FEDERICO NIETZSCHE A LA LUZ DEL PENSAMIENTO TRADICIONAL

 

Tal como como expresa el título de esta conferencia no es nuestra finalidad, en estas pocas palabras que pronunciaremos acerca de lo que es y representa el pensamiento de Nietzsche, hacer aquí una exposición académica, típica de meros profesores de filosofía. Lejos estamos nosotros de pretendidas “objetividades” ni de alardes eruditos. Y además a esto se agrega que fue justamenteNietzsche quien jamás quiso ser un profesor de filosofía, sustituyendo sus estudios vocacionales en relación a tal disciplina por los de filología. Y ello en razón de una intencionalidad muy precisa: la filosofía de Occidente, según Nietzsche, desde hacía más de dos mil años, es decir, prácticamente desde sus mismos orígenes, en vez de haber sido el instrumento para conocer la realidad había sido en cambio la encargada de ocultarla ahogando con sus esquematismos e idealizaciones todo lo que fuera vida e impulso primario hacia la misma, es decir, cerrando al hombre aquella vía que permitiese el despliegue de la voluntad de poder, habiendo de tal modo representado un desvío y una decadencia de nuestra civilización.
Nietzsche murió hace 100 años prácticamente ignorado por la inmensa mayoría de sus contemporáneos. Sus obras fueron difíciles de ser vendidas en vida del autor, muchas de ellas jamás hallaron un editor que se arriesgara en la empresa, pero él sin embargo decía siempre que su filosofía (retengamos siempre la diferencia entre filósofo y profesor de filosofía) no era para su tiempo, sino para épocas futuras. Hoy, luego de 100 años de la muerte del gran filósofo, del más gran filósofo que ha dado el siglo XIX, podemos decir que en tal aspecto su profecía se ha cumplido. Hoy todos hablan de NietzscheNietzsche se ha convertido en lectura obligada en las más diferentes universidades, pero lamentablemente lo que jamás hubiera podido imaginarse nuestro autor es que el Nietzsche que se nos ha impuesto, es propiamente lo contrario de lo que fuera tal pensador. Justamente, dentro del contexto de tal distorsión, me ha sucedido recientemente presenciar por televisión cómo una profesora universitaria, luego de manifestarse como adepta a todas las manifestaciones de la decadencia combatidas por el mismo Nietzsche en vida, tales como el anarquismo, el socialismo, la democracia, pero principalmente el feminismo, lo proclamara a éste como a su gran mentor. Digamos al respecto que si nuestro venerado filósofo hoy estuviera vivo y escuchara tales despropósitos iría a corregir presurosamente aquel texto delZarathustra en el que afirma que cuando uno se topa con una mujer, (se refiere por supuesto a una de esas mujeres “emancipadas” y adeptas al feminismo, que es, digámoslo de paso la verdadera negación de lo que es una mujer en su esencia) habría que utilizar no el látigo, sino que esta vez diría de manera más drástica que lo que debería recurrirse es a la guillotina.
Resaltemos entonces que nuestro único deseo aquí es el de ayudar a rescatarlo a Nietzsche de la confusión en la que se encuentra sumido en la actualidad, hoy convertido en un pensador de moda y curiosamente como una especie de filósofo mentor de las posturas que se proclaman adeptas de ese pintoresco fenómeno cual es lo que ha dado en llamarse la postmodernidad. Postura ésta que se encuentra justamente en las antípodas de sus líneas de pensamiento esencial. Al respecto, digamos de entrada que es cierto que Nietzsche no fue en nada un pensador moderno, que fue un profundo crítico de la modernidad, pero ello no ha sido al modo como hoy se concibe dicha crítica, en tanto que la misma representa por el contrario una estereotipación de todos sus mismos defectos, y principalmente del relativismo y del nihilismo, tan combatidos por nuestro filósofo y de lo cual luego hablaremos.
Agreguemos también, en relación al título que lleva esta conferencia, y anticipando nuestra tesis, que Nietzsche, si bien no fue un pensador tradicional en sentido estricto, como pueden haberlo sido PlotinoGuénon o Julius Evola, sin embargo intentaremos demostrar en esta exposición que en lo esencial no se les opone y que sus diferencias son en gran medida secundarias y soslayables en la perspectiva actual de elaborar un pensamiento alternativo al de la modernidad.
