APUNTES SOBRE EL QUINTO ESTADO

Cuando el caos ya se organiza y adquiere una explícita intencionalidad, entonces estamos en la fase de la disolución: hemos entrado pues en la sociedad del paria, es decir, en el Quinto Estado.

LA GUERRA DE LOS RUIDOS

Es un fenómeno de los tiempos últimos la importancia e influencia sin igual que adquiere el ruido entre los seres humanos. Entre las múltiples agresiones cacofónicas que se padecen actualmente, aconteciendo la mayoría de ellas sin mayores reparos de las autoridades, es de destacarse la cantidad de decibeles que se alcanzan con las músicas ultramodernas, lo cual adquiere ribetes verdaderamente alarmantes y escandalosos por lo que ya son múltiples las preocupaciones existentes acerca del grado de salud mental que alcanzarán a tener en el futuro las generaciones venideras, acostumbradas como están a permanecer horas enteras en contacto con las mismas. Bien sabemos que el ruido no deja pensar. Pero esto que en épocas con atisbos aun de normalidad era reputado como un inconveniente, hoy es a la inversa expresamente buscado como un medio de evasión de la realidad a la que ya no se soporta y de la que se trata de escapar por cualquier medio alucinante que se encuentre al alcance. La moda del walkman entre los jóvenes y los no tan jóvenes ha hecho al respecto verdaderos estragos. Quien ha convertido a tal objeto en un medio de uso habitual, con suma dificultad puede volver a adquirir el sentido de la ubicuidad en el tiempo y en el espacio en el momento en el cual, por alguna circunstancia casual, es obligado a alejarse del mismo en razón de una emergencia inesperada. Salir del ruido incesante y excluyente, de la otra realidad que tal aparatejo ha generado, es parecido como a desprenderse de un estado de sueño intenso o de una catalepsis. Pero además es conveniente a veces observar los estados casi epilépticos e histeroides en que incurren los atrapados por los ruidos musicales que imparte el walkman, justamente en razón de su adhesión incesante a tal realidad, los cuales, para el que se encuentra afuera de tal espectáculo y no profundiza en el trasfondo dramático del problema, representan verdaderos motivos de risa y casi una mezcla que va entre la curiosidad y el asombro.

Pero dicho problema hoy en día se profundiza por el hecho de que el hombre moderno se reputa a sí mismo como un animal social, lo cual, si bien fue también un ideal en otras épocas, la etapa actual se caracteriza por querer realizarlo hasta un hartazgo que orilla lo patológico; pues ésta, a pesar de todos sus egoísmos, su competitividad individualista, su carencia de verdaderos sentimientos comunitarios, principalmente en razón de esa misma economicidad que precisa de una producción en serie y masificada, ha estereotipado ese carácter social y por ende animal del ser humano hasta límites nunca antes conocidos. En ningún momento se ha insistido tanto como ahora en la necesidad afectiva de estar juntos, de "compartir", de convertirse en el otro, o en los otros, de interactuar en grupo, de debatirlo todo y hasta de conocer socialmente, lo cual también se manifiesta en el plano corpóreo, el que, según la tradición, es un símbolo del alma, a través de ese impulso hoy impuesto universalmente de tener que toquetearse, acoplarse, y hasta de besuquearse, incluso entre hombres. Al respecto el pansexualismo, que en la actualidad vivimos en manera por lo demás enfermiza, es un signo de tal fenómeno coercitivo de socialización de la cultura. Hasta las mismas misas católicas no han quedado ajenas a tal proceso; como un signo más de los tiempos liminales en que nos hallamos hoy en día, ellas han instituido en una parte de su ceremonia la instancia del toqueteo y besuqueo en la acción de "darse la paz". Todo ello como un testimonio más de la sociabilidad extrema, de el no considerarse nada sin el otro que tenemos cerca.

