Una contrarréplica a André Glucksmann

LAS CARICATURAS DANESAS Y DAVID IRVING

Muere el filósofo francés André Glucksmann a los 78 años | Cultura | EL PAÍS

Hemos recibido una inesperada réplica ante la incesante prédica, sostenida entre otros por este medio, denunciando la incongruencia existente en la Europa actual la que, mientras por un lado manifiesta suma indulgencia en befarse de Mahoma, por el otro actúa con gran severidad cuando se trata lo relativo al “Holocausto” judío. Recordábamos al respecto cómo acontece allí que la mera objeción respecto de las cifras y datos oficiales sobre dicho tema puede implicar castigos severos, como el padecido por el historiador David Irving, condenado a tres años de cárcel por haber manifestado verbalmente y por escrito sus dudas al respecto.
Así pues el filósofo judeo-francés André Glucksmann acaba de publicar una nota en diferentes medios de prensa titulada Las caricaturas danesas y Auschwitz. Su principal argumento es el de que no pueden equipararse nunca la Shoá con Mahoma o con otra creencia religiosa, como la de la divinidad de Jesús o de la inmaculada concepción de la Virgen María. Ello acontecería por la circunstancia de que, mientras que de esto último de lo que se trata son de meras creencias subjetivas, no corroborables a través de la experiencia, es decir de cosas sobre las cuales no hay “pruebas”, de lo segundo en cambio se trata de verdades irrebatibles pues “la realidad de los campos de concentración ha sido verificada”. Por lo cual la “realidad de hecho” resultaría siempre superior a la mera “creencia religiosa” que se basa no en verificaciones, sino meramente en plegarias y en el “empeño de los fieles” en sostener su verdad.
Ante ello habría primeramente que decir que Glucksmann confunde la situación en su intento por señalar diferencias. La verdadera distinción que habría que hacer no es entre determinados acontecimientos en donde sólo algunos tendrían la categoría de “hechos”, sino en cambio entre los que él relata y la interpretación que pueda hacerse de los mismos. Los primeros son siempre irrebatibles, no así en cambio lo que pueda afirmarse de ellos. Y al respecto digamos que en la comparación que realiza no es verdad que solamente los campos de concentración sean “hechos objetivos”, sino que también la persona de Mahoma lo es, pues nadie duda de que haya existido. Sin embargo, si bien es cierto que no es una verdad absoluta que el aludido haya sido el profeta de Allah, tampoco lo es que en tales campos haya existido un holocausto, ni que hayan muerto allí realmente seis millones de judíos. Ninguna de las dos cosas está probada en forma absoluta y sostener lo contrario de manera categórica como él hace con el segundo hecho es también una creencia como lo es la de que Mahoma haya recibido su revelación del arcángel Gabriel. Por otro lado llama la atención que alguien que pertenece al mismo país de Descartes y que se proclame filósofo ignore que en el campo de la realidades fácticas no existen las evidencias absolutas y que la interpretación que se hace de un hecho puede ser contrastada una y otra vez por nuevas revelaciones, admitiéndose así explicaciones diferentes. Por ejemplo, durante muchos años se manifestó categóricamente que la famosa matanza de Katyn, en la cual fueron asesinados 10.000 oficiales polacos, había sido efectuada por los nazis. Luego de la caída del comunismo y tras haberse realizado excavaciones en tal región, se pudo sostener en cambio que había sido el régimen soviético el que lo había hecho.
Nuestro contradictor, al no realizar tales necesarias distinciones, termina cayendo él también en el mismo dogmatismo que critica. Y le sucede entonces, del mismo modo que a los integristas por él señalados, que tampoco puede ver la realidad objetivamente, siendo llevado conciente o inconscientemente a la distorsión de la misma. Así pues, cuando manifiesta que tras la apertura de Auschwitz “el hombre europeo se convirtió a la democracia luego de 1945”, soslaya el hecho notorio de que tal campo fue abierto al público apenas en 1958 y que además, por si fuera poco, el mismo se encontraba ubicado en un territorio ocupado por los soviéticos, respecto de los cuales sabemos, especialmente en razón de lo revelado en Katyn, que al menos han mentido una vez.
Reconozcamos que, pese a todo lo dicho, es verdad lo que afirma Glucksmann respecto de que, no obstante su unilateralismo, las religiones, en tanto que son humanas, como tales también “evolucionan” con el tiempo. Es interesante constatar la “evolución” que ha tenido la religión del Holocausto, tras haber recibido su “revelación” con la apertura de su santuario de Auschwitz. Primero se dijo que en tal campo habían sido gaseados 4.000.000 de judíos, luego la cifra se redujo abruptamente a dos. Una vez más, tras la caída del comunismo y tras haberse hecho públicos sus archivos, se pudo saber que por todo concepto los muertos en el mismo habían sido unos 50.000; sin embargo lo curioso a constatar es que tales modificaciones no han hecho en nada variar la aludida cifra global de seis millones.
Todo esto, insistimos, lo decimos no sin manifestar nuestro rechazo hacia el nazismo, ideología que no compartimos, tal como lo expresáramos en diferentes oportunidades, pero lo que no podemos nunca aceptar es la utilización espuria que quiera hacerse del mismo en provecho de una nueva opresión. Digamos además que Glucksmann ha evitado puntualmente referirse a la reciente condena al historiador Irving. Hubiera sido interesante que, así como nos indicó la diferencia que según él existe entre Mahoma y la Shoá, nos explicara también su punto de vista respecto de la que hay entre tal condena carcelaria y la quema de embajadas en los países árabes.
Por último nos dice también, en alusión a un pretendido privilegio que poseería su colectividad respecto de las restantes, que los judíos, como una muestra de su inmensa tolerancia, “tienen la especialidad en burlarse de su Dios, Jehová”, por lo que pretendería con ello que los demás hicieran lo mismo con el propio. Digamos respecto de lo primero que ello es verdad: la misma Biblia nos recuerda en el Éxodo que, cuando Moisés se retiró al monte Sinaí por unos días, al regresar encontró que su pueblo había erigido un altar al Gran Becerro de Oro, por lo que suscitó de su befado Dios múltiples iras que han durado hasta nuestros mismos días. Pero él no debería considerar a esto como un privilegio, sino en todo caso como un hecho desgraciado, el que además no es afortunadamente compartido por todos los hebreos, pues los hay también que no son profanos y no se burlan de su deidad como hicieron sus antepasados y lo siguen haciendo aun hoy muchos de sus coetáneos actuales, entre los cuales el aludido filósofo, quienes han agregado a su panteón de ídolos, junto al aludido Becerro, a uno nuevo: el Holocausto. Aunque reconozcamos que, si bien nadie lo obliga a hacer lo contrario con su deidad, lo que sin embargo no puede pretender de ninguna manera es que, porque algunos de su colectividad son como él profanos, todos los demás debamos serlo también de manera obligatoria.
Finalicemos estas líneas agradeciendo a todos aquellos que han difundido nuestras notas generando así una vasta cadena que ha obligado a nuestro adversario a responder y suscitar de esta manera un importante debate tan necesario para los tiempos actuales.

Buenos Aires, 2-03-06