11 S Y KATRINA O EL IMPERIO QUE “DEJA HACER”

 

Se comenta que cuando George Bush asumió la presidencia de los Estados Unidos, en un informe confidencial relativo a los grandes problemas internos que debía resolver, se encontraba una lista de inconvenientes urgentes a sortear. La posibilidad de un atentado en el centro financiero de Manhattan por parte del fundamentalismo islámico por un lado y los grandes daños climatológicos que producirían a corto plazo las destrucciones del medio ambiente generadas por un industrialismo patológico del cual ese país se encontraba a la cabeza. Entre las zonas con posibilidades de ser afectadas se señalaba puntualmente a Nueva Orleáns a causa de un muy previsible aluvión de grandes proporciones y a San Francisco por la posibilidad de un muy grave terremoto. En todos los casos se sugerían medidas precautorias a fin de disminuir los efectos de los daños a producirse. En el caso del terrorismo se señalaban puntualmente ciertos informes de inteligencia que hablaban hasta con nombres y apellidos de quiénes podían ser los causantes de grandes atentados y hasta de los procedimientos que podían llegar a adoptarse. Y en el caso de Nueva Orleáns, simultáneamente con una política de disminución de la contaminación ambiental a largo plazo, en lo inmediato se sugería un reforzamiento urgente de los sistemas de defensa y protección. Pero pasó el 11 de septiembre sin que las defensas pudiesen evitar que, con medios sumamente rudimentarios, una organización y un líder hasta ese entonces prácticamente desconocidos en el planeta pudiesen lograr con un éxito casi perfecto la totalidad de sus objetivos. En ese momento, ante la sorpresa generalizada que desmentía a todas las películas hollywoodenses respecto de la invulnerabilidad de los norteamericanos, se pergeñó la idea de que en verdad Bush había “dejado hacer” las cosas para justificar sus invasiones por el planeta entero, hasta arribarse incluso a la tesis del autoatentado, idea fija ésta sumamente adentrada en ambientes sea de izquierda como de derecha. Esta inmensa legión de fieles en la omnipotencia norteamericana, desparramados por el mundo entero, pertenece al grupo que no se resigna a aceptar la evidencia contraria de un imperio débil y sumamente vulnerable al cual muchos de ellos, no obstante su más absoluto rechazo, en el fondo admiran quizás porque no fueron capaces de infligirle nunca daño alguno. Y al respecto habría que quizás preguntarse a la luz de los más recientes acontecimientos si no es verdad la hipótesis contraria, esto es que una de las motivaciones últimas de la guerra de Irak y Afganistán, en vez de haber sido la excusa del atentado, haya sido en cambio la de ocultar la inmensa inoperatividad del imperio norteamericano puesto en ridículo en el mundo entero por la facilidad con que pudo ser atacado.
De cualquier forma, sea argumentando de una manera o en otra, en todo lo acontecido el 11-9 ha quedado plenamente demostrado que el presidente norteamericano se ha destacado por “dejar hacer”. Lo que por mucho tiempo a todos no les ha quedado en claro hasta hace pocos días es si esta inoperatividad se ha debido a un hecho intencional y premeditado o si en cambio responde a una naturaleza sumamente débil incapaz de hacer frente y resolver los problemas esenciales. Una naturaleza ésta que preanuncia pues un hecho de grandes proporciones cual es la decadencia de un imperio. Los imperios no mueren nunca asaltados por afuera, sino por un fenómeno previo de implosión interna que anticipa su desaparición.
La reciente catástrofe de Katrina con la consecuente destrucción de la costa sur de los Estados Unidos ha ayudado a poner en claro que el “dejar hacer” de Bush, quien no tomó las medidas que se le habían indicado oportunamente, se debe exclusivamente al segundo caso. La ayuda humanitaria solicitada al mundo entero y los generosos aportes de Cuba, Biafra, Somalia y tantos otros indican una verdadera puesta a tono con los tiempos que se vienen.

Marcos Ghio
Buenos Aires, 5-9-05