HOLOCAUSTO SE ESCRIBE CON K

 

 

Ha causado una mezcla de asombro y polémica la reciente declaración en Francia por parte de la esposa del presidente argentino equiparando el “holocausto” de judíos en la Segunda Gran Guerra con los 30.000 desaparecidos durante la última dictadura militar. Pero más interesantes han sido las argumentaciones en contrario proporcionadas por el representante del Centro Simón Wisenthal, el Sr. Sergio Widder. De acuerdo a éste, si bien los dos hechos resultan sumamente repudiables y poseen ciertas semejanzas, de ninguna manera puede equipararse el “genocidio” de seis millones de judíos con el de 30.000 personas, las que además pertenecían a diferentes colectividades y no a una sola como en el caso anterior. Lo que para Widder resulta sin embargo semejante no es el hecho histórico, sino la ideología que compartían los dos regímenes totalitarios, el de la Alemania hitleriana y el del Proceso militar argentino. En los dos casos se habría tratado de gobiernos que por igual persiguieron y odiaron a la colectividad judía en modo tal que entre los desaparecidos argentinos hubo un numerosísimo grupo perteneciente a tal colectividad, aunque sin embargo ese mismo odio que se plasmara exitosamente con el régimen hitleriano con sus cámaras de gas, en cambio no pudo llegar a concretarse del mismo modo entre nuestros militares vernáculos, muy posiblemente debido a la exitosa presión internacional llevada a cabo en su contra.
 Queremos decir que nuestro punto de vista es una vez más lo opuesto exacto de lo que manifiesta el representante del Centro Wiesenthal y que con la esposa del presidente compartimos en cambio, aunque por razones muy diferentes, la opinión de que los dos hechos son perfectamente equiparables. De la misma manera que consideramos, también en contraposición con lo dicho por Widder, que no son para nada semejantes las ideologías que sustentaron la última dictadura argentina y el régimen que se instaló en Alemania en el siglo pasado.
De la simple lectura de los objetivos que sustentara el gobierno militar se recaba fácilmente que de ninguna manera adhirió a la ideología nacional socialista, sino por el contrario fue adherente al sistema liberal capitalista cuyo modelo se ha implantado en el “occidente” anglo-norteamericano. Tampoco se desatacó por un odio especial hacia la colectividad judía habiendo sido el mejor ejemplo de ello la conducta que la misma tuvo durante el gobierno militar así como la implícita simpatía expresada hacia el mismo por parte del de Israel.  Y más aun podemos decir que el rechazo del Proceso hacia el nazismo fue muy superior al que tuviera hacia el judaísmo. El mejor ejemplo de ello lo tenemos con el hecho de que uno de los primeros actos y clausuras del gobierno militar argentino fue la de la Editorial Milicia que durante el anterior régimen peronista se dedicaba a editar textos nazis. No hubo en cambio ningún caso de clausuras de editoriales judías. Por otro lado además de que ninguna institución de tal colectividad condenó nunca al gobierno militar, tampoco lo hizo el Estado de Israel que en ningún momento se sumó a las condenas internacionales hacia la violación de derechos humanos en nuestro país. La simpatía de tal Estado hacia la dictadura militar argentina así como la chilena se debió al hecho de que la guerrilla que aquel combatía simpatizaba abiertamente con sus enemigos. Fueron al respecto incontables las adhesiones manifiestas por parte de los principales dirigentes montoneros hacia Arafat y su organización palestina, así como la de Kaddafi por el ERP, en los dos casos enemigos declarados de Israel. Eso fue lo que explicó que mientras que en el seno de otras religiones, como el catolicismo, hubo sectores de muy alta jerarquía, hasta llegar al mismo Papa, que se opusieron abiertamente al gobierno militar argentino, no hubo ninguna personalidad o institución de la colectividad judía ni en su sector laico o religioso que así lo hiciera. En agosto de 1995 el periódico nacionalista Patria Argentina hizo notar con una cierta hilaridad cómo si durante aquel período tuvimos varios curas guerrilleros, nunca se dio el caso igual de un rabino que lo fuera. Podríamos agregar también que si durante la guerra de Malvinas la Argentina lo tuviera como a uno de sus principales enemigos al papa Wojtyla, quien viniera especialmente a socavar nuestras conciencias a fin de aceptar la rendición a Inglaterra, el Estado de Israel en cambio no solamente no condenó la acción argentina, sino que utilizó la circunstancia de esa guerra para invadir el Líbano*. Y con respecto a que hubo muchos judíos entre los guerrilleros argentinos muertos, digamos que ello en ningún momento comprometió a tal colectividad pues se trató siempre de personas que actuaron individualmente y no por su condición de tales, como en cambio aconteció con nuestros curas y obispos que comprometieron en sus acciones a la institución a la que pertenecían. Quizás las razones que expliquen que la proporción de judíos marxistas haya sido muy grande sean equiparables a las que también explican que habitualmente los miembros de tal colectividad se destacan en el mundo del dinero; lo cual  tendría que ver más con una característica psicológica y espontánea propia de tal comunidad, que con una conducta premeditada o inducida por una determinada institución.
