DOS CONTAMINACIONES: PAPELERAS Y MERCOSUR

 

En la reciente reunión del MERCOSUR se han formulado dos acuerdos sumamente significativos entre las naciones allí presentes que nos sirven para señalar los aspectos fundamentales del evento. Por un lado el Uruguay, país que se encuentra en conflicto con la Argentina por la instalación de unas plantas papeleras contaminadoras del medio ambiente, señaló que, en caso de comprobarse que ello sea así, “las cambiará de lugar”. Por el otro las diferentes naciones han concordado en profundizar la constitución de un Mercado Común Iberoamericano que bregue por los intereses económicos de la región tratando de evitar en el mismo la incesante hegemonía norteamericana. Acotemos que esta última consigna de “independencia” estuvo enmarcada en el contexto de un verdadero concierto de discursos y de ardorosas exaltaciones, en especial por parte de los “revolucionarios” Chávez y Fidel Castro, los que detrás de sus avalanchas verborrágicas intentan camuflar lo que no es sino una verdadera funcionalidad a esos mismos intereses que pretenden contrastar.
Así pues, sea en el caso de las papeleras, como en el del pretendido “antiimperialismo” de tales gobernantes se trata nada más que de  falsos objetivos que esconden, más allá de ciertos reclamos parciales y en cierta medida correctos, una claudicación mayor cual es el sometimiento de estas naciones al sistema de vida de la modernidad de la cual los Estados Unidos representan el principal gestor en el mundo.
En efecto por más que las papeleras sean cambiadas de lugar y por más que se extremen los cuidados para no contaminar el río Uruguay, siempre ello sucederá en cualquier lugar en que se instalen por la sencilla razón de que tales emprendimientos forman parte todos de un mismo proceso de saturación tecnológica en que ha incurrido la humanidad debido al sistema de vida perverso y antinatural al que ésta se encuentra sometido. Mientras que tradicionalmente se consideró que la tecnología era un instrumento para liberar al hombre de ciertas necesidades materiales que interferían con el goce pleno de su ocio o tiempo libre, hoy es exactamente a la inversa: la técnica moderna es la encargada de ocupar el tiempo libre que habitualmente se utilizaba para la contemplación o el pensamiento. En la actualidad presenciamos una invasión cada vez mayor y enfermiza de objetos tecnológicos que, como un verdadero tropel irrefrenable, tiende, en vez de satisfacer las necesidades de las personas, por el contrario a crear siempre nuevas y más artificiales. Lejos de simplificar la existencia del hombre, la actual tecnología la complica cada vez más con nuevas funciones y nuevos entretenimientos que lo apartan de lo que constituye la esencia fundamental del mismo cual es el desarrollo y la búsqueda de la espiritualidad. De este modo es como se ha notado que, a raíz de esa saturación de informaciones en su mayoría inútiles al que es sometido el ser humano por el internet o los teléfonos celulares con cada vez nuevas y en su mayoría prescindibles funciones, éste ha perdido su capacidad de concentración por lo que el pensamiento se ha convertido mayoritariamente, utilizando una terminología muy en boga, en una actividad “light” dentro de lo cual la figura más emblemática está representada por el zapping. De la misma manera que las personas transitan por la multitud de canales televisivos que se le presentan, con una rapidez enfermiza sin prestar propiamente atención a ninguno, salvo a imágenes impactantes y fugaces que no obligan sino que evaden de la reflexión, así es como las personas en su inmensa mayoría transitan como zombis por la realidad que las circunda la que en su sustancialidad le resulta ajena totalmente.
