PEARL HARBOR Y WORLD TRADE CENTER

 

La mayor parte de la literatura de denuncia del accionar de Norteamérica en el mundo ha hecho un especial hincapié en señalar ciertas analogías entre lo acontecido en las Torres Gemelas en el 2001 y lo que hace más de sesenta años sucediera en Pearl Harbour cuando la aviación japonesa destruyera la flota norteamericana y le diera a tal país una excusa para ingresar en la Segunda Guerra Mundial. Es de señalar al respecto que fueron autores revisionistas simpatizantes de la causa del Eje los que durante todos estos años han estado machacando con la información de que Norteamérica estaba al tanto de que iba a ser atacado por el Japón, y que más aun a propósito hizo las cosas de manera tal de hacer entrar en acción a tal país para de este modo encontrar un justificativo ante su población a fin de poder entrar en la aludida contienda bélica. Llama la atención de que tal análisis que era antes una especificidad propia de tal sector, hoy haya sido asumido por una vasto contexto de autores, de una línea de pensamiento para nada afín con la anteriormente mencionada, con la finalidad expresa de asimilarlo a la misma hipótesis esbozada ahora en relación al atentado de las Torres Gemelas. También aquí se habría tratado de un montaje elaborado con la finalidad expresa de encontrar un justificativo para invadir el Medio Oriente y más específicamente Afganistán, por donde se decía que pasaban oleoductos de singular importancia para los intereses de la economía norteamericana. Además se ha enfatizado también, para darle un mayor viso de veracidad a tal versión, en el hecho de que la familia de Bin Laden, quien en apariencias tan sólo habría sido el gestor del atentado, estaba vinculada con el negocio del petróleo y más aun, de acuerdo a lo dicho por el cineasta Michel Moore en su reciente película sobre tal acontecimiento, la misma era socia a su vez de la familia del presidente Bush, realizando negocios de manera conjunta por lo que ambos habrían efectuado el montaje aludido.
Más allá de la escasa seriedad que tienen tales planteos, habitualmente formulados sin prueba alguna y con la intención de relativizar la causa de Al Qaeda, vayamos a las objeciones que nos merece dicha teoría.
En primer lugar, salvando el detalle de la desproporción existente entre los medios y los fines en los dos casos señalados pues, si para atacar a las principales potencias del planeta podía justificarse la destrucción de una flota, no entendiéndose en cambio cómo para atacar a la tribu de los talibanes haya sido necesario destruir los símbolos más esenciales del pueblo norteamericano como las aludidas Torres y el edificio del Pentágono, queda por ver otra diferencia fundamental. Luego del hundimiento de la flota de Pearl Harbour Norteamérica procedió inmediatamente a declarar la guerra a todas las potencias del Eje no exigiéndoles ni conminándoles a realizar nada como alternativa. Ni Japón ni Alemania tuvieron la posibilidad de enmendar el error con un pedido de disculpas o indemnización, ni nada por el estilo. La respuesta inmediata fue la guerra. Ahora bien: ¿se procedió de la misma manera con Afganistán? En modo alguno. Previamente a la acción invasora se conminó a dicho gobierno a entregarlo a Bin Laden y a desarticular la red de Al Qaeda en su territorio y tal pedido fue ratificado también por las Naciones Unidas. El régimen talibán se negó a cumplir con tal exigencia y como secuela de ello se invadió su territorio. Es de preguntarse al respecto: ¿qué hubiera pasado en el caso de que se hubiese procedido a cumplir con la exigencia norteamericana y de las Naciones Unidas? Pues bien, en tal caso habrían desaparecido las razones para realizar la invasión y entonces nadie habría dicho que Estados Unidos se hizo estallar las Torres y el Pentágono tan sólo para atraparlo a Bin Laden. La invasión a Afganistán fue el último recurso que le quedó a Bush quien no quería de ninguna manera entrar en guerra con tal país pues por más torpe que sea conoce la historia y sabe que el mismo derrotó a dos Imperios, el inglés en 1842 y el ruso en 1989, habiendo a su vez sido la causa más inmediata de la caída del régimen moscovita. ¿Por qué no pensar también que habrá de serlo de los Estados Unidos? Por otro lado de haber querido hacerlo habría tenido excusas de sobra para ello. Como la destrucción de las estatuas de Buda o la violación de los derechos humanos de la mujer. Todos los regímenes progresistas del planeta promotores a ultranza del feminismo lo habrían respaldado, del mismo modo que ninguno condenó la invasión.
Con respecto a la vinculación de la familia Bush con la de Bin Laden se olvida decir que Osama Bin Laden es apenas uno de los cuarenta hijos de la misma y que fue repudiado por ésta. Nunca pisó los Estados Unidos y ni siquiera sabe hablar inglés, tal como lo informa el único periodista norteamericano que alcanzó a entrevistarlo, Peter Bergen, tal como lo relata en su esclarecedora obra, Guerra Santa S.A. (1). También en el mismo texto hace notar que no es cierto ni nunca ha podido demostrarse que haya sido agente de la CIA durante la guerra de Afganistán en contra de los rusos, ni menos aun que fue entrenado por militares norteamericanos, pues éstos durante esa contienda se cuidaron de ingresar a tal territorio para evitar conflictos diplomáticos con la URSS. Por supuesto que las películas de Rambo dicen lo contrario. Además que ya en 1980 Bin Laden se manifestaba públicamente como antinorteamericano. Así es como afirmaba ya entonces: “Estados Unidos debe retirarse del País de los dos Lugares Santos” (lo que se conoce como Arabia Saudita, pero que no aceptaba mencionarla por tal nombre por su rechazo hacia la dinastía saudí). O también: “Estos norteamericanos trajeron... mujeres judías que pueden moverse con entera libertad en nuestra tierra santa”. Etc.
Valgan pues estas pocas reflexiones siempre con la intención de contrarrestar la guerra psicológica y mediática de los norteamericanos.

 

(1) “Bin Laden nunca ha visitado Estados Unidos, ni mucho menos estudiado en alguna de sus universidades y decir que la CIA le financió durante la guerra afgana significa un desconocimiento de las actividades de tal agencia en Afganistán” (pg. 54)