EL VERDADERO “CHOQUE DE CIVILIZACIONES”

                                                                                                                            por Marcos Ghio

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Samuel Huntington: un choque que no es tal.

En la actualidad ha tenido vasta aceptación, en especial entre diferentes sectores de la “derecha”, la teoría esbozada por Samuel Huntington conocida como la del “choque de civilizaciones”, habiendo sido la misma considerada como una concepción “realista” y presentada como un contraste con la anteriormente en boga por un tiempo, sustentada por Francis Fukuyama, respecto del fin de la historia con la victoria definitiva de la democracia, luego de la caída del muro de Berlin y del comunismo. Se dijo así respecto de esta última que, más que una visión científica de la realidad, era más bien el producto de un impacto circunstancial ocasionado por un determinado y efímero “triunfo” logrado por la “civilización occidental” en relación a aquel imperio que, por su poderío tecnológico y militar así como por su concepción del mundo, se reputaba como el último de los enemigos que aun le quedaban. Luego de la corroboración de que no solamente la historia no había cesado en sus conflictos, sino que, por el contrario, los mismos resultaban hoy en día mayores y más inesperados que cuando estaba aun en vigencia el régimen comunista, ha sucedido que hasta el mismo Fukuyama ha terminado arrepintiéndose de lo que antes había sostenido con tanta convicción y al parecer su rival en disputa habría sido el encargado ahora de tomar a su cargo la posta en razón de su mayor previsibilidad. Sin embargo una atenta lectura de la obra de Huntington nos muestra que  en el fondo no es muy distinta en sus principios esenciales con los sustentados por su pretendido rival, sino que simplemente se trata más bien de una cuestión de tiempos y de oportunidades aquello que entre éstas se contrapone. Huntington, lo mismo que Fukuyama, es un secuaz incondicional del “Occidente”, de sus logros tecnológicos, de su democracia, de su confort y bienestar, pero, a diferencia de éste, no es tan optimista en relación a la inminencia de su triunfo final y del pronto arribo de una situación de Jauja universal. Si bien él cree que tarde o temprano su civilización y “democracia” triunfarán en la historia, piensa sin embargo que tal meta, que también para él significa el final de los conflictos y de las contradicciones, dista todavía de haberse consumado y que para obtenerse debe arribarse a un choque irreversible entre dos civilizaciones que sean sustancialmente antagónicas. Entre una civilización que represente en manera cabal el progreso y la racionalidad –y ella es por supuesto aquella a la cual él pertenece– y la que en cambio se yerga como su adversario absoluto en tanto negación de tales principios. Es decir, no es que no crea, como su pretendido rival, en un final feliz e irreversible de la humanidad, creencia que es en el fondo también compartida por el pretendidamente derrotado comunismo, sino que considera que tal tiempo “aun no ha llegado”, que falta todavía al menos un combate para que los occidentales puedan arribar a la consecución del universo fukuyámico que no es sino la realización de la utopía moderna compartida por los principales pensadores de lo que hoy se nos presenta como “nuestra civilización”. Y este combate por venir, en tanto llegaría a ser el más importante de todos, deberá ser en consecuencia más duro y total que el que anteriormente se tenía con el comunismo soviético. En efecto, no olvidemos nunca que tal concepción se basaba también en un pensamiento de origen “occidental”, perteneciendo a este mismo universo su “filosofo” principal y además, de la misma manera que el “Occidente”, pregonaba por caminos diferentes las mismas metas, esto es la economía como destino, el ilimitado progreso tecnológico de la humanidad, el reino de la igualdad universal y principalmente un orden profano y unidimensional de la existencia. Por ello la caída del comunismo no podía ser reputada en manera alguna como una verdadera “victoria” del Occidente, sino tan sólo como la simple corroboración de la superioridad de un camino determinado hacia el logro de una misma meta compartida. No ha sido otra cosa que el éxito de la economía de mercado sobre la economía planificada, del capitalismo individual sobre el capitalismo de Estado, pues en cualquiera de los dos casos ha sido siempre una sociedad de tipo economicista y materialista la que habría siempre salido triunfante. Pero he aquí como sucede luego de este “triunfo” lo que para muchos –y entre ellos