QUO VADIS ECCLESIA? (II)

Maccarone: Hombre tonto, simplote. (Diccionario de la Lengua Italiana).

Remarcadas afinidades electivas deben haber determinado que el obispo gay de Santiago del Estero eligiera como pareja al joven remisero Serrano. No otra cosa podía esperarse sino el escándalo de un escabroso video sexual hoy comercializado. No es de extrañar por otra parte que, a pesar de que tal escandalosa acción no tenga parangón alguno debido no sólo a la dimensión de lo pervertido, sino también a la eminencia del cargo en cuestión, el mismo no haya tenido por parte de la prensa una indignación semejante a la de otros casos los que, aun no habiendo llegado a tales extremos como el aludido en el irrebatible video, no contaron en cambio con la suerte de haberse tratado de prelados enrolados en el progresismo como el muy tonto Maccarone.
Pero soslayando la politiquería a la que nos tiene acostumbrado el periodismo y los intereses minúsculos que, a partir de tales mezquindades, hoy hacen leña solicitando a gritos para sacerdotes homo y heterosexuales, casados algunos y hasta con “curitas”, la supresión del celibato y de la castidad del clero, es decir que nos rindamos ante el hecho consumado, repitamos una vez más lo manifestado tiempo atrás en ocasión de un hecho similar también acontecido en el seno del clero progresista, y por ende hoy prácticamente olvidado, el del asesinato sexual del cura Borgione, en un artículo que llevaba entonces este mismo título.
Dijimos en aquella oportunidad, vinculando tal hecho con los cambios acontecidos en la religión católica a partir del Concilio Vaticano II. “De qué sirve que la Iglesia moderna insista tanto en el celibato de sus pastores si les ha negado a éstos la función principal por la cual se justificaba su castidad? ¿Si el sacerdote ha perdido su carácter teúrgico, por qué no puede llegar a ser uno más de los tantos como Borgione (y hoy agregaríamos Maccarone) o en todo caso como los curas casados con sus “curitas”” (EL Fortín, N.º 7, Octubre-Diciembre de 1996). Por supuesto que en tal reflexión nos referíamos a lo que acontece con la inmensa mayoría de los clérigos y de la Iglesia como institución, obviando los casos aislados de aquellas excepciones que de manera heroica se han resistido a avalar los cambios instituidos por el Concilio, los cuales sin embargo, y es lamentable reconocerlo, representan una escasísima minoría de nula incidencia en el conjunto.
Valgan por lo tanto una vez más, para remitirnos a lo esencial del problema, una serie de reflexiones respecto de aquel tan decisorio acontecimiento que se remonta a 1960, bajo el pontificado de Juan XXIII, más tarde concluido por su sucesor Paulo VI y luego llevado a la práctica por todos los pontífices posteriores, conocido bajo el nombre de Concilio Vaticano II.
En aquella época, en plena gestación del avance irrefrenable de la democracia y del secularismo en el mundo bajo el imperio universal del materialismo sea ruso como norteamericano, el catolicismo se formulaba una serie de necesidades de “aggiornamento” a fin de poder seguir manteniendo su influencia en el contexto universal. El requisito ecuménico era entonces un reclamo lícito y compartido por muchos en tanto pretendía responder a una serie de interrogantes. ¿Por qué sólo el catolicismo debía ser la religión que vinculaba con lo sagrado? ¿Por qué un asesino serial que se arrepiente antes de morir va al Cielo si acepta la soberanía de la Iglesia y no así un asceta de otra religión que no lo ha hecho? ¿por qué no aceptar el principio de que, así como las civilizaciones son múltiples de acuerdo a las distintas idiosincrasias, también ello debe acontecer en relación a las religiones? Que no es por ejemplo la misma la manera hindú de vincularse a lo sagrado que la occidental o europea, aunque sí en cambio lo sea la Divinidad a la que se vincula. Los ritos y los símbolos pueden ser distintos, pero el Dios siempre es y será Uno. Que la Iglesia y en especial en esta época de secularización en que se vive debe dejar a un lado su afán proselitista y apologético, su exacerbado deseo por convertir a todo el mundo y buscar en cambio