UN FUTURO MUY NEGRO

 

La Casa Blanca autoriza a Condoleezza Rice a que declare en público ante la  comisión del 11-S | Internacional | EL PAÍS

“Estados Unidos es el país en donde el futuro llega primero”  (Tocqueville)
El Departamento de Estado es el lugar desde  donde Estados Unidos proyecta su imagen hacia el resto del mundo" (presidente Bush)

El reciente nombramiento de la ciudadana negra, Condolezza Rice, al frente del Departamento de Estado, habiendo sido precedida antes por el también negro Colin Powel, no debería ser considerado como una simple casualidad, ni como un hecho carente de significación.
Tal circunstancia, además de representar la primera vez en que sucede en la historia de un país signado por una ancestral discriminación hacia el ciudadano de color y debido a la importancia significativa que posee tal cargo, merece un par de reflexiones.
En primer término, en relación a las remanidas relaciones existentes entre la raza blanca y la negra en los Estados Unidos, habría que recordar lo que alguien dijera en el sentido de que ha sucedido aquí lo mismo de lo que hace dos siglos manifestara Carlos Marx en relación a la emancipación del pueblo judío, luego de más de mil años de persecución. Así como en Occidente el judío ha podido emanciparse en tanto ha logrado imponer el propio espíritu a todos los demás, el negro, otrora oprimido y condenado a vivir en esclavitud, ha logrado salir de tal condición no meramente en la medida en que ha alcanzado a ocupar el mismo lugar que posee el blanco, sino en tanto que ha sido este último el que ha terminado asimilando elementos esenciales de su raza.
Ahora bien, queremos aprovechar aquí la ocasión para manifestar que no somos de ninguna manera “racistas” en el sentido que ha tomado tal término en los últimos tiempos, en tanto que por el mismo se sostenga la superioridad de una determinada raza sobre las restantes, tal como acontece sea con el racismo ario nazi como con el judío sionista. Pero no por ello nos vemos obligados a aceptar la postura contraria y ambientalista, asimilada hoy en día por la UNESCO, para la cual no solamente no podría hablarse de superioridad, sino que incluso no existirían propiamente las razas humanas. Nosotros en cambio somos racistas en un sentido muy diferente, en tanto nos atrevemos a manifestar lo que cualquier persona mínimamente advertida puede percibir y no se atreve a decirlo, esto es, que los seres humanos, en tanto desiguales por el color de la piel, también lo son desde el punto de vista del espíritu que poseen y que, así como Platón afirmaba que el cuerpo es la imagen del alma, la que a su vez expresa las desigualdades existentes a través de distintas tipologías, las razas representan un importante y significativo grado de diferencia entre los hombres y las mismas poseen todas por igual, aunque en grado distinto, elementos sea positivos como negativos. Y a su vez, por esta misma razón, consideramos como algo bueno que las razas interactúen entre sí tratando sea de asimilar de la otra lo que ésta posee de positivo, como una forma de reactivo hacia los propios defectos, así como por el contrario, a través de la defensa de la propia identidad, sean capaces de afirmar lo que en ellas existe de positivo para contrarrestar lo que de la otra resultaría en cambio deletéreo en caso de ser asimilado por la propia. Cuando esta selección no se hace, en gran medida por los defectos antes mencionados, sea los relativos al racismo del tipo aludido como a los del mero ambientalismo, es justamente cuando se terminan recabando de aquella con la cual se interactúa todos los elementos que deberían en cambio haber sido rechazados sin más, del mismo modo que también se resulta incapaz de asimilar lo positivo que aquella podría haber llegado a brindarnos. Y ello puede suceder aun cuando, desde un punto meramente externo, la otra raza sea “discriminada” o sometida a un trato diferencial y hasta humillante. El caso extremo lo hemos tenido con la actitud del racismo nazi hacia el judío u otros pueblos a los que consideraba inferiores. En esto, sin darse cuenta, se estaba imitando de la raza judía un elemento de ésta que en cambio debía ser combatido, el exclusivismo expresado en su cerrada convicción de considerarse el pueblo elegido y consecuentemente superior a todos los restantes, tal como hoy es padecido en carne propia por el pueblo palestino. Vemos así un ejemplo de como se puede haber asimilado el espíritu de una raza aun en una actitud paradojal de persecución y hasta de exterminio respecto de ésta.
Ahora bien, volviendo al tema que nos convoca, que es la relación entre la raza negra y blanca en Estados Unidos, recordemos que en otras oportunidades hemos señalado como, a pesar de existir grandes antagonismos y desconfianzas entre las mismas, ciertas características esenciales de la cultura yanqui son influjos directos del alma negra. La raza negra ha sido calificada con razón como una raza del cuerpo, esto es, una raza en la cual el elemento más vinculado al plano físico, así como a la parte sensitiva del yo, es lo que más se refleja y exalta. Y ello es dable percibirlo a través de ciertos fenómenos propios de la cultura yanqui. Por un lado el culto exacerbado del deporte que se cultiva en Estados Unidos, y en el que es obviamente el negro el que descolla; aunque concebido aquí no a la manera clásica como armonía del cuerpo con el espíritu, como acción ritual y olímpica a través de la cual se hace descender lo sagrado