DOS “ANTIIMPERIALISMOS”

 

Letralia 224 | Noticias | Protestan a Abel Posse como ministro de Educación  de Buenos Aires

 

El pasado 24 de octubre el diario La Nación de Buenos Aires publicó la siguiente nota del escritor y diplomático argentino Abel Posse, la cual por su importancia reproducimos, a pesar de no compartir la totalidad de sus puntos de vista, pero lo hacemos en tanto la consideramos  que su valor estriba en la posibilidad de  permitir  un debate serio en el terreno de los principios. A continuación de la misma transcribiremos nuestra crítica.

Página caída del diario imperial
                                                                                                                                            Por Abel Posse

"Hay un solo Imperio que se mueve por el mundo. Y un solo Emperador que renace de la misma estirpe" .T. Mommsen ."He tenido que ser duro desde mi asunción al poder. Ya no podíamos seguir atados a los principios y mentiras piadosas (y prestigiosas) que hemos inventado para negociar el mundo en las últimas décadas. Después de la guerra recreamos la economía de los culpables y vencidos a nuestra imagen y semejanza. Hemos creado una jurisdicidad humana, humanista e internacionalmente de apariencia democrática, para rodear a nuestros enemigos, los aguerridos eslavos, con un cerco de ilegitimidad y desprestigio. Ellos fueron la sinrazón. Nosotros, Occidente, la razón humanista. ."Esos eslavos orientales, que parecían todopoderosos terminaron intoxicados por nuestras ideas de exportación. Se les ocurrió pasar de imperio a república y se deshicieron en el intento en menos de diez años. Es como si no hubiesen sabido leer la historia de Roma que con tanta claridad les explicaba su endiosado Marx. Como los judíos, no escuchan a sus profetas. ."Ellos habían llegado en 1950, con el emperador Stalin, a la posibilidad de la hecatombe y del inexorable triunfo. Las legiones del Pacto de Varsovia se habrían bañado cómodamente en las playas del Algarve, que bien lo necesitaban. Pero les faltó la decisión de la sangre. Un Imperio muere si teme su combustible natural, que es la sangre. Y peor es, cuando no comprende su hora justa. Después, nada... ."Libres de nuestra mayor amenaza al cabo de cuarenta años de equilibrio del terror, hemos visto envejecer las ideas que usamos desde 1945, después de aquella homérica hemorragia. El mundo ingenuo pretende tomar por eternas aquellas ocurrencias con las que cercamos y finalmente envenenamos al oso soviético: las Naciones Unidas (¡cada nación un voto!) la Unesco, el Fondo Monetario, la Corte Internacional, las patrañas de El Desarme Universal... ."Los que hoy critican mi espada a punta de flexible pluma, lo hacen en nombre de los valores y respetos del Iluminismo, pero olvidan que esos reflectores de fama universal se encendieron con el atroz baño de sangre de la venerada Revolución Francesa. Nada más cómico: ¡nos vituperan por nuestra inmoralidad internacional usando los códigos que hemos inventado en el ciclo imperial anterior! En suma: vivir es crear a contramoral, hay que saberlo. ."Pero no me temblará la mano. O nos libramos de la decadencia y creamos con la espada el nuevo orden y la nueva razón, o desaparecemos de la Historia ahogados en el más ominoso y antinatural buen sentido . Perderemos nuestro poder por delicadeza. ."No tengo otra posibilidad que la de Augusto después de Actium: recomendar la querida fábula republicana e igualitarista, pero hacer lo contrario. La Historia sólo glorifica al que a hierro y fuego supera la costumbre de decadencia de su época. ."No queda alternativa. O nos resolvemos a librarnos de la envejecida red de mentiras pietistas fabricadas con nuestra retórica como razón humanista universal, o pereceremos dejando de recuerdo una lata abollada