LA NUEVA ETAPA DE LA DEMOCRACIA ARGENTINA: EL “CUALQUIERISMO”

 

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Un país tinellizado.

Han pasado ya dos semanas desde la asunción del nuevo presidente democrático y habiendo transcurrido para nosotros ya con creces la expectativa que podía significar un nuevo cambio (estamos ya acostumbrados a que todo cambia para que empeore), procederemos a hacer nuestro habitual análisis.
Previamente diremos que este informe consta de dos partes diferentes: una de carácter sociopolítico por la que se analizarán los aspectos a nuestro entender fundamentales que presenta la nueva gestión desde un punto de vista estrictamente fenoménico, es decir, desde el plano exterior de lo que se nos aparece a todos, brindando una interpretación de los hechos. La otra es la que podríamos decir como peculiar a nuestra metodología, pues pretenderá ser una investigación metafísica de los acontecimientos indicando, a partir de ciertas pautas que señalaremos, de qué manera los mismos habrán de desarrollarse en el futuro más próximo.
Para tratar de ser más claros para un público no acostumbrado a ciertos análisis y enfoques, brindaremos la siguiente explicación. Nosotros sostenemos que, además de la esfera física espacio-temporal en la que se desencadenan los fenómenos que capta nuestra dimensión sensible, existe una esfera superior metafísica que se caracteriza en cambio por ser atemporal y eterna. Ambas no son dos realidades diferentes y superpuestas, sino dos maneras distintas por la que es posible captar una misma realidad. En la primera esfera los acontecimientos ocurren de manera sucesiva y a través de un encadenamiento causal. Calificamos a la misma como una realidad débil pues en ésta el presente es apenas una línea ideal que separa hechos que han pasado y que por lo tanto ya fueron y hechos que aun no han sido en tanto deberán ser en el futuro y que tampoco lo son ahora. Es pues una esfera pobre en cuanto a realidad, ya que en la misma ni el pasado ni el futuro se encuentran propiamente presentes, el uno no está porque ya ha sido y el otro porque aun no es y tan sólo nuestra conciencia atestigua en ambos casos su presencia. Frente a esta esfera escasa de la realidad, que consecuentemente brinda pronósticos frágiles y muchas veces desacertados con respecto a los acontecimientos que aun “no fueron” y que además malinterpreta usualmente lo sucedido en tanto ya no está, se yergue la otra dimensión de lo real: la eternidad, dimensión propia de la metafísica en la que en cambio todo lo es en el ahora del presente, no habiendo en la misma sucesión de acontecimientos pues todos son ahora mismo y siempre serán, no existiendo aquí ni el pasado ni el futuro, en tanto modos imperfectos de percibir lo real, es decir, no habiendo temporalidad. Una vez aceptado este punto de vista, la pregunta que cabe al respecto es la siguiente: ¿es posible, estando inmersos en un mundo de percepciones espacio-temporales, alcanzar a tener una percepción metafísica de lo real? ¿Y además la misma puede ser comunicada? ¿O también, puede captarse lo que no es tiempo estando sumergidos en un universo de percepciones temporales? ¿Y si ello fuera posible, qué utilidad poseen tales otras percepciones? Digamos en primer término que las mismas no son fáciles de obtener, debido principalmente a la costumbre que todos tenemos de desenvolvernos en un mundo físico y material, el cual es como si hubiese creado en nuestra conciencia una especie de callosidad e impermeabilidad hacia algo que fuese sustancialmente distinto. Sin embargo las mismas, si llegan a ser alcanzadas, tienen el inmenso valor de otorgar a la persona que las posee un saber de carácter absoluto e indubitable. Como en el plano metafísico los hechos se desenvuelven todos simultáneamente, su captación permite con facilidad “anticiparse” a los acontecimientos y otorgar las orientaciones necesarias a fin de poder desenvolverse en la otra esfera. Ésta es la ventaja principal de dicho saber. Clásicamente en las sociedades tradicionales tal función era propia de la clase política gobernante. En la misma su saber no era vulgar, sino por el contrario sobresalía del resto, era pues un saber metafísico, lo mismo que sus acciones. Quien gobernaba no era pues uno de los tantos, sino un ser de una naturaleza superior.
Ahora bien ¿Cuál es la característica del hecho metafísico y qué lo distingue del físico espacio-temporal? El hecho físico y el saber que conlleva es analítico, es decir, sucede y es comprendido a través de una serie de acontecimientos sucesivos, encadenados en manera causal por el que uno o varios explican a los restantes y así sucesivamente. El metafísico en cambio es sintético. Lo dice todo en un solo acontecimiento, condensa en una sola acción todo lo que va a suceder. Su valor es pues simbólico y su lectura permite comprender todo lo que sucederá en una serie de acontecimientos temporales, en tanto el mismo denota lo que ya es. En apariencias, desde un plano físico, el hecho metafísico es algo común, es un acontecimiento singular que se encuentra al alcance de cualquier persona, sin embargo la percepción metafísica se destaca por comprender el significado simbólico del mismo. Los hechos metafísicos se distinguen de otros porque “hablan” y remiten hacia otra cosa, no se agotan en sí mismos ni se vinculan en una red sucesiva de acontecimientos causales y homogéneos como los restantes. El hecho metafísico es pues de carácter cualitativo.
Nosotros, sin explicarlo en su momento, aplicamos el método metafísico para interpretar el curso del futuro gobierno de De la Rúa. Así pues dijimos en noviembre de 1999, cuando éste estaba a punto de asumir que “pronosticamos grandes males para el país futuro, grandes cataclismos en todos los niveles, los que ya pueden verse para los que observan atentamente”. Pues bien ¿entre estos acontecimientos qué fue lo que observamos? Así pues dijimos: “La reciente intervención de urgencia a la que ha sido sometido el presidente electo... por haber quedado interrumpida su capacidad respiratoria, es un síntoma de lo que nos espera”. Y agregamos a la manera de una explicación de este hecho junto a otros del mismo tenor: “De acuerdo a la armonía que existe entre el macro y el microcosmos, los desórdenes que acontecen a nivel natural preanuncian simbólicamente el desenlace que ocurrirá en el ámbito histórico”. (El Fortín N.º 14). Nuestros amigos lectores dirán si nos hemos equivocado.
