Última réplica al Sr. Sergio Kiernan

ACTUALIDAD Y VIGENCIA DEL PLAN ANDINIA (2ª PARTE)

 

Dijimos en nuestra nota anterior, en la que asumimos la defensa de nuestro amigo y maestro Walter Beveraggi Allende ante los infundios que sobre el mismo profiriera el periodista Sergio Kiernan en su panfletaria obra “Delirios Argentinos”, que en una segunda parte nos íbamos a ocupar de refutarlo en lo que específicamente dice respecto de nosotros.
Digamos en primer lugar que no es la primera vez que el Sr. Kiernan se ocupa de nuestra persona, sino que ya lo ha hecho en otra oportunidad, siempre desde el órgano afín al Centro Wiesenthal, Página 12 en donde trabaja. Para resumir la situación relativa al interés especial que el mismo manifiesta respecto de mis escritos hagamos una breve síntesis remontándonos un tiempo atrás cuando en 1998 participamos como orador de un acto de homenaje al día de la soberanía nacional un 19 de noviembre, es decir hace exactamente ocho años. El acto que contara con una asistencia bastante nutrida tuvo un hecho singular cual fue la presencia de un grupo de skinheads que concurrió al mismo simultáneamente con algunos medios de prensa, entre los cuales se hallaba justamente el medio en el que suele escribir el Sr. Kiernan. Recuerdo al respecto la circunstancia particular de que, ante la presencia de estos jóvenes y debido a la mala fama que los mismos tenían, uno de los oradores invitados, un profesor universitario que había ocupado cargos importantes en un gobierno peronista, se excusó de participar debido al inconveniente que tal hecho le podría haber producido en su trabajo. Nosotros, que afortunadamente no teníamos ese problema, no nos retiramos. Por supuesto que tuvimos que padecer al día siguiente un titular de tapa de Página 12 en el cual con letras góticas se señalaba que tal evento, en vez de haber sido un acto de reafirmación de la soberanía nacional, se había tratado en cambio de un encuentro nazi. La mala fe consuetudinaria del macartista medio vinculado al Centro Wiesenthal le impedía decir que ese grupo representaba apenas un 10 % del auditorio y que además no había hecho nada especial en el acto, sino escuchar educadamente a los oradores que hablaban. Recuerdo que en la publicación El Fortín, como respuesta a tal antojadiza imputación, se hizo la analogía con los actos que en ese entonces realizaba la Alianza en los cuales solía asistir entre otros la Comunidad Homosexual sin que a nadie se le ocurriera por ello decir que De la Rúa o Álvarez eran gays. Pero el tema continuó por varios días y por alguna razón especial el medio comenzó a acusarme especialmente de haber sido según ellos el organizador principal del encuentro nazi. Y fue allí en donde entró en escena el aludido Kiernan, pues, tal como se menciona en la solapa de la obra que comentamos, es un “especialista” en cuestiones de nazismo en nuestro país. El aludido, con la intención de ridiculizarnos, del mismo modo que hoy trata de hacer en el libro de marras, aunque no sólo con mi persona, exhumó una carta de lectores que había escrito en el periódico Alerta Nacional en el año 1987. Recordemos que tal publicación era el órgano oficial del grupo de Alejandro Biondini. En la misma yo le hacía llegar mi pésame por el asesinato del director de su periódico, Alfredo Guereño y trataba de darle una explicación de por qué había acontecido ese hecho.
Manifestaba que el año 1987 había sido clave en la historia argentina por una serie de hechos muy especiales que se habían venido sucediendo, sin que la “prensa seria” les hubiese prestado la más mínima atención. Debemos recordar que ése fue el año en que aconteció la primera fallida revolución militar en contra de la Democracia, conocida como carapintada. Pero al mismo tiempo habían acontecido una serie de hechos sumamente extraños y que no habían tenido explicación alguna, entre ellos el mismo asesinato del joven periodista, el cual, obviamente, por no tratarse de un izquierdista, era olímpicamente ignorado por nuestra sociedad. Unos días antes, un 28 de junio, un misterioso grupo había ingresado a la tumba de Perón y le había serruchado las manos. El aludido Guereño había sido asesinado en circunstancias extrañas un 9 de julio y su cadáver había aparecido tirado en el hueco de un ascensor, desangrado y con el brazo derecho amputado a la altura en la que los miembros de su organización endosaban su distintivo, el 7 de San Cayetano. Pero a pocos días de ese hecho un nuevo acontecimiento extraño había acontecido en nuestra ciudad. Un 17 de agosto, aniversario de la muerte de nuestro prócer principal, el Obelisco de la ciudad aparecerá con manchas de color rojo a la altura de sus ventanas superiores.
