A propósito del triunfo electoral de Terminator

EL IMPERIO DE LA HISTORIETA

 

Arnold schwarzenegger terminator 2 Fotos e Imágenes de stock - Alamy

 

Los norteamericanos están sometidos a la esclavitud, pero ellos no se dan cuenta y están contentísimos. Es espantoso que nuestro destino dependa de gente tan mediocre” (Jorge Luis Borges)

El reciente triunfo en las elecciones de California, uno de los principales Estados de USA y la quinta economía del planeta, por parte del popular personaje de la historieta, Terminator, debe ser considerado como uno de los acontecimientos más impactantes que hasta ahora nos ha presentado el nuevo milenio que se inicia, así como la puesta a tono y confirmación de una realidad que se venía vislumbrando desde hace mucho tiempo.
Por supuesto que ha habido múltiples comentarios sobre el tema, pero por lo general los mismos no han salido de un ámbito de superficialidad enfatizando en el hecho de que tal espectacular triunfo por más del 50% del electorado debería reputarse como el resultado de una especie de voto bronca y castigo hacia la clase política, a la que, de la misma manera que en la Argentina, se la ha querido sancionar por su ineptitud y corrupción. Así pues si en nuestro suelo cuando la población quiso oponerse a los políticos anulaba el voto llenando las boletas con imágenes de sujetos extravagantes y divertidos, algo parecido y aun más audaz e ingenioso habría hecho el norteamericano quien habría dado un paso más adelante al elegir para uno de los cargos más importantes de gobierno a un personaje de ficción, a un popular héroe de historieta, el que, debido a los “avances” de la tecnología tiene hoy la ventaja de poseer expresión humana, a diferencia de sus antecesores menos actuales, como el Pato Donald y el ratón Mickey. Además habría acontecido también el dato curioso de que tal personaje, además de no contar con ninguna experiencia política, había propuesto su candidatura unos pocos días antes de la elección, casi como contestando en broma ante la requisitoria periodística efectuada en un programa de chismes del espectáculo, junto a otras preguntas relativas a temas de la farándula. Sin embargo quienes así opinan soslayan el hecho esencial de que, a diferencia de lo acontecido en la Argentina, la elección de Terminator es algo más que el producto de un estado de ánimo pasajero y de enojo en la opinión pública como en nuestro caso, sino es la demostración más cabal y avanzada del alma del norteamericano y por lo tanto no un fenómeno ocasional, sino algo que tiende a perpetuarse y a ahondarse cada vez más con el tiempo. Ello es así porque el norteamericano medio, lejos de considerar a lo hecho como una broma o una travesura, está en el fondo convencido de la eficacia y “capacidad” del candidato que él ha elegido.
Es que en general cuando se analiza la idiosincrasia del norteamericano pocos son los que reparan en que se trata de un tipo de hombre sustancialmente diferente de todos nosotros. Y a tal respecto recordamos que alguien ha con razón dicho que en el fondo Norteamérica no es una nación, sino una civilización y como tal enormemente distinta de las restantes, en la psicología y manera de ser que nos acompaña en los actos habituales de nuestra vida. Y si bien es cierto que en algo podemos parecernos a los norteamericanos, ello no es debido a que nosotros expresemos una comunidad en cuanto a naturaleza, sino, por el contrario, en razón de una sugestión poderosa e influjo que nos ha sido impuesta por dicha civilización.
Decía Piaget, al referirse al error que los psicólogos anteriores habían efectuado al estudiar al niño, que éstos se habían equivocado al considerarlo como un hombre en miniatura, soslayando el hecho de que el alma del infante participa de leyes que le son propias, en algunos casos sustancialmente distintas de las existentes en el mundo del adulto y que éste ha fracasado habitualmente en comprenderlo por su incapacidad en saber adaptarse a un universo psíquico que le resulta sumamente distinto. Así pues, en manera similar, ha sucedido generalmente que, cuando se ha querido entender a Norteamérica, sea en su política internacional como interna, se lo ha hecho por comparación con todos nosotros; y en esto ha estribado el gran error de muchos.