Pero yendo específicamente al tema de las papeleras digamos que las mismas, que se han multiplicado en el mundo entero de manera aluvional, representan un verdadero daño ambiental no solamente por la contaminación producida por la polución de materiales químicos tóxicos lanzados de manera irresponsable, sino también por la tala indiscriminada de bosques con la finalidad de producir siempre una mayor cantidad de papel. Ante ello cabría preguntarse algo que también nos suscitó una verdadera curiosidad cuando visitamos la última Feria del Libro de la ciudad de Buenos Aires. ¿Cómo se explica que en una época en la cual se han reproducido hasta límites inverosímiles los medios audiovisuales por lo que el hombre emplea la mayor cantidad de su tiempo “libre” en los mismos, simultáneamente a ello hayan aumentado de manera tan gigantesca los libros y otros materiales impresos por lo que se tenga que justificar tanta pululación de “papeleras” en el planeta entero? ¿Es que acaso nos encontramos con una humanidad más culta y más leída? Nada de esto, sino que en la actualidad la gente, en vez de leer, acumula papel impreso. En una época en la cual la imagen lo es todo, así como la opinión que la sociedad tiene de uno mismo, acumular libros que habitualmente no se leen o apenas se solapean, resulta un verdadero deporte para muchos. Libros que, además de no leerse, en su gran mayoría es bueno que no sean leídos nunca, pues habitualmente se trata de verdaderas mediocridades e inutilidades. Bien sabemos que el capitalismo, el sistema perverso que nos rige, se funda en la creación de necesidades ficticias a fin de poder vender y producir siempre más, tal es pues el fundamento último de la actual fiebre tecnológica. Y de esto no ha podido resultar ajeno tampoco el “mercado” o “feria” del libro. La superabundancia de papel generada por la destrucción de nuestros bosques y la contaminación de nuestros ríos, hace que hoy en día por la gran “oferta” de papel sea muy fácil editar una obra, lo cual puede efectuarlo cualquiera siempre que pague por hacerlo y hasta existen editoriales que se dedican a eso. Con esto el sistema siniestro consigue también un efecto complementario. Además de satisfacerse la vanidad de muchos que se sienten autores realizados, la saturación de obras inútiles que circundan a las personas hace que sea prácticamente difícil, si no imposible, dar con aquellas que resultan esenciales, las que se encuentran como perdidas en medio de un verdadero laberinto de futilidades y de cosas inútiles. Tal como dijera Guénon, la ignorancia de la humanidad ha surgido paradojalmente con la invención de la imprenta. Antes, como se trataba de una cosa sumamente dificultosa, sólo se copiaban y editaban las obras fundamentales. Se podía ser culto habiendo conocido muy bien una sola de ellas. Incluso había analfabetos que podían recitar grandes poemas de memoria y captar su significado. Hoy en día la inmensa mayoría de nuestros intelectuales solaperos nunca han leído, y menos aun escrito, gracias a la imprenta, nada que sea verdaderamente importante. Su saber en el mejor de los casos es puramente erudito pero resulta incapaz para captar las esencias.
Es por ello que decimos nosotros, a diferencia de los distintos movimientos ecologistas, varias de cuyas consignas compartimos, que la principal contaminación que padece el hombre es de carácter prioritariamente espiritual. Simplifiquemos la existencia, desintoxiquemos al ser humano del consumismo, acabemos con una tecnología de masas creadora de necesidades inútiles y por lo tanto verdadera contaminante y como consecuencia de ello se dejará de contaminar también al medio ambiente. El problema de las papeleras entonces desaparecerá y no se lo resolverá “cambiándolas de lugar”. No deben confundirse nunca las causas con los efectos.
Y de la misma manera no es imitando el espíritu mercantil y de “mercado” de los norteamericanos como lograremos ser realmente independientes, sino negándolos en su esencia y en su concepción del mundo, bregando por una humanidad para la cual la economía no sea su destino. Por lo tanto nuestra meta de nación no debe ser la de un conjunto de republiquetas competitivas como los modelos “asiáticos” y yanquizados, o aun como la muy organizada “Comunidad Europea”, sino aquellas fundadas en valores espirituales. Por lo tanto estamos lejos sea del materialismo de Bush como del marxista o bolivariano de Castro y de Chávez.

Walter Preziosi

Buenos Aires, 24-7-06