En ese entonces traté de esbozar una interpretación que se vincula estrechamente a lo que dijéramos en el texto anterior cuando hablábamos del Plan Andinia y de los Protocolos. Tal como hemos dicho, desde nuestro punto de vista, existe una tercera dimensión en la historia que tales textos señalan de manera muy clara. Además de los actores visibles que habitualmente contemplamos, hay otros que lo hacen entre bastidores orientando los hechos hacia una determinada dirección. Que el fin principal de ellos es la constitución de un tipo de orden social inspirado en ciertos principios de carácter eminentemente materialista y contrarios a cualquier dimensión trascendente o espiritual de la persona.  Es decir su meta es la constitución de un mundo de masas y de máquinas muy similar a lo que percibimos en nuestros días, aunque multiplicado en su dimensión hasta límites patológicos. Que en función de tal meta, el enemigo oculto del hombre, aquel que quiere evitar que éste alcance una dimensión superior a la de la mera vida, ha ido sistemáticamente destruyendo las civilizaciones en un proceso astuto e inteligente por el que lograra que muchas veces pueblos afines o sustentados en principios similares se enfrentaran entre sí dando paso justamente a lo contrario. Por ejemplo, entre los tantos, ello se lo vio muy claramente en la Primera Guerra Mundial cuando hubo monarquías tradicionales que se aliaron con democracias masónicas para combatir a otras que compartían en cambio su mismo principio.
Ahora bien, tan sólo en algunos casos y cuando ciertas direcciones deben ser marcadas o especialmente rectificadas, tales fuerzas ocultas, que habitualmente operan a través de otros, entran directamente en escena. Esto fue lo que sucedió en nuestro país justamente en ese año, pero también había acontecido en 1969, año de la edición del Plan Andinia, con otro hecho efectuado con la finalidad de rectificar la acción de un gobierno que había consagrado al país a la Santa Virgen.
Y también se lo había hecho en 1983 para celebrar el resultado victorioso (para ellos) de nuestra derrota de Malvinas, la democracia y para impulsar a través del proceso de desaparición de nuestra moneda, la de nuestra nación toda, tal como lo vivimos en nuestros días.
Dijimos en esa carta que, a través de la producción de ritos en 1987 se estaba celebrando el desbaratamiento de una revolución militar en Semana Santa. “Que serruchando las manos de Perón se atacaba el principio del caudillismo, esto es, la unión entre lo militar y el pueblo. La muerte sacrificial de un joven dirigente nacionalista, el día de nuestra independencia, significaba el ataque hacia el patriotismo.... haber rociado con sangre el Obelisco (aunque no podíamos asegurar a ciencia cierta de que se trataba de la sangre de Guereño debido a que se borró inmediatamente cualquier evidencia) es una ceremonia ritual conocida como la circuncisión, la cual es propiamente un bautismo, realizado en el centro energético de la república, a través del cual se intentaba efectuar simbólicamente un acto de posesión y control”. Recordemos al respecto que días más tarde el país iba a realizar una decisiva elección que debía consolidar el mando del presidente Alfonsín. Afortunadamente para nosotros los eventuales ritos no dieron resultado y su derrota electoral fue estrepitosa, dando inicio a un proceso de decadencia y quiebre que concluirá unos meses más tarde.
Por supuesto que lo que yo manifestaba era nada más que una interpretación, la que podía ser perfeccionada o no aceptada, pero que, a diferencia de lo que sucedía, intentaba explicar esta extraña sucesión de hechos ante el silencio universal que existía. Nuestra hipótesis principal era siempre la misma: existe un poder oculto el cual acudiendo a distintos personeros, especialmente de la prensa, tiene la suma habilidad de desviar la atención de las personas respecto de sus acciones o también cuando alguna explicación intenta producirse atacar duramente a quienes lo hacen.
Ahora bien el periodista de marras en la aludida nota no se especializó por tener mucha habilidad para desbaratar mis argumentos pues alegó que éramos unos enfermos y delirantes en la medida que con mucha seguridad las manchas rojas aparecidas en el obelisco debían haber sido producidas por un grupo de farristas en despedida de solteros que habían bebido “mucha cerveza”. Cualquiera con un mínimo de sentido común puede darse cuenta del absurdo de tal aseveración. El obelisco estaba rodeado por un vallado de al menos cinco metros. ¿Cómo hicieron a saltarlo? Las manchas coloradas se encontraban en su cima. Por lo tanto o había que tener las llaves, cosa imposible en el caso aludido, o haber trepado unos 60 metros por una superficie plana, cosa aun más imposible. Por lo tanto quedaba sin contestar el interrogante de qué había sido lo que había producido ese hecho.
