A propósito del triunfo de Bachelet en Chile

MATRIARCADO Y DEMOCRACIA

 

Reseña Biográfica Michelle Bachelet Jeria - Reseñas biográficas - Historia  Política - Biblioteca del Congreso Nacional de Chile

El mundo presencia hoy día un fenómeno recurrente en distintos países cual es el de la llegada masiva al poder en el Estado, así como en los principales planos determinantes de la vida publica, de figuras pertenecientes a la “otra mitad más bella de la humanidad”, en un proceso cada vez más acelerado por lo que no sería de extrañar que, de continuarse con tael mismo, en un futuro terminen gobernando casi en exclusividad las mujeres y que llegue a resultar un hecho sorprendente cuando sea en cambio un hombre el que lo haga.
Así pues al reciente triunfo electoral de Bachelet en Chile, precedido por el de Cristina Kirchner en la Argentina, quien a su vez estuvo en competencia electoral con otra mujer, del mismo modo que el rol determinante que la primera posee en la vida pública, por lo que, si bien no es la que “gobierna” formalmente, es en cambio aquella que lo hace entre bastidores, se le podría agregar también el de Merkel en Alemania y la casi segura polarización femenina que acontecerá en las próximas elecciones norteamericanas, ya que, por el lado demócrata, la candidata va a ser Hillary Clinton, pero por el republicano la oponente sería la afro-americana, muchas veces mencionada por nosotros,  Condoleezza Rice. Todos estos hechos, a los que se le podrían sumar muchos más, no pueden ser considerados en manera alguna como casuales, sino que obedecen a un fenómeno único y excluyente cual es el definitivo despliegue de las posibilidades que se encuentran latentes en la democracia como régimen de vida, siendo pues la expresión de los fundamentos últimos de la misma.
Distintos estudiosos del fenómeno de los sexos en relación a la estructura social, ya desde la época de Bachofen y de Engels, manifestaron en su momento, desde perspectivas ideológicas antagónicas, la íntima vinculación existente entre la democracia igualitaria y la sociedad matriarcal en donde la mujer ocupa el lugar predominante. Sociedad que fuera históricamente superada o simplemente negada (aquí es en donde discrepan los dos autores) por la patriarcal, de carácter en cambio aristocrático y jerárquico, fundada en la existencia de desigualdades, entre ellas la esencial entre el hombre y la mujer. Ambos autores concuerdan también en considerar que la base de la sociedad matriarcal es el materialismo (término éste vinculado incluso etimológicamente con la palabra latina mater = madre, que es una característica esencial de la mujer) en donde lo telúrico se convierte en aquella realidad determinante. Como consecuencia de ello la mera “vida” y perpetuación de la propia especie, a la que se aboca especialmente la “madre” en su función reproductiva, representan los valores supremos respecto de los cuales los individuos adquieren validez en la medida en que coadyuvan a dicho proceso, siendo por lo tanto, en razón de tal condición y vínculo, reputados todos ellos como “iguales entre sí”, en tanto partes de una unidad superior que los trasciende. Es también una consecuencia de la primacía de tal principio que la “paz”, la economía, el mero bienestar material, tengan que representar las metas principales de una sociedad “matriarcal”. Casualmente es de destacar aquí que la palabra economía (del griego oikos que significa hogar) se encuentra vinculada con el factor femenino de la administración relativa al patrimonio doméstico. Que la política hoy en día esté subordinada a la economía, que la resolución de tal problema sea reputado, sino como el principal, al menos como el casi excluyente, subordinándose al mismo cualquier valor de carácter espiritual o tan sólo “político”, es un signo claro y uno de los síntomas principales que explican el proceso de permanente feminización que hoy se vive.
De acuerdo a lo señalado, nos encontramos con dos orientaciones posibles que pueden asumir las sociedades humanas en relación a la primacía de principios diferentes y contrapuestos: materialismo o espiritualismo, primacía de la vida o de la supravida, de la economía o de la política, paz o guerra, igualdad o desigualdad, democracia o aristocracia; todo lo cual se encuentra determinado por la subordinación de un principio respecto del otro. Si es de lo masculino en relación a lo femenino, consecuentemente el orden será el del matriarcado, o a la inversa si es esto último respecto de lo primero, nos encontraríamos en cambio con la sociedad patriarcal y en cualquiera de los dos casos se tendrá la primacía de uno de los principios aludidos. Pero es de destacar aquí que de ninguna manera, cuando se habla de subordinación, se está pensando en un camino signado por la violencia y el sometimiento, tal como alega la propaganda feminista