LAS ENSEÑANZAS DE LOS ATENTADOS DE LONDRES

Una cadena de atentados deja al menos 38 muertos en Londres - AS.com

Los atentados acontecidos en la ciudad de Londres han tenido como propios una serie de elementos significativos que los distinguen en manera notoria de los otros dos acontecimientos similares del 11S y 11M. En primer lugar porque, a diferencia de lo que sucedió con los anteriores, este magnicidio era “esperado” desde hacía tiempo por parte de las autoridades británicas, las cuales, a pesar de ello, no pudieron hacer nada para evitarlo. En efecto, si los atentados de las Torres Gemelas fueron imprevistos sea por los medios sorpresivos empleados por primera vez como por el lugar elegido, al que se consideraba prácticamente invulnerable, el de Atocha también fue novedoso en cuanto a que no se había atentado nunca en forma masiva en contra de servicios públicos en el continente europeo. En cambio el de Londres no sólo fue una reiteración casi calcada del procedimiento anterior, sino que también había sido una y otra vez anunciado por Al Qaeda. Y además, por si ello fuera poco, aconteció justo en un momento en el que la seguridad en el territorio británico estaba en su alerta máxima en razón de estar realizándose el conflictivo encuentro del G8.
Todo este análisis nos permite afirmar una vez más lo que venimos sosteniendo casi en total soledad respecto del carácter que posee el poder que hoy rige en el planeta. Desde hace aproximadamente unos quince años, más precisamente tras la caída del muro de Berlín y el consecuente final del comunismo, el mundo viene presenciando un fenómeno de carácter uniforme. El hecho unánimemente constatable es que los diferentes “imperios” de esta época, a pesar del impresionante despliegue de fuerzas materiales del que hacen permanente ostentación, en el fondo son figuras efímeras y sumamente vulnerables, por lo tanto se encuentran muy lejos de representar lo que fuera tal figura en todos los tiempos de la historia. Tal ha sido en primer término el caso de la ex Unión Soviética, de la que muchos antiguos “occidentales” y anticomunistas empedernidos se olvidan de que se consideró por mucho tiempo que, debido a su impresionante concentración de poderío militar que superaba en varios terrenos a los Estados Unidos, iba a terminar ocupando la totalidad de Europa y que su destino obligado era el de vencer a la otra superpotencia en una Tercera Guerra Mundial. La realidad fue en cambio que, luego de un par de pequeñas frustraciones, entre ellas la estrepitosa derrota padecida en Afganistán de manos de pequeñas pandillas y tribus aborígenes nativas, se derrumbó en manera estrepitosa prácticamente sin haberse disparado un solo tiro. Podemos decir sin lugar a duda alguna que tal ejemplo, a pesar de ser único en la historia, es celosamente pasado por alto en sus consecuencias últimas en todo análisis geopolítico que hoy se realiza.
Sin embargo al parecer del otro “imperio”, que incluye en un muy variado bloque junto a los Estados Unidos a otros aliados especialmente europeos, partícipes todos de una misma concepción del mundo, podemos decir que no se distingue en lo esencial de lo acontecido anteriormente en la ex Unión Soviética. Sus incesantes fracasos militares, su incapacidad por disolver una simple organización terrorista transnacional, carente del apoyo de ninguno de los gobiernos del planeta y, a pesar de todo lo que se intenta demostrar en contrario, poseedora de medios bélicos de baja intensidad, pues hasta ahora sus éxitos se han basado en el empleo de simples bombas caseras, conseguidas en el mercado de los mismos países atacados, no hace sino poner en evidencia su debilidad esencial, la misma que hizo concluir tan estrepitosamente al otro “imperio” competidor. Es de destacar a su vez cómo curiosamente, a pesar de todas las invasiones implementadas para “derrotar al terrorismo” acompañadas de despliegues desaforados de fuerza militar, con sofisticadísimas armas y “misiles inteligentes” que “matan solamente a los terroristas y ahorran en cambio la vida de los inocentes”, ha sido incapaz hasta ahora de dar con uno solo de los principales lideres de Al Qaeda o del movimiento talibán.
Ahora bien, ante esta sucesión de fracasos, ha llegado la hora de preguntarse ¿en qué consiste la fragilidad de todos los grandes “imperios” que nos ha provisto la modernidad? ¿Cómo es posible que, a pesar del poderío material del que hacen alarde y que no tiene parangón alguno en la historia universal, sean en el fondo paradojalmente tan vulnerables, así como soberanamente ineficaces? La respuesta se encuentra en el hecho esencial de que en el fondo dichos “imperios” no son tales, sino simplemente una caricatura de lo que fueran estas formas políticas a lo largo de toda la historia. Lo que es propio de dichos organismos modernos, sea los actuales Estados Unidos, como la otrora Unión Soviética, se encuentra en el hecho de que han sustituido los valores espirituales que caracterizaran históricamente a tales formas políticas, por la mera ostentación y uso estereotipado de fuerza material. Y en ello han sido consecuentes con la característica esencial que posee el Estado moderno -pues los “imperios” de hoy en día son apenas Estados más poderosos que los demás- en tanto mero organismo que detenta y monopoliza el uso de la fuerza física y material. En tales “imperios” por lo tanto los gobernantes carecen del carisma que poseían en cambio los grandes emperadores o reyes de otras épocas por el cual los gobernados, además de sentirse protegidos por la fuerza pública, experimentaban también una necesidad imperiosa de obedecer y de servir hasta la entrega de sus propias existencias. La vida material era concebida nada más que como un tránsito, siendo el gobernante el encargado de otorgarle a la misma un sentido superior y trascendente, una razón por la cual valiese la pena estar aquí. Nada de esto es lo que sucede en los conglomerados actuales a los cuales por una especie de fuerza de inercia se les asigna aun el nombre de “gobiernos” o de “imperios”, si es que se trata de formas de tal tipo caracterizadas por la posesión de un mayor poderío material, a pesar de carecer de aquel carisma esencial. Nadie en los mismos entrega su vida por los gobernantes y por las causas que éstos representan. No pueden existir allí “suicidas” (1) por la “democracia”, como en cambio acontece en manera sumamente abundante en el caso del fundamentalismo islámico. En tanto que en tales regímenes burgueses la vida es considerada como el valor supremo, se reputa como una verdadera locura renunciar a la misma a la que se considera como la única realidad. Y si bien en tales conglomerados puede existir aun la religión, la misma ha quedado reducida a meras categorías morales, consistentes en premios y castigos, en caprichosas discriminaciones entre malos y buenos, en las que en el fondo nadie cree, pero que igualmente sirven para dar un pintoresco colorido a la realidad política cotidiana, tal como tan arquetípicamente nos lo muestra el presidente Bush en todas sus grotescas alocuciones.