El ejemplo dado por el psicólogo suizo sirve también para corroborar aquel diagnóstico dado en el siglo pasado por el que, al caracterizar el alma yanqui, se puso el acento esencial sobre su infantilismo. Y si el mismo quiso ser refutado por la circunstancia de tratarse de una nación sumamente poderosa, la más poderosa de todas, ello no ha significado sino querer juzgar con categorías de niño lo que es en cambio algo característico del mundo de los adultos. El niño carece casi por completo del conocimiento abstracto, propio de la función racional de la mente, su forma de conocer es principalmente a través de imágenes, es decir, de aquella facultad propia de los sentidos internos. Y si lo principal en el plano de la razón es la coherencia entre los conceptos y juicios y el rigor y exactitud en la formulación del razonamiento, así como el esfuerzo por aprehender las leyes y esencias del mundo externo, el universo del niño en cambio se encuentra afectado principalmente por el impacto e impresión que en él producen las imágenes, a nivel de conocimiento y el juego en el ámbito propio de la acción. Ello es lo que explica no solamente el éxito notorio que en Norteamérica han tenido las “artes” audiovisuales, como el cine y la televisión, sino dentro de las mismas principalmente las películas que se destacan por sus “efectos especiales” y en cambio el escaso valor que allí se asigna, no digamos a temáticas metafísicas, disciplina ésta para la cual, en razón de su infantilismo, se encuentra negado por naturaleza el norteamericano, sino aun a cuestiones menores, relativas al tratamiento de problemáticas históricas o éticas. Resulta curioso constatar tal característica a través de las increíbles interpretaciones que en las cintas producidas en Hollywood se produce con las grandes temáticas históricas, en donde los problemas más medulosos de nuestra historia son reducidos en forma maniquea a una lucha entre el bien y el mal, siendo lo primero lógicamente asimilable a la pequeña moral que el norteamericano ha constituido a lo largo de toda su historia, en donde ser bueno no es obviamente adherir a determinados principios superiores y eternos, sino algo más pedestre como ser cumplir a rajatablas con la política de los Estados Unidos, sostener su concepto de democracia y derechos humanos, exaltarlos e imitarlos. Es también característica del niño la actitud caprichosa de obtener resultados rápidos y sin esfuerzo, rehuyendo el dolor y el sacrificio. Por ello las guerras para éste deben ser rápidas y sin el mayor sufrimiento y desgaste para tal nación. Pensemos en la reciente guerra de Irak, cuyo resultado estribaba tan sólo en el hecho de que concluyese rápidamente, sin importar los medios que se utilizaran al respecto, ni tampoco en las consecuencias de postguerra, tal como hoy las estamos viviendo. Ello explica  también el hecho de que por lo general en las acciones emprendidas no son propiamente yanquis en su mayoría los combatientes, sino inmigrantes o negros los enviados al frente y los que engrosan en mayor medida en número de bajas en combate.
Y al respecto vale también un capítulo especial dedicado al negro. Siempre se ha dicho que en USA ha sido el blanco el que ha sometido al negro, lo cual es cierto sólo en un plano superficial y externo. Si bien es verdad que fácticamente el blanco ha dominado y explotado al negro, y el caso recién mentado podría ser una prueba, a nivel psicológico, justamente en razón del infantilismo propio de tal alma, ha sido el ingrediente negro el que ha contribuido notoriamente a consolidarla e incrementarla. En efecto, ha sido siempre propio de tal raza la estereotipación de los valores propios del cuerpo y de la sensibilidad. Justamente las principales manifestaciones de la cultura norteamericana son propias del negro. Tales como el culto por el deporte, el que se ha convertido poco menos que en una religión reducida a un plano de