Pero lo que a nuestro entender resultan perfectamente asimilables son las figuras del “holocausto” judío y de los “30.000 desaparecidos” argentinos. Creemos que ello es real más allá de las diferencias cuantitativas existentes entre ambas cifras. Como bien dijera el ex comunista Roger Garaudy, se trata aquí de un “mito fundacional”. Pero si él utilizaba tal idea para referirse al fundamento del Estado de Israel que emplea tal figura como justificación de todas sus acciones punitivas en contra de aquellos que considera como sus enemigos, en este caso el mismo es también utilizado por la democracia para justificar su existencia y disminuir el alcance de sus fracasos. Ante las evidentes limitaciones que presenta tal sistema, el hecho de que a pesar de ello se lo conceptúe dogmáticamente como el “menos malo” de todos, eufemismo para decirnos que es en última instancia el mejor,  ello es porque se trata nada más que de un artículo de fe en el cual se debe creer. Y justamente porque se trata de una religión, junto a la convicción de que existe un bien supremo y absoluto, debe también formularse de manera solidaria la convicción en la existencia de un mal de consistencia similar, algo que resultaría parecido al Infierno de los cristianos. En este caso el mal correlativo de la democracia es el nazifascismo y la realidad que lo justifica como tal es el famoso holocausto. Pero como aquí nos encontramos con grados de justificación ingresamos a un terreno de diferencias. Así pues, si se trata de un mal universal aplicable al mundo tenemos el mito de los seis millones, si en cambio queremos reducirlo solamente a un plano particular como el argentino, entonces lo que tenemos es el holokausto, pues aquí la cifra será siempre más humilde. Ahora bien, como toda fe se basa en una creencia irracional, cada vez que algo pueda ser dicho en su contra o para disminuir su alcance, ello será reputado siempre como un atentado en contra de tal religión, variando una vez más de acuerdo al grado de progreso democrático los medios coercitivos utilizados contra todos aquellos negadores de tal “verdad”. Así pues, si todos aquellos que en Europa han negado el holocausto han sido condenados a castigos tales como la prisión, con el holokausto argentino, en razón de nuestra aun joven demokracia, los castigos deberán ser también menores. Vayamos a un par de ejemplos concretos y ejemplificativos de lo dicho. El historiador británico David Irving basándose en los archivos decodificados tras la caída del régimen comunista polaco manifestó que no era cierta la cifra que se había dado en Auschwitz de 2 millones de judíos gaseados (años antes se había hablado de cuatro millones), sino que en total habían sido 50.000 los muertos en tal campo. Años antes había adherido también a los informes del ingeniero Leuchter que negaban la existencia de cámaras de gas. A pesar de no ser nazifascista y a pesar de haber aplicado a su criterio el método de la ciencia consistente en la objetividad de los números, por tratarse aquí de una religión revelada de la cual no se puede ni siquiera dudar, Irving fue condenado a prisión por haber cometido una muy grave apostasía. El segundo caso, entre los tantos, es el de Pedro Varela, un investigador español y librero quien demostró, tras una poderosa investigación de varios años, que el famoso Diario de Ana Frank se trataba de un plagio. Entre los castigos propinados al librero por cometer una tal herejía pueden señalarse los siguientes: a) cierre sucesivo y secuestro de su librería; b) incendio de la misma; c) rebautizo de su calle por el de la aludida Ana Frank; d) condena en suspenso a 5 años de prisión.
En el país K las penas son menores por las razones antes aludidas, aunque seguramente la presidenta Kristina, luego de su viaje a Europa, nos eleve en algún escalón. Acá en cambio suceden cosas como la siguiente: una persona allegada a nosotros, por haber dicho en una clase que los desaparecidos, de acuerdo a la obra elaborada por la Conadep (organismo oficial que investigara el tema aludido) eran 8.900 y no 30.000 como se dice sin fundamento alguno, fue víctima de una persecución periodística que lo obligó a dejar su empleo. Otros que no se atreven muchas veces a dar su nombre por miedo a otras similares persecuciones K, hicieron notar que luego del terremoto mejicano de 1985 y sin necesidad de investigaciones como las de  Irving o de Varela, “reaparecieron” con vida una decena de “desaparecidos” que querían comunicar al consulado de su país que tampoco esta vez habían ingresado a la categoría de tales. Todo ello sin hablar de los funcionarios que, gracias a su notoriedad, hicieron también notorio que integran la famosa lista de “desaparecidos”. Muchas veces uno se pregunta con ingenuidad cuántos los habrá que no reaparecen simplemente porque no son famosos.
Por ello lo decimos una vez más, tiene razón Kristina: el holocausto y los 30.000 desaparecidos son dos dogmas equiparables que no deben ser separados como solicita en cambio el Sr. Widder basándose en argumentos meramente cuantitativos. Son en los dos casos los mitos fundacionales de la democracia y gradúan su número de acuerdo a la importancia del país.

* Se recuerda que, en razón de la casi simultaneidad entre los dos hechos, la invasión de Líbano por Israel y la anterior de Malvinas por parte de Argentina, circuló entre nosotros un folleto originado en un grupo neonazi norteamericano que decía que el régimen militar argentino era en realidad un agente de Israel.

Lucas Baffi
Buenos Aires, 9-02-07

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