LOS DOS MONTAJES DEL 11S

11 de septiembre: ¿cómo fue el ataque contra las Torres Gemelas? - Uno TV

Días pasados alguien, que no comparte nuestros puntos de vista respecto a la interpretación de los atentados del 11S y del 11M, nos manifestaba que cada día que pasa nos encontramos más solos en nuestra posición de considerar a tales hechos como acciones de guerra en contra de Norteamérica.
En efecto, simultáneamente con la cotidiana aparición de siempre nuevas “revelaciones” que nos ponen en evidencia de manera ya casi irrebatible para muchos que se ha tratado de un montaje pergeñado por los mismos norteamericanos para encontrar un justificativo a fin de ocupar distintos países del mundo, como Irak y Afganistán, consecuentemente son cada vez más quienes creen en ello, en especial entre los que se encuadran en contra de los EEUU, no habiendo grupo o personalidad política e ideológica que no lo sostenga ya abiertamente.
Sin embargo debemos confesar que, a pesar de ser cierto que en el terreno de lo que ha dado en llamarse como el pensamiento alternativo (1) nos sentimos casi solos en nuestra caracterización de estos hechos y en nuestra aceptación de lo que tales sectores califican como la “versión oficial” sobre los acontecimientos, a veces nos surgen aliados insospechados en nuestras posturas que nos permiten ahondar en las reflexiones y brindarnos más elementos a favor del punto de vista que sustentamos. El conocido escritor liberal peruano Mario Vargas Llosa en un reciente discurso titulado Confesiones de un liberal (La Nación, 29-5-05) nos acaba de entregar un apoyo impensado. En efecto al autor le llama poderosamente la atención, cosa que en cambio no sucede curiosamente con los sectores alternativistas antes mencionados, cómo gran parte de estas posturas antinorteamericanas que ponen el acento en el cinismo del gobierno de tal país, capaz de cometer las acciones de terrorismo más inmorales y sanguinarias con tal de justificar sus intervenciones por el mundo, hayan surgido masivamente en el seno mismo del territorio norteamericano (nos cita entre otros los casos de Oliver Stone, Michel Moore, Chomsky, etc.) y que además, por si ello fuera poco, las mismas gozan de un poder de difusión pocas veces visto. Quienes hoy sostienen por ejemplo que el 11S fue un montaje cuentan con una cantidad de medios para hacerlo como por ejemplo no los tuvieron por décadas enteras aquellos que sostenían que también Pearl Harbour lo fue. Es de resaltar que en la actualidad los libros y publicaciones que nos hablan de la “gran impostura” acontecida en el 2001 son publicados y difundidos por las principales editoriales del planeta en todas las lenguas, convirtiéndose rápidamente en best sellers, y además es dable señalar la paradoja de que tales medios de prensa pertenecen a los mismos grupos económicos que se encuentran también detrás de la política exterior norteamericana. Nosotros podríamos agregar también que no solamente tales pretendidas obras antiyanquis provienen del mismo riñón de los Estados Unidos, sino también una serie de campañas periodísticas, como la reciente de la revista Newsweek, dirigidas hacia la denuncia de torturas en las cárceles de tal país, y otras cosas similares, las que tienen todas una misma matriz. Al respecto no deja de ser llamativa la conclusión que el autor saca en relación a lo aquí relatado. Él opina que en el fondo tal tipo de corriente es antinorteamericana tan sólo en apariencias pues es expresamente fomentada por la misma CIA para poder manipular en función de sus intereses a una opinión pública “tercermundista”, la que siempre le sería adversa, pero que, ante tal circunstancia irreversible, al menos resultaría oportuno dirigirle su protesta hacia un terreno que resulte conveniente para los Estados Unidos.
Merece una atención especial dicho aserto en la medida en que es formulado por alguien que se confiesa admirador de la democracia norteamericana y que por lo tanto de ninguna manera puede ser sospechado como un enemigo de tal país. Es la primera vez que se afirma, mas allá de este Centro de Estudios, que, así como es factible pensar que los atentados fueron un montaje, también se lo puede hacer, en virtud de estos ingentes medios económicos empleados, respecto de quienes se preocupan en extremo por ponerlo en evidencia. Lo único que resultaría irrebatible, a no ser que consideremos que rige el principio de contradicción, es que uno solo de ellos realmente lo es y el otro en cambio no lo es en manera alguna. Y que la inteligencia norteamericana es la primera en estar interesada en convencernos de la veracidad o falsedad de alguno de ellos.
