A propósito de las sátiras a Mahoma
LA CARICATURA EUROPEA

 

Creer que los periodistas europeos que se han befado de Mahoma practican en forma irrestricta la “libertad de prensa” es tan ingenuo como considerar que los islámicos que queman las embajadas de aquellos países lo hacen porque pretenden que Europa practique la censura en sus publicaciones.
No es cierto que en el antiguo continente no haya personas o temas de los cuales no pueda ironizarse o banalizarse ni que se pueda sostener con absoluta libertad todo lo que uno piensa y hacer conocer los resultados de las propias investigaciones sin correr el riesgo de ser sometido a penas tan duras como la de la prisión. Es decir, no es verdad que no existan tabúes o “verdades” intangibles para el “Occidente” laicista respecto de los cuales, si alguno se animara a practicar la “libertad de expresión”, no corriera severos riesgos para su integridad personal. El mejor testimonio de ello nos lo presenta el patético caso de David Irving, un historiador inglés, preso actualmente en Austria por haber escrito una veintena de muy documentados libros negando el dogma más sagrado en que se asienta todo el sistema de tal “civilización”: el Holocausto Judío en la segunda gran guerra. Dicho eminente historiador, basándose en fundadísimas investigaciones de campo, ha demostrado que nunca han existido las famosísimas cámaras de gas (1), que las muertes de judíos durante la contienda no pueden haber sido adjudicadas necesariamente a un plan expreso de exterminio pues en ningún caso ha podido darse con una sola orden escrita emanada de autoridades superiores que así lo demostrara. Y finalmente que mal podían haber sido seis millones los judíos exterminados en tanto que, de acuerdo a las propias estadísticas proporcionadas por fuentes de tal comunidad, los miembros de la misma existentes en la Europa ocupada por las tropas hitlerianas apenas superaban la cifra de los cinco millones. Por lo cual, a no ser que no solamente se hubiesen muerto todos, sino que además se hubiesen multiplicado milagrosamente como los panes del Evangelio, en ningún caso puede ser cierta la aludida cifra en la que se “cree” con tanto fanatismo como para encarcelar a quien lo niegue. Todo lo cual, debemos resaltarlo, obviamente no tiene por qué significar ni por parte del autor, ni de quienes dudan de los datos proporcionados por la historia oficial, una necesaria adscripción a la ideología nazi o a la política adoptada por Adolfo Hitler en relación al pueblo judío.  Es más, ello puede ser sostenido en contraposición a toda ideología totalitaria –en cuyo espectro se adscribe también y especialmente el mismo nazismo–  que acepta sin hesitaciones ni dudas ciertas “verdades” a las que reputa como creencias absolutas y que, en función de ello, en varios casos se las utiliza como base de sustentación para justificar un conjunto de atropellos. Tal el ejemplo de todas las tropelías que el movimiento sionista comete en el Medio Oriente para justificar sus genocidios y torturas en territorios ocupados, pues “si hemos soportado seis millones de muertos ¿qué pueden significar algunos miles de árabes masacrados?” (2)
Pero lo indubitable a resaltar aquí es que, a diferencia de lo que se afirma con tanto énfasis, en la Europa actual existe un ámbito sagrado respecto del cual no puede ni discutirse ni ironizarse, corriéndose el riesgo, en caso contrario, de ser sometido a castigos severos, como en la situación antes aludida. Contestes de tal circunstancia, las comunidades islámicas en sus protestas no han pretendido nunca que se prohíba la libertad de expresión, de la misma manera que no se le privó a David Irving la posibilidad de expresar sus ideas, sino que en todo caso, si existen tales territorios intangibles para los “occidentales”, que se respete que también los hay para los musulmanes y más aun, sin necesidad de acudir a los castigos a los que se ha sometido al aludido historiador, se apliquen sanciones de algún tipo a quienes banalicen y agravien las creencias de otros.
Arribados a este punto digamos que seguramente resulte muy posible que cualquier civilización extraña a la del actual “Occidente” pueda asombrarse de que, mientras que con suma impunidad se realicen befas respecto de la figura de Jesús, de sus apóstoles, y de los distintos símbolos sagrados de la propia religión, no suceda lo mismo con lo concerniente al “pueblo elegido”; lo cual se explicaría, de acuerdo a lo que muchos han alegado, empezando por el joven Marx, por el hecho de que Europa se ha hecho judía. Pero los periodistas europeos y su “opinión publica” debidamente domesticada no pueden de ninguna manera alegar que, por el hecho de que ellos han perdido el sentido de la trascendencia y no reaccionen por lo tanto cuando se agravie a los propios símbolos, tal actitud materialista y profana deba ser asimilada dogmáticamente también por los musulmanes. Es que, insistimos una vez más, la religión moderna no tiene por qué ser totalitaria ni omnicomprensiva, ni tampoco tiene razón alguna para acudir a hipocresías insultando la inteligencia de los otros. Sus diferentes periodistas, “intelectuales” y comunicadores no son otra cosa sino sus puntuales teólogos, o en todo caso hombres menores temerosos de perder sus puestos de trabajo.

 

NOTAS

(1)     Véase el documentado Informe Leuchter, efectuado por un ingeniero norteamericano experto en cámaras de gas quien, luego de haber analizado vastamente los espacios de Auschwitz en donde se habrían producido los pretendidos gaseamientos, negó categóricamente tal posibilidad.
(2)     En otras notas se ha señalado como en la Argentina, país del Tercer Mundo, pero con una clase política de octava categoría, tal dogma sagrado de los seis millones ha sido adaptado a la propia circunstancia con la más módica y humilde cifra de 30.000 desaparecidos. Todo ello a pesar de que el único informe sobre el tema nos haya hablado de apenas 8.900, varios de los cuales, sin necesidad de haberse acudido a minuciosas investigaciones como las de Irving, “reaparecieron” más tarde por arte de magia, habiéndose conocido algunos casos tan sólo por la notoriedad alcanzada por tales “reaparecidos”, contándose entre ellos a fiscales, jueces y hasta un actual ministro. Es que la nueva religión en la cual tantos “comunicadores” creen con asombroso y lacrimógeno fanatismo, cumpliendo así la función parecida a la de los antiguos profetas, también debe tener como tal sus “milagros”. Además, aunque siempre en menor escala que en lo relativo a Israel con los palestinos, el dogma de los desaparecidos le sirve a los políticos demócratas para justificar las incalculables exacciones a las que someten a la propia comunidad desde hace más de veinte años. Su mensaje permanente es el siguiente: “Elijan ustedes: nuestra mediocridad y corrupción o nuevamente ¡30.000 desaparecidos!”. Tal como vemos también en la realidad social rige el principio de analogía.

Buenos Aires, 16-2-06