REBELIÓN Y GUERRA OCULTA EN 2004

Una réplica a la obra de Thierry Meyssan, “La Terrible Impostura”
                                                                                        
 por Marcos Ghio

La gran impostura – Thierry Meyssan | FreeLibros

Hace 10 años editábamos por primera vez al castellano la obra principal de Julius Evola, Rebelión contra el mundo moderno. Texto que se publicara a su vez en su lengua originaria en 1934, es decir, hace setenta años, por lo cual nuestro homenaje es aquí doble. Digamos además que este libro trascendente, el principal del autor que hoy homenajeamos, ha sido traducido ya no sólo a los principales idiomas de la Tierra, sino también a lenguas secundarias, como por ejemplo el turco o el finlandés, y es de destacar además que, de los idiomas más importantes, el nuestro ha sido el último en ver editada dicha obra por primera vez. Las razones de ello las hemos mencionado en nuestro opúsculo Evola en el mundo de habla hispana, por lo que obviamos este tema fundamental.
Hoy, al cumplirse la primera década de nuestra edición al castellano, valgan una serie de reflexiones sobre la importancia de la obra. Rebelión.. no ha sido un libro abocado meramente a explicar las causas de la crisis o decadencia de aquello que se conoce como el Occidente, tal como fuera por ejemplo el título que llevara la obra homónima de Spengler, la que, a partir de ello, pretendía determinar las razones por las cuales esta civilización, la occidental, había entrado en un estado de declive y de qué modo debería encontrar las fuerzas para originar un retorno a la situación de grandeza que viviera en épocas anteriores. Ello no es así por la sencilla razón de que no se trata de un texto de historia de las civilizaciones, sino de meta-historia. Su punto de partida no es el análisis de una determinada forma cultural, sino una reflexión principalmente metafísica (perspectiva ésta expresamente rechazada por Spengler) acerca de la naturaleza del hombre explicada en su despliegue a lo largo del devenir. Para E. existe una esencia humana inmutable que se encuentra más allá del mismo proceso histórico, el cual, lejos de brindarnos el punto de referencia, sirve apenas para confirmarla. Las posturas historicistas en cambio parten todas por igual de la aceptación de un tipo de hombre ya determinado, en este caso el occidental o fáustico, y el concepto de potencia y grandeza, que según éstas debería alcanzar una civilización para no ser decadente, significa ya la asunción de un determinado punto de vista, que a nuestro entender es también moderno.
Es de destacar que en su reflexión acerca de la naturaleza humana, la verificación esencial que efectúa el autor es la de que en todo momento se han manifestado a lo largo de la historia, más allá de culturas y civilizaciones disímiles, dos tipos diferenciados y contrapuestos de hombre: el moderno y el tradicional. Lo que los diferencia no es una ubicación geográfica, racial o cultural determinada, sino el hecho de que, más allá de cualquier circunstancia, unos tienen por meta la eternidad y otros en cambio se encuentran afincados en el tiempo. Tal como dijera el primer gran metafísico de la historia que fuera San Agustín, en su trascendental obra La ciudad de Dios, con la cual es factible hallar grandes analogías con la de Evola, con Abel y con Caín, comprendidos como arquetipos diferentes de ciudadano, del Cielo uno y de la Tierra el otro, encontramos el primer antagonismo histórico entre estos dos tipos de hombres contrapuestos, aunque habitantes por igual en una misma historia y partícipes de un cuerpo semejante. La conducta entre ambos se encontraba diferenciada por la manera como se vinculaban con las cosas. Abel era nómada, por lo tanto él vivía en este mundo como de paso, como un “peregrinus ad saeculum”, tal como lo calificaba S. Agustín; en ningún lugar del espacio él había asentado su morada definitiva pues su existencia estaba centrada en la búsqueda incesante de algo que la trascendiera y le otorgara un significado superior. Caín en cambio era sedentario, simbolizando así con tal conducta el hecho de que hallaba en esta vida, en la Tierra misma, el sentido último del propio existir. Abel la concebía en cambio como un tránsito, como un momento sí necesario, pero tan sólo en tanto comprendido como un medio ordenado hacia un fin ulterior, manteniéndose alejado así de las cosas superfluas, por lo que la existencia era vivida como un duro combate para alcanzar la eternidad. Las cosas materiales y los instrumentos utilizables para su disfrute y explotación, lo que hoy hace a la esencia de la moderna sociedad tecnológica y de los consumos múltiples e incesantes, eran en cambio el objeto último para Caín, comprendidos éstos como verdaderos alucinógenos que permiten olvidarnos de lo que realmente se es. Abel en cambio, en tanto su meta se hallaba más allá de este mundo, disminuía al máximo la tecnología hasta reducirla a la mera satisfacción de las necesidades elementales de supervivencia. Tal antagonismo entre estos dos tipos de hombre recorrerá toda la historia hasta nuestros mismos días, siendo Abel el primer arquetipo de hombre tradicional, que halla en el ascetismo y en la vida heroica su forma propia de ser, Caín en cambio es el modelo de hombre moderno cuyo sedentarismo representa el verdadero antecedente del consumismo y del desenfreno tecnológico de nuestros días, así como el fenómeno de la gran concentración en las ciudades.