Y aquí valgan un par de ideas para referirnos a lo que representa el pensamiento tradicional. El mismo se distingue del moderno porque, a diferencia de éste, no reduce el campo del conocimiento humano a la organización de los meros datos que captan nuestros sentidos externos. No acepta por lo tanto la mera existencia del plano físico y material, sino que afirma también la de una dimensión metafísica, como una realidad superior y superpuesta a lo que es meramente natural y que, así como existe un camino para acceder a la realidad física que es el que se organiza a través de los sentidos externos, también hay una vía para acceder a la metafísica cual es el intelecto en su función intuitiva (no meramente discursiva a lo que lo ha reducido la modernidad) y que por lo tanto el hombre es el único de los seres del cosmos con capacidad de participar simultáneamente de estas dos realidades. Tal como dijera Pico de la Mirándola: “Lo grande en el hombre es que además del conocimiento sensitivo, propio de los animales, tiene también el intelectivo que es común al ángel. Y además es el único ser en el cual hay una participación de las dos dimensiones de lo real: es mortal, pero también capaz de alcanzar la inmortalidad”. Y tal como dijeran a su vez contemporáneamente Los Dióscuros, retomando ellos también desde el tradicionalismo un gran pensamiento de Nietzsche, lo grande en el hombre es el de ser medio y puente y no fin, él tiene la inmensa posibilidad desde rebajarse a la condición de un bruto hasta elevarse a la de un dios que siempre es.
Además la vía metafísica correspondiente a lo que se comprende como el ejercicio de la intuición intelectual no es accesible en modo espontáneo y a partir de la condición en la cual naturalmente el hombre se encuentra desde que nace y a través de su convivencia social, sino que es un camino sólo asible a través de un aprendizaje y transformación esencial del sujeto, lo cual es lo que tradicionalmente se conoce con el nombre de iniciación. Por tal causa sea Evola como los grandes pensadores de esta corriente siempre han resaltado que el conocimiento metafísico, a diferencia del profano y vulgar, es fundamentalmente una realización, que transforma y modifica al sujeto que participa del mismo.
Hechas estas acotaciones esenciales digamos en primer término que Nietzsche no fue un pensador metafísico en el sentido que la tradición asigna a tal término. Es más, en él suele asociarse un profundo rechazo hacia la metafísica acompañada por un mismo sentimiento de desagrado y antagonismo respecto de la religión convencional, especialmente la que ha venido a imponerse en el Occidente. Ésta es la primera observación que podemos hacer de su pensamiento. Si bien resultan válidas las objeciones que él formula a la religión convencional y meramente fideísta, y si bien puede resultar aceptable afirmar que la misma ha representado en Occidente un esencial antecedente de todas las corrientes secularizadas, emanadas de ésta, tales como el socialismo, la democracia, el liberalismo, etc., sin embargo reputamos como objetable su rechazo por la metafísica y por el esoterismo en tanto se proceda a la asimilación de ambos fenómenos con el de la religión.
Pero una vez hecha esta primera observación, volvamos a señalar que Nietzsche no fue sin embargo un pensador postmoderno, como pretende hoy en día afirmarse, sino esencialmente antimoderno, y tal será pues el sentido que se resaltará en esta conferencia. Podemos al respecto decir que el abismo que ha existido siempre entre tradición y modernidad a lo largo de todos los tiempos de la historia hoy con la aparición de este movimiento denominado de la postmodernidad, lejos de haberse reducido la fisura y el abismo, éste se ha ahondado en mayor medida y que la crítica que Nietzsche formula a la modernidad es justamente hacia aquellos aspectos que luego se han manifestado estereotipadamente en la etapa terminal representada por la postmodernidad.