Ahora bien, continuando con nuestro método, el que ahora acabamos de esbozar en su comprensión, digamos que en la actualidad ha habido una serie muy sugestiva de hechos y actos del nuevo presidente que nos pueden denotar los pasos futuros de lo que acontecerá en el país. Un conjunto de acontecimientos sumamente significativos sucedieron el pasado día 25 de mayo cuando se produjo el acto de asunción presidencial. Trataremos de enumerarlos de la manera más sintética posible.
Ese mismo día, a la madrugada, muere el diputado Alfredo Bravo que había sido candidato a la presidencia. Esta figura posee un profundo significado simbólico. Bravo representaba al sector progresista más duro vinculado a los movimientos de los Derechos Humanos, enemigo declarado de las Fuerzas Armadas, embanderado con la ideología socialdemócrata, además vinculado con la subversión democrática en el ámbito educativo. La muerte abrupta de esta persona indica un futuro malestar e inestabilidad en el sector que representa. Casualmente Kirchner simboliza también dentro del peronismo a esa misma línea, lo que no se ha cansado de resaltarnos. Los otros dos elementos están dados por un par de hechos acontecidos durante la ceremonia de asunción. El golpe y tajo producido en la parte izquierda de la frente del presidente por un tropezón involuntario indica, juntamente a un temperamento descompaginado y poco apegado a la moderación y mesura en los gestos, graves conflictos e inconvenientes a suceder en un futuro muy próximo. Difícilmente pueda refrenarse cuando las contradicciones se agudicen. Un punto especial merece el momento en el cual el nuevo presidente atrapa (literalmente) el bastón de mando. El mismo es tomado por el revés y revoleado varias veces de manera por lo demás grotesca, como significando un gesto de profundo desenfado, burla y negación hacia la investidura que representa, a la que no se ha cansado ni él ni su señora de vulgarizar en sus dimensiones. Este punto se engarza con lo que diremos a nivel sociopolítico cuando definamos el nuevo fenómeno del cualquierismo que irrumpe en la política argentina, es decir, la etapa más aguda y plebeya de la democracia. A estos graves conflictos que se delatan por los desarreglos acontecidos en el acto de asunción, debe agregarse el tremendo drama de las inundaciones ocurrido a pocas horas del resultado de la primera vuelta electoral. Dicho cataclismo meteorológico ha sido inédito en esa zona del país y ha atacado a una provincia en cuya gobernación se encuentra el político peronista reputado como de reserva tras el fracaso de Kirchner. Pronosticamos pues un gobierno breve, interrumpido abruptamente en el momento menos pensado. Le seguirá una aun más profunda crisis de la democracia. Ningún hecho lamentablemente nos indica la aparición aun de figuras alternativas, es decir, de una clase política, hoy absolutamente inexistente en nuestro país, pero habrá siempre que perseverar y no olvidar nunca los ritos.
Ahora pasemos a la última parte del análisis, es decir, a la fenoménica: Kirchner representa la irrupción del elemento que le faltaba a la democracia argentina, es lo que podría denominarse como el fenómeno del cualquierismo. Es un hombre común como cualquier otro, carente del más mínimo sentido de las distancias, el que ha asumido las funciones del gobierno y que además se jacta de ello como queriendo significar que el problema del fracaso del sistema no se encontraba en que el jefe se mezclaba excesivamente con la muchedumbre poniéndose al alcance de todo el mundo, renunciando así a su carisma, (recordemos a De la Rúa yendo al programa de Tinelli), sino, a la inversa, el problema estribaría en que no lo ha hecho tanto. Y ello lo vemos a través de una serie de acontecimientos significativos. Como carece del aval indispensable que en la democracia dan los votos para ungir a un gobernante, él siente una necesidad incesante y excesiva de mostrar que tiene la sartén por el mango y que no es manejado. De allí una serie de discursos agresivos y destemplados en contra de sus adversarios (Primero Menem, luego el destituido comandante en jefe del ejército, luego el a destituir presidente de la Suprema Corte de Justicia). Busca con ello apoyos demagógicos que le suplanten los votos de los que carece, olvidando así la norma elemental de que la verdadera fortaleza es interior y habitualmente silenciosa y no estentórea. A ello se le asocia un deseo exacerbado de protagonismo, de querer ser siempre el que resuelve la totalidad de los problemas, sin delegar funciones, agudizando así hasta extremos insólitos el carácter peripatético de nuestros líderes demócratas en todos los niveles hoy conocidos, empezando por el mismo “papa viajero”. Pero en este caso de estereotipación los viajes son permanentes y cotidianos. Nos preguntamos en qué momento, ante tanto activismo, se producirá la actividad principal de un gobernante que es la de pensar y reflexionar sobre las altas cuestiones del Estado? ¿O habrá otros que pensarán por él?
Concluimos de la misma manera en que lo hiciéramos en aquella nota aludida de El Fortín N.º 14 de noviembre de 1999:
En silencio y con total prescindencia de esta competencia electoral y politiquera de la que ex profeso no participamos ni participaremos, una minoría silenciosa, pero activa, trabaja entre bastidores echando los cimientos de la Gran Argentina para el día después”.

                                                                   Buenos Aires, 9 de junio de 2003.

 

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