Ahora bien, el teledirigido hombre actual, en especial el joven en estado de walkman, y adaptado dócilmente a esta "necesidad animal y social", sale de su soledad, motivado por querer compartir e "interactuar" con otros. Pero sucede que él lo hace sin haber abandonado su situación interna, su adhesión a esa otra realidad en la cual se ha encastillado para evadirse de ésta; él no ha dejado de ser un individuo por más que se encuentre junto a otros iguales. Resulta ser así como si, a través de éstos, él intentara que el mundo que lo rodea se convirtiera en un inmenso walkman. De allí que las histerias y epilepsias, antes inofensivas y generadoras de sonrisas para quienes las observábamos desde afuera, en tanto que se trataba de uno solo, hoy se convierten en verdaderos peligros de violencia irracional, destrucción gratuita y habitualmente sin razón alguna, hallando su climax más hondo en esos verdaderos espectáculos infernales que son los festivales de rock and roll. Así pues si, tal como dijéramos, un joven solo y aislado resulta algo simpático y pintoresco, cuando están juntos son un verdadero peligro difícil de contrarrestar, no teniendo la sociedad leyes ni barreras adecuadas como para contenerlos.

Pero la ciencia y la tecnología afortunadamente "progresan" con una fatalidad incontenible. Lo cual sin embargo no significa que acaben con los problemas, sino que en todo caso tan sólo los mediatizan, creando por supuesto otros suplementarios, muchas veces peores y más complicados que los anteriores. Hoy se han inventado aparatos novedosos para que otros animales sociales molestos, como los ratones y los insectos por ejemplo, no se acerquen a nosotros, a través de olores o ruidos, imperceptibles para nuestro olfato y oído, que los espantan y los mantienen alejados de nuestro habitat. Resulta al respecto curioso, y como un signo más del abismo en que nos hallamos, el medio, sumamente eficaz y acorde con tales invenciones, que en una ciudad australiana se ha encontrado no para eliminar, sino para contener y apartar esa violencia irracional e irrefrenable de los jóvenes. El hecho ha acontecido en un supermercado o shopping el que ha dado con un novedoso procedimiento para "ahuyentar" de sus instalaciones a los molestos y dañinos jóvenes en patota y rockeados. Pues bien: utilizando los mismos medios con los que ellos nos torturan a nosotros, el ruido. Así pues en las instalaciones de tal comercio se ha puesto a todo volumen y durante todo el día, la música de Bing Crosby, un cantante melódico de la década del 50. El resultado ha sido contundente. Desde ese entonces ninguna banda de jóvenes concurre al shopping. Los únicos que lo hacen son los simpáticos portadores de walkman, ya que, como no pueden oír, alegran así nuestra vista con sus contorneos y entretenidos mohines. Si pasaran ópera o Vivaldi disminuirían las ventas.

ELECCIONES DE RÍO NEGRO

Si en algo han servido las recientes elecciones en tal provincia, verdadero reflejo de lo que acontece en todo el país, y teniendo en cuenta que desde hace 16 años se vota siempre lo mismo, a pesar de todos los latrocinios padecidos, a pesar de hallarnos con una provincia saqueada, a pesar de todos los delitos impunes con la complicidad ya manifiesta de la clase dirigente, a pesar de todo... la consecuencia que puede sacarse es la siguiente. Puesto que la masa es pasiva y femenina, ha de recordarse aquel sabio consejo que la anciana le diera a Zarathustra: "¿Has de encontrarte con una mujer? Entonces no olvides el látigo".

 

LA EDUCACIÓN POR LA CORBATA

 

Es un viejo dicho aquel que sostiene que el pez se pudre por la cabeza. En efecto, la causa principal de la disolución de las sociedades humanas no ha comenzado nunca con la sublevación de sus sectores más bajos y de menores recursos, sea económicos, como morales e intelectuales, sino, a la inversa, con la de los más altos, los cuales empiezan en un primer momento rechazando cumplir con la función que les es propia y luego, en un segundo paso –y ésta es la característica principal de los tiempos finales– luchando expresamente en contra de ella, sosteniendo principios que le son opuestos diametralmente. Es lo que René Guénon tratara en obras tales como El reino de la cantidad y los signos de los tiempos. Allí se resalta cómo en la subversión moderna se empieza primero con la antitradición, es decir, oponiéndose al orden propio de la civilización y luego, con el tiempo, se termina, en la última etapa, con la contratradición, que es cuando se constituye un orden nuevo, el que se caracteriza por ser su opuesto exacto, es decir, una especie de reino del revés. En el primer caso tenemos una actitud de negación por toda norma o disciplina, por toda distancia o diferencia entre las personas, a lo que no se soporta y se considera como un límite para la propia libertad; para llegarse finalmente, luego de una incesante tarea de simple negación, a la institución de una forma de organización, pero invertida, de algo así como una norma de la antinorma, de una verdadera represión de todo aquel o aquello que aun intente por cualquier medio respetar o hacer respetar un principio determinado. Se trata así de una especie de organización del caos, tal como calificáramos en su momento al hablar del Quinto Estado.