¿Qué es lo que Nietzsche critica a la modernidad? Rechaza todas las manifestaciones últimas de su tiempo: el igualitarismo, la democracia, el socialismo, del mismo modo que el dogmatismo religioso, en el que sin embargo erradamente  incluye a la metafísica. Nietzsche es de los pocos que se ubica por afuera de los dos bandos en los que se divide su época. Él está simultáneamente en contra del fideísmo religioso representado por la religión convencional como del laicismo cientificista, representado por las filosofías progresistas, iluministas o historicistas, incrementadas a partir de la Revolución Francesa. Denuncia en ambos por igual su fe en un cierto progreso, diferente en ambas concepciones, pero progreso al fin, y por lo tanto la idea compartida por ambos de que la existencia tenga un sentido que se le ha superpuesto y al cual ésta deba en el fondo ordenarse. Este fenómeno recibirá de su parte el nombre de nihilismo, en tanto que ambos movimientos han significado una negación y depreciación de la vida en la medida en que la han mediatizado y subordinado a una realidad a la que se reputa como superior (Dios, Historia, Ley del Progreso, etc.) y que sólo en la cual la misma adquiriría un sentido. Denomina por lo tanto como nihilismo a aquel movimento por el cual se le niega a la vida valor en sí mismo.
Pero no debe creerse sin embargo que las críticas de Nietzsche hacia la religión sean hechas desde una perspectiva laicista y atea. Lamuerte de Dios que él predica no es en manera alguna el ateísmo, sino, tal como se verá, un superhumanismo que encierra, en manera indirecta, y sin expresarlo explícitamente el autor, una dimensión propiamente metafísica. Quiero referirme aquí a dos frases que aparecen en el Zarathustra y que pueden expresarnos de manera cabal lo que nuestro autor comprende como religión. “Si Dios existe, cómo podría renunciar a ser yo también Dios” y “Os proclamo una nueva religión, la religión de la tierra y una meta de la misma: el superhombre”.
Aquí no se rechaza la idea de una trascendencia, de un fin que vaya más allá del mero presente (tal como es la formulación del postmodernismo). Y quiero al respecto referirme a una discrepancia con el análisis que Evola hace de Nietzsche en Cabalgar el tigre. Allí él manifiesta que nuestro autor, a pesar de su pregonado nihilismo, en el sentido de no asujetar al hombre a un fin que lo trascienda, sin embargo sucumbe a la tentación de hallar un sentido con su teoría del superhombre, a la que le asigna a mi entender erradamente una significación biologista y darwiniana. El superhombre sería para él un tipo de hombre más evolucionado y perfecto. Nosotros consideramos en vez que no tenemos aquí en modo alguno una forma exacerbada de inmanentismo, como sostiene Evola,sino en cambio la asociación íntima y estrecha de lo divino con lo humanoNietzsche no rechaza  toda idea de Dios o de divinidad, sino a un cierto tipo. No el Dios judío absolutamente ajeno al hombre y ante el cual sólo cabe sumisión y esclavitud, sino el Dios que es al mismo tiempo hombre. Pero por supuesto que no se trata de este hombre que nos rodea, el último hombre, sino de un tipo de hombre superior, quien se encuentra más allá del bien y del mal: el superhombre. Por ello ni humanismo ni teísmo, las dos formas en que se divide la modernidad, pero que coinciden ambas por igual en recluir a lo humano en la dimensión de las apariencias, sino superhumanismo.
Teísmo y humanismo son las manifestaciones propias de la modernidad y representan un desvío respecto del impulso originario del hombre hacia la divinización de sí mismo que es la proyección última de la voluntad de poder. ¿Cuál es la causa de tales desvíos? Aquí es interesante hallar un comienzo de la decadencia que es cuando se pasa de una religión heroica en la cual lo divino estaba vinculado a la figura regia, a lo que denomina como el dominio de los sacerdotes. Con dicha perspectiva Nietzsche se asocia claramente a la tesis del gibelinismo y éste es quizás uno de los senderos que lo acercan al mundo de la tradición. Su análisis parte de la historia del judaísmo, pueblo al cual atribuye causas profundas de la decadencia del Occidente. Él llega a decir que una civilización nueva podrá constituirse únicamente defenestrando al judío del dominio que allí ejerce, dominio no meramente económico, sino principalmente espiritual. ¿Pero a qué judaísmo él se refiere? Justamente acotemos aquí que uno de los caballitos de batalla de las actuales interpretaciones postmodernas es el de haber querido disminuir el antijudaísmo de Nietzsche resaltando sus diferencias con los antisemitas de su tiempo con los cuales él tenía severos distanciamientos. Por lo tanto no sería