despliegues físicos desaforados y a veces incluso antinaturales con el empleo de medios químicos como los anabólicos; del mismo modo que la música a través del jazz y el rock, derivaciones de los negroes spirituals, y que recaban de lo negro la exacerbación de ritmos descontrolados y reiterativos expuestos en un plano puramente sensual y primitivo, típicos de los tam-tam de las tribus africanas. Y por último es dable señalar también que la obsesión que el norteamericano tiene por el trabajo, así como su afán por su derivado, el dinero, es también un aporte del alma negra, vinculada a su vez con el espíritu calvinista de los primeros colonos yanquis. La actividad vocacional y determinada por valores e impulsos espirituales es sustituida en cambio por la acción entendida como oscura necesidad, determinada por motivaciones materiales, que es propia de los esclavos, condición en la que vivieron por años los negros norteamericanos, pero que fue luego absorbida por el alma yanqui pasando a formar parte de su estructura más íntima. Por ello nuestro Borges pudo decir con acierto que en el fondo el norteamericano es un esclavo feliz, inconsciente de su situación, pero peligroso porque quiere difundir por todo el mundo su desgraciada condición, sin conocer las consecuencias que la misma posee.
Por lo dicho volvamos ahora a Terminator y, tratando de descender un poco en el alma de los niños, tratemos de explicar lo sucedido. ¿Cuál es el cambio acontecido por el que ahora Norteamérica acude a un superhéroe de ficción (recordemos que en razón de su infantilismo el norteamericano ignora los límites entre lo ficticio y lo real) para resolver sus asuntos de Estado? Pues bien nadie ha dicho hasta ahora que ello es la consecuencia del atentado de las Torres Gemelas. El miedo y el rechazo por el sufrimiento ha generado en Norteamérica un estado prolongado de inseguridad y desazón por la que se ha constituido en su conciencia la imagen obsesiva y angustiante de un supervillano, denominado Bin Laden y, si bien en los videoclips ha sido convertido en el blanco de todas las sesiones ciber, luchando en su contra millones de niños y no tanto a fin de aniquilarlo de las pantallas, sin embargo todas las expediciones punitivas en su contra no han dado aun con los resultados que en cambio nos pinta diariamente la televisión y el tétrico “estrellador de aviones” sigue vivo y amenazando, incrementando cada vez más sus atentados, por lo general no difundidos por la prensa o disimulados con accidentes. No habiendo sido a su vez capaz el superinepto exponente de los políticos que gobiernan de eliminarlo ni a él, ni a sus secuaces menores, el Mullah Omar y Saddam Hussein, entre otros. ¿Qué mejor entonces que hacerlo entrar en escena a Terminator quien nunca pierde y destruye pavorosamente y sin piedad alguna a sus rivales?
El miedo además no es sonso. La estupidez y pacatería yanqui que impidiera que alguien pudiera candidatearse a presidente por haber cometido una infidelidad matrimonial hoy acepta sin chistar los acosos sexuales de Terminator a sus colegas actrices. Quince de ellas se atrevieron a denunciarlo dos días antes de las elecciones, aportando con lujos de detalles la impudicia y lujuria del candidato, pero ello no le quitó un solo voto.
Por último una reflexión final. Ha sido una característica de los grandes imperios en los momentos de su conclusión el buscar para sus lideres nombres que de alguna manera indicaran el destino final que les esperaba, ello fue hecho siempre de manera inconciente, como queriendo anunciarnos la conclusión de un ciclo. Roma llamó a su último emperador, Rómulo Augusto, es decir unió los nombres del fundador de la ciudad y el del Imperio, como queriendo cerrar un círculo. Se dice que el cristianismo, de acuerdo a las profecías, habrá de llamar Pedro II a su último Papa. Quizás este imperio infantil, acostumbrado a la simpleza e inocencia que poseen los niños, nos esté indicando con la elección del simpático hombre-robot una denominación más directa y precisa para indicarnos un pronto final.

Marcos Ghio

Buenos Aires, 12-10-03