El hombre tradicional se diferencia del moderno en el hecho de que para éste, además de esta dimensión que captan nuestros sentidos externos, existe una superior y metafísica, que además del tiempo se encuentra también la eternidad, y más aun, que el tiempo en sí mismo, en tanto devenir incesante, no es propiamente sino una ilusión, pues lo único que es en cambio verdadero es el ser y lo eterno es el modo como se lo capta y vive. Sin embargo es de destacar también que no se nace con esta dimensión metafísica, que la misma es el producto de un largo proceso que dura toda una existencia, de una conquista heroica que tan sólo se agota con la muerte. De manera tal que mientras que únicamente algunos en la vida alcanzan a desarrollar la dimensión eterna, otros en cambio se diluyen en la nada del devenir. Ésta es pues la escisión esencial que divide a nuestra especie. Éstas son las dos razas a las cuales se refiere Evola a lo largo de toda su obra y consecuentemente éstas son las dos civilizaciones posibles. Y es a su vez esta misma perspectiva la que fundamenta la diferencia entre los conceptos de persona e individuo. Persona es el sujeto que ha alcanzado a vivenciar el ser y la eternidad, individuo en cambio es aquel que no ha sido capaz de superar la dimensión temporal y del devenir, quedando como Caín afincado en la misma. Hay a su vez grados de personalidad, pues se nace individuo pero se deviene persona, y así como nadie alcanza ni a ser persona ni individuo absoluto, sino que tan sólo existen aproximaciones distintas a tales arquetipos, hay sin embargo algunos –y cada vez son más– que viven y mueren sin haber prácticamente desarrollado ningún grado de personalidad. Y ambas polaridades corresponden a su vez a los dos tipos de sociedades o mundos que pueden constituirse. Individuo y Persona son pues los correlativos de Mundo Moderno y Mundo Tradicional.
Es de este modo un principio esencial de la concepción tradicional la certeza absoluta de que existen dos tipos de hombre contrapuestos. Y lo que caracteriza a lo moderno en cambio es la actitud opuesta de negar incesantemente esta diferencia esencial; así como hoy en día se confunde individuo con persona y se los considera términos sinónimos y equivalentes, de la misma manera para éste los hombres son todos iguales entre sí. El igualitarismo, además de representar un error sustancial fundado en la profunda ignorancia e impotencia por percibir la realidad en su plenitud, es además el medio ofensivo que utiliza el moderno para perpetuarse, la manera como éste asedia y combate al hombre de la Tradición. Por ello es que la igualdad es la característica principal que se encuentra en el trasfondo de todas sus doctrinas. Según la misma todos tendríamos que tener los mismos derechos, varones, mujeres, niños y adultos, del mismo modo que todos valdríamos por igual un voto. Y a medida que se despliega la modernidad en su faz de más profunda decadencia y corrupción cada vez mayor es la manifestación del principio de la igualdad que en la fase última, terminal y del hierro, alcanza límites verdaderamente inverosímiles. La democracia igualitaria no es tan sólo la forma de gobierno del hombre moderno sino que también es su meta esencial y última, el modo propio de ser que lo distingue. Y el materialismo es a su vez el correlato metafísico de la democracia como forma de vida. Así como la masa en que se funda tal sistema es un compuesto amorfo de individuos iguales que equivalen todos a un voto, violentándose así cualquier diferencia cualitativa de personalidades, la materia es a su vez un todo homogéneo compuesto también de átomos o partes iguales. El mundo espiritual, en que se afinca el hombre de la Tradición es, contrariamente al mundo democrático, jerárquico, heterogéneo, desigual.
La lucha entre el moderno y el hombre de la tradición se encuentra pues en los mismos orígenes de la historia universal como trasfondo último de todas las civilizaciones y es un conflicto que siempre se halla latente aunque la gran prensa y la cultura oficial jamás hablen del mismo. Pero agreguemos también que Evola, tal como hemos dicho en otras ocasiones, no es fatalista, habiendo aquí una diferencia esencial con otros metafísicos, como el caso del mismo San Agustín; él no cree que en la historia se opere necesariamente un final feliz. Depende y dependerá siempre de la voluntad humana la manera y el cómo concluirá el proceso histórico. Caín y Abel no han terminado aun con su batalla y el final de la misma siempre resultará  incierto y abierto.
Es por dicha razón que lo que caracteriza a Rebelión..., junto con las restantes obras de JE, es que la misma no puede tratarse meramente de una descripción erudita de la realidad ni tampoco representa una simple obra de circunstancia. Sí, por supuesto, fue escrita en un momento de desencanto de Evola respecto de las posibilidades restauradoras y tradicionales que hubiese podido realizar el fascismo italiano en caso de haberse alejado del influjo güelfo y burgués, plasmado a través de la firma del Concordato con el Vaticano. Pero esta mera circunstancia histórica no puede soslayarnos el hecho esencial de que Rebelión.... es, además de una exposición lúcida y clara de las diferencias entre estos dos tipos de hombre y de civilización, un verdadero programa de acción, una verdadera y propia metodología de combate, brindando al hombre de la tradición los elementos necesarios para derrotar las insidias de la modernidad. Por ello es que el título de tal obra, Rebelión contra el mundo moderno, no fuera antojadizo, pues no se trataba de una mera descripción de una crisis, sino de algo más, de un verdadero manual de cirugía mayor y no simplemente de anatomía general, no una mera descripción de una situación, sino un conjunto de medios terapéuticos a fin de salir de la misma extirpando todas sus metástasis.