cierta la afirmación de unNietzsche cercano al nazismo. Pero éstos acontecían no porque él no fuera antijudío, sino por el carácter peculiar de su antijudaísmo, el cual no era biológico, ni confesional. El judío representa para él la fuerza originaria de la decadencia, la cual se ha expandido luego en el Occidente a través del cristianismo. El problema del judío no era el de que se tratase de una subraza biológicamente imperfecta, tesis marcionita hoy sustentada por Miguel Serrano y el nazismo biológico, ni por haberlo crucificado a Jesús, tesis católico integrista, sino por haber sido aquel pueblo que ha asumido el espíritu de la decadencia en manera más abismal esparciéndolo por el mundo luego a través del judeo-cristianismo. Sin embargo, la decadencia no comienza propiamente con el surgimiento del pueblo judío, sino en un momento preciso de su acontecer histórico, el que corresponde al dominio de los sacerdotes. Antes, cuando eran los reyes los que ejercían el poder simultánemente político y religioso, Jeovah, su dios, no era en modo alguno ese dios celoso al que todos debían someterse tal como ahora lo conocemos, sino que representaba, como en cualquier otra religión de las existentes, la sublimación de las fuerzas espirituales de un pueblo expresadas temporalmente a través de la figura de sus reyes. Los reyes, en todas las grandes tradiciones, eran la representación de Dios en la tierra y su poder no podía ser nunca defenestrado por el sacerdocio. (Tal era por otra parte la tesis gibelina combatida por la Iglesia.). Dios era invocado ante cada conquista obtenida por el pueblo, desde una buena cosecha hasta el triunfo sobre el enemigo. Y la existencia plena de un rey era como la confirmación de todas las dichas y el testimonio de que el mismo se había alineado en la buena senda. Lo divino era pues la representación de todo lo fausto que le acontecía a un determinado pueblo y la vigencia y el dominio pleno del Rey era un testimonio ostensible de todo ello. Dios y Rey como su manifestación visible en la tierra eran a su vez las señales del triunfo de su poder de voluntad. Pero, cuando éste era vencido, desaparecían simultáneamente con la obediencia y veneración al Rey también la creencia en el Dios, ambos eran sustituidos ante la derrota. Se reconocía la superioridad del otro al cual se trataba de integrarse. Así es como ha acontecido en la historia en donde los pueblos triunfadores fueron absorbiendo a los vencidos en su civilización.
Pero no fue esto lo que sucedió con el judío, y aquí se encuentra su especificidad que lo diferencia de los demás. Éste ante la sucesión de fracasos políticos y militares, seguidos de sometimientos a pueblos vecinos, se encontrará ante el serio dilema de ser o no ser y entonces –y éste es el momento de inicio de la decadencia–  elige ser a cualquier precio. ¿Y qué significa ese cualquier precio? Justamente invertir totalmente la idea tradicional de Dios, e ingresar así al espíritu moderno de la decadencia, del cual el judío se convertirá en el pueblo arquetípico y motor esencial de tal tendencia. Ello sobreviene con el dominio del sacerdocio. Aquí esa acción de agradecimiento y de reconocimiento por lo cual lo divino era el testimonio de un éxito en el despliegue de la fuerza de la vida, es sustituida por un acto de sometimiento a la voluntad omnímoda del dios, representada por el sacerdote. No se acepta que el abandono de un dios significa  el haber concluido un ciclo en la vida, y por lo tanto la sustitución de ese dios por otro, del pueblo que ha vencido que, en tanto triunfador, no es sino la manifestación perenne de un mismo principio y al que se trata de reconocerle entonces su superioridad, sino que lo divino desciende aquí a un dualismo ético entre culpa y castigo y obediencia y premio. El hombre deja de ser el colaborador o el compañero de Dios, aquel que testimonia en el mundo su obra sublime, sino una criatura dependiente y carente. Si haces todo lo que Dios dice y anulas tu libertad, entonces te salvarás, si no te condenarás, es la máxima del dominio de los sacerdotes. Y tal accionar obediente es hacia lo que dice el sacerdote. El Dios se convierte en tiránico y exige un cumplimiento ilimitado de preceptos y leyes para asegurar su señorío. Repleta es la religión judía de leyes y reglamentaciones. Surge así simultánemente con el legalismo moralista, la idea de pecado por la cual el hombre es concebido como un ser ineficiente que todo debe esperarlo de afuera, de un Dios que premia y castiga según sus antojos y ante el cual sólo cabe la más absoluta obediencia y subordinación. Puesto que el hombre está repleto de carencias necesita pues de un innúmero de leyes para que lo saneen.