la alianza ecuménica con aquellos sectores de las grandes religiones que respeten y levanten los contenidos sagrados por caminos diferentes. Que el principal adversario no es la otra religión a la que habría que convertir a la propia, sino el materialismo y el consumismo del mundo moderno el cual en su avance universal y también proselitista intentaba penetrarlas a todas éstas. Por lo tanto la postura ecuménica a adoptar debía fundarse en una unión indisoluble entre las grandes ortodoxias de todas las religiones combatiendo en el seno de ellas a la tendencia hacia el humanismo y la secularización que intentaba desviarlas de su legítimo fin.
Justamente fue lo opuesto a lo que aconteciera en el Concilio Vaticano II. Allí, inversamente a lo requerido, la unión ecuménica se efectuó por el contrario entre los sectores modernistas de los distintos credos religiosos, los cuales subordinaron los mismos a los principios seculares de la modernidad reflejados en los “inmortales principios” de la Revolución Francesa y en la declaración de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Por lo tanto el ecumenismo, lejos de haberse fundado en principios espirituales y metafísicos, se basó en cambio en valores morales y puramente humanos.
Como secuela de todo ello, el proceso hacia el humanismo y la secularización debió condimentarse de democracia, la cual como una verdadera plaga invadió hasta la esfera más sagrada de los ritos más entrañables de las diferentes religiones y en manera especial de la propia. La Misa dejó de ser un sacrificio para pasar a constituirse en una rememoración simbólica y colectiva del sacrificio de Jesús. El cual obviamente fue resaltado en sus valores humanos e históricos, no pudiéndose obviar con ello con el tiempo también los relativos a su sexualidad. El sacrificio de la misa, la transubstanciación, pasó de ser una acción teúrgica efectuada por el sacerdote en un contacto directo con la Divinidad en su función de intermediario, para convertirse simplemente en una asamblea compartida en donde todos los fieles participan igualitariamente y hasta se imparten por sus propios medios la ostia “sagrada”. El sacerdote, lo mismo que el maestro en nuestro días, se ha convertido en un coordinador de actividades. El bautismo ha pasado a ser también una ceremonia en donde la bendición impartida desde lo alto es suplantada por la más moderna y popular imposición de manos colectiva efectuada por los mismos fieles. Y podríamos extendernos hasta el cansancio en un interminable inventario de transgresiones a nuestra sagrada religión, habiendo sido la misma profanada y contándose cada vez más con escasísimos sacerdotes que, con un grado de heroísmo superlativo, se han mantenido fieles a la Tradición.
Pero curiosamente y como paradoja ante tales actitudes renunciatarias en materia de religión presenciamos también cómo, no obstante el proclamado ecumenismo, las actitudes apologéticas y sectariamente conversionistas, en contraposición a las cuales es que se hubiera justificado verdaderamente una actitud ecuménica, no solamente no han cesado, sino que se han multiplicado. Ello lo observamos en la postura asumida por ciertos sacerdotes y fieles pertenecientes al ala no progresista, pero sin embargo formando parte de la estructura de la misma Iglesia falsamente ecumenista, que en manera por lo demás sectaria llaman a luchar en contra del Islam, en especial a su sector fundamentalista, aunque no descartando al resto en razón de ciertas características que el mismo poseería en manera hereditaria, al cual el único camino que se le propone es la conversión, no reconociéndosele, y suponemos que igualmente a las demás religiones, ningún contenido que sea verdaderamente sagrado.
Pero sucede aquí lo mismo que con el caso Maccarone y Borgione (perdonando la cacofonía). Así como en tal circunstancia nos preguntábamos qué es lo que justifica la castidad en una Iglesia que ha renunciado a aquella religiosidad más profunda y antimundana que la justificaba como tal? De la misma manera: ¿Convertir a los musulmanes u a otros a semejante credo decadente?

WALTER PREZIOSI

Buenos Aires, 29-08-05