Volviendo ahora a lo que decía San Agustín en la obra aludida, recordemos que, al hablarnos del conflicto entre Caín y Abel, él hacía alusión a un resentimiento oculto y obsesivo que el primero tenía respecto del segundo y que lo llevara finalmente a su supresión física. El mismo consistía en la no aceptación de que aquél hubiese sido elegido por Dios en su lugar, a pesar de que él consideraba haber cumplido con todos los preceptos; tal es el sentimiento de la envidia y el consecuente resentimiento que lo conducirá luego hacia la acción delictiva. El mismo podría traducirse por la siguiente pregunta ¿Por qué algunos alcanzan a ser inmortales y otros no? ¿Por qué deben existir diferencias en este mundo? Éste es el aterrador interrogante que lo atormenta a Caín, quien es incapaz de comprender su propia condición. Entonces ante ello, por no poder soportar tal circunstancia es que arriba hacia la negación de la diferencia: el sentimiento y deseo por la igualdad se funda pues en la envidia y la impotencia, una pasión oculta que se esconde en el moderno y que desemboca en su intento siempre exasperado por la nivelación de cualquier diferencia. El mismo se desarrolla como una guerra oculta y secreta en contra del mundo tradicional tratando de obtener su aniquilamiento, así como lo hiciera Caín respecto de Abel.
Las técnicas de la guerra oculta son múltiples e inagotables como las hidras que ornan la cabeza de la Medusa, pues es característica de aquel que ha fundado en la vida y el cambio su razón de ser la de poseer también la habilidad secreta de saber adaptarse a circunstancias cada vez más cambiantes. El imperativo principal del moderno es el de que hay que suprimir las diferencias y consecuentemente proceder, como con una guadaña, a nivelarlo todo por lo bajo. Es en función de tal meta, que se le ha convertido en una verdadera obsesión similar a la de su arquetipo Caín, que para éste todo vale, cualquier método es aplicable no excluyéndose siquiera el de la mentira o falsificación, pues en aras de la democracia, su divinidad adorada, todo se puede y todo se explica. Queda entonces para él perfectamente justificado, en función del fetiche que se ha fabricado, falsificar los hechos o al menos interpretarlos en manera tal de que sea imposible percibir las diferencias. A medida que avanza el declive del mundo moderno, cada vez son mayores y más siniestros los procedimientos de esta guerra oculta.
Ahora bien, desde que Evola escribiera Rebelión..., texto que fue actualizado varias veces hasta su muerte acontecida en 1974, muchas son las cosas que han sucedido en el mundo y podríamos decir que la situación desde ese entonces se ha ido agudizando sobremanera, habiéndose a su vez ido incrementando cada vez más en eficacia y diversificación las tácticas de la guerra oculta, en especial a través de los procedimientos sutiles de sugestión operados por lo que hoy ha dado en llamarse como laguerra mediática. Hoy en día se puede dominar a una nación a través de un elaborado lavado de cerebro que haga que sus habitantes, como en un estado cuasi-hipnótico o cataléptico, trabajen en contra de sí mismos y a favor de tales poderes destructivos sin darse cuenta siquiera de ello a lo largo de toda su vida y que hasta paradojalmente lleguen a exaltar a sus verdugos como si fuesen sus verdaderos salvadores. Todas nuestras políticas económicas deletéreas de los últimos cuarenta años son una prueba irrebatible de lo que afirmamos. Éste es pues hoy en día el procedimiento principal de la guerra que se vive, guerra silenciosa, sutil, dirigida con pluralidad de medios hacia el inconsciente colectivo, siendo su forma la más artera de todas, propia de los tiempos últimos. La moderna tecnología ha facilitado hasta límites asombrosos la técnica de mentir y de engañar a los pueblos habiendo incrementado en posibilidades esa guerra oculta de la que hablaba nuestro autor.
El otro elemento esencial y concurrente con el anteriormente mentado es que E. no asistió al final de la guerra fría y a la consecuente caída del comunismo y por lo tanto no presenció el fenómeno hoy universalizado del mundo unipolar y globalizado que vivimos en nuestros días en donde comunismo y capitalismo, luego de medio siglo de oposición irreconciliable, se han finalmente abrazado en una unión fraternal. Sin embargo ha sido profética en su tiempo la calificación que nos diera del Quinto Estado, comprendido como un proceso gradual que confluiría en una síntesis que tarde o temprano habría de sobrevenir entre esas dos grandes anomalías o formas de vida intrínsecamente gemelas y en falsa contraposición.
