LA FÁBULA DEL LEÓN Y DEL PINGÜINO

A propósito del encuentro de Monterrey

 

Comentan los medios periodísticos que, pocos días antes de la reunión interamericana de Monterrey (Méjico) en la cual debían resolverse trascendentales cuestiones referidas a nuestras finanzas y economía, en el zoológico de la ciudad de Buenos Aires sucedió un hecho inédito en la más que centenaria historia de tal institución. Un joven, en apariencias con las facultades mentales alteradas, tras treparse por un cerco de más de seis metros de altura, penetró al predio de los leones y, luego de efectuar una finta de toreo con uno de ellos, terminó siendo tumbado y arrollado por éste, habiéndosele debido disparar al mamífero una bala anestesiante para poder liberar al osado intruso de tal riesgosa situación. Pero grande fue el asombro al constatar que, salvo unos pequeños magullones producidos por el roce con la fiera, el joven no había recibido ni siquiera una mordida, habiendo transcurrido los largos minutos en que se encontró debajo de las garras de la bestia como un mero objeto de juego y esparcimiento para ésta. Las argumentaciones que se dieron luego para explicar tan extraña situación, la que ponía en crisis severa la idea respecto de la ferocidad innata del tan temido rey de la selva, consistieron en decirnos que, como el animal había sido acostumbrado a ser alimentado diariamente por los seres humanos, por lo tanto no los consideraba como sus enemigos, ni como ocasionales objetos de presa, sino en cambio como imprescindibles instrumentos para el sostén de su solaz y pacata supervivencia. De este modo, a pesar de su irracionalidad y ferocidad instintiva, la fiera comprendía perfectamente que hubiera sido una verdadera locura atacar a alguien perteneciente al grupo de aquellos que le daban de comer.
Días pasados, mientras se preparaba para la aludida reunión de Monterrey, el presidente argentino Kirchner, quien ha recibido y asumido con entusiasmo el mote de pingüino, debido a ser originario del extremo sur de la Patagonia, pero que además agrega en relación a la antes aludida anécdota un elemento de mayor hilaridad, en razón del carácter sumamente simpático y juguetón que presenta el animalillo, muy parecido en esto a lo que representaba el atrevido joven para el león, producía una serie de hechos significativos, similares en mucho a los aludidos en la nota periodística. Previamente a su preanunciado encuentro con su par norteamericano Bush, el que por su inmenso poderío puede ser reputado como el equivalente del león, el pingüino efectuó también unos rimbombantes gestos de toreo, cuando dijo que le iba a ganar el round por nock-out o cuando explicó que no le iba a temblar el pulso en su embate con el Fondo Monetario al que le iba a pagar cuando y como quisiera, que se iba a reunir con Castro y con Chávez, etc.. Sin embargo, a pesar de todas las múltiples guapeadas proferidas, la reunión transcurrió apaciblemente, el león, lejos de enojarse por las amenazas recibidas, jugueteó con el simpático pingüino y apenas alcanzó a propinarle un pequeño arañón, del mismo modo que la fiera del zoológico al atrevido joven leonero. Fue cuando le susurró levemente en el oído: “Dicen las malas lenguas que Uds. no les van a pagar al FMI, pero yo no les creo”. A lo que el pingüino asintió aunque solicitó en cambio como retribución no pagarles a los pequeños ahorristas, tenedores de bonos en su mayoría extranjeros, tal como antes se les hiciera a los propios compatriotas con el mal habido “corralito”. Ellos no son tan poderosos como el león, y que consecuentemente el juez norteamericano que amenaza con embargar los pagos a la banca internacional para saldar la deuda con aquellos, no lleve adelante tal acción. Y hasta no descartó la posibilidad de ingresar al ALCA. Así pues también aquí el león debe haber pensado en la reunión, del mismo modo que en el zoológico, que comerse a aquel que le da diariamente de comer, sería en verdad sumamente contraproducente y estúpido.
 La moraleja de la fábula que debemos sacar los argentinos es que nos encontramos aquí con una situación de continuidad, que el pingüino Kirchner no es en el fondo diferente del osito de peluche que el menemista ministro Di Tella obsequiaba a los kelpers. Son las dos fases de un mismo proceso, de una casi idéntica situación, aunque los tiempos puedan ser distintos y por lo tanto también las actitudes a asumir. Antes, cuando no estaba aun el default, se pregonaban y practicaban abiertamente las relaciones carnales, se exaltaba como un orgullo el de ser del Primer Mundo sin interesar el precio a pagar y se asumía tal situación haciendo buena letra con el león. Ahora que no se puede pagar ya más, o menos que antes, porque nuestras finanzas se encuentran agotadas, de allí la supresión de la convertibilidad, se torea, se guapea un poco aunque a sabiendas de que todo va a seguir exactamente igual, terminándose  en un juego con la fiera.
Habría que comprender de una vez por todas que el único cambio posible es aquel por el cual no solamente no queramos ingresar al Primer Mundo, sino a la inversa, que nos atrevamos realmente a salir de él, rompiendo con todos sus organismos financieros y culturales, renunciando a sus “inversiones”, a su “asistencia monetaria”, a sus créditos y “ayudas” y a todos los demás medios de sumisión que se nos proponen a cambio de disfrutar de sus espejillos de colores, de sus chucherías tecnológicas y de su “progreso”, continuando así con la alimentación del león. La Argentina sólo será una nación cuando, lejos de afanarse por querer formar parte de un determinado mundo extraño a nosotros, cree en cambio su propio mundo, cuando en vez de ponerse como meta principal salir hacia fuera con sus productos pretendiendo convertirse en país competitivo, se centre en fronteras para adentro, encuentre en el seno de sí misma y no en otro las energías existenciales para realmente ser. Tan sólo así nos haremos respetables.
Por último digamos como colofón de la anécdota del zoológico que el joven, después de salir indemne de la riesgosa situación, se quejó por no haber recibido aplausos. ¿Pero podemos aplaudir a un ridículo pingüino?

Marcos Ghio

Buenos Aires, 16-1-04