Por tal razón el tema a debatir en la actualidad no es si existe o no un montaje, sino cuál de los dos lo es realmente. Si el que el que manifiesta que fue el gobierno norteamericano el que se destruyó las Torres o el que en cambio sostiene que fue el fundamentalismo islámico quien lo hizo y que el montaje consiste justamente en negarlo. Llamaremos al primero como el montaje de la justificación, en tanto que es aquel que, tal como el nombre lo dice, sostiene que la causa del mismo es la intención de hallar una excusa moral para alcanzar ciertos objetivos. En cambio al otro, que sostiene lo contrario, lo llamaremos como del éxito, en tanto que lo que más le interesa es el triunfo de sus objetivos con independencia de cualquier justificación. Con respecto a los primeros, en razón de las principios que sostienen, diremos que los mismos juzgarían como sumamente inverosímil pensar que Norteamérica quiera que se crea que se destruyó las Torres. A tal objeción contestamos rápidamente que en tanto no es una moral de la justificación lo que moviliza al régimen yanqui, más que preocuparle que se piense que es una nación inescrupulosa (en verdad eso es justamente lo que le interesa), lo que éste desea en cambio es que no se considere la posibilidad de que existe en el mundo un enemigo capaz de infligirle daño alguno de significación. Que se acepte a rajatabla, tal como permanentemente nos mientan sus películas y series de Hollywood, que su tecnología es imbatible y que, si alguien se atreve a franquear los límites que nos ha impuesto, se hace pasible de los males más terribles (entre ellos la tortura y el confinamiento en el campo de concentración de la isla de Guantánamo, incesantemente resaltados por la prensa norteamericana).
A su vez quienes formulan en cambio la hipótesis de la necesidad de un justificativo moral para invadir el mundo tropiezan con una serie de inconvenientes. El primero de ellos es el de considerar que se trata de un país preocupado por convencer más que por vencer. Norteamérica ha sustituido la ética de justificación por la del éxito que emana de la fuerza que esgrime. Vayamos a un ejemplo concreto que sin duda alguna ayudará a desarmar el argumento del montaje en la destrucción de las Torres. Se sabe que cuando se invadió Irak se esgrimió la excusa de la existencia de “armas de destrucción masiva” por parte del régimen de Saddam. Luego, una vez que fuera ocupado tal territorio, se dijo que no se encontraron. Les preguntamos a los del primer montaje ¿cómo explicar que si se tomaron el trabajo de demolerse las Torres, el Pentágono, poner en vilo permanente a la población norteamericana, hasta al mismo Capitolio y a la Casa Blanca, todo para invadir Afganistán, en cambio no fueron capaces o mejor aun no quisieron inventar unas pruebas en el territorio ocupado de Irak? Si la moral de la justificación hubiese sido lo que primaba ésa tenía que haber sido la actitud a tomar en coherencia con el “montaje” del 11S.
Pero como en realidad la única moral que le interesa a Norteamérica es la del éxito, no solamente no inventaron las pruebas sino que tampoco se retiraron ni lo repusieron a Saddam en el poder una vez que se comprobara que no existían las armas aludidas, tal como hubiera correspondido de acuerdo a tal moral. Desde el punto de vista de sus intereses propios de la ética del éxito no se equivocaron en no producir montaje alguno puesto que los países europeos, Rusia y el Vaticano, en un primer momento duros críticos de la acción norteamericana en tanto dudaban de la existencia de tales pruebas, tampoco exigieron que así se hiciera, sino lo contrario. Una vez que el ocupante yanqui obtuviera el “éxito” en las elecciones democráticas en Irak, una vez que los medios pudieron mostrarnos la imagen entusiasta de la mujer con el dedo manchado con tinta votando por primera vez, no sólo no se retiraron ni se les exigió que así lo hicieran, sino que hasta recibieron las felicitaciones de los que antes los habían criticado.
Estamos totalmente de acuerdo con los difusores de la teoría del montaje que los norteamericanos son expertos en operaciones de tal tipo y que la guerra principal que ellos han venido realizando es psicológica y cultural más que militar. Discrepamos en cambio con el tipo de montaje que les atribuyen. No es que ellos quieran mostrarnos que hay personas malvadas que hacen atentados a los cuales hay que combatir y eliminar, sino, a la inversa, los montajes se hacen porque esas personas, que son sus enemigos verdaderos, existen y ellos deben mostrarnos que, si bien deben ser combatidos, pueden muy poco en su contra, pues la propia nación es omnipotente.
Finalicemos con otros dos sospechosos montajes lamentablemente no tenidos en cuenta por los teóricos de la justificación. En la semana pasada hubo dos explosiones muy extrañas que inutilizaron por un día entero el funcionamiento completo de la ciudad de Moscú y la sede del Banco Mundial. Si la teoría del montaje en tanto justificativo moral hubiese estado funcionando en las altas esferas del poder que maneja sea a Rusia como a Norteamérica, se tendría que haber dicho que fue Al Qaeda la que efectuó ambas acciones; ello se tendría que haber hecho para seguir sembrando el miedo por el mundo y buscar así “justificativos” para ocupar el planeta entero. En cambio en los dos casos se dijo que fueron accidentes. Si en cambio sostenemos la otra teoría del montaje en relación al éxito podríamos decir que la posibilidad es la inversa. Fue Al Qaeda la que lo hizo, pero a la propaganda no le conviene que se crea tal cosa. Lo cual no deja de ser más verosímil en razón de los simultaneo y misterioso de ambas acciones.

 

  1. Son muchas las personas afines a nosotros en el pensamiento alternativo que sostienen la teoría del montaje de la justificación. En la Argentina podemos mencionar entre otros al periódico Patria Argentina, a Adrian Salbuchi, en Chile a Miguel Serrano y a la revista Ciudad de los Césares, en España a figuras como Ernesto Milá entre otros. Sin contar a los nutridos grupos de la Nueva Derecha y nacional comunistas desparramados por Europa entera.

Marcos Ghio

Buenos Aires, 30-5-05