Cuando E. escribía, y aquí hay que ver la diferencia que existe entre su edición de 1934 y su última revisión de 1972, el último intento de reacción antimoderna había ya sucumbido con la derrota de 1945 y desde ese entonces nada nuevo ni similar había aparecido aun en el horizonte. Han tenido que pasar más de cincuenta años como para que el mundo moderno, luego de la primavera fascista, incompleta y fallida, recibiera una demoledora reacción de parte del mundo tradicional. Me refiero aquí, sin continuar ya más con prolegómenos, al hecho esencial que fuera el 11 de septiembre de 2001. Un fenómeno nuevo, acontecido no en el seno de nuestra civilización o religión, es decir desde el Occidente, sino desde el cercano Islam, y que ha sido bautizado con el nombre de fundamentalismo, y que aceptamos como calificación provisoria ya que es un término claramente indicativo, ha puesto en jaque radicalmente a la civilización moderna. Y no decimos como algunos solamente norteamericana, sino también, por extensión, europea y rusa, en tanto las tres son por igual expresiones de un mismo universo, así como en la época en que Evola escribía lo fueran el comunismo y el capitalismo, es decir en todos estos casos, de un mundo de individuos, de máquinas, de masas. Aprovechemos la ocasión para decirlo con franqueza: nosotros no queremos salir del lazo que nos asujeta a Norteamérica para lanzarnos al abrazo protector de europeos o rusos. Son todos, utilizando la expresión heideggeriana, metafísicamente iguales. Al respecto quiero hacer notar aquí como hoy en día dos autores europeos, en apariencias contrapuestos, de izquierda uno y de “derecha” radical otro, me refiero en este caso a Oriana Fallaci en una obra a punto de salir en estos días, pero anticipada en sus conceptos esenciales por el diario La Nación y a un tal Guillaume Faye, en su increíble texto titulado El arqueofuturismo (una verdadera suma de dislates que no lo mencionaríamos aquí de no ser que este último pretende confiscarlo a Evola para sí convirtiéndolo a su entero pesar en un “pensador occidental”, aunque aclaremos que no existe nada mas antievoliano que tal escrito), así como también católicos integristas del estilo del Padre Sáenz en nuestro suelo, llaman a la unidad europea y “cristiana” en contra del Islam, el cual representa para ellos el principal enemigo del “Occidente”, siendo en cambio los verdaderos amigos del mismo, los presidentes Bush y Putin y ¿por qué no? También, de acuerdo a tal punto de vista, aunque los de derecha no se animen a decirlo abiertamente, lo serían Sharon y el Estado de Israel que combaten también al mismo enemigo. Lo que le critican a Norteamérica es que es poco habilidoso y torpe en su combate contra el Islam y que tal función le correspondería a los europeos por tener a cuestas más siglos de modernidad. Faye nos aporta su cuota original al hablar de eurorusos o “eurasiáticos”, es decir en recordarnos que los rusos también tendrían que entrar en el banquete. Es increíble corroborar como para esta gente, en todos estos análisis que se hacen, nosotros los que vivimos en el hemisferio sur deberíamos seguir permaneciendo siempre en un estado de subordinación respecto del norte u “Occidente” que ellos representan, sin saber exactamente por qué deberíamos aceptar permitirles a ellos seguir disfrutando de su confort a costa de nuestra constante expoliación de riquezas. De paso digamos que esto ultimo no es algo meramente verborrágico e inofensivo, pues aquellos que hoy alaban al tirano Putin, el mismo que ha masacrado a 200.000 chechenios (incluyendo a niños), olvidan que éste junto al Estado de Israel ha sido el principal sostenedor del presidente Bush en las ultimas elecciones. Todo esto sirve para demostrarnos una vez más que el problema propiamente no es el Occidente, sino la modernidad, de la cual participan por igual tanto Norteamérica como Rusia y la Europa mercantil con todos los laderos como los que acabamos de mencionar. Por supuesto que no se trata aquí del Occidente de Platón, Plotino o Federico de Hohenstauffen, sino de esta patología tecnocrática, materialista y consumista en la que hoy se nos quiere obligar a vivir. Podrá haber diferencias secundarias entre estas expresiones, sin embargo todas por igual conciben un mundo en donde no existe más ni el espíritu ni la persona, sino meramente el confort, el consumo y la democracia. Así pues podemos decir que somos antinorteamericanos, de la misma manera que somos también antirusos y antieuropeos. Es decir estamos en contra de todas las diferentes expresiones que representan esa gran anomalía histórica que es la modernidad.
La reacción fundamentalista que se inaugurara con la revolución iraní del ayatollah Khomeini en 1979, ayer en una postura meramente defensiva, hoy asume en cambio una dimensión de franca ofensiva. Coincidimos en decir que el hecho liminar que ha puesto una nueva bisagra en la historia ha sido lo que se conociera como el atentado de las Torres Gemelas. Frente a la contundencia de tal acto que demostró que con una insignificante disposición de medios se puede ser capaz de poner en jaque al principal exponente de tal civilización anómala, el enemigo moderno ha debido agudizar hasta límites inauditos su imaginación para perfeccionar sus tácticas de guerra oculta, aprovechando su gran capacidad mediática, procedimiento éste que le permite cubrir sus déficit esenciales de heroísmo, pues sólo existe un heroísmo verdadero allí donde la simple vida y el exasperado cuidado por el propio pellejo no son las metas supremas. No casualmente el moderno, y englobamos aquí a un vasto espectro de personas que van desde el presidente Bush hasta nuestros vernáculos ex militares carapintadas, hoy abocados en nuestro país a hacer carrera política y periodística, califica despectivamente como “suicidas” a quienes se inmolaron por una causa heroica. Resulta llamativo que quienes se rindieron sucesivamente, cada vez que las circunstancias les ofrecieron el privilegio de las armas, hoy se atrevan a descalificar a los que han dado su vida en contra de ese mismo enemigo que ellos fueron incapaces de combatir hasta el final y con el cual en cambio hoy hipócritamente están dispuestos a participar de sus banquetes electorales. Digamos que los entendemos, aquel para el cual, a la manera moderna, la vida lo es todo, renunciar a ella representa un acto suicida y despreciable.