Donde mejor puede verse dicho fenómeno de regresión es en el ámbito educativo, justamente allí donde, de acuerdo al mismo origen etimológico de la palabra escuela (del griego skolé = ocio), se conservan habitualmente las normas tradicionales de una comunidad, tratándose pues del lugar en donde se cultiva aquel clima de "ocio" contemplativo que permite recrearlas en forma múltiple y diferenciada de acuerdo a la pluralidad de las circunstancias. La escuela ha sido siempre el ámbito en el que se trataba de preservar a la sociedad de las consecuencias que producían las incesantes innovaciones o cambios propios del mundo profano, en donde, por el contrario, prima la agitación y la tendencia irrefrenable hacia el caos, haciendo así de modo tal que este fenómeno, a pesar de su turbulencia, no modificara la esencia misma del orden social. Por ello es que tradicionalmente la escuela fue como un templo en donde se cultivaban las virtudes superiores de la sociedad, aquellas que se remontaban de generación en generación y que permitían que la misma siempre fuera tal a pesar de todos las desórdenes propios del mundo que la circundaba. Por ejemplo, en el uso de la lengua, era la escuela el lugar en donde se preservaba su pureza, librándola de los barbarismos, extranjerismos, groserismos gramaticales y semánticos que suelen invadir permanentemente los diferentes idiomas. Del mismo modo que era el ámbito en donde se preservaban los buenos modales, obligando al joven a adquirirlos allí en donde en su hogar, por deficiencias o imposibilidades, ello no hubiese sido factible hacerlo. También en ella se sostenía dicho orden a través del uso adecuado de la vestimenta, cultivándoselo en la escuela por medio de virtudes tales como la frugalidad, el decoro y principalmente se trataba de que la presentación de las personas fuera acorde con el lugar social que se ocupaba. Al respecto la tradición siempre concibió que los sexos eran diferentes no sólo física, sino en modo principal espiritualmente; que así como existe una higiene y cuidado físico propio de un sexo, del mismo modo debe existir una educación acorde a cada uno de ellos en particular a fin de que, rehuyéndose de las confusiones niveladoras e igualitarias, cada uno de ellos pudiese, a través de la educación, desplegar la naturaleza que le es propia. Era por tal razón que las escuelas estaban organizadas por sexo separado, a fin de evitar sea la feminización del varón como la masculinización de la mujer. Se rechazaba así el equívoco igualitarismo que lo único que hacía era mezclar los rangos y las funciones, teniéndose así una sociedad como la actual en la que habitualmente ninguno de los dos sexos es propiamente tal.

Pero ha sucedido que esta tendencia a la nivelación y al igualitarismo, propia de las democracias en sus fases más avanzadas de degradación, es paradojalmente en la escuela en donde adquiere hoy en día su mayor vigor y poder expansivo. Si antes la institución escolar era un factor de conservación y estabilidad respecto de los cambios, y ello era un verdadero reaseguro de la sociedad para evitar su disolución y caos, hoy en la etapa de la contratradición es justamente al revés. Se ha pasado aquí de la indiferencia respecto de los problemas y desórdenes existentes, a la actitud contraria de exaltación y promoción de los mismos. Comenzando en primer término con el uso del lenguaje en donde se ha promovido en la enseñanza de la materia lengua la no corrección de los errores gramaticales, pues la enmienda al alumno ignorante le produciría traumas de represión y autoritarismo, y por lo tanto harían de él un sujeto fracasado y tonto, pasando luego por la autodisciplina en donde cada joven se "disciplina" a sí mismo, desapareciendo así las sanciones correctivas, no pudiendo los alumnos ser más expulsados, siendo cuanto más cambiados de curso o de escuela en caso de tratarse de sujetos insoportables. Al respecto merecería un capítulo especial la reciente creación en las escuelas de Buenos Aires –aunque ya fue ensayado en Río Negro con los resultados imaginables– del denominado "Consejo de Convivencia" (lo más correcto sería llamarlo "Consejo de Connivencia") en el cual todos (alumnos, padres, bedeles, preceptores, y algún profesor simpático y populachero) "resuelven" sobre los problemas de disciplina con las ya previsibles consecuencias. Con respecto a los repitentes es interesante tener en cuenta el hecho de que nunca se les puede vedar el ingreso a un establecimiento escolar y pueden volver a concurrir al mismo las veces que lo deseen, dándose así el curioso caso en ciertos sistemas educativos de que, si aconteciese no haber matrícula suficiente, el repitente tendría prioridad por haber acumulado más "antigüedad" en la institución. Se fomenta de este modo la idea de que la escuela, más que ser una institución formativa y educativa, es una especie de guardería o lugar donde se deposita a la gente para evitar que deambule por las calles haciendo líos o delinquiendo. Demás está decir que tampoco se combaten las groserías en el lenguaje, en los gestos, en la vestimenta. Y hasta llega el caso de que los mismos docentes, para granjearse la popularidad y simpatía entre los jóvenes, incurren en el mismo uso de léxicos ordinarios y groseros, generándose entre ellos una verdadera competencia "democrática".

