A propósito del "Código da Vinci"
LA RELIGIÓN DEL RATING

Libro El Codigo da Vinci, Dan Brown, ISBN 9789584240323. Comprar en  Buscalibre

Resulta indubitable que el rating se ha convertido en la verdadera religión de nuestros tiempos. Ya no interesa más si una cosa es buena, verdadera, o lo contrario, sino cuánto rating, es decir popularidad pero trasladada al plano de los medios, posee la misma .
Tal lo que ha acontecido con la famosa obra y en la actualidad también película El Código da Vinci. Si bien de la misma han sido ya vendidos nada menos que 40 millones de ejemplares en el mundo entero (por lo que con seguridad han sido más los que la han leído) y se aproxima a triplicar tal suma con los que verán la cinta recién estrenada, no está demás sin embargo reseñar los puntos principales de su argumento. Allí se manifiesta en forma por lo demás ostensible y reiterativa que la religión cristiana, promovida y defendida por la Iglesia durante dos mil años, no es sino un verdadero fraude y falsificación que se ha mantenido durante el tiempo a través de actos de  violencia y de masivos exterminios con la finalidad de esconder su secreto. ¿Y qué sería aquello que habría ocultado durante tantos siglos hasta la verdadera revelación que nos proporcionaría dicha obra? Nada menos que el carácter humano y no divino de Jesús el cual se habría manfiestado en el hecho de haber dejado tras sí una descendencia a través de quien habría sido su "pareja", para usar un léxico de nuestros tiempos, María Magdalena. De acuerdo a dicha interpretación, esto habría sido algo sabido y aceptado en los orígenes del Cristianismo, para los cuales Jesús no habría sido propiamente el Hijo de Dios, sino simplemente un iluminado profeta milenarista que preanunciaba el final de los tiempos y especialmente del Imperio romano de ese entonces. Y el cristianismo iba avanzando progresivamente en su tarea deletérea y corrosiva hasta que sobrevino en el siglo IV el emperador Costantino el cual, conciente de tal situación y ante el peligro que corría el Imperio, logró anularlo subvirtiendo el contenido originario de tal religión y, tras la convocatoria de un Concilio afín, el de Nicea, estableció una verdadera metamorfosis en la misma a través de su "romanización", que consistiera una vez más en el triunfo de su principio masculino sobre el femenino. En efecto no olvidemos nunca que fue característica de Roma desde sus inicios la de haberse establecido en un combate irreversible entre dos principios antagónicos sustentados a su vez a través de dos formas religiosas rivales. Una de carácter femenina, matriarcal, comunista y pacifista para la cual la vida representaba el valor supremo y consecuentemente a ello la mera reproducción de la especie era la meta a conseguir. Y por contraposición a la misma en Roma se constituyó lo opuesto consistente en una religión viril, patriarcal y guerrera para la cual lo que era más que mera vida, la inmortalidad conquistada heroicamente, era la meta suprema. Dichos principios antagónicos estuvieron en la base misma de la constitución de la romanidad la cual sólo logró formarse con la victoria del uno sobre el otro. Primero fue con el antagonismo entre Romulo y Remo, luego fue Roma contra Etruria, después contra Cartago y posteriormente contra el Oriente hedonista y decadente de Cleopatra y aun en el seno mismo de la sociedad romana tal conflicto se estableció entre los patricios, los fundadores de la romanidad y los plebeyos, que representaban el elemento telúrico y originario abatido. Tales manifestaciones rivales incluso tuvieron su símbolo  en dos montes antagónicos, el Palatino y el Aventino. Esta lucha que fue el elemento permanente que hizo a la historia de Roma, alcanzó su climax mismo en el seno del Imperio cuando el sector plebeyo se sintió confirmado y fortalecido por el mensaje de los primeros cristianos, el cual fue muy bien definido como el bolchevismo de la antigüedad en tanto negación del Estado y propalación de una concepción fraternalista, promiscua e igualitaria de la existencia que fue el verdadero antecedente histórico de fenómenos posteriores como la Revolución Francesa, la Rusa y el Concilio Vaticano II. En contraposición con ello sobrevino, tal como había sucedido en otras circunstancias, la reacción viril, patricia y aristocrática por la cual supo recuperarse del cristianismo originario su elemento no gregario y de acuerdo a la síntesis habitual que la romanidad de sus mejores tiempos supo hacer con todas las restantes religiones, el cristianismo se convirtió en catolicismo a través de la asunción de valores que eran propios de la más estricta Tradición. Por lo cual Jesús ya no fue más concebido como el liberador de las responsabilidades políticas, militares y mundanas, el luchador social que habría de restablecer las igualdades primitivas conculcadas por la sociedad patriarcal, sino por el contrario el Hijo de Dios, aquel que establecía los caminos hacia el Cielo, aquel que consideraba a la existencia como una vía hacia la eternidad. Es indubitable que un Dios-hombre no se reproduce vermicularmente como las especies vivientes sino que es aquel que señala una meta hacia lo que es más que mera vida y que la única filiación que establece es de carácter espiritual entre aquellos que, en tanto capaces de liberarse de la condición telúrica y social, se convierten en ciudadanos del Cielo. Es verdad por lo tanto lo que la obra manifiesta, por supuesto que con una multiplicidad de limitaciones y en un sentido contrario, que son dos cosas antagónicas el mero cristianismo y el catolicismo. El primero es femenino y mundano, el segundo  viril y celestial. Ambos son incompatibles y la guerra que se establece entre ellos no admite ninguna conciliación posible tal como aconteciera en nuestra historia.
Es por tal razón que no debe resultar llamativa la actitud que hacia tal obra literaria y cinematográfica han expresado sea la Iglesia "católica" ecumenista actual e instituciones representativas de la misma como el Opus Dei, que como sabemos ha sido mencionado allí de manera poco amistosa. En ningún caso se ha llamado para nada a un boicot para lo cual existirían motivos de sobra, aun judiciales, sino que simplemente se ha resaltado su inexactitud histórica y su baja calidad literaria, lo cual de ninguna manera evita que masivamente se acuda a verla o leerla. El Opus ha ido aun más lejos, ha señalado que en el fondo tal obra lo ha favorecido mucho por todas las personas que se han "interesado" en su institución y por lo tanto han ingresado a su página web, gracias al rating recibido, pues no olvidemos que vivimos en una sociedad de masas. En realidad lo que habría que manifestar es que,  a la luz de los cambios abruptos acontecidos en la religión católica luego del Concilio Vaticano II, en el cual el Opus cumplió un rol muy significativo, resulta totalmente irrelevante el hecho de que Jesús haya tenido o no descendencia. La "opción por los pobres", la "apertura al mundo", el diálogo renunciatario, las concelebraciones, la asunción de la filosofía de los derechos humanos de la ONU, etc. es decir la secularización en que ha incurrido la Iglesia en los últimos tiempos, no convierten de ninguna manera en blasfemia una aseveración semejante y hacen perfectamente comprensible que no existan reacciones de peso en contra de tal obra.
Nosotros en cambio en nombre del verdadero catolicismo romano, conculcado por el Vaticano II, y del cual esta obra no es sino una consecuencia, llamamos a combatirla con todos los medios que se tengan al alcance. Jesucristo fue el Dios-hombre y no el libertador social y meramente "humano" que nos pintan las herejías modernas. Es en su nombre que nosotros luchamos.

Buenos Aires, 24/5/06.