Pero volvamos a las técnicas actuales de la guerra oculta. Una vez que se ha despreciado al adversario descalificando moral y hasta religiosamente su causa (sectores católicos como los de la revista Cabildo califican a tales mártires como pecadores) el paso siguiente es el de restarle entidad. La táctica es aquí la de la negación. La misma parte del principio de que el mejor de todos los adversarios es aquel al que se le han negado la mayor cantidad de atributos. Así pues, frente a la ofensiva fundamentalista, tal táctica acude hoy en día a los siguientes asertos: no existe Bin Laden, (bueno, ahora luego de su aparición pública esa pobre gente ya no lo puede decir tan categóricamente, aunque los hay tan necios que llegan a decir que se trata de un doble puesto para favorecerlo a Bush), no existió el atentado, no existe tampoco el fundamentalismo islámico ya que es un mero producto de los servicios de inteligencia (CIA), no estalló un avión en el Pentágono, no existieron los “pilotos suicidas” o “estrelladores de aviones”, etc.; y en función de la aceptación de todas estas inexistencias no se hesita en aceptar al mismo tiempo aun la descalificación moral de los Estados Unidos. En verdad esto es lo menos importante para ellos. En un mundo en donde el mero éxito en la acción lo es todo, el moderno sabe que la moral es nada más que una cobertura relativa y variable en función de los propios intereses. Hasta ha inventado una teoría de la doble verdad, la que establece las diferencias entre la moral privada y la pública.
Una verdadera catarata de libros e investigaciones, best sellers en su inmensa mayoría, ha sido escrita con la finalidad expresa de restar importancia al heroico acto del 11S y a todas sus secuelas posteriores de guerra incondicional en contra de la modernidad. Nosotros, por razones de espacio, no podemos contestar a todas las objeciones que aquí se han formulado, aunque sí lo venimos haciendo en distintos comunicados del Centro de Estudios Evolianos. Sin embargo, en tanto no queremos permanecer ajenos ni un minuto al combate que se ha iniciado y en aras de abatir al enemigo y develar sus sofismas engañadores, en perfecta sintonía con el accionar de los héroes que un 11S aplicaron un demoledor golpe a la modernidad, porque, insistimos, la guerra actual es principalmente psicológica y mediática, vamos a proceder a refutar aquí a uno de los textos más conocidos en que se funda toda esta impostura armada para contrarrestar la aludida ofensiva. Nos referimos específicamente a la obra del autor francés Thierry Meyssan, curiosamente titulada La terrible impostura, cuya finalidad es demostrar entre otras cosas (ya que éste no es el único argumento de su libro) que el 11S no se estrelló un avión en el Pentágono. Antes de entrar a contestar este verdadero panfleto grotesco y fraudulento, contestémosles a aquellos que en una misma tónica sostienen con una convicción cuasi religiosa que Bin Laden no existe simplemente porque el todopoderoso ejército norteamericano no lo ha podido detener y que además en caso de que ello no fuera cierto, se habría hecho inoperativo porque le congelaron los fondos bancarios (por más que comprendamos que en la sociedad moderna estar sin fondos y carecer de créditos bancarios quiere decir no existir o en todo caso ser un cartonero, que es lo mismo) (1) Por otra parte digamos que ya Bin Laden se ha encargado por su cuenta de contestarles a tales personas. Sin embargo a toda esta gente que ni siquiera se rinde ante la evidencia, le decimos que preferimos que se siga creyendo en tales dogmas antes de tener que mostrarles que estaban profundamente equivocados, tal como sucedió con Saddam Hussein cuyo lamentable encarcelamiento representó un también lamentable papelón para quienes sostenían con una suficiencia digna de ignorantes que no iba a aparecer nunca porque era él también un agente de la CIA. Pero digamos que, más que el papelón y vergüenza de tales personas, nos interesa que la causa del fundamentalismo siga viva y triunfante como hasta ahora, representando cada día que pasa, sin la detención de Bin Laden, del Mulah Omad o de Al Zarqawi entre otros, una dura derrota para el enemigo moderno. El fundamentalismo islámico, tal como lo hemos dicho en distintas oportunidades, es tradicional en tanto considera que el Cielo y la eternidad son las metas supremas para el hombre, y que en función de su triunfo es justificable el sacrificio de la propia vida, todo ello independientemente de la religión o cultura a la que éstos pertenezcan.
Yendo ahora precisamente a la obra de Meyssan digamos en primer término quién es esta persona y qué pretende afirmar en su libro. Es dable señalar aquí que la obra no se remite meramente a hablar de la inexistencia de un avión en el atentado contra el Pentágono, sino que pretende ser un texto que serviría principalmente, a partir de tal pretendida revelación, para respaldar el trillado argumento de que en realidad el 11S fue un verdadero montaje armado por ciertos sectores poderosos de los EEUU para justificar acciones imperialistas por todo el planeta, especialmente en el Medio Oriente en donde se encuentran las principales riquezas petroleras. El tema del avión que no habría explotado en el Pentágono representaría para él tan sólo la prueba principal de lo que afirma. Ahora bien, vayamos a los antecedentes que facultarían a esta persona para hablar con propiedad de tal tema. ¿Quién es el Sr. M.? Leamos lo que de él se dice en la solapa de la obra. Se trata de un periodista francés dedicado a la investigación. ¿Pero cuáles son sus títulos académicos y antecedentes al respecto? Cualquiera pensaría, a primera vista, que se trata de un experto en cuestiones de explosivos, y que su libro podía ser algo parecido a lo que fuera el Informe Leuchter, un ingeniero especialista en cámaras de gas que negaba con argumentos científicos que en Auschwitz hubiera habido tal instrumento de exterminio, o en nuestro país el informe del arquitecto De León, experto argentino