Es por tales razones que no debe para nada extrañar que éstos con el tiempo hayan terminado renunciado a definirse a sí mismos como maestros (del latín magis = el que es más) para aceptar, incluso con un orgullo digno de ignorantes, ser simplemente "trabajadores de la educación", como puede serlo por ejemplo un bedel, o un ordenanza, o un peón de limpieza de la misma escuela, gozando por lo tanto todos por igual de "la misma dignidad". Y lo increíble es que este menosprecio de sí mismos, el que ha debido también tener indeseadas consecuencias en su salario, sea asumido con satisfacción y vanidad por éstos, olvidando así el significado que siempre tuvo la educación como actividad preeminentemente vocativa, espiritual y sacra, y no como un simple trabajo.

Como corolario de los verdaderos absurdos en los cuales ha caído el sistema educativo en la Argentina, todo ello como una señal más del caos y de la democracia en que se halla tal país, hoy encontramos un verdadero símbolo en una reciente disposición tomada por el Consejo Provincial de Neuquén, provincia ésta que, junto a Río Negro, se ha constituido a sí misma como prueba piloto para el ámbito educativo, prospectiva y arquetípica para el resto del país, de todas las experiencias disolutorias a punto de ser ensayadas y asumidas por todos de manera por lo demás pasiva y obtusa. Así pues, luego de haberse permitido cualquier uso de vestimenta posible en alumnos y docentes, rechazándose así el rol de la escuela como ámbito formador de la buena y correcta presentación de las personas, pasándose así de una escuela que educa a una escuela que imita a la sociedad en primer término y más tarde a una que promueve explícitamente todos los malos ejemplos existentes, se acaba de llegar finalmente al paso último posible, es decir, a la prohibición del decoro en el uso de la vestimenta. No deja pues de llamarnos al asombro que en tal provincia se haya prohibido el uso de la corbata en docentes, alumnos y suponemos que también para padres y para toda persona que ingrese a sus instalaciones. Parece ser que, a pesar de que hoy también ciertas mujeres hayan asumido el uso de tal prenda, creyendo con acciones de este tipo poder igualar al hombre, igualmente, y como una señal de rechazo hacia un símbolo considerado aun como signo de lo viril, autoritario y "machista", se la quiera "reprimir" y "discriminar" en su uso en tanto que recordaría tiempos pasados a los que no se quiere volver, justamente no democráticos en la medida que un solo sexo podía usarla de manera distintiva. El paso que viene será no sólo promover hablar con errores y groserías, como hasta ahora sucedía, sino además exigirlo, para no mortificar a los brutos, dejándolos en estado de inferioridad. El ciclo se cierra.

