LA SITUACIÓN ARGENTINA Y LOS PRINCIPIOS

 

Las recientes conclusiones publicadas por el Indec en el sentido de que más de la mitad de la población argentina se encuentra en la línea de pobreza y que casi un tercio de la misma vive en la indigencia, es decir, no puede alimentarse dignamente, son ya un índice claro que a más de uno debería llamar a la reflexión con respecto a la viabilidad del sistema que nos rige desde hace tantos años y que con una insólita testarudez se intenta perpetuar a pesar del irrebatible testimonio que nos brinda la realidad cotidiana. Y si a ello le agregamos que si bien, según la FAO, la Argentina tiene condiciones potenciales para alimentar a 800 millones de personas, siendo el quinto exportador de alimentos del mundo, sin embargo no puede hacerlo con 20 millones de sus propios habitantes, no queda menos que corroborar una vez más un aserto del pensamiento tradicional que dice lo siguiente. Cuando una comunidad ha abandonado las vías espirituales y pretende reducir su existencia al culto de la mera materia, la consecuencia es que la misma materia se desordena. Así pues un régimen que ha sostenido la economía y el bienestar como destino (Véase nuestro Preámbulo de la Constitución de 1853), que ha reducido la función de gobierno a la de mera administración, que ha subordinado la política internacional al ministerio de economía, y que a pesar de todo ello fracasa en forma sucesiva, no es sino una demostración fehaciente de que lo inferior sin lo superior se desordena y corrompe.
Ante esta situación de verdadera emergencia, hoy en día existen sólo dos posiciones posibles:
O se intenta resolver el problema del país con los instrumentos que nos proporcionan las mismas instituciones que han demostrado en las últimas décadas hasta el hartazgo su absoluta ineficiencia e inmoralidad. Es decir, se intenta aportar más de lo mismo. O por el contrario se sale totalmente del sistema, se sacan los pies del plato y abiertamente se toma a cargo la responsabilidad de salvar a la Argentina y se procede inmediatamente a su reconstrucción.
Por ello hoy resulta paradojal e hipócrita escuchar a políticos diciéndonos que “se tienen que ir todos”, cuando en realidad ellos mismos forman parte de ese todo al que dicen combatir. Quien tiene que irse no son algunos políticos, sino es el sistema el que debe desaparecer definitivamente.
Si la crisis es total, entonces el cuestionamiento y la reflexión debe ser también total, sin dar absolutamente nada como presupuesto. Es necesario pues reflexionar sin prejuicios y sostener las ideas abiertamente y con crudeza, y si alguno nos acusara por ello de anacrónicos por internarnos en territorios ya superados o “resueltos por la ciencia”, le contestamos  que  no existe nada más delirante que la realidad que nos circunda y que ésta se ha basado en el mismo sistema y principios con los cuales se nos podría eventualmente acusar.
Si un movimiento hoy en día quiere ser verdaderamente alternativo debe pues cuestionar hasta sus raíces al sistema y a la filosofía que lo inspira. Por lo tanto:

  1. No debe ser democrático, ya que la democracia se basa en la falacia de la soberanía del número, el cual por naturaleza carece de voluntad propia y sólo vota a los que lo seducen y juegan a través de promesas y alabanzas demagógicas. La frase de Menem cuando reconoce que si hubiera dicho la verdad de lo que iba a hacer nadie lo votaba, es el mejor testimonio de la falacia de este sistema, con la única diferencia de que aquí en el fondo se trata del único político sincero, ya que los otros han hecho lo mismo aunque nunca lo reconocieron.

  2. No debe ser republicano. Hoy en día frente al caos y a la disolución, como nunca se hace necesario un Estado fuerte que tenga el principio de soberanía y legalidad adosado en sí mismo y no en otro. La división tripartita del poder, esencia del régimen republicano, instaurado y perfeccionado por la Revolución Francesa, debilita y coarta el poder del Estado quitándole capacidad de decisión y subordinándoselo a partes diferentes y muchas veces antagónicas, obedientes a intereses espurios, tal como vemos claramente hoy en día en esta situación de crisis terminal, en donde un poder chantajea al otro con medidas demagógicas a fin de no ser desplazado por el que lo cuestiona.

  3. No debe ser federal. Si bien el federalismo es un movimiento sano en tanto significa el ejercicio de las autonomías y libertades de las partes que componen una nación, el mismo sólo tiene sentido positivo en tanto se encuentra jerárquicamente subordinado a un Estado central y fuerte que otorga sentido a sus acciones y evita que un abusivo uso de las libertades, en tanto carentes de un eje rector, lleve a las partes a disolverse en la anarquía. Si esto no sucede, como en la Argentina actual, en donde el Estado se encuentra vacante, dicho movimiento representa una fuerza centrífuga y subversiva.

Por lo dicho un movimiento alternativo deberá por contraposición ser:

  1. Jerárquico. Es decir, reconocerá la función de gobierno en relación a la idoneidad y la capacidad de las personas que lo ejercen y no considerará jamás que la misma deberá ser determinada por aquellos que no saben. Las masas no deben ser politizadas, ya que de política deben ocuparse únicamente los que son capaces de gobernarse a sí mismos.

  2. Monárquico. Si bien reconocemos que una monarquía para perfeccionarse necesita de la vigencia de un ordenamiento dinástico, sin embargo la misma es válida como principio que representa la equiparación de la función política con una esfera espiritual, en donde el que manda es análogamente como una causa primera y un motor inmóvil, significando la instancia última, suprema e inapelable de una comunidad en todos los planos y esferas. Sostener en contraposición a ello la fundación de una nueva república es justamente pretender sanear un sistema de fracasos interminables con más de lo mismo. Frente a la Argentina democrática y republicana debemos recrear aquel sistema que existiera en América desde sus más remotos orígenes precolombinos, con los Imperios Inca, Azteca, así como con los Virreinatos,  más allá de las diferencias que pudiera haber habido entre los mismos, pero comunes todos en un idéntico principio respecto del origen divino del poder, como un derivado de lo alto y no de una mayoría circunstancial sugestionable a través de la propaganda.

  3. Unitario y centralista. Lejos de confundir tales principios con una determinada manifestación histórica de origen liberal e iluminista, nosotros consideramos que ante la anarquía que vivimos resulta suicida para la Nación incrementar la distribución del poder, tal como propone cierto federalismo, sino lo contrario, suspender las autonomías provinciales hasta el saneamiento del país.

Frente a la actual salida electoral que propone la partidocracia, nuestra respuesta no es: ni que se vaya alguno, ni que se vayan todos, sino que desaparezca este sistema. Proponemos abiertamente repetir el voto bronca tal como se manifestara en octubre del año pasado, y que el mismo sea comprendido no como la constitución de un nuevo movimiento político, como un cacerolazo que ocupe el poder, sino como un llamado desesperado y urgente de la comunidad a ser gobernada verdaderamente.

                                                                              Buenos Aires, 27 de agosto de 2002.