en explosivos, quien, a través de un peritaje, negara que en el atentado a la Embajada de Israel de Buenos Aires hubiese estallado un coche bomba, y que por lo tanto nos habla con autoridad cuando expresa que las pruebas que posee demuestran a ciencia cierta que no fue un avión lo que estalló contra el Pentágono, sino un misil. No, Meyssan es simplemente un licenciado en Teología sin el más mínimo antecedente para explayarse sobre el tema. Ahora bien, resaltemos además la curiosidad de que entre quienes creen a pie juntillas en su hipótesis, son en su mayoría personas que pertenecen o dicen pertenecer a nuestro mismo bando. Es decir sujetos que se autotitulan como antinorteamericanos en cuanto a los principios o incluso en algunos casos como antimodernos y hasta los hay evolianos. Pues bien, aclarémosle a estos últimos cuál es la ideología del Sr. Meyssan. Siempre de acuerdo a los antecedentes que figuran en la aludida solapa, nos encontramos con que es el secretario del Partido Radical de Francia, es decir, un partido encuadrado dentro del contexto de la extrema izquierda progresista y además, por si fuera poco, ha sido durante tres años coordinador del Comité nacional de vigilancia contra la extrema derecha. Es decir, se trata de un exponente izquierdista del antifascismo que curiosamente alimenta con sus delirios a muchas personas que en la actualidad sustentan justamente la ideología que él combate con vigor. Digamos pues que esto último representa una de las tantas incongruencias de la vida política que hoy vivimos y que sólo se explica en el hecho de que quienes sostienen determinados puntos de vista, en realidad no se han documentado lo suficiente. En conclusión, se trata aquí de alguien signado por una cierta aversión ideológica que intenta con pretendidas pruebas ratificar sus prejuicios. Pero vayamos al argumento principal que pretende aportarnos el autor ¿Cuál es la razón por la que considera con tanta convicción que el 11S no estalló un avión en el Pentágono? Aunque cueste creerlo la prueba principal es la que se exhibe en la tapa de su libro, es decir, simplemente porque en tal  fotografía y otras similares no aparecen restos de avión alguno. Prueba ésta realmente ridícula pues recordemos que tampoco aparecen restos de avión en las fotos que se nos muestran de las ruinas de las Torres Gemelas y no por ello nadie se atrevería a decir que no estallaron aviones en su contra. Claro que la diferencia entre ambos acontecimientos fue que en este último caso hubo cámaras que lo filmaron, en cambio en el Pentágono no hubo ninguna. Imaginémonos pues, en razón de la tiranía mediática que hoy nos gobierna, todos los libros que se hubieran escrito en caso de que la televisión no hubiese filmado con lujo de detalles la voladura de las Torres. Y al respecto digamos también que Bin Laden, que es un gran estratega, entre otras cosas sabía que, en función de las características que posee la guerra moderna, para que la acción fuese plenamente exitosa, debía ser, además de contundente en su capacidad de destrucción, irrebatible también en el plano mediático, que es aquel en donde hoy se dirime la guerra moderna; que no era suficiente sortear los radares del enemigo, sino principalmente su instrumento esencial cual es la televisión y el consecuente control mediático que ésta posee sobre las conciencias de las personas. Es decir, debía actuar en modo tal de que no permitiese darse cabida a duda alguna respecto de la misma, aun de las más descabelladas, como las de Meyssan. Por ello es que pergeñó dos atentados en tiempos diferentes de aproximadamente media hora entre sí, en un mismo lugar, porque sabía que la televisión iba a estar presente al menos en el segundo. Con las Torres sucedió que lo estuvo en ambos, porque dio la casualidad de que en el primer caso estaba filmando un homenaje a los bomberos de Nueva York e involuntariamente documentó lo acontecido. El segundo en cambio fue captado por distintas cámaras. De modo tal que no pudo decirse que lo sucedido fue un misil o un simple accidente aéreo. Con el Pentágono iba a suceder lo mismo, pero el segundo avión no pudo llegar a su objetivo por razones que nunca podremos saber de manera definitiva. Varias cámaras entonces lo habrían filmado y el panfleto de Meyssan entonces nunca se habría podido escribir.
Pero agreguemos que ésta no es la única “prueba” que nos aporta, aunque para él sería la más contundente. Hay otra que consistiría en la sospechosa conducta de los sofisticados radares del Pentágono que no fueron capaces de rastrear en ningún momento el pretendido avión, lo cual para él resulta un imposible y por lo tanto una prueba más de la conjura. Pero por otro lado nos reconoce como un hecho aparte (y aquí manifiesta su profunda ignorancia tecnológica, que afortunadamente no es la nuestra por haber vivido la guerra de Malvinas) que el avión, de haber existido, tendría que haber volado a una altura de casi al ras del suelo para poder impactar en un edificio bajo como el Pentágono, lo cual también le llama la atención pues es algo solamente realizable por un piloto sumamente avezado. Digamos que este último argumento contesta el por qué el avión no fue rastreado por el radar. Justamente en la guerra de Malvinas los aviones que transportaban los misiles Exocet que iban a ser lanzados contra la flota británica también volaban al ras del mar para evitar ser detectados por los radares. Pero por otra parte hay una constante a resaltar aquí y es que todos estos autores encargados de explicarnos grandes confabulaciones están en el fondo convencidos de que Norteamérica es una nación invencible y de que si se equivoca es tan sólo porque lo ha hecho a propósito. Por otro lado digamos que, además de no compartir su admiración, es de destacar también que en toda acción victoriosa no solamente entra a tallar la habilidad del vencedor, sino además la torpeza e ineficiencia, o simplemente los errores del que perdió. El cual por supuesto nunca los reconocerá públicamente.
Estas dos pruebas endebles, insistimos las únicas que esgrime el autor para sustentar su audaz hipótesis, le dan pié para afirmar otras barbaridades del mismo tenor o más insólitas todavía. La teoría que nos pretende demostrar es que hubo un complot. Anticipemos de quien. Por supuesto que no de izquierdistas, es decir de personas pertenecientes a su ideología, sino de integrantes de la extrema derecha que él vigila, como el Ku-klux-klan, los nazis, los fachistas, los servicios de inteligencia, la CIA, el FBI, verdaderos entes demoníacos que quieren meter al mundo entero en un gran asador. Ahora bien, estas personas que tienen el poder sin embargo no se suicidan. Ningún agente de inteligencia puede ser tan tonto como para renunciar a esta vida moderna y placentera. ¿Cómo resolver entonces la cuestión de los aviones de las Torres Gemelas en donde no se puede negar que fueron tales pues los filmó toda la televisión? Aunque no se crea Meyssan nos dice que no hubo “suicidas” (es decir mártires), sino que todo fue obra de pilotos automáticos actuados en consonancia con balizas que estaban en las Torres, las que atrajeron hacia sí a los aviones para prender así una gran mecha que hizo luego estallar sus objetivos. Claro que lo que no puede hacer al respecto, salvo llevar hasta límites inverosímiles su intriga, es cómo explicar todas las llamadas de celulares que desde los aviones hablaban de un secuestro en vuelo, o también qué hacían los pilotos de los mismos cuando eran suplantados mecánicamente por un robot. ¿Dónde están sus comunicaciones con los aeropuertos denunciando tal anomalía en vuelo? El autor tampoco se traga la teoría de que el calor del combustible quemado hizo derretir las columnas de acero de las Torres, sino que según él, aunque no lo pueda ratificar con ningún testimonio al respecto, habría habido explosivos en éstas, puestos por los mismos que instalaron las balizas. Hasta aquí todo suena a sumamente inverosímil y además no sale para nada del terreno de las conjeturas. Pero henos arribar la prueba para él decisoria de que no hubo “suicidas”. Resulta que el FBI encontró entre los escombros nada menos que el pasaporte del principal de uno de ellos, Mohamed Atta. Se pregunta al respecto ¿cómo puede ser que con semejante incendio y explosión haya podido hallarse tal pista? Indudablemente habría sido puesta a propósito para despistar e incriminar al fundamentalismo hallando así la excusa para invadir Afganistán. Llama la atención que esta evidencia, la cual se la podemos reconocer sin inconveniente, no haya sido interpretada en otra manera que no sea la que es más ventajosa para la hipótesis de Meyssan. No se entiende cómo, si los servicios de inteligencia son tan astutos e inteligentes como sostiene el autor, hayan podido acudir a una prueba tan torpe, a no ser que se piense que no lo son y que inventen algo tan absurdo para dar cabida a obras como la de Meyssan encargadas de incriminar a los “fachistas” y ensalzar a su vez la omnipotencia de los norteamericanos.
La otra evidencia que tendría el autor sería el hecho de que en todos estos pretendidos atentados murió muy poca gente. En el Pentágono la explosión fue en una parte en refacción, por lo que apenas falleció un general (parece que era porque no lo querían) y en las Torres le avisaron a la mayoría de que no fueran a trabajar. Resulta curioso, de ser así, que nadie diga nada al respecto, ni que tampoco proteste ninguno de los parientes de las tres mil personas por qué a ellos no se les avisó. La única prueba que aporta es una información de la empresa de seguridad Odigo, cuyo gerente, Michel Micover, manifestó que recibió una orden de sus superiores de dar un asueto para ese día. Acotemos que la empresa aludida era de capitales judíos, lo cual a su vez permitió que rápidamente varios de nuestros nazis o colaterales, que ven conspiraciones judaicas por todas partes, siendo así funcionales a los intereses de los judíos, pusieran el grito en el cielo diciendo: “Eureka” fue el Mossad de Israel el que hizo el atentado para justificar acciones de represalia en el Medio Oriente”. A lo que Meyssan, un pacifista de izquierda, que por lo tanto no puede adherir a tal hipótesis, expresa que, aun reconociendo que se trataba de judíos, sin embargo al parecer en esa empresa había también muchos goims trabajando. Claro, lo que ni los nazis ni Meyssan nos dicen o no le prestan atención es a la fuente de dónde provino tal especie periodística. Adivina adivinador. ¿Fueron los empleados cristianos de la empresa los que se presentaron a los medios a difundir tal revelación? ¿Fue el Ku-kux-klan el que lo dijo para incriminar a los judíos? No, fueron nada menos que los mismos judíos a través del diario sionista e israelita Ha’aretz, el que lanzó tal especie. Ahora bien, nos preguntamos: ¿por qué los judíos habrían de difundir tal noticia? Luego contestaremos por qué son los nazis los que más les creen a los judíos. Con respecto a lo primero porque consiguen un doble objetivo. El primero es el mismo que la inteligencia norteamericana. Obtener un manto de inmunidad respecto de su capacidad militar. Si algo grande nos ha sucedido es porque sólo nosotros nos lo hemos podido producir. No existen en el mundo personas capaces de inferirnos daños. Ésta es la primera parte del mensaje. La segunda es la que comparten con los nazis que les resultan funcionales. Pueden así decirnos con soltura: “Ven, resulta que siempre tenemos la culpa de todo lo que pasa. Si los judíos no existiesen habría que inventarlos”. Una vez más tenemos aquí la victimización que les permite cometer libremente tropelías por el planeta entero.