Y este dominio del sacerdocio concuerda con la decadencia de los pueblos. Surge así una religiosidad de esclavos, de seres carentes y temerosos, de náufragos, a los cuales les es dable tan sólo obedecer. Y ante ellos el sacerdote aparece como la contraparte de esta situación. Hay una gran semejanza, secularizada por supuesto, con el político de los tiempos actuales. Éste también acude simultánemente al miedo y a la adulación de la masa. Todos son iguales ante dios, dirá el sacerdote, todos valemos por igual un voto, manifestará a su vez el político, significando ello la supresión de toda jerarquía, de cualquier diferencia superior, de cualquier aristocracia. Las almas son todas inmortales por igual. Y más aun, llega a igualarse también en cuanto a la inmortalidad a los salvados y rechazados. ¿Y cómo puede alcanzarse el bien, la salvación, el paraíso, el cielo? Pues bien, haciendo lo que nos dicen los sacerdotes, obedeciéndoles ciegamente, del mismo modo que con la democracia “se come y se educa”, pero con la condición de que todos seamos democráticos, es decir, que nos convirtamos a tal religión.
Además nos resalta el carácter plebeyo que tiene el ideal paradisíaco del judeo-cristianismo. El paraíso es la tierra sin conflicto y sin sufrimientos, que se encuentra afuera de ésta, es el rechazo por el dolor como un mal, cuando los espíritus superiores saben en cambio ver en los mismos una fuente creadora y de energías. La vida cómoda del plebeyo, que, acotemos, no tiene nada que ver tal categoría con tener dinero y riquezas (“Plebeyos arriba y plebeyos abajo, tal es el drama de nuestra época”), el pacifismo,  se traslada y sublima en el ideal de paraíso cristiano, asociado a su vez a una actitud de revancha y de resentimiento. Recuerda al respecto a Dante el cual imaginaba un infierno repleto de sus enemigos y un cielo con una mirilla a través de la cual los “salvados” se solazaban a través de la contemplación de los sufrimientos de los condenados. Para tal religión de los sacerdotes, los fuertes de hoy serán los condenados de mañana y los débiles en vez serán los triunfadores para la eternidad. “Los últimos serán los primeros”.
Es interesante aquí acotar la solución que Nietzsche propone al problema judío. Indudablemente, de la misma manera que su contemporáneo, el músico R. Wagner, él concuerda en que el judío es la fuerza  disolutoria de la civilización y que éste logrará sanearse únicamente extirpando de su seno la influencia judía. Pero las soluciones son diferentes. Mientras que Wagner sostiene que la resolución pasa por la conversión del judío lo mismo que sostiene el cristianismo, Nietzsche desdeña de tal posibilidad. Pero aun así se opone al antisemitismo de su tiempo en tanto considera un severo error evitar la integración del judío a la sociedad germánica. Dicha sociedad ya se encuentra plagada suficientemente de virus moderno gracias principalmente al cristianismo, el cual en Alemania, con Lutero ha tenido justamente la variante más judaica del mismo y aun el pretendido paganismo inspirado en Wagner retoza por doquier de cristianismo. Ser antisemita pues al modo germánico, oponerse al ingreso del judío para mantener indemne a la sociedad cristiana tradicional sería el más grave error en el que podría incurrirse. Al contrario, siendo el judío la única de las razas que se ha mantenido pura, lo que se logrará de tal manera por reacción contraria es que la misma se organice y revitalice. ¿No es lo que ha sucedido acaso tras las persecuciones del régimen hitlerista en Alemania? ¿Habría durado tanto el régimen judío de Israel sin la existencia previa de los campos de concentración y del Holocausto, los cuales han representado un verdadero justificativo para todas sus tropelías?
