LAS PAPELERAS Y LA DERECHA MEDIEVAL

La Asamblea denuncia decisión de la CARU

Entre todas las “protestas sociales” de los últimos tiempos aquella que, de ser encauzada en sus consecuencias últimas, podría conducirnos hacia lo que signifique un rechazo al mundo moderno en sus “logros” y quimeras, es el conflicto suscitado entre la población de Gualeguaychú y de otras localidades de la provincia de Entre Ríos por un lado y el gobierno del Uruguay por el otro en relación a la instalación de unas contaminantes superpapeleras. Digamos primeramente que el hecho de que tal protesta no esté encuadrada en forma prioritaria en el marco de un reclamo por mayores beneficios económicos, tales como la defensa de puestos de trabajo, o mejoras en las condiciones laborales, sino por el rechazo hacia la contaminación del medio ambiente, así como por el daño que una industrialización irracional y agresiva causará no solamente en las actuales, sino principalmente en las futuras generaciones, es indudablemente un paso adelante y al menos un atisbo significativo de crítica a la situación de verdadero caos y descalabro por el que transita actualmente el mundo ante la pasividad manifiesta de quienes deberían y podrían tomar decisiones para detenerlo.
En efecto, bien sabemos que, de acuerdo al liberalismo esencial que informa a la mayoría de nuestros contemporáneos, la modernidad considera en modo por demás utópico que, librados a sí mismos los egoísmos esenciales de las personas, sin mayores limitaciones que las frenen en su afán por enriquecerse y disponer de siempre más bienes, por una especie de misteriosa alquimia, dialéctica, o armonía preestablecida, la humanidad en su conjunto progresará irreversiblemente, por lo que aquello que era malo y condenable en un comienzo, es decir la búsqueda excluyente del propio interés, se terminaría convirtiendo finalmente en un gran bien. Y, para justificar semejante paradoja, los defensores a ultranza de tal sistema nos presentan el testimonio de los “logros” alcanzados por la libertad de empresa y de mercado consistentes en una cantidad innumerable de inventos tecnológicos ingeniosos, producidos justamente gracias a los estímulos que provoca la libre competencia, los que pueden en la actualidad estar prácticamente al alcance de cualquiera, y que, de profundizarse aun más esta prodigiosa tendencia, tarde o temprano nos permitiría estar viviendo a todos en un mundo de jauja. Y a su vez nos manifiestan también que todo este prodigio a punto de consumarse,  este largo proceso y “lucha” por las “libertades individuales” ha sido posible en la medida que la humanidad ha ido liberándose cada vez más de fetiches, tales como Dios, la Patria, el Estado carismático y “autoritario”, es decir de toda una serie interminable de prejuicios y entidades “castradoras” que atentaban y frenaban su portentosa evolución. Dentro de la interminable lista de “logros” obtenidos, que justifican todas las destrucciones antes aludidas, se nos presentan ejemplos tales como el hecho de que se haya prácticamente eliminado el analfabetismo, de que se haya incrementado cuantitativamente el promedio de vida venciéndose enfermedades antes reputadas como incurables, así como también de que hoy, con una facilidad asombrosa y a grandes velocidades, se pueda viajar por el mundo entero e intercomunicarnos en cuestión de segundos con el más remoto lugar del planeta, etc. Por supuesto que hay algunos, en este caso los marxistas, aunque cada vez en menor cantidad y dispuestos siempre a “aggiornarse”, que ante esta suma de “logros” que reconocen, objetan sin embargo que no se haya satisfecho adecuadamente lo relativo a la distribución de los mismos y que para ello la libertad no lo resuelva todo. A lo que nuevamente se les responde acudiéndose a la paradoja antes señalada de que, si bien es cierto que existen injusticias odiosas y antipáticas, sin embargo, ¡una vez más la paradoja!, son las mismas las que, en tanto motorizaciones de los egoísmos aludidos, generan finalmente el progreso y la justicia universal. Y es esta “constatación” lo que va haciendo que paulatinamente  los miembros de tal ideología moderen, ante las “evidencias” en contrario, sus cuestionamientos esenciales, siendo aquí los casos más notorios y señeros los de China y Rusia con su “socialismo de mercado”, lo que nos muestra la irreversibilidad de su “evolución”, por lo que, a pesar de ciertos matices que pueda contraponer este grupo cada vez más reducido, el mundo marcha en virtual unanimidad hacia el avance ilimitado de un capitalismo hipertecnológico e industrializado, aunque ello sea en detrimento justamente de la naturaleza, tal como muy bien se formula en protestas como la de Gualeguaychú.