en lo profano, sino meramente como un ebrio y desaforado despliegue físico, a veces hasta alcanzando límites paroxistas que superan incluso a la misma naturaleza humana, habiéndose acudido así al uso de sustancias químicas y corrosivas para alcanzar a superar ciertas marcas naturalmente reputadas como inalcanzables. De la misma manera es también influjo negro la música que hoy se ha impuesto en los Estados Unidos y por extensión, aunque sea triste reconocerlo, en el resto del mundo. El rock, derivado directo del jazz, así como éste a su vez lo fuera de los negroes spirituals que entonaban los esclavos en épocas de cosechas, por  su ritmo sincopado, uniforme y reiterativo, no es sino una versión moderna del antiguo tam tam de las tribus africanas. De la misma manera, el culto por el trabajo comprendido como un fin en sí mismo, si bien ha recibido del influjo calvinista originario de la primera colonización blanca norteamericana un impulso fundamental, ha sin embargo hallado en el fervor negro por la acción mecánica y sin sentido superior que la trascienda, propia de los que son esclavos, un móvil y confirmación esencial para consumarse. Queda también como negro el rechazo congénito hacia la metafísica, disciplina ajena al dinero y al lucro, actitud propia del norteamericano, que nuevamente en el sensualismo desaforado, en el culto por el interés, ha encontrado una verdadera y propia confirmación. La droga, habitualmente asociada al ritual del rock y a los “recitales”, también es originaria de lo negro y de sus danzas mecánicas y frenéticas en donde todo lo que signifique elevación espiritual, a través de la armonía entre el cuerpo y la melodía, es sustituido por el sometimiento burdo y reflejo hacia el ruido cacofónico, generalmente producido por máquinas rimbombantes. Se asocia ello a su vez a ceremonias religiosas inferiores, tales como las del rito  macumba, de origen también negro y africano, en las cuales los éxtasis, muchas veces producidos por sustancias químicas, significan un reflujo de lo racional en aras de hacer irrumpir en el sujeto todas las fuerzas inferiores relativas al plano más bajo de la sensibilidad y lo instintivo.
Por supuesto que hay valores positivos en el alma negra que deberían ser a su vez asimilados por el blanco, pero respecto de los cuales el norteamericano de hoy en día es incapaz de efectuar un reconocimiento. Uno de ellos es la fidelidad asumida casi con exasperación, hasta la renuncia del propio yo, tal como se visualiza en los relatos de la vida de los esclavos sureños, de los cuales el legendario Tom resulta el verdadero paradigma literario. Nos hallamos aquí con seres que son capaces de darlo todo por el otro representado en la figura de su amo a quien se admira hasta en sus mismos defectos. O aun en nuestra historia con el sacrificio casi anónimo del liberto Falucho, siguiendo a su jefe hasta los mismos caminos del Cielo, suscitándose aquí una obediencia que es espontánea y devocional y que no exige explicaciones ni retribuciones para hacerlo. Quizás esta característica positiva de lo negro pueda vincularse a su vez con la dicotomía sexual en la que la mujer arquetípica, antagónica en un todo de la moderna mujer “emancipada”, es la que tiene por meta existencial excluyente la de vivir e inmolarse por su hombre, al cual todo le acepta en tanto su señor y dador de sentido. El negro y la mujer tradicionalmente fueron figuras equiparables en su exaltación del valor de la fidelidad absoluta cuyo límite se encuentra únicamente en la muerte.
¿Pero qué sucede cuando aquel al que se debe ser fiel incondicionalmente sucumbe y se anula a sí mismo asimilando en cambio de su subordinado aquellos caracteres que él debería orientar? Cuando el amo, en vez de dirigir al esclavo, lo imita y copia en sus costumbres, cuando el hombre se feminiza, tomando de la mujer sus disvalores, pero multiplicándolos en intensidad, pues éstos cuando se encuentran subordinados a lo que es superior se convierten habitualmente en inofensivos, pero cuando el jefe desaparece entonces es como si los diques de contención se hubiesen roto. Es el momento en que el blanco, renunciando a sus principios esenciales, renuncia también a ser señor y, perdido todo horizonte propio, sólo le resta imitar al negro erigiéndolo en su inconsciente como el arquetipo de su acción. Surge entonces una ética propia de esclavos desencadenados. La acción se vuelve así mecánica e irreflexiva. La razón es sustituida por el ciego impulso instintivo. Es cuando a nivel político el imperio es suplantado por el imperialismo, el carisma espiritual por la mera fuerza material. En la guerra el héroe es suplido por la máquina que todo lo aplasta en su camino. El fervor y la pasión por lo que es superior invierte su rumbo y se remite hacia lo bajo. Sin una directriz que lo oriente el impulso se vuelve entonces ciego y destructivo.
Como una sustancia deletérea y corrosiva lo femenino y lo negro, apartados de su principio, se unifican en una sola dirección que se hace caótica por carecer de una forma superior que la contenga. Rotas todas las barreras, la guerra se convierte entonces en absoluta y la destrucción del enemigo no ahorra límite alguno de humanidad. Falujah, Bagdad, Mosul y todos los restantes exterminios sistemáticos y calculados son pues el negro futuro que puede esperarse.

 

 Marcos Ghio

                                                                                                               Buenos Aires, 19-11-04