 

MISCELÁNEAS GÜELFAS

Desaparecida la revista seria del güelfismo en la Argentina, su director y hermano de sacerdote, Buela, (a no confundir con su homónimo cineasta y patriota, quien por tal causa es perseguido por el sistema) no por ello ha dejado de convidarnos con sus singulares escritos, productos muchos de ellos de sus obsesivos malos humores. Resulta ser que, suspendidos los fondos gubernamentales, pues, al hallarnos en ciernes del eclipse del menemato, se hacía ya innecesario un apoyo "católico" al Mercosur, y luego de emprenderla contra Duhalde quien, con mucho tino, le había eliminado los avisos a una revista menemista, ahora, tras el forzoso cierre, ha hallado un nuevo espacio más acorde con su estilo. El suplemento nacionalista del Diario del Viajero, publicación que se reparte gratuitamente y que se lee en aeropuertos mientras se espera la llegada de un avión, le ha facilitado sus columnas para que una vez más exude sus enojos consuetudinarios. Creemos que se trata de la revista indicada para el Sr. Buela, Alberto, junto a articulistas, como el soporífero varón español Blanco Lázara y montanistas fanáticos como Belcastro, para quien todo aquel que no comparta lo que piensa el papa se trata de un protestante peligroso y a punto de anidarse en el infierno. Pero esta vez ha sucedido que, debido a los antes aludidos fracasos, sus malos humores han ido en aumento al punto de emprenderla contra todos aquellos que no tienen la suerte de llamarse Alberto Buela, hasta con los que le son afines, como los padres Biestro y Sánchez Abelenda, o como Caponnetto, no tratándose así propiamente de una cuestión doctrinaria, sino posiblemente del producto de su desencanto, como si acaso fuésemos los allí aludidos y no su exagerada vanidad y oportunismo quienes tuviésemos alguna culpa por lo que le ha acontecido. Resulta ser así que todos los que nos preocupamos por divulgar las obras de algún pensador, traduciéndolo e intentando enriquecer de este modo el marco cultural de nuestro medio seríamos para él "policías del pensamiento" y "esterilizadores", cuando tendría que ser exactamente al revés, pues tal calificativo cuadraría en todo caso para el que limita los horizontes doctrinarios a lo ya existente, manteniendo las mismas ideas impolutas e hibernadas durante muchos años, tal como le ha sucedido por ejemplo a nuestro nacionalismo güelfo, del que Buela es fiel exponente. Además nos califica por ello de "viudas", como si traducir o divulgar a un autor implicara adherir forzosamente a todo lo que él dice. Lo cual no es para nada nuestro caso con Julius Evola, pues en múltiples escritos y artículos editados hemos resaltado nuestro catolicismo, en contrastante diferencia con el autor aludido, así como nuestra adhesión a la conquista de América a la que Evola erradamente calificara como una simple empresa de aventureros. Pero lo curioso del artículo es que nos critica a todos justamente lo que él hace en forma ostensible y descarada. Así pues, quien es verdaderamente una "viuda" que sigue a pié juntilla un pensamiento ajeno, el que por otra parte no es para nada original, como veremos, es el mismo Buela, ya que él retoma dogmática y fanáticamente la obra y doctrina del Padre Julio Meinvielle, pero en su etapa y faceta más sectaria, perteneciente a la que se manifestara en libros tales como De la Cábala al Progresismo. En cambio él critica, como si se tratase verdaderamente de una de las "viudas" a las que tanto rechaza, al finado padre Sánchez Abelenda quien en su prólogo a la reedición de tal obra había tratado en cambio de tomar alguna distancia respecto de ciertas limitaciones que aparecían en la misma. En efecto, el Padre Menvielle fue un autor ambivalente. Lo bueno en él son aquellos escritos en las cuales trata un tema específico, como por ejemplo El poder destructivo de la dialéctica comunista, en donde con suma solvencia explica el carácter deletéreo de la ideología marxista, de cómo su pretendido método, más que ser un procedimiento científico de conocimiento, como se pretende hacer creer, se trata de un instrumento práctico de disolución y destrucción de todo orden normal. De este modo, con obras de este tenor, él ha otorgado elementos de suma importancia a todas aquellas personas abocadas seriamente a una militancia contrarrevolucionaria. Pero sin embargo dicho ensayista no es en nada recomendable ni original cuando la emprende como teólogo de la historia. Allí aparece su marcado clericalismo, su fanatismo güelfo y papista en su forma más cruda, la que irá agudizándose a medida que pasen los años, siendo un testimonio cabal del mismo justamente su última obra, la que escribiera sobre la Cábala judía.

