, contradiciendo al Syllabus, terminó avalando todos los desvíos modernos antes denunciados como la democracia, el liberalismo, el socialismo y hasta el evolucionismo ‘científico’, llegando a extremos realmente vergonzosos al asumir posturas ambiguas frente a temas esenciales de tal religión como lo concerniente a la misma divinidad de Jesús, convertido en simple profeta, a la profanación de la misa en la cual queda en jaque su dogma esencial de la transubstanciación, etc. etc. Luego de tal evento el catolicismo quedó convertido en una religión mundana y secular encargada de santificar todas las grandes herejías producidas por la modernidad en sus tiempos terminales. Y en tal función ha sido muy útil e indispensable la labor de Ratzinger primero como obispo nombrado prefecto principal de la Congregación de la Doctrina de la fe, encargada ésta de evitar que los sectores más conservadores del catolicismo se evadieran de tal religión constituyendo una nueva y al mismo tiempo conciliar con aquellos poderes fácticos que impidieran un retorno al catolicismo raigal. Fue así como acompañó al papa Juan Pablo II en su acción deletérea durante la guerra de Malvinas, epopeya que –recordemos- se impulsó bajo la advocación del Santo Rosario en contraste con la herejía moderna y protestante representada por Gran Bretaña. En este caso se proveyó al triunfo británico impetrando la rendición en nuestro mismo suelo bajo la consigna de la paz a cualquier precio difundida entre nuestra población. Más tarde, siendo ya papa, siempre en continuidad con el accionar de su antecesor participó activamente en las ‘Cruzadas’ sionistas emprendidas por el occidente degenerado y Rusia en contra del Islam, al cual se dio el lujo de calificar como una ‘religión violenta’, cuando en realidad las verdaderas acciones de tal tipo fueron llevadas a cabo primero y en abundancia por la civilización por él representada, (pensemos en Hiroshima o en el colonialismo). Y es de recordar al respecto que fue el primer papa que viajó a Israel para convalidar la existencia de tal Estado canalla.

Y en su labor de contención de los sectores conservadores, ya siendo el papa Benedicto, sacó una disposición por la cual se permitió nuevamente dar misa en latín de acuerdo al antiguo rito. Cuestión ésta sumamente irrelevante cuando va acompañada de acciones como las antes relatadas. Sin embargo muchos lefevristas y sectores afines saltaron extasiados y ‘retornaron por ello al regazo de la Iglesia’ y son éstos los que lloran su muerte desconsolados. Pero hubo un hecho esencial que marcó su papado y es que Benedicto vivió en carne propia la antigua profecía de su antecesor Paulo VI en tanto que constató cómo el ‘humo de Satanás’ había penetrado en la Iglesia luego del último Concilio. Se entiende que, tras haber dejado ingresar a Freud en los seminarios, en un intento por 'comprender' y confraternizar con el mundo moderno, hasta los mismos clérigos cayeron víctimas de la revolución sexual que padecemos en el mundo secular. Esto parece ser que lo conmovió sobremanera y lo determinó a la renuncia al cargo. Más tarde se enteró por su sucesor, un miembro asiduo de la Compañía de Jesús, que volvían a suprimirse las misas en latín. Y allí fue cómo crepitó el clérigo conservador que quiso conciliar catolicismo y modernidad. Cosa verdaderamente imposible.

Pero no hemos dicho nada de Pelé, el astro futbolístico que nos entusiasmara con sus goles imposibles. Claro ahora que lo pensamos tiene poco que ver con Benedicto salvo en el hecho de que su muerte aconteció en Brasil en un territorio un día antes de que, a similitud de lo sucedido en la Iglesia, saliera de escena allí un líder conservador autotitulado de derecha quien, esta vez en un plano meramente secular, también abrazó con énfasis las distintas herejías modernas como el extractivismo por el cual, insensible ante la destrucción del planeta del mismo modo que lo fuera respecto de la pandemia letal, no dudó en destruir el mayor pulmón ecológico existente, en aras de hacer dinero y producir sin importar el diluvio que vendría luego. Asimismo también, en el mismo conservadurismo compartido con el finado Benedicto, exaltó al Estado de Israel en donde viven los hermanos mayores del judeo-cristianismo. Ninguno de los dos sigue estando.



CENTRO EVOLIANO DE AMÉRICA


El Bolsón, 6/1/23