En esta solución vemos justamente un mentís para aquellos que han querido asimilar a Nietzsche con el nazismo. Puesto que él no ve posibilidades a la restauración del Occidente, piensa que la integración del judío en su seno facilitará por el contrario su etapa destructiva, para dar lugar a una nueva humanidad y civilización, la del superhombre. Y en esto quizás pueda hallarse una cierta semejanza con la postura de Evola respecto del problema judío. Según Evola no hay que detener lo que está destinado a perecer. Y a su vez, en materia de antisemitismo, Evola tampoco consideraba al judío como una raza biológica, sino como una raza del espíritu, constituida justamente a través de la diáspora, es decir el período del dominio de los sacerdotes. Y de la misma manera queNietzsche no creía en las posibilidades de restauración del Occidente que pasaran por un retorno a la tradición cristiana o pagana, sino por el contrario pensaba que la Edad del hierro en la cual nos encontramos sólo iba concluir a través de un colapso, sólo luego del cual era posible instaurar una nueva Edad Áurea.
Y es justamente dentro de dicha situación de decadencia, antes reducida a un pueblo en particular, aunque con otros antecedentes históricos acontecidos en el Oriente (por ej. Egipto) que puede comprenderse en su magnitud el carácter de verdadero un virus destructivo que según Nietzsche asumirá con el cristianismo el espíritu judío invade el Occidente. ¿Y qué es lo que representa el cristianismo?
En  su obra El Anticristo aparece condensada su crítica al cristianismo, el mismo representa:
1)     El espíritu decadente. 2) La rebelión de los parias. 3) El goce por el sufrimiento, la autoflagelación, comprendido como depreciación y odio por todo lo que sea sano y vital.
Mientras que el judío representa el modelo arquetípico de un pueblo que se rebela contra la vida y penetra en la decadencia, el cristianismo es la manifestación y expansión plena hacia el Occidente y el resto del mundo de este odio instintivo hacia la realidad. Si bien Jesús representa un conato de rebelión contra los sacerdotes, la misma ha sido tan sólo contra sus exponentes, no contra el espíritu de esta religión. Al contrario la ha universalizado con dos principios:
a)      el concepto del amor como miedo hacia el dolor y el sufrimiento. De este modo ha ensalzado al plebeyo que es el que busca la felicidad y el goce. El último hombre del que hablaba Zaratustra que ha inventado la felicidad.
b)     El concepto de igualdad de todos ante Dios en tanto pecadores y poseedores por igual de un alma inmortal.
El pecado es la categoría propia del judaísmo y retomada por el cristianismo en tanto Iglesia. Es un singular medio de opresión ejercido por el sacerdocio y que después será retomado por lo que es la secularización de estas religiones desviadas. El sacerdote promete a los hombres el cielo a cambio de la sumisión de éstos a su gobierno y nos enseña que, si no le obedecemos, corremos todos el peligro de caer en el infierno y la perdición. Y en esto también se parece al político democrático de nuestros días quien razona en forma secularizada del mismo modo que el sacerdote. Ambos especulan con el miedo hacia lo desconocido o hacia lo que se les ha contado a la gente que es lo desconocido y que ellos en cambio conocen. La democracia representa la gran panacea (se come, se educa, se cura), aunque la misma se encuentre siempre en un más allá. La diferencia se encuentra en que el más allá que nos propone el sacerdote pertenece a otro mundo allende esta vida, en cambio el paraíso democrático pertenecería a otro tiempo futuro, a otras generaciones que habrían sido capaces de incrementar hasta límites absolutos (cosa que nunca sería suficiente) el modo de vida democrático, las cuales se van alejando siempre en el tiempo hasta no hallar límite alguno. Y además, del mismo modo que afuera del orden instituido por los sacerdotes se encuentra el mal y el infierno, afuera de la democracia se encontraría la nada y la perdición. Por lo que cuando algo no sucede bien no es por un mal intrínseco de la democracia misma, sino por una insuficiencia de ésta en su realización, la que se resolverá luego en generaciones futuras, más maduras y por lo tanto más democráticas.
Si Jesús representó un conato fallido por desplazar al sacerdote, tal actutud cambia con el cristianismo que ha sido usurpado porPablo, el que ha representado la reacción sacerdotal. Es el judío dos y hasta tres veces. Es el odio por las distancias y la absurda afirmación de la igualdad de derechos. “El cristianismo es la mayor desgracia que se ha abatido jamás sobre la humanidad”.