Meinvielle fue además un pensador comprometido con la política, pero que no tuvo éxito en la militancia; ninguno de los movimientos en los que pudo influir tuvo verdadera importancia en la historia argentina. Quizás producto también aquí de un activismo fallido y sin solución haya sido justamente esta última obra en la cual, desencantado, se recluye en la más cerrada postura güelfa, por la cual él, en forma por demás esquemática, divide a la humanidad en dos grupos de hombres para él diferentes y antitéticos: los católicos y los gnósticos. Los primeros serían los que, al encontrarse en la verdad, por lo tanto se salvan, los segundos en cambio representarían el error y consecuentemente la condena. Es decir, exactamente el mismo esquema que Buela había asumido en otro artículo de su desaparecida revista y que nosotros refutáramos en su momento (véase El Fortín Nº 9). Para ambos, gnósticos son todos aquellos que no reconocen que Cristo sea el Dios verdadero. Es decir que, para Meinvielle y Buela, católico, esto es, perteneciente al bando de los buenos, podría ser por ejemplo un condenado a muerte que asesinó a veinte personas pero que, antes de que se le apriete el nudo en la garganta, acepta a Jesucristo como Dios, y gnóstico, a la inversa, podría ser en cambio un asceta que ha entregado su vida entera a la oración pero que, al no haber asumido dicho dogma, ni a la Iglesia como su dispensadora y representante en la tierra, se encuentra irreversiblemente condenado.

Pero Meinvielle era sin embargo mucho más prudente que Buela en sus aseveraciones. Si bien reconocía al Papa como el representante de Cristo, debido a ciertos reconocidos desvíos en los que éste había incurrido, no se animaba a calificar como gnósticos también a aquellos católicos que no lo hicieran o que dudaran de la validez del último Concilio. Buela da un paso más adelante que su maestro, para él son gnósticos por ejemplo no solamente todos los que no son católicos, sino también aquellos que, aun siéndolo, no reconocen al Papa como el representante de Cristo en la tierra. Así pues él engrosa aun más la nutrida lista de réprobos elaborada por Menvielle con la incorporación de católicos como Disandro o los grupos sedevacantistas. Es decir que para Buela católico se convierte en sinónimo de papista. Aquí agreguemos que se trata sin embargo de un papista que pretende ser al mismo tiempo ortodoxo con respecto a los principios de su religión, es decir, algo parecido a lo que son los lefevristas, aunque con ciertas diferencias menores que enseguida señalaremos. Ahora bien, ¿qué es lo que le sucede a un papista ortodoxo cuándo no está de acuerdo con lo que dice el Papa o cuando éste, por sus actos, contradice abiertamente los principios que representa? Por ejemplo ¿qué pasa con su adhesión al papa cuando éste se manifiesta fervientemente a favor de las Naciones Unidas, pide perdón al pueblo judío, condena el "Holocausto", adhiere a Gran Bretaña en la guerra de Malvinas o cuando en el pasado condenara a movimientos tradicionales como la Acción Francesa de Maurras? Pues bien, aquí es donde aparece una diferencia entre los dos sectores mencionados. Mientras que los lefevristas se sienten en libertad de acatar o no lo que dice el papa porque éste no acompaña sus declaraciones con la mágica locución ex cathedra (¿qué pasará el día en que lo haga? Posiblemente allí desaparezca el lefevrismo), Buela sostiene maritainianamente una especie de contrición y esperanza en la infalibilidad del pontífice, ya que, según su opinión, a pesar de todo, "las puertas del infierno nunca prevalecerán sobre él". Era Maritain justamente quien, en ocasión del conflicto de Pío XI con los católicos adherentes a la Acción Francesa, decía que el católico se diferencia del protestante porque él humilla siempre su razón, adhiriendo en todo momento, por un acto de fe, a la figura del papa y que, de esta manera, con dicha actitud de "humildad", (más bien sería obsecuencia) él lo ayuda a no equivocarse en lo sucesivo, puesto que tarde o temprano, ya que la Iglesia sería una hipóstasis de la Trinidad, éste terminaría reencauzándose.