Es de entender también que, ante tales carencias esenciales de heroísmo en el que son obligadas a vivir estas caricaturas (pues insistimos: si la vida lo es todo es simplemente una locura renunciar a ella y por ende ser héroe), tal poder haya acudido a una serie de sustitutos semánticos y propagandísticos a fin de eliminar a su fastidioso enemigo mediante la utilización de sutiles medios de acción psicológica. Digamos sin embargo que todos estos operativos son en el fondo de carácter efímero, pues consisten tan sólo en el retraso de una agonía, pues tarde o temprano la verdad será siempre más poderosa que el discurso retórico emitido, aunque pueda igualmente servir para demorar el accionar vertiginoso y victorioso de su enemigo. Al respecto digamos que Al Qaeda, a diferencia de otros rivales que ha tenido el poder moderno, ha aprendido a cabalgar el tigre. Lejos de hacer frente al despliegue tecnológico estrepitoso expresado en sus ultrasofisticadas armas, ha atacado a su enemigo en sus puntos verdaderamente vulnerables, su sociedad civil, la que es en última instancia el sustento verdadero y burgués de la sociedad militar propia de tal “imperialismo”. Atacar la esencia de la vida burguesa basada en la comodidad y la seguridad ha sido el logro principal del fundamentalismo el que no ha sabido ser hasta ahora imitado por ninguno. Ante ello entonces es que son explicables todos los montajes periodísticos elaborados principalmente para disminuir la importancia del enemigo absoluto al que tal frágil y antinatural poder se ve obligado a combatir en aras de prolongar la propia agonía. Tal táctica ha empezado a implementarse al día siguiente del 11S, luego de la sorpresa recibida. Resulta que, según las explicaciones formuladas en su defensa desesperada, el montaje consiste en hacer creer que habrían sido los mismos norteamericanos los que se habrían hecho estallar las Torres para encontrar “excusas” a fin de perpetuar su dominio del mundo. En pocas palabras que Bin Laden y el fundamentalismo serían por lo tanto su propia invención. Por supuesto que sustentar tal hipótesis obliga también a una serie de siempre nuevas explicaciones en la medida en que el enemigo persevere en sus acciones victoriosas. Así pues se verán obligados a decir también que son los responsables últimos del atentado del 11 M y aun del reciente de Londres. Sin soslayar por supuesto que las acciones de Al Qaeda en Irak y en Afganistán serían incluso implementadas por los norteamericanos para hacer una limpieza étnica en tal territorio y quedarse con el petróleo. Con respecto al reciente de Londres ya han comenzado a adelantar anticipos los diferentes corifeos del sistema haciéndonos saber que “ya lo sabían y estaban informados por otros servicios de inteligencia” pero que igualmente “dejaron hacer”. Aunque a esta altura del partido parezca sumamente inverosímil pensar que tales países estén interesados en aterrorizar a las propias poblaciones justamente en el mismo momento en que se demuestra que el efecto obtenido es en realidad el contrario, esto es que, a medida que el conflicto avanza en intensidad, en tanto el interés y la economía resultan ser los valores supremos que le dan sustento a esta “única vida”, simultáneamente a ello disminuye también la popularidad de los gobernantes que desean hacer la guerra y por lo tanto se hace cada vez más factible una retirada estrepitosa. Tal de hacernos recordar el dilema de hace unos años en que el comunismo parecía ser el victorioso, cuando se acuñara la famosa consigna: “Mejor rojos antes que muertos”. Hoy en día la misma podría ser también y con más razón: “Mejor fundamentalistas antes que muertos”, aunque el gran dilema se encontraría en que el triunfo de tal concepción les impediría seguir viviendo plenamente esa existencia bovina y democrática que tanto los entusiasma. Habría que pensar entonces que tales montajes estrepitosamente inverosímiles se hacen con la expresa intención de ocultar la fragilidad esencial del sistema especialmente entre aquellos que no lo comparten pero a los cuales se les trataría de no hacerles ver la existencia de una vía exitosa respecto de su disolución. Entre las filas enemigas siempre será preferible sembrar la idea de que se es cínico e inescrupuloso antes que ineficiente.
En este aspecto el atentado de Londres debe haber ayudado sin duda a desmontar los argumentos de muchos montajistas (aunque no nos ilusionamos que de todos pues bien sabemos que la imaginación es una potencia infinita), los que curiosamente son numerosísimos entre las filas de la extrema izquierda “antiimperialista” (2), así como de la derecha “nacionalista” o alternativista (3). En ambos sectores rige un mismo complejo: el de no haber sido exitosos en sus campañas “antiimperialistas”, en haber siempre fracasado en sus empeños y que todas las veces que alguno de ellos ha logrado alcanzar el poder ha tenido que ser tan sólo a costa de la propia prostitución y renuncia a los principios (4). Tal trauma psicológico es muy bien utilizado por el “imperio” el que les provee una suma de argumentos eficaces a fin de fortalecerles el yo tan debilitado brindándoles una “compensación” estereotipando el mecanismo de la negación respecto de aquellos que son en cambio exitosos. ¿Pero hasta cuándo podrán seguir autoengañándose?

