CARLOS V, NUESTRO EMPERADOR GIBELINO

Esta nota es un breve resumen de algunas ideas que se desarrollarán en un trabajo más amplio que estamos preparando.
La figura y la época de Carlos V (1500-1558) han sido estudiadas y analizadas por diversos historiadores (españoles, argentinos, ingleses y norteamericanos) y desde distintas ópticas (liberal, "progresista", marxista, revisionismo argentino, tradicionalismo español), pero hay un aspecto que ha sido soslayado, tratado en forma marginal o pasado por alto. Esta perspectiva que queremos resaltar es la de Carlos V como emperador gibelino.
Durante los siglos XII y XIII se desarrolló en el Occidente cristiano lo que la historiografía común y superficial conoce como la "querella por las investiduras", pero que bien analizada la cuestión no fue un conflicto político, sino de honda raíz espiritual, Desde los tiempos de Carlomagno se concibieron dos pontífices sagrados sobre la tierra: el Papa y el Emperador, los que debían actuar de consuno. Es decir, Dios había instituido dos representantes y ambos eran sagrados. No solamente la Iglesia, presidida pro el Papa, era de inspiración divina, sino también el Sacro Imperio Romano, personificado por el Emperador. Esto era el gibelinismo. Pero a partir del siglo XII –ya había antecedentes desde mucho antes-, se desarrolla la concepción güelfa. La Iglesia comienza a negar el carácter sagrado del Imperio y pretende asumir el monopolio de las cuestiones espirituales.
Como consecuencia de ello se inicia la desacralización del Estado que en sucesivas etapas conducirá a los estados nacionales, reducidos ya a lo temporal y ajenos a lo espiritual; son los estados actuales totalmente laicizados y seculares. La misma Iglesia, al perder el sostén del Sacro Imperio Romano, paulatinamente cae bajo la órbita y el control del monstruo que ella misma había contribuido a crear.
APARECE CARLOS V
El aspecto poco tratado de Carlos V son sus ribetes gibelinos, es decir su conflicto con el Papado durante todo su reinado como Emperador (1519-1556) del Sacro Imperio Romano, aunque como rey de España ya había asumido la monarquía en 1517 como Carlos I.
Carlos, al presentarse en su primera Dieta Imperial fue muy claro al respecto, allí expresó: "NINGUNA MONARQUÍA ES COMPARABLE AL SACRO ROMANO IMPERIO, A LA QUE CRISTO EN PERSONA RINDIÓ HONOR Y OBEDIENCIA, AHORA POR DESGRACIA NOS SOMBRA DE LO QUE FUE, PERO CON LA AYUDA DE ESOS PAÍSES Y ALIANZAS QUE DIOS ME HA CONCEDIDO, ESPERO VOLVERLA A SU ANTIGUO ESPLENDOR".
El joven Emperador, desde el principio, declara pues su concepción católica y gibelina, y asume la misma postura frente a la Iglesia que sus antepasados de los siglos XII y XIII.
LA SOMBRA DE LOS FEDERICO
Los Papas contemporáneos de Carlos, sin duda alguna, vieron detrás del nuevo César las sombras de Federico Barbarroja y Federico II, y en toda forma obstaculizaron la restauración de la "universitas christiana". Par ello utilizaron, ora una diplomacia sinuosa, intrigante, traidora de doble mensaje, al mejor estilo de la "razón de estado", expuesta claramente por el contemporáneo Nicolás Maquiavelo, ora las alianzas y la guerra. SE aliaron con Francia, cuna del moderno estado nacional; incluso favorecieron la acción del Imperio Otomano, ya que tanto el turco como el Papado eran aliados de Francia. Roma obstaculizaba una enérgica acción de Carlos sobre los turcos y los luteranos que ya comenzaban a alterar a Alemania. No olvidemos que el Sacro Imperio Romano comprendía a España y los reinos del nuevo Mundo, a Flandes, al Franco Condado, a Borgoña al Norte de Italia, a Sicilia, Cerdeña, Nápoles, Alemania, Austria, Bohemia y Hungría.
Incluso durante el posterior reinado de Felipe II, la Iglesia llegó a una alianza directa con los otomanos.
La oposición del Papado llevó a Carlos V a tener que hacer prisionero al Papa Clemente VII tras la ocupación militar de Roma. Un arreglo transitorio con éste, tras su liberación, llevó a Carlos a ser consagrado Emperador por el Papa, siendo el último del Sacro Imperio Romano en ser ungido por la Iglesia.