Fukuyama– representaba lo inesperado, que en el momento en que el mismo se ha operado, sobreviene de manera inmediata el verdadero combate para el Occidente, el cual antes con la rabiosa competencia entre capitalismo y comunismo estaba como camuflado, ocultado y dormido. Ahora ya no es más el antagonismo entre dos posturas materialistas y dos métodos distintos para organizar la economía, sino entre algo mucho más vasto y antagónico, entre una concepción profana y otra sagrada de la existencia, entre una que hace de esta vida la meta suprema y principal y todo lo ordena a fin de que en ello se agoten las energías de los seres y otra que en cambio la concibe tan sólo como un tránsito, como una “guerra santa” para conquistar el cielo. Este choque ya no es más entre escuelas de economía y de organización del Estado, sino verdaderamente entre “civilizaciones” antagónicas y es por lo tanto, a diferencia del que acontecía anteriormente a pesar de la “guerra fría” y del chantaje nuclear, de carácter absoluto y no tiene puntos posibles de acuerdo como acontecía en cambio entre el comunismo y el capitalismo, que nunca descartaban sintetizarse, tal como lo muestran en nuestros días tantos de nuestros políticos paradigmáticos simultáneamente marxistas y capitalistas. Bien sabemos –y siempre lo hemos dicho desde nuestras trincheras–  que se ha tratado de dos caras de una misma moneda.
Es de destacar por lo dicho hasta aquí que el análisis efectuado por Huntington resulta sumamente ilustrativo, en especial por tratarse de alguien perteneciente a un bando que no es el nuestro. Es verdad lo que él afirma que el verdadero choque de civilizaciones no fue el que aconteciera antes entre capitalismo y comunismo, sino que en cambio es el que se vislumbra ahora en nuestros días entre Europa y Norteamérica por un lado y los movimientos y Estados islámicos fundamentalistas por el otro. Sin embargo nos resistimos a considerar como el autor que dicho conflicto deba enmarcarse con el que atávicamente enfrentara al Oriente con el Occidente, siendo así una recreación actualizada del mismo y que encubra, detrás de una pretendida cuestión de principios, una puja moderna de intereses por el dominio universal. Concebir de esta manera las cosas es sucumbir a una sugestión de nuestro enemigo por la cual es siempre el afán de dominio, así como la economía y el interés lo que gobierna a los hombres. Estas dos posturas rivales no pueden reducirse sin más a una expresión geográfica. Si el patrón de medida de este antagonismo, tal como expresa Huntington, es hoy una lucha entre concepciones del mundo rivales, debemos decir que el Occidente actual con su consumismo y materialismo no tiene nada que ver ni con Grecia, ni con Roma, ni con el cristianismo medieval, manifestaciones estas últimas que en cambio se aproximan mucho más a los principios que hoy sustenta el fundamentalismo islámico. Por otro lado no creemos tampoco que todo el Oriente se encuentre empeñado en tal “choque” antioccidental puesto que ha sido justamente en su seno en donde hoy más que en cualquier otro lado tales principios profanos y materialistas –y pensamos principalmente en China y en Japón– se encuentran plenamente en vigencia. Del mismo modo que ni siquiera la totalidad del Islam representa tal alternativa en la medida que en el interior del mismo encontramos también, aunque en forma cada vez más minoritaria y en retroceso, a sectores de la modernidad. Por lo cual nosotros modificaríamos el enfoque sustentado por Huntington de Oriente versus Occidente por uno más puntual que contrapone a la también ancestral civilización moderna, representada hoy paradigmáticamente por los regímenes imperantes en Europa y los Estados Unidos, y civilización tradicional que se manifiesta en la actualidad entre importantes sectores del Islam, entre los cuales podemos señalar principalmente al actual régimen del Irán, al movimiento Hamas y al fundamentalismo islámico en general entre cuyas filas deben señalarse a organizaciones conspirativas tales como Al Qaeda. Lo que caracteriza a tal movimiento es un rechazo total por la modernidad, por su visión unidimensional de la existencia, por su demonismo tecnológico y consumista, por su hedonismo. Pero tal postura, si bien ha encontrado en el Islam una precisa y ostensible manifestación, no debe ser en modo alguno concebida como algo exclusivo de tal movimiento, sino que también podría llegar a constituirse aun en sectores de otros contextos culturales, en la medida que los mismos recreen los principios de las propias religiones hoy invadidas en su inmensa mayoría por el virus moderno que las corroe.

 Buenos Aires, 8-2-06