El anarquista y el cristiano, a pesar de oponerse entre sí, tienen por igual un mismo origen. Rechazan la desigualdad que es en verdad la verdadera fuente del derecho.
A su vez el cristianismo fue el vampiro del imperio romano. El mismo era lo suficientemente sólido como para soportar a los malos emperadores, pero no así al cristiano, esa forma más corrupta de la corrupción.
¿Y qué es lo que caracteriza al cristiano? Su afán por destruirlo todo, por cuestionar hasta las más elementales creencias. Hay una similitud, aunque en una escala menor, con la actitud dialéctica de Sócrates que todo lo cuestiona, sobre todo lo que existe él busca el porqué, lo trastorna y trastrueca, aplica la ironía, siembra así el caos sobre lo obvio. Es que con la dialéctica triunfa así la plebe. Agreguemos que la plebe representa al hombre inferior que no puede intuir metafísicamente, entonces éste sobre lo que no puede ver siembra el caos, la duda, la ironía. Sócrates en efecto era de origen plebeyo. Pero lo que necesita ser probado poco vale. Vale en cambio aquello que por sí mismo se manifiesta en claridad y plenitud. El sol no precisa de un discurso que anuncie su arribo, simplemente es y alumbra. Pero en cambio el ciego que no ve, cuando es resentido, se burla de la luz y de la claridad. Así puesSócrates fue el payaso que se hizo tomar en serio. Hay una profunda similitud entre la figura de Pablo y de Sócrates, a pesar del optimismo del uno por la razón y del otro por la fe. Hago el mal porque no conozco el bien, diría Sócrates, conozco el bien y sin embargo hago el mal, dice en cambio Pablo, por lo que sólo la fe me salva. Pero ambos desvalorizan el mundo por igual. Ambos engañan y son resentidos por su condición. Para el primero el concepto suplanta a la vida y para el segundo las ideas de inmortalidad y de infierno desvalorizan al mundo. Y no es que Sócrates fue mandado a matar. Él buscó ser condenado y matado. Distinto es el caso de Platón, él fue en cambio un aristócrata fallido que no supo ordenar un Estado, por ello entonces lo siguió a Sócrates en su dialéctica y la convirtió en sistema.
Y aquello que es efectuado primero por la filosofía en un cenáculo restringido en cambio será multiplicado por el cristianismo de Pablo. Pablo es el judío eterno por excelencia. Comprendió que con el concepto de inmortalidad iba a poder desvalorizar el mundo, con el de infierno daría cuenta de Roma. Con el de más allá se mataría a la vida. Y a su vez el cristianismo es “platonismo del pueblo”. Nihilismo y cristianismo marchan por el mismo camino.
Hay otra diferencia notable entre Nietzsche y el pensamiento tradicional. Mientras que este último ve en la Edad Media y específicamente en el gibelinismo un intento de rectificación del espíritu cristiano en sus caracteres judaicos, el primero en cambio sólo alcanza a reivindicar el intento paganizante del Renacimiento, que para Evola y Guénon representa en cambio un conato de decadencia. Justamente para él Lutero representa el retorno hacia el espíritu judaico y en esto hay desde ya plena coincidencia de perspectiva.
Por lo tanto toda la filosofía y la religión de Occidente desde Sócrates y Platón hasta Hegel pasando por el cristianismo pertenecen por igual a lo que ha dado en calificarse como nihilismo.