En efecto, el desencadenado ritmo de la competitividad y del mercado, el mismo afán por conquistar constantemente nuevos compradores, motivado por los egoísmos crematistas a los que fatalmente se hallaría sometida nuestra especie, los que conducen por lo tanto a producir siempre más, ha hecho que ante ello quede subordinada la función principal que debería tener la tecnología y la producción, la de ser un mero instrumento ordenado a la satisfacción de las necesidades materiales del hombre para convertirse en cambio en una acción dirigida a crear siempre nuevas y habitualmente superficiales e inútiles, las que se constituyen además en verdaderas fuentes de alienación. Y es así como, en función de vender más, es que también se produce de manera multiplicada, pues bien sabemos que la esencia del capitalismo es, tal como decía Marx, la acumulación de capital y mercancías, por lo tanto el incremento cada vez más incesante de la producción por lo que consecuentemente se depreda la naturaleza, la que se ha convertido, en razón de tal fiebre compulsiva motivada por una estereotipación de los egoísmos, en un ámbito respecto del cual todo puede hacerse. Pero ha acontecido que, ante la cada vez más notoria evidencia de tales depredaciones irracionales, varias instituciones han denunciado con lujo de detalles cómo el mundo, simultáneamente con su pretendido “progreso”, se encuentra cada vez más en un estado de incesante inseguridad que, de no ser frenado a tiempo, producirá secuelas irreparables para todos. Tenemos así ante nuestros ojos fenómenos verdaderamente catastróficos, tales como el efecto invernadero, esto es el recalentamiento del planeta por los gases tóxicos que producen principalmente nuestras industrias y que generan cambios climáticos abruptos, como lluvias aluvionales e incesantes, tsunamis e inundaciones, así como sequías interminables; agujeros de ozono que dañan la salud de las personas, en razón de una hipertrófica penetración de rayos ultravioletas, del mismo modo que el smog que se respira diariamente en las grandes urbes produciendo incontables enfermedades, y podríamos extendernos en una vasta enumeración de fenómenos, lo cual no es la intención de este artículo hacerlo.
Es a partir de este punto que podemos valorar positivamente la protesta de Gualeguaychú en la medida que su principal consigna es un rechazo hacia la contaminación producida por un proceso abusivo de industrialización. Ahora bien, al respecto podemos señalar que en relación al mismo se han asumido dos posiciones en contrario. 1) La de aquellos que, sin negar en el fondo la moderna tecnología en su esencia, tratan de que sea a través de la misma que puedan resolverse los problemas de contaminación que ella provoca. Es decir que el planteo pasa aquí no por objetar el desenfreno tecnológico y consumista propio de la sociedad moderna y capitalista, sino en buscar soluciones en el seno de la misma tecnología que ha depredado que puedan resolver el mismo mal. 2) O por el contrario quienes consideran minoritariamente que es la misma tecnología moderna y no el uso que se hace de ella lo que es contaminante.
Digamos que en el primer planteo participan prácticamente todos, en un vastísimo espectro que va, con diversidad de matices, desde Greenpeace hasta el mismo presidente Bush. Nadie hoy en día, en el contexto actual, cuestiona que la actual tecnología haya traído progreso a la humanidad, simplemente lo que dicen es que hay que hacerla más racional, como si acaso la ideología que la ha informado lo fuera. Hay pues simplemente una cuestión de grados o de urgencias o a veces de simples intereses lo que hace que existan discrepancias en el seno de tal sector, pero esencialmente todos concuerdan en el hecho de que la técnica moderna es una actividad neutra que puede ser usada sea para bien como para mal.