Creemos que el error del papismo jesuítico es el de considerar que lo que distingue al protestantismo del catolicismo es la fe o no en el papa. Sin embargo aquí las diferencias son en el fondo mínimas: en ambos casos se afirma la insuficiencia de la condición humana ante la trascendencia de Dios, sosteniéndose el abismo ontológico entre las dos realidades, la humana y la divina, siendo ésta pues una de las características propias del judaísmo en su influencia en la religión cristiana. De allí la sabia calificación de judeo-cristiano dada por Carlos Disandro para referirse a este tipo de religiosidad. Si para el protestante es la gracia divina la que en última instancia salva al hombre, siendo la fe la respuesta pasiva ante la misma, para el papismo güelfo se trata de la pasiva fe y confianza en el papa, a quien se le atribuye un carácter de divinidad, que el protestantismo en cambio otorga solamente a Dios a través de sus Escrituras. En ambos casos el hombre es un ser pecador y carente que todo debe recibirlo de alguno, siendo incapaz de realizar por sí la divinidad.

Es aquí en este punto que, ante la intolerancia y sectarismo demostrado por tales sectores integristas y güelfos, que demonizan a todos los que no piensan como ellos, alguno podrá preguntarse respecto de la relación que los mismos tienen con el crudo y extremo ecumenismo asumido hoy en día abiertamente por la Iglesia católica a partir del Concilio Vaticano II. Es decir, ¿cómo puede explicarse la coexistencia simultánea en su seno de dos posiciones tan antitéticas como la que por un lado establece una total apertura con el mundo moderno y por el otro la que rechaza y descalifica como satánica a aquella postura que no sea estrictamente católica y papista? Es decir que, si por un lado tenemos a un Papa que sostiene una unión ecuménica entre las distintas religiones, aceptándolas como caminos diferentes para llegar a Dios, por el otro nos encontramos con sectores que, definiéndose papistas, consideran como gnósticos y condenados a quienes no aceptan la soberanía absoluta de Jesucristo y de la Iglesia, su representante en la tierra. Ello encuentra su respuesta en lo que sabiamente hiciera notar Evola en la recientemente editada al castellano, El Arco y la Clava. Los últimos tiempos, es decir, la etapa terminal de una civilización, se caracterizan justamente por estereotipar todas las tendencias más negativas antes existentes. En el caso de la postura ecuménica formulada por el Vaticano II nos encontramos con una unidad democrática, por lo bajo y no por lo alto. Es una unión en donde lo que está en juego es el factor moral que poseen las diferentes religiones, el que por sí mismo nunca fue sino un hecho inferior y externo, pensado con la única finalidad de refrenar lo mundano en el hombre a fin de que dirija su mirada hacia lo espiritual y sagrado. Es por tal razón que la Iglesia moderna hoy en día sólo se ocupa de dichas cuestiones secundarias, inclusive en encíclicas como Humanus Genus de Paulo VI, a la que Buela le asigna un particular sesgo de ortodoxia, y es por ello también que hoy encuentra gran afinidad con los sectores puramente laicos. El plano metafísico más elevado, es decir el que se refiere a lo estrictamente espiritual y que es por naturaleza universal, queda en cambio sin tocar en tal unidad y es aquel en el cual paradojalmente se acentúa la postura de contraste agudo respecto de las distintas cosmovisiones no católicas, las que, como vemos, son reputadas genéricamente como gnósticas por el sector que se define por la ortodoxia. Bien sabemos que una de las características principales de los últimos tiempos, los que se manifiestan como de gran confusión, es que se produce la agudización de todas las tendencias regresivas antes existentes. Si por un lado el impulso hacia lo profano se acentúa a través del establecimiento de un falso ecumenismo de un nivel puramente moral, que es una parodia del verdadero representado por la unidad trascendente de las grandes religiones; a su vez, en un nivel espiritual, se estereotipan los fundamentalismos e integrismos que con intolerancia extrema vedan cualquier forma de unidad superior. Así es como vemos en posturas como las de Buela y en su momento las asumidas por los lefevristas con respecto a Evola y a nosotros, un sectarismo aun mayor que el existido en las más oscuras épocas de la Inquisición, en donde se podía ser fanáticamente católico y aceptar sin embargo la vigencia de filósofos paganos como Aristóteles, Plotino o Platón, mientras que ahora para los mismos resulta absolutamente vedada la introducción de cualquier nuevo pensamiento que no sea el estrictamente aceptado por el "Magisterio". Una vez más: el ciclo se cierra.