NUESTRO NAZISMO

 

 La antes aludida campaña difamatoria emprendida por cierta prensa respecto de nuestra pretendida condición de nazis ocultos o neonazis, o criptonazis, tal como se lo quiera calificar, nos obligan a hacer una serie de discriminaciones (no somos antidiscriminatorios) con respecto a nuestros puntos de vista en relación al nazismo y consecuentemente a su contrapartida, el judaísmo.
Acotemos primeramente que nuestra postura acerca del problema judío y del nazismo ya fue suficientemente aclarada en otro número de El Fortín en ocasión de nuestro distanciamiento del núcleo que dirigía el Sr. Biondini, el cual había hecho adherir a su partido en forma inconsulta a esta última ideología.
En segundo término queremos decir que no somos cobardes ni excesivamente precavidos como manifiestan los columnistas de Página 12. No es que nosotros no hablemos mal de los judíos y a favor del nazismo porque exista una ley antidiscriminatoria y que tal hecho consecuentemente nos frene y obligue a modificar nuestro lenguaje. Por más norma restrictiva que pretenda regirnos, toda vez que tuviésemos que decir algo específico en contra de tal colectividad ya lo habríamos hecho y hubiésemos utilizado abiertamente las páginas de este medio y ateniéndonos además a todas las consecuencias que ello hubiese conllevado en función de un bien más elevado que el mero acatamiento a una ley positiva, cual es la fidelidad a la verdad. Nuestros enemigos deben saber de una vez por todas que no somos políticos en el sentido convencional de la palabra, no buscamos réditos electorales de ningún tipo, ni intentamos prestigiarnos en el seno de esta comunidad; desdeñamos de esta democracia corrupta de la cual no pensamos participar y a la que le achacamos la responsabilidad principal por los males que vive nuestra civilización. Nuestra única intención a través de El Fortín es decir la totalidad de la verdad para los pocos sobrevivientes de este marasmo que aun quieran escucharnos.
Por ello, aun a riesgo de redundantes, y no para los pasquines ignorantes y maliciosos, a quienes en tanto inmersos en esta realidad democrática obviamente no les interesa lo que es verdadero, sino un mayor rating y popularidad, sino para aquellas personas honestas que aun existen y que por confusión puedan creer que algo cierto emane de tales anatemas que se nos lanzan, y para poner ciertas distancias necesarias, valgan pues estas muy escuetas acotaciones. Pero no sin antes decir que no nos sentimos molestos por que se nos califique de nazis, si es que éste es el término que reciben los que se oponen al sistema, del mismo modo que en la época del Proceso no nos sentimos afectados por el calificativo de comunista o subversivo, ya que ambos regímenes corruptos y modernos en última instancia se diferencian solamente en la modalidad con la cual totalitariamente demonizan a sus adversarios, o por los instrumentos represivos utilizados. En un caso la desaparición física del opositor, en otro su muerte cívica a través de las campañas de la prensa sucia o de la "justicia".
Pero para sorpresa de muchos en realidad a esto sólo se reduce nuestro "nazismo". Pues si de la ideología nacional socialista se trata debemos decir que la juzgamos con la misma libertad con que lo hacemos con las otras. Es decir que no la valoramos de acuerdo a las categorías emanadas de las películas de Hollywood, ni con los cánones de la literatura holocáustica. Por todo lo cual, a diferencia de lo que sucede con la mayoría, podemos ser capaces de rescatar de ella algún aspecto positivo, como por ejemplo su explícita condena de la usura y ciertas críticas efectuadas a la democracia liberal y al comunismo. Y más aun nosotros mantenemos una abierta simpatía por aquellas fuerzas que durante la última gran contienda bélica mundial combatieron heroicamente del lado del Eje; todo ello más allá de las ideologías que circunstancialmente se sustentaran, puesto que en dicha epopeya se batieron las últimas reservas de Occidente en contra de las fuerzas de la subversión democrática hoy en pleno auge. Dicho todo esto, sin embargo no podemos soslayar que sentimos un profundo rechazo por el racismo biológico que primara en el seno del régimen nacional socialista, en especial en la vertiente de un Rosenberg, para la cual el hombre sería un mero producto de la raza a la que pertenece. Nosotros somos por esencia antimodernos y por lo tanto reacios a cualquier determinismo. Así como consideramos, a diferencia del marxismo, que la economía no es el destino del hombre y que éste no es un producto de su medio social, así como desdeñamos del historicismo para el cual el individuo es un mero instrumento de la historia, de la misma manera denunciamos en el nazismo su cariz moderno y determinista por el cual es aquí la raza el destino del hombre. Es decir, que nos oponemos al nazismo en aquello en lo cual, obviamente que sin darse cuenta siquiera, pasquines como Página 12 concuerdan con él calurosamente en razón de su reduccionismo totalitario. Marxismo y nazismo son en el fondo ideologías por igual deterministas, para las cuales el hombre es un mero producto. Es por ello que no casualmente hoy en día se habla de una vertiente nacional-comunista en el mundo (todavía no ha llegado a la Argentina).