Llegados a este punto digamos que Kiernan nos es descrito en la solapa del libro como un gran investigador que ha elaborado nada menos que nueve informes sobre el atentado de la AMIA para el Consejo Judío Norteamericano, estamos casi convencidos de que deben haber sido éstos los que han inspirado al fiscal Nissmann en su reciente dictamen. Hoy, ocho años más tarde, en el libro aludido, intentando replicarnos nuevamente, nos da una nueva versión sobre la muerte de Guereño y el manchado del Obelisco.
Según él, Guereño habría muerto accidentalmente y no por un asesinato. Una vez más, de la misma manera de los farristas eventuales “bebedores de mucha cerveza”, él también, gracias al alcohol que habría consumido abundantemente en un asado, habría efectuado acciones extraordinarias ese 9 de julio de 1987. Fue en razón de la borrachera que entró a un edificio equivocado, subió 9 pisos en el ascensor, pero luego, al darse cuenta de su equivocación quiso bajar nuevamente con el mismo, aunque sin percibir que ya no se encontraba en el piso y entonces fue que cayó en el vacío, muriendo consecuentemente y amputándosele en tal caída un brazo. Una vez más nuestro periodista, como en la nota anterior, se encarga de otorgar a tal sustancia alucinógena ciertos poderes extraordinarios. Así como antes había servido para poder escalar 60 metros de altura para manchar con pintura roja el obelisco, ahora en cambio es lo que permite entrar a un edificio sin tener la llave de ingreso. Abrir la puerta del ascensor pero sin que las trabas se lo impidan para poder así saltar libremente en el vacío. Todo esto gracias a sus milagrosos efectos. Dicho esto queremos aclarar que no pensamos que él tenga una idea fija con respecto al consumo de tal sustancia ni que tampoco haya escrito su libro bajo sus efectos. Ello lo decimos simplemente porque ahora, ocho años más tarde, ha rectificado su aseveración de la despedida borracha de solteros como causa de las manchas del obelisco. No habrían sido éstos en su libro los lo hicieron, sino “la berretez extrema de un arreglo de la ceresita que aísla su punta de la humedad”. A pesar de la confusión gramatical del texto, pareciera que nos está diciendo que la ceresita es de color rojo. No hay que tener grandes conocimientos del tema para saber que es en cambio de imitación del cemento. Pero lo que Kiernan ignora es que las manchas no aparecieron en la punta, sino debajo de las ventanas. Quizás el periodista de investigación especule con el hecho de que las mismas fueron borradas de manera apresurada y que no hay pruebas que puedan indicarnos fehacientemente en dónde existieron. Afortunadamente hemos dado con la tapa de una revista de la Cámara de Comercio argentino-brasileña que en forma casual fotografió el obelisco justo en ese día y aparecen allí las manchas rojas debajo de una de sus ventanas y puede percibirse con claridad que no se ha tratado de un arreglo, ni con ceresita ni otro material, sino de un líquido que fue vertido abundantemente desde una ventana.
No puedo menos, al terminar esta nota, que manifestar un conjunto de perplejidades. ¿Cuál será la razón de la insistencia de tal periodista de atacarme de esta manera, hasta descalificarme como enfermo, por haber escrito hace casi 20 años una carta de pésame intentando brindar una interpretación de ciertos hechos? ¿Por cuál razón persiste tanto en hablar de tal tema? ¿Por qué en su catálogo de delirios argentinos no dice absolutamente nada de aquellos que califican los atentados del 11 S y del 11M como montajes? Aquí sí que es posible encontrar un conjunto innumerables de delirios. ¿Por qué será que al Centro Simon Wiesenthal no le preocupan? Es cierto que lo menciona a Norberto Ceresole quien entre otras cosas manifestó que los atentados de la AMIA y la Embajada habían sido hechos por comandos judíos, a diferencia de nosotros que en cambio se los adjudicamos al fundamentalismo islámico del mismo modo que reivindicamos el 11S como una gesta heroica. Pero mientras que a este último se lo adjetiva como “un gran universitario en un universo dominado por semiletrados” (entre los que simpáticamente nos incluye) y un “escritor prolífico y coherente”, a nosotros, del mismo modo que también a Beveraggi Allende nos califica con todos los epítetos más groseros que puedan imaginarse. No creemos que ello haya sido porque aquel fue integrante del ERP, ni tampoco que no critique a los que deliran respecto del 11S porque entre éstos se encuentra Fidel Castro, Bonasso, Chávez, etc., es decir varios de los izquierdistas que comparten su himeneo, sino porque con ellos él coincide en descalificar al “fascismo islámico”, aunque por caminos diferentes.
De cualquier forma queremos decir que el libro aun sin quererlo ha cumplido una función. Gracias a él hemos podido volver a acordarnos de Guereño.

Buenos Aires, 18-11-06

Marcos Ghio