Los califica de nihilistas. Son nihilistas en cuanto niegan la vida por el concepto de un más allá perfecto ante el cual esta realidad queda totalmente depreciada y sin valor. Desde esta perspectiva Nietzsche rechaza no sólo la religión, sino también la metafísica. (Ésta es como dijimos su gran limitación). Lo que distingue a la religión de la metafísica es el carácter popular de la primera. “El cristianismo es para él platonismo de pueblo”. Pero hay un segundo nihilismo al que él adhiere y por lo cual él mismo se proclama como el más gran nihilista de todos los tiempos. Es lo que podría denominarse como un nihilismo activo. El nihilismo activo es la actitud de crítica radical por la que se niegan sistemáticamente todas las concepciones vigentes. Partiendo de Kant la filosofía se ha hecho crítica. Pero Kant detuvo su crítica al ámbito del conocimiento, cuando demostró la no identidad entre la realidad y el objeto conocido. Sin embargo su nihilismo se ha detenido en la faz moral en donde se siguen aceptando los mismos conceptos de bien, de mal, de bondad, de pecado, de felicidad como determinantes de la voluntad humana. Nietzsche formula aquí una diferencia de móviles entre el hombre y el superhombre. Mientras que para el hombre y en grados cada vez más bajos que van desde el hombre de su tiempo hasta el último hombre, es decir, el hombre actual, el móvil de la existencia es el bienestar, el confort y la paz, para el superhombre, en este caso el hombre diferenciado de Evola, el móvil de la acción es en cambio el honor, la dignidad, la lucha, la guerra, la victoria. La limitación que notamos es que, así como él acepta la existencia de dos morales, una que es propia del hombre inferior y otra del superior, no sucede en cambio así en lo relativo a dos formas diferentes de conocimiento entre el hombre y el superhombre. De allí pues su limitación respecto de la metafísica y la superioridad que en dicho plano en cambio hallamos en el pensamiento tradicional.
El nihilismo activo consiste pues en una negación de una negación. Y una doble negación en lógica es una afirmación. En este caso se niega lo que niega a la vida y de este modo se la reafirma. Acá hay que acotar que Nietzsche cuando habla de vida no se trata aquí de una mera existencia biológica, error en el cual han caído, como decía, algunos intérpretes de sus interpretes, incluso a mi entender el mismo J. Evola en Cabalgar el tigreLa vida es para él en última instancia espíritu, pero espíritu es fundamentalmente impulso e instinto, y principalmente libertad. Se vincula dicho concepto con la doctrina del eterno retorno. El tiempo no es una línea con un comienzo y un final, estando encadenados los momentos entre sí por una unidad de sentido, por la cual cada momento adquiere valor en función del todo que lo contiene y le asigna un significado. Este instante tiene un valor absoluto y es por lo tanto eterno en tanto que el mismo se repite ilimitadamente siempre igual.

 

Conclusión:

Podemos decir que Nietzshe y el pensamiento tradicional, lejos de contraponerse en lo esencial, concuerdan y se complementan mutuamente.
a)     Si Nietzsche quiere superar las limitaciones del kantismo en el campo ético, rechazando la idea de universalidad moral, lo cual es rescatable, no debería sin embargo haber aceptado en el campo del conocimiento la universalidad de un yo trascendental único para la especie hombre. Él debería haber distinguido tambien aquí entre hombre y superhombre. Mientras que al hombre (asimilable al homo o pasu del esoterismo) le corresponde el mero conocimiento sensitivo y discursivo, al superhombre (asimilable al vir o virya del esoterismo) le corresponde además el conocimiento intuitivo intelectual de carácter metafísico. Mientras que uno sólo puede conocer las cosas que devienen y cambian ilimitadamente sin poder alcanzar nunca los principios eternos que trascienden y rigen lo real, el otro en cambio puede conocer la realidad superior que no es una negación de ésta.
b)    De ninguna manera en Nietzsche hallamos un rechazo hacia la religión. Es sólo hacia el judeo-cristianismo que él dirige sus dardos, hacia la religión plebeya y de esclavos, no hacia una religión aristocrática que asocia lo humano con lo divino, la política con la metafísica. Y aun así, una vez que se ha asumido la veracidad y sensatez de su crítica a tal vertiente, es posible como nosotros seguir siendo católico al no sentirse para nada tocado en lo más íntimo por dichas críticas. El dilema de nuestra religión sigue dirimiéndose entre güelfismo y gibelinismo, fenómenos éstos que no se reducen tan sólo al cristianismo. Y desde tal perspectiva no dudamos en asimilar a Nietzsche con el gibelinismo. Y más aun, una vez que hemos hecho las aclaraciones necesarias con respecto a la excepción manifestada a través de la figura de Jesús, podemos decir que su acento está puesto específicamente en el judaísmo y en aquello que, en tanto perteneciente al tronco judío y fariseo, se encuentra presente en el cristianismo, del cual Pablo es la principal figura, del mismo modo que en el campo de la filosofía Sócratesrepresenta el desvío de la razón que de intuitiva se ha convertido en discursiva. Por lo tanto una vez más es clara la asociación entre Nietzsche y la tradición.

MARCOS GHIO