Con Platón y con la gran tradición milenaria, ajena a cualquier positivismo moderno, consideramos por el contrario que el hombre en el fondo, lejos de haber estado dispuesto en contra de su voluntad en un determinado cuerpo y situación, él lo ha elegido. El medio lo condiciona es cierto, pero nunca lo determina de manera necesaria, a no ser que se deje arrastrar por él como por una ola, siendo muchas veces un instrumento para ello el accionar de las distintas ideologías totalitarias. Y a veces incluso las situaciones más difíciles e "injustas" pueden servir como reactivos apropiados para alcanzar la dimensión más profunda del yo que es el espíritu, esto es, una dimensión que, si bien se encuentra en este mundo, en el fondo está más allá de esta vida. Es por ello que, siempre siguiéndolo a Platón, consideramos que la función del Estado verdadero, tal como existiera desde las épocas más remotas, aun en nuestras tierras en las mismas civilizaciones precolombinas, era la de reconducir al hombre hacia esa esfera superior. Es decir que, a diferencia de lo que hoy sucede, la vida política nunca estuvo separada de la religiosa, ni la existencia privada de la pública, sino comprendida en su sentido cabal de re-ligar al hombre hacia su dimensión más profunda y eterna, la que explica la razón última de su existir. Es por tal causa que nosotros por ejemplo, tal como lo dijéramos en otros números de nuestra publicación, nos sentimos más cerca de aquellas comunidades, aún de las más primitivas y con color de piel oscura, que se hubiesen mantenido fieles a sus tradiciones espirituales expresadas por sus símbolos y ritos, que por ejemplo de aquellos pueblos "arios", como suecos o noruegos, en orden con su cuerpo es cierto, en tanto han estado más alejados que otros de mezclas raciales y que se han mantenido en su mayoría rubios y de estatura elevada, pero que interiormente son comunidades vacías volcadas hacia el consumismo, la droga y el hedonismo, estando en un nivel espiritual por debajo de los mismos bantúes.
Y siempre dentro de la libertad de pensamiento en que nos encuadramos no nos sentimos afectados en nada con respecto a la ley antidiscriminatoria en lo relativo al problema judío. No tenemos nada en contra del judaísmo como concepción del mundo y religión. Evidentemente no es la que nos corresponde de acuerdo a nuestra tradición; es diferente nuestro vínculo con lo sagrado del que se expresa en cambio en los pueblos semitas, pero respetamos en ella su dimensión metafísica. El único judaísmo que rechazamos es el profano. Es más, pensamos que por ciertas situaciones históricas particulares dicha comunidad ha desarrollado en su seno una vertiente hacia la secularización más agudizada que en otras, debido en gran medida a la circunstancia de la diáspora. Ante la impaciencia y frustración de tal pueblo por no obtener su integridad nacional, y la siempre frustrada y postergada llegada de un Mesías, la tendencia hacia la secularización fue el producto de un resentimiento manifestado en algunos de sus miembros por lo cual se intentó hacer padecer a otras comunidades los males propios y de manera multiplicada. De allí que el espíritu judaico (secularizado) por varias décadas actuó como fuerza corrosiva en las diferentes civilizaciones, siendo indubitable su influencia en los orígenes del capitalismo y del comunismo. Pero en la actualidad, y en especial luego de los últimos cincuenta años, tal tendencia hacia la secularización se ha universalizado en todas las grandes religiones, por lo cual, dándosele esta vez la razón a Carlos Marx, en los últimos tiempos se ha producido es cierto la emancipación del judío, pero ello ha acontecido a través de la judaización del mundo. Es decir que la humanidad actual ha absorbido todo lo negativo que ha lanzado en ella el judaísmo secularizado. Por ello, ante esta situación de hecho, hoy en día es absurdo querer echarle la culpa de todos los males a los judíos, cuando la subversión moderna cuenta en sus filas con múltiples agentes que no son de tal raza o confesión. El problema no es el judío sino la modernidad. En la Argentina, tal como lo dijéramos en otras ocasiones, ha actuado mucho más acorde con los planes de la subversión la estructura de la Iglesia católica que el judaísmo. Es así pues cómo, con respecto al problema judío, nosotros nos ubicamos sea afuera del antijudaísmo católico integrista, como del sustentado por el nazismo biológico. En relación al primero nosotros no creemos que el judío deba convertirse al cristianismo, sino a la propia religión. Es más, si bien no compartamos el contexto en el cual se lo ha hecho, avalamos que se haya suprimido en el misal católico la calificación de deicida y pérfido dirigida en forma genérica hacia el pueblo judío. Como si los descendientes tuviesen algo que ver con lo efectuado por sus antepasados o como, nuevamente, si tal situación solamente pudiese hallarse en el seno de dicha comunidad. Como dijera muy bien Spengler, este odio ancestral de trasladar una venganza de generación en generación, es paradojalmente típico de camelleros semitas y no de la ética propia de los pueblos arios. Cuando los sectores güelfo católicos insisten tanto en el problema judío en realidad realizan, la mayoría sin saberlo, la táctica subversiva del chivo expiatorio. La misma consiste en fragmentar el problema, distraer la atención en una de sus partes, para mantener oculto el resto. En este caso la acción disolutoria y moderna realizada por la Iglesia. Tampoco calificamos al judío como una subraza o antiraza, como hace cierto nazismo de origen gnóstico (en la actualidad su más importante representante es el escritor chileno Miguel Serrano), lo cual debería conducir por lógica consecuencia a la supresión de la misma. Insistimos: el problema no es el judío, sino la modernidad. No se retorna sin más a la Tradición, esto es, a una humanidad normal, suprimiendo al judío, ya que, como dijéramos, el problema está presente en todas las comunidades, sino por el contrario buscando la unión entre todos los sectores pertenecientes a las grandes religiones que se hayan mantenido fieles a su núcleo esotérico más profundo y metafísico, en contra de un enemigo común cual es la tendencia a lo profano, el modernismo, de lo cual la nuestra ha ingresado en los últimos tiempos a pasos agigantados, no teniendo en nada que envidiar a los judíos. Acotemos por último que tal postura nuestra con respecto al judaísmo ha suscitado las reacciones airadas de los sectores güelfos que no han dudado en calificarnos, debido al terrible desvío y herejía en el que habríamos incurrido, de judíos encubiertos. De este modo el círculo se cierra. Somos así nazis para unos y judíos para otros. En cambio lo único que es cierto es que no somos ni sectarios ni modernos.