La política güelfa de obstaculizar la restauración del Imperio Católico impidió la acción decidida contra los luteranos. A la Iglesia le preocupaba más la política restauradora del nuevo César que la unidad de la catolicidad.
Por su parte los turcos avanzaban sobre las fronteras orientales del Imperio, como el caso de Hungría, Francia no dejaba de guerrear con Carlos e incluso llegó a prestar ayuda a los luteranos.
LA RESPONSABILIAD DE LA IGLESIA
Carlos tuvo pues que enfrentar a cuatro enemigos: el Papa, los turcos, Francia y los luteranos, algunos de ellos aliados entre sí. Pero a quien le cabe la mayor responsabilidad y causa primera del fracaso de la idea imperial de Carlos V es, sin duda alguna, a la Iglesia católica.
Un sólido y sincero entendimiento entre el Imperio y la Iglesia, con un ideal espiritual y trascendente, reconociéndose el carácter sagrado recíproco, tal como lo planteó siempre el catolicismo medieval y gibelino, hubiera tal vez restaurado el Imperio Católico. Pero la constante política güelfa de Roma lo impidió. Sacrificó lo superior a lo inferior. De allí en más nacerán los estados nacionales, la reforma protestante, la pérdida de la unidad europea, ya la Iglesia vería día a día limitada su influencia pro falta del brazo guerrero que hubiera sido el complemento tradicional de la casta sacerdotal.
LA ARGENTINA: PARTE INTEGRANTE DEL SACRO IMPERIO ROMANO
Ahora bien, muchos se preguntarán qué tiene que ver todo esto con el presente argentino. Lo tiene y mucho.
LA ARGENTINA SE INCORPORA AL OCCIDENTE CRISTIANO DURANTE EL IMPERIO DE CARLOS V. Nacimos pues como parte integrante del Sacro Imperio Romano, es decir, somos hijos de una vocación imperial. Conviene aclarar que Imperio es el Estado con sentido universal, presidido por una idea trascendente y espiritual cuyo objetivo es construir desde la tierra una escala hacia el cielo, es decir, hacer un puente desde e este mundo hacia el otro mundo. Lo cual no tiene nada que ver con lo que más tarde serían los modernos imperialismos, fruto de apetitos nacionalistas en incesante búsqueda de intereses meramente materiales y económicos.
Durante esos años Solís descubre el Río de la Plata, se realizan los viajes de Alejo García, la vuelta al mundo de Magallanes y Elcano –llamativamente ambos pasan meses en la Patagonia-, la exploración de Diego Gaboto y la fundación de Sancti Spiritu, el viaje de Francisco César, la Primera Fundación de buenos Aires, la fundación de Asunción por Irala y muchos otros hechos de los cuales nos informa cualquier historia, En otras partes de Hispanoamérica se conquistan los Imperios azteca e incaico, se descubre el mar del sur y sería agotar la paciencia del lector continuar con el detalle.
EL SIMBOLISMO DEL ORO Y LA PLATA
Queremos llamar la atención sobre algunos hechos: 1) Descubrimiento del río que se llamará Río de la Plata; 2) Búsqueda de la ciudad de los Césares, cubierta de oro y plata; 3) Las viejas leyendas medievales en torno a la llegada a estas tierras del Santo Grial, recubierto de oro; 4) Carlos V era el gran maestre de la Orden de los Caballeros del Toison de Oro. Recordemos que Toison es palabra de origen francés que significa vellón o vellocino. Ello nos remite a la leyenda de la mitología griega según la cual Jasón y sus compañeros partieron en busca del vellocino de oro para así recuperar un reino.
Asociando todas estas referencias vemos que nuestro destino, ya elegido antes del nacimiento de la Argentina, está signado por los símbolos del oro y de la plata, metales nobles que simbolizan las edades primordiales: Edad del Oro y Edad de la Plata, la nobleza, la superioridad de lo sagrado y lo divino.
Si es verdad que cuando se pierde el rumbo hay que volver a los orígenes, nuestro camino es volver a ser Imperio, El nacionalismo argentino se justificaría tan sólo por esta vocación. De lo contrario no seremos nada.

JULIÁN ATILIO RAMÍREZ