Notas:
(1)  Sin duda no hay nada más odioso que reputar como “suicidas” a los mártires que se han inmolado en una lucha por su concepción del mundo y por la libertad de sus respectivos países. Resulta comprensible que ello suceda entre modernos defensores del sistema de la “vida única”, pero es canallesco y de mucha mala fe hallarlo entre católicos o defensores de una existencia ultraterrena. Que el fundamentalismo llame a luchar en contra de los “Cruzados” simultáneamente que en contra de los “judíos sionistas” encuentra su explicación no solamente en el hecho de que la actual Iglesia haya reputado a estos últimos como a sus “hermanos mayores”, sino también en razón de tal miopía y mala fe.
(2) Es curioso constatar cómo simultáneamente a sectores del sistema que nos hablan de un montaje acontecido el 11S y el 11M, también nos encontremos con figuras como Fidel Castro quien dice que Bin Laden no existe y es hechura de los norteamericanos. Para quienes nos hablan de una intrínseca identidad entre marxismo y capitalismo he aquí otro argumento.
(3) En la Argentina hay una derecha católica, nacionalista y carapintada, pero que también encuentra su correlación con sectores de Europa, muchos de los cuales para nada cristianos y hasta racistas y “paganos”, que concibe la lucha entre el fundamentalismo islámico y los Estados Unidos como una continuidad de la que aconteciera entre el Occidente cristiano y el Islam oriental. En tal actitud simplificadora ponen a todos en una misma bolsa, como si acaso Norteamérica fuera la manifestación actual del Occidente tradicional y no una nueva civilización antitética del mismo y a su vez como si el Islam fuese una cosa homogénea y no existiese en su seno también un muy numeroso sector “pro-occidental” y como si en el mundo no hubiese acontecido nunca una herejía tan universal y materialista como la moderna que exigiese, para hacerle frente, una unidad entre todos aquellos que, con independencia de religión o cultura, creen en la existencia de una dimensión trascendente en contraposición de los que en cambio la rechazan. Para estos sectores en cambio el problema se resuelve tan sólo con la conversión de los segundos a la “religión verdadera”, por supuesto que la propia, prefiriendo, ante la alternativa de otra, aun la unión con los materialistas más exacerbados.
(4) No ha existido nada más nauseabundo en nuestra vida política como presenciar la muy numerosa participación de sectores sea de la izquierda “antiimperialista” como nacionalistas católicos carapintadas en los gobiernos de Menem e incluso en el actual de Kirchner y lo que todavía ha sido peor fue escuchar las “explicaciones” proporcionadas por tales personas.

Marcos Ghio

Buenos Aires, 8-7-05