de Coca-Cola y la sombra de las orejas del ratón Mickey. ."El llamado Occidente está dormido en su complaciente decadencia de burócratas culones y de consumidores felices. De la decadencia sólo se sale con la santificación de la barbarie o de la mística. La moral occidental: esa vieja sirvienta portuguesa en chancletas rezongando por los rincones de la cocina... ."De la barbarie primordial de la guerra nace la legitimidad de los fuertes, de los señores. Crearemos la nueva legalidad, la nueva paz, el nuevo estilo. La nueva política. ."Los vencidos, los mediocres, los débiles no pueden alegar ningún derecho para administrar los recursos del mundo ni su destino. El rigor imperial consiste, por esencia, en devolver un mundo cansado a su base instintiva, bárbara, nublada por la decadencia. Regenera la salud y la virtud de la flébil especie humana. ."Por eso la guerra. Por eso mi empeño contra los partos y por reconquistar el Eufrates y el Tigris -donde los judíos tuvieron la ocurrencia de situar el Paraíso Terrenal-. ."Es un Herzland mítico. Un centro indispensable para remodelar el mundo. Licinio Crasso murió en el primer intento por hacerse de la Mesopotamia. Trajano agotó varios bosques para tender puentes sobre el Tigris, pero estaba viejo y su triunfo fue efímero. Ahora le tocó a nuestra estirpe y mi triunfo me llena de orgullo. El decrépito Occidente renace en las puertas de Asia. ."El mundo de superficie me mira con el necesario odio del esclavo ante el guerrero. Se restablecen las castas. El señorío de la guerra renueva las agotadas jerarquías y sumerge a los países pietistas, fieles a la fábula perimida. Me odian los poetas, las beatas, los comediantes y los periodistas, esa maléfica raza de espectadores eternos voyeurs . Nos acompañan aliados voluntariosos y naturalmente los britanos, que en y con nosotros creen renovar su sangre muerta. ."Después de lo de Irak, siento que el mundo respira, se pone en movimiento. Por ahora sólo me acompañarán los cínicos y los héroes. La plebe internacional de países se demora. ¡Está todavía intoxicada por la legalidad que inventamos para dominarlos en el ciclo anterior! Pretenden que manejemos el mundo con los votos en el Consejo de Seguridad... ."La Providencia nos acompaña con su voz sutil, apenas audible, cuando cerramos los ojos en oración. Me dice que bajo mi estrella y el signo de Marte nacerá el nuevo equilibrio. Todo emperador es hacia arriba, Sumo Sacerdote, hacia abajo, Generalísimo. Impondremos la democracia y la libertad de mercado con el descaro con que los romanos impusieron su Derecho. La democracia es el benéfico opio de los pueblos menores, garantiza líderes quinquenales, no héroes. No toleraremos nada que no sea armoniosamente republicano. Seremos implacables con los intolerantes. Limitaremos las soberanías molestas o insumisas. Nadie podrá tener armamento peligroso. Sin el monopolio del poder destructivo, no hay Imperio. Lo que es lícito para Júpiter no lo es para el buey. ."Los escribidores, siempre al margen de la realidad, afirman que pretendo crear un nuevo orden . No atinan a comprender que estamos apostando a un gran desorden. Un desorden fundador basado en el espíritu de la guerra. ."No hay nada nuevo bajo el sol, desde los tiempos de Alejandro. Vienen a mi mente aquellos versos de un poeta del confín sureño: El fuego resucita, como un jardín, las flores/ de todos los árboles que ha quemado,/ y se viste con los esplendores /de todos los faisanes que ha asado ." .La hoja volada del carnet imperial contiene la más torva esencia de la ciencia de la dominación. Ojalá ese emperador sea un avatar imaginario, un melancólico belicista surgido de un creador de ficciones. ¿Se resignará el hombre a ser una marioneta eterna en un eterno retorno de la grosera voluntad de poder? .

COMENTARIO

 

Se trata de un texto escrito en un muy ameno estilo literario, que nos recuerda a las célebres “Memorias de Adriano” de M. Yourcemar. Pero además nos resulta importante pedagógicamente por manifestarnos una muy coherente formulación de un punto de vista relativo a la política internacional el que por otro lado no resulta en nada asombroso que el mismo parta de un autor notorio por su militancia en el peronismo. Sin embargo antes de empezar nuestra crítica al texto habría que señalar que lo único objetable desde el punto formal del relato sería lo referente a quien sería el imaginario autor del aludido “diario imperial”, el que pareciera querer reflejar al mismísimo presidente Bush, respecto del cual resulta de una ficción extrema suponerlo capaz de efectuar un vuelo intelectual como el que aquí se expone, siendo en cambio notoria su escasa formación así como su grotesca personalidad. Pero dejando a un lado tal hecho secundario que puede atribuirse a un acto exacerbado de ficción literaria, el texto es valioso por la claridad con que son formulados los aludidos principios.

  1. Para el autor la democracia,  la ideología de los derechos humanos y el pacifismo, consignas hoy en vigencia en el mundo e impuestas de manera casi coercitiva por doquier, son nada más que una cobertura engañosa por la que los fuertes, en este caso quienes ejercen el imperio, mantienen dominados a los débiles. Es decir se trata de doctrinas falsas difundidas expresamente para mantener sometidas a las naciones dependientes. Podría pues recordarse aquí la feliz expresión que en una misma línea formulara José Manuel Estrada al referirse a tal ideología que “finge al pueblo libre para en la práctica convertirlo en esclavo”.

  2. A partir de esta constatación de hecho el autor extrae la consecuencia de que no son las ideologías el móvil principal de la historia, sino que su lugar queda en cambio ocupado por una voluntad de poder instintiva que gobernaría a la totalidad de los hombres, aunque con la peculiaridad de que no en todos la misma resulta explícita. En la mayoría, que se encuentra sometida por una minoría, la ideología opera a la manera de un alucinógeno que le esconde tal dura realidad: que la humanidad se halla sumida en una lucha irreconciliable de intereses opuestos, y los que en ella triunfan se encuentran entre aquellos que tienen conciencia de tal situación y que, a partir de la misma, se hacen capaces de constituir imperios. Tras la formulación de tal premisa universal el autor no tiene inconveniente alguno en ubicar en un mismo plano a todos los imperios que han existido en la historia desde el de Roma hasta el actual, representado por los EEUU. En ambos casos se trata de la manifestación de una misma voluntad de poder en momentos diferentes del tiempo, la que acude a medios de sumisión similares, los que se encuentran acompañados a su vez por actos de violencia bélica, en el momento en el cual la sugestión ideológica por la que se somete a los débiles no resulta suficiente. Y ello es una constante que se despliega en todo tiempo, pues si hoy Norteamérica “nos somete con la democracia y la libertad de mercado, los romanos con el mismo descaro impusieron su derecho”.

  3. Con tal afirmación el autor, quizás sin percibirlo, adhiere a una de las tantas manifestaciones del pensamiento de la modernidad (pensemos por ejemplo en Carlos Marx) por la que las ideologías resultan ser opios o superestructuras utilizadas por el más fuerte para someter al que es débil y desprovisto. Todo discurso racional, cualquier formulación de principios, aun formulada con el más espontáneo y sincero de los idealismos, en el fondo esconde una dura realidad que debe ser asumida sin más por aquella persona que pretenda entender el meollo de la historia: esto es, el afán de dominio y de poder que tiene el ser humano. La existencia del hombre está pues sometida a la dura ley que Darwin y aun un cierto Nietzsche formularan de manera cruda y trágica: la lucha incesante de todos contra todos y el consecuente triunfo del más fuerte sobre el más débil y de este modo el progreso y la misma historia resultarían ser la resultante de una selección natural.

  4. Sin embargo, luego de formular tal postura, el autor finaliza su texto con la siguiente observación expresada a la manera de un interrogante: “¿Se resignará el hombre a ser una marioneta eterna... de la grosera voluntad de poder?” Por lo que pudiera hacer presuponer que pretenda tomar una distancia de tal fatalismo moderno que sostiene la irreversible sumisión humana a un principio irracional e instintivo que gobierna entre bastidores a todas sus acciones, semejante a lo que Freud formulara en relación con el apetito sexual, o Carlos Marx con el impulso hacia la economía concebida como destino del hombre. La pregunta a formularse es entonces la siguiente: ¿a través de tal idea sostiene el autor que el hombre debe ser libre respecto de toda voluntad instintiva que intentaría determinarlo como una marioneta, incluyendo también a la propia, o de lo que se trata simplemente es que lo sea respecto tan sólo de aquella que le resulta ajena y externa? O también ¿Ser libre significa meramente independencia respecto de otro, cualquiera que éste fuere, o la libertad es en cambio sinónimo de orden en donde lo superior debe gobernar a lo inferior, la razón al instinto, la civilización a la barbarie? Y consecuentemente ¿Todo imperio es siempre “grosera voluntad de poder” que esclaviza o existen algunos que en la acción de someter otorgan en cambio libertad y acrecientan ontológicamente a los subordinados? Y de un modo aun más tajante: ¿Son pues cosas equiparables Roma y Norteamérica, así como el Derecho Romano y la Democracia moderna, tal como nos expresa Posse?  He aquí donde a nuestro entender se encuentra el meollo del problema y la debilidad del planteo del autor.

Vayamos a nuestras respuestas contestándolas de acuerdo al orden mencionado precedentemente. Con respecto al primer punto debemos reconocer nuestra total coincidencia. Indudablemente la ideología hoy impuesta universalmente se basa en un conjunto de falacias gestadas con la única finalidad de dominar a los pueblos en los que éstas se difunden. La democracia representa sin más un fetiche constituido con la intención de igualar a las personas por lo bajo, permitiendo así el gobierno de los mediocres y de los sujetos fácilmente sugestionables por parte de los grandes centros del poder, los que obviamente no son en el fondo democráticos. Tal idea, que no es nueva, fue expresada nítidamente en una obra que es un clásico de la dominación de los pueblos (Los Protocolos de los Sabios de Sión). Y al respecto no interesa aquí determinar la originalidad o no de tal texto, del mismo modo que tampoco nos interesaría establecer si es cierto que Bush escribió o no el “diario” que nos publica Posse, de lo cual dijimos que es prácticamente imposible que lo hubiese podido hacer. Lo importante es en vez que en ambos casos se dice una verdad inobjetable: que hay poderes fácticos que, en función de un deseo de dominación, difunden ex profeso doctrinas falsas para obtener sus objetivos. Sin embargo luego de tal constatación cabe formular la pregunta a nuestro entender más importante ¿es ésta la característica común a todos los Imperios que han existido en la historia? ¿Todos ellos han aplicado sugestiones para dominar o pudo haberse dado el caso de algunos en los cuales lo que primaba no era el apetito ilimitado de dominio, el deseo hedonista y materialista por poseer siempre más, sino a la inversa la primacía de una idea, de un principio trascendente y superior que se trataba de implantar y que, si bien el mismo se expresaba también a través de un impulso, éste no tenía por qué ser necesariamente egoísta, ni tampoco ser la expresión de un interés individual, sino en cambio una realidad suprapersonal? Por otra parte digamos que aceptar la primera postura en exclusividad no es sino sucumbir a una nueva sugestión moderna tan deletérea como la anterior. Por la misma se considera que, si bien el hombre puede evitar ser sometido por otro, sin embargo siempre resulta esclavo de una potencia oscura e irracional que le subyace y lo gobierna: en este caso el afán irreversible por poseer y dominar. Nuevamente Freud y Marx, quienes son apenas unos ejemplos paradigmáticos que podrían ser multiplicados, están presentes en  tal otra sugestión que niega en el fondo la libertad del hombre. Nosotros, que no somos deterministas, pensamos en cambio que no está para nada demostrado que no puedan existir personas o pueblos en los cuales no sean necesariamente los instintos expresados bajo la forma de intereses, los que los gobiernen, sino principios espirituales superiores. Personas que conciban que, así como un sujeto ordenado es aquel en el cual el espíritu y el intelecto gobiernan al cuerpo y a los instintos (aun a la propia voluntad de dominio), en un plano externo, consideren como consecuencia necesaria que quienes han sido capaces de hacerlo en sí mismos tienen simultáneamente el derecho y el deber de gobernar a los que no pueden efectuarlo a través del propio esfuerzo. Tal es la justificación última que tuvo el Imperio desde un punto de vista tradicional, es decir, que el mismo representa lo opuesto exacto de lo que significa el imperialismo norteamericano, el cual es apenas una caricatura de aquel, asemejándose tan sólo en un plano superficial. Es decir Posse constata claramente un hecho: que el imperialismo yanqui es la exteriorización extrema de una voluntad de dominio irracional, pero se equivoca en considerar que se trata de una circunstancia normal atribuible a cualquiera de los imperios que existieron en la historia. Él hace mucho hincapié en equiparar a Roma con EEUU, sin embargo se trata aquí del ejemplo más inadecuado de todos. Si desde un punto de vista puramente externo podrían hallarse semejanzas, pues en los dos casos ambos imponían el propio orden a través de la fuerza, utilizada siempre como recurso extremo, las perspectivas que tuvieron han sido y siguen siendo antitéticas. Justamente la equiparación elegida entre la democracia y el derecho romano, comprendidos, tal como él nos expresa, como medios sugestivos de dominación, resulta ser en cambio el mejor ejemplo para marcar esas diferencias abismales. Si el principio de la democracia es la igualdad, por el que los hombres son reducidos a masa anónima y sin alma, siendo así convertidos en manipulables con facilidad, lo que fundaba la legislación romana era en cambio la equidad, es decir la norma que sostiene a la inversa que a cada uno debe reconocérsele lo que le es propio, lo que le corresponde de acuerdo a su naturaleza. Por lo tanto se trataba aquí, a partir de la formulación de tal derecho, de constituir una sociedad jerárquica y no igualitaria en la cual la función del gobernante, lejos de equipararse a la de los súbditos, era en cambio la de diversificar a las personas, de establecer precisas distancias entre las partes, esforzándose para que cada uno ocupe socialmente el lugar que le corresponde de acuerdo a sus atributos naturales. En ningún caso se adoptó el sufragio universal ni en parte alguna se inculcó la utopía alienante que hoy nos rige de que cada hombre por igual equivalía a un voto con independencia de rango o cualidad existencial. Y cuando Roma conoció la república, en el interregno que abarcó entre la monarquía y el Imperio, la misma fue de carácter aristocrático reconociendo de manera precisa derechos y costumbres diferentes si se trataba de patricios o de plebeyos. Y ello no generaba ningún menoscabo ni “explotación del hombre por el hombre”, sino, a la inversa, evitaba frustraciones y enajenaciones como las que acontecen con aquellos a quienes por sugestión se les hace hoy en día creer que pueden más de lo que la propia naturaleza les otorga, renunciando así a realizar el propio ser. En el Imperio, a diferencia del moderno imperialismo, era más el gobernado quien precisaba del gobernante que éste del gobernado, eran más la naciones las que solicitaban su subordinación que a la inversa éste de aquellas, tal como hoy sucede, porque sólo éste era el ente capaz de otorgar la libertad.
Y hay aquí por supuesto una concepción del mundo diametralmente opuesta a la moderna. En tanto que la materia y la economía no eran el destino de las personas, ni tampoco en la simple vida, en el interés, o en la sed ilimitada de dominio se encontraba el fin de la propia existencia, el hombre tradicional, más que comprenderla en función de buena administración como ahora, concebía la función de gobierno como una extrapolación de aquella actividad ascética esencial por la cual el sujeto se doblega a sí mismo, hace primar en sí la naturaleza superior sobre la inferior, la razón sobre el instinto, el espíritu sobre el cuerpo y para ello podía facilitarse el logro tan sólo en una sociedad que estuviese en armonía con la naturaleza del hombre. Puesto que la existencia era comprendida como un tránsito para superar la condición mortal, y la inmortalidad era la meta de la misma, en tal camino a emprender la función principal del gobernante era la de establecer postas, puntos de apoyo, paradigmas existenciales que permitieran la elevación hacia lo superior. Por lo tanto héroes, santos, reyes sagrados, y por encima de todos la figura del Emperador, en quien por su calidad de pontífice se establecía la cercanía más estrecha con lo trascendente: éstas eran las grandes metas de quien gobernaba. Obviamente que en el contexto de tal sacralidad lo podemos ubicar a Augusto (quien no pregonaba la igualdad democrática como absurdamente nos dice Posse), a Alejandro Magno, a Federico II, a Carlomagno, a Carlos V, todos los cuales obviamente resultan imposibles de equiparar con la caricaturesca figura de un Bush.
Con respecto al último punto expresado en forma de trágica advertencia digamos, para finalizar y en función de lo dicho, que para nosotros el problema no pasa por no estar subordinados a un orden externo a nosotros mismos, al que erróneamente se califica en modo universal como “grosera voluntad de dominio”, ni que consideramos tampoco que nuestra libertad tenga que pasar por no formar parte de un Imperio que no tuviese su sede en nuestro propio territorio, siempre y cuando éste pudiese elevarnos y perfeccionarnos, de la misma manera que estaríamos dispuestos a convertirnos en los discípulos fieles y dóciles respecto de alguien que por su superioridad demostrara poder llegar a ser nuestro maestro. Pero tales no son obviamente los casos ni de EEUU ni del presidente Bush. Tan sólo por esa razón y no por un abstracto deseo de independencia es que nosotros nos oponemos al “imperio” norteamericano.

                                                                                                            Marcos Ghio