hoy en día asumida no sólo por mujeres, sino también por muchos “hombres” que hablan de explotación y sometimiento de parte del sexo fuerte en relación al débil, considerando erróneamente la existencia de un solo tipo posible de dominio. Históricamente la primacía del hombre sobre la mujer se ha manifestado por el prestigio que el primero ha sabido despertar en ésta, generando así un lazo devocional y de obediencia que no podía ser obtenido ni por el más feroz y violento de los sometimientos. Ha sido justamente la mujer la que en los periodos patriarcales ha reconocido en forma espontánea la superioridad del hombre en su función de guía, caracterizándose la peculiaridad de lo femenino, y que lo distingue por lo tanto de lo masculino, a diferencia aquí del dogma igualitario, en resolverse en un acto de entrega absoluta hacia alguien. Tal acto devocional en ninguna manera significaba un menoscabo, sino por el contrario era una verdadera dignificación de la mujer y un aporte significativo y necesario a su vez para el sostenimiento de cualquier orden social normal. La devoción por parte de la mujer hacia su hombre representaba en manera arquetípica el acto por el que quien era subordinado obedecía a su jefe o superior hasta la entrega de su misma vida, entrega ésta que no exigía condiciones, ni se mediatizaba a la satisfacción de intereses singulares.
Ha debido suceder un decaimiento de la condición masculina correlativamente con la de la política en el orden social para que, de manera consecuente, se invirtieran los roles y se ingresara a un orden democrático y feminista como el que vivimos en el cual tal actitud devocional y de consecuente lealtad ha prácticamente desaparecido, estando todo determinado en cambio por la mera búsqueda y satisfacción de intereses egoístas individuales. Ello no por culpa de la mujer, sino por la del hombre que ha resignado su condición de tal, en tanto éste se ha degradado a sí mismo renunciando a su función esencial.
Luego de lo cual, hay que reconocerle a los feministas (de todos los sexos) que es verdad que existe una superioridad, en la época actual, de la inteligencia femenina respecto de la masculina. Ello se debe una vez más al decaimiento del hombre, el que ha traído por consecuencia también el anquilosamiento de su condición mental caracterizándose por la aceptación obtusa y pasiva de una serie de esquemas y hábitos que son asumidos en forma sumisa. Una serie de sugestiones, asociadas a su vez con hábiles montajes y miedos ideológicos, han hecho hoy en día que existan temas de los cuales sea imposible hablar en manera crítica y que, en caso de hacerlo, se corra el severo riesgo de ser pontificado con una serie interminable de anatemas descalificatorios. Así como hay países en los cuales negar la existencia del Holocausto en la segunda gran guerra puede significar la cárcel, hoy en día trae aparejado un repudio social e incluso una sanción judicial el hecho de hablar mal del que es más débil, inferior o diferente o simplemente señalarlo como un hecho objetivo. Nadie puede criticar por ejemplo al pueblo, al trabajador, el cual es el “soberano” que “no se equivoca nunca” y es “lo mejor que tenemos”. Del mismo modo que hablar mal de la mujer o señalar simplemente su condición diferente es reputado como sinónimo de “machismo”, cuando no de “discriminación”. Término este último que se ha convertido en una verdadera palabreja maldita que origina pavor por parte de quien recibe tal calificativo. A todo ello hay que agregar también que el predominio de la mujer en la sociedad actual marcha aparejado con esa verdadera idea fija y obsesión que se ha instalado en nuestro mundo moderno terminal en relación con el sexo. Guay a escandalizarse por la suma de obscenidades a las que estamos condenados a vivir, así como de la obligatoria exhibición de desnudeces que debemos contemplar de manera cotidiana en todas partes sin que lo hayamos solicitado nunca. Una “ciencia” ad hoc, el psicoanálisis, condena como “reprimidos” a los que así lo hacen, agregando a ello incluso motivos de burla. Cuando en verdad la burla debería ser dirigida hacia la conducta contraria al contemplar por ejemplo el estado de “baba” permanente al que suelen estar sometidos entre otros nuestros “comunicadores sociales” que acceden a las mujeres que los circundan como si se tratara de presidiarios con años de abstinencia. La sugestión por el sexo de nuestros días por la que el hombre varón vive en estado de constante tensión en relación a mujeres fascinantes que lo rodean por doquier, pero que habitualmente no posee, es el correlato obligado del gobierno “democrático” de la mujer y de las sugestiones por las que determina al hombre, en vía de convertirse en su conjunto en un pelele y faldero de la misma por su propia y exclusiva responsabilidad.

Marcos Ghio

Buenos Aires, 18-1-06