Es sosteniendo la segunda perspectiva, hoy lamentablemente minoritaria, que es posible estructurar un movimiento sustancialmente diferente de los actuales, al que calificamos sin más como de derecha y medieval. De derecha en un sentido estricto, concebido como oposición decidida a un “progreso” que significa un apartamiento de lo que el hombre siempre ha sido esencialmente y medieval en tanto que, como precisión de lo anterior, se rescate el valor de un mundo en el cual, por oposición al moderno, lo sagrado tenía un valor superior a lo profano, el espíritu era más importante que la materia, la supravida o trascendencia eran la meta principal y no la mera vida como ahora. Y que consecuentemente con ello nunca pudo reputarse como progreso el libre despliegue de los egoísmos individuales, el libre mercado y “competencia”, sino por el contrario la limitación de los mismos por parte de un Estado ungido de carisma espiritual. Es desde tal óptica que de ninguna manera pensamos que los pretendidos “logros” que se nos exhiben cotidianamente signifiquen un progreso de la humanidad, a no ser que por ello nos limitemos a categorías materiales y cuantitativas. Al respecto podemos decir que es posible que la humanidad viva más que hace mil años, pero se trata en la mayoría de los casos de una existencia insípida y vacuna de la cual bien podría prescindirse. Es posible que el hombre moderno pueda acceder por sus medios tecnológicos sofisticados a una pluralidad incesante de efectos sonoros y “especiales”, pero nunca podrá disfrutar en su conjunto verdaderamente de una melodía como podía hacerlo en cambio un campesino centro europeo que, sin tener que remontarse hasta la Edad Media, se podía deleitar con Mozart, bailar valses y no aturdirse y agitarse como marionetas, tal como nuestros modernos jóvenes rockeados y bajo los psicodélicos efectos de sonidos “tecno”. Y ya yendo al caso específico de las papeleras podríamos decir que éstas existen debido a un uso hipertrófico de papel en que ha incurrido la humanidad y del cual fenómenos tales como las distintas ferias de libros del planeta, la pululación elefantiásica de prensa escrita son su justificación. Podemos decir que las papeleras son el efecto de un muy ingenioso invento moderno que es la imprenta y las consecuentes campañas alfabetizadoras que le sobrevinieron. Al respecto se puede hacer un razonamiento similar. Cuando no había imprenta sólo se pretendía copiar y consecuentemente leer las cosas importantes. Hoy en día, gracias a la verdadera selva de prensa escrita, en donde todos pueden imprimir su propio libro, resulta sumamente dificultoso para las personas dar con una obra fundamental en donde se digan cosas de valor y principalmente que produzcan cambios en quienes las leen. A su vez se podía ser analfabeto y tener cultura. Existían personas que, sin saber leer ni escribir, podían recitarse de memoria profundísimos poemas que la mayoría de nuestros letrados académicos universitarios jamás han leído. Es decir que, si antes podía haber analfabetos cultos, hoy en día la inmensa mayoría de nuestros alfabetizados carece de cultura.
Por supuesto que ser medieval en nuestros días no significa necesariamente rechazar en bloque las contribuciones hechas por la tecnología en todos estos años, o volver al telar o al arado, sino principalmente desintoxicar al hombre de tanto consumismo y alienaciones. Volver al espíritu que existió siempre antes de esta anomalía. Que la técnica y la economía sirvan al hombre y no que éste se convierta en un átomo al servicio de un proceso que lo trasciende.
Ésta debería ser pues una postura de derecha, medieval y alternativa al sistema vigente, que tendría que asumirse ante el problema de las papeleras. La contaminación no es producida meramente por una tecnología que utiliza en forma irracional los recursos del planeta, tal como afirman los ecologistas, sino que la misma existe tan sólo en tanto que previamente se ha contaminado al hombre en su esfera espiritual. En la medida en que éste ha priorizado lo material y económico por encima de los valores espirituales, en la medida en que ha santificado los propios egoísmos como ha hecho la modernidad liberal, siempre habrá contaminación. Mientras continúen aumentando las necesidades de consumo de las personas tarde o temprano los recursos naturales se agotarán y como consecuencia de ello la naturaleza será cada vez más contaminada. No se resuelven las problemas pues  trasladando de lugar las superpapeleras (1), ni tampoco buscando efectos especiales que disminuyan al mínimo la contaminación. No hay que contaminar en manera alguna y menos aun hacerlo produciendo cosas de las cuales en su mayoría se podría prescindir y que sería bueno además que se lo hiciera.
Lamentablemente, en razón del caos antes aludido, las cosas se han distorsionado en manera tal que, en vez de ser una derecha la que defienda la protesta contra las papeleras, ha sido en cambio la izquierda piquetera la que lo ha venido haciendo. En este último caso, si bien se trata aquí de una oposición a lo que decían los principales mentores de tal ideología, sea Carlos Marx como Lenin, para quienes el desarrollo industrial era indispensable y necesario para la realización del comunismo, se trata aquí para aquellos de un oportunismo dialéctico, consistente en la estereotipación de los antagonismos sociales a fin de debilitar al Estado y hacerse ellos con el poder. En el caso eventual de que esto aconteciera de ningún modo se frenaría el proceso de industrialización, sino por el contrario se lo incrementaría aun más, para que todos pudiesen “disfrutar” igualitariamente de los “logros” proporcionados por la sociedad moderna. 
Pero más lamentable y deprimente aun es constatar la posición asumida por aquellos que dicen representar