Por último nos queda lo que nos dice respecto de Bin Laden. El autor da por supuesto que fue un agente de la CIA durante la guerra de Afganistán contra los soviéticos. Sin embargo soslaya el hecho de que en dicha contienda, salvo lo manifestado en las películas de Rambo, los norteamericanos no pisaron suelo afgano para evitar un conflicto diplomático con la URSS. El aludido Bergen hace notar como tal afirmación es apenas una teoría sin ninguna prueba que lo sustente. Agregando a su vez que Bin Laden nunca estuvo en EEUU, que no habla su lengua ni por lo tanto estudió en universidades yanquis como maliciosamente se afirma, sino en una saudita, la de ReyAdbul Aziz. Noten Uds. la mala fe de Meyssan quien, cuando la menciona en su libro, lo hace en traducción inglesa, es decir la llama King Abdul Aziz University, lo cual sería lo mismo que si dijésemos: Fulano de tal estudió en la Buenos Aires University y no en la Universidad de Bs. As. como correspondería. Ello es hecho a propósito como para crearnos la idea de que estuvo estudiando en los Estados Unidos. Además Bergen hace notar también que ya durante la guerra contra los soviéticos Bin Laden se declaraba como antinorteamericano. Habiendo manifestado textualmente: “Estados Unidos debe retirarse del País de los dos Lugares Santos” (lo que se conoce como Arabia Saudita, pero que no aceptaba mencionarla por tal nombre por su rechazo hacia la dinastía saudí). O también: “Estos norteamericanos trajeron... mujeres judías que pueden moverse con entera libertad en nuestra tierra santa”. Etc.
Lo increíble es que nada de todo esto sea mencionado por Meyssan, y no sólo, como los otros autores afines a su postura, no nos aporta pruebas respecto de la pretendida pertenencia a la CIA por parte de Bin Laden, sino que se arriesga a afirmar que sigue perteneciendo a tal agencia, lo mismo que su organización. No sabemos si seguirá diciendo ahora lo mismo pues su libro fue escrito a pocos meses del atentado del 11S, pero nos gustaría poder preguntarle. ¿Por cuales razones la CIA hizo explotar también los trenes de Atocha? Si sus atentados eran para hacer entrar a países en la guerra del Medio Oriente, con este atentado se logró en cambio que España saliera de la misma. ¿Por cuales razones hace que se degüellen rehenes, como en el caso de los filipinos por lo cual también se hizo salir a tal país de la contienda? ¿Y por cuáles causas dinamitó el hotel Hilton de Egipto ocasionando la muerte de medio centenar de ciudadanos judíos? ¿Si era también para justificar represalias, por qué no les avisó antes como en el caso de las Torres? Ni qué decir de los incesantes atentados cometidos por Al Qaeda en contra de las tropas norteamericanas. ¿Qué nos podrá decir de todo esto el “gran impostor” Meyssan?
Unas palabras finales respecto de Bin Laden. No existe persona en la actualidad de la cual se haya distorsionado tanto como la del aludido saudita. En primer término se dice que es un empresario multimillonario, lo cual es totalmente falso. Su única empresa es la de llevar a cabo una gran guerra santa en contra del occidente materialista y decadente. Es cierto que ha tenido una importante fortuna, pero la misma fue heredada de su padre fallecido en un accidente aéreo. Lo interesante a destacar aquí es que él la ha puesto a disposición absoluta de su causa. Él podría haber disfrutado de una vida burguesa y sin sobresaltos, sin embargo ha preferido transcurrir sus días en las heladas montañas de Tora Tora en Afganistán. El aludido Bergen, único periodista norteamericano que lo entrevistara, recuerda como tosía insistentemente por el frío padecido en tal inhóspita región. Él pudo constatar de su entrevista que se trata de una persona de arraigadas creencias religiosas y que su influencia en Al Qaeda es la de un verdadero líder y maestro espiritual. Creemos que no se equivoca tampoco en equipararlo a una figura legendaria del Islam como la del Viejo de la Montaña, líder espiritual de la secta de los Assassins durante la Edad Media y gestor de una renovación espiritual dentro de la propia religión, encargada entre otras cosas de la eliminación de herejes que ocupaban cargos importantes en su estructura a fin de que la misma no se aburguesara. Es de esperar que se cumpla con otra de las características que tuviera tal grupo cual fue la de establecer en plena guerra de las Cruzadas un diálogo fluido con la Orden de los Templarios en el seno de la Cristiandad, en aras de buscar la unión metafísica y trascendente entre las grandes religiones. Quizás, para que ello se reitere, sea necesario que en el seno de la nuestra se recree tal orden y al decir de Juan Manuel de Rosas “se golpee con la tiara a la polilla que la carcome”.
Finalicemos la exposición diciendo que habiendo pasado setenta años de la edición italiana de la obra y 10 de la primera versión al castellano finalmente en el mundo ha aparecido un movimiento que, siguiendo lo anticipado por nuestro autor, ha hilvanado una verdadera y propia Rebelión contra el mundo moderno.

 

NOTA
(1) En su obra “Guerra Santa S.A.”, Peter Bergen, quien fuera el único periodista norteamericano que lo entrevistara a Bin Laden poco antes del 11S, afirma que, como Bin Laden quiere ser coherente con sus principios islámicos, no depositó nunca sus fondos en los Bancos occidentales porque el Corán prohíbe la práctica de la usura, por lo tanto lo hace en Bancos de origen árabe acordes con tales principios. Es decir que por tal causa los fondos nunca le fueron realmente congelados.

(Texto de la Conferencia dictada el pasado 4-11-04 en la sede del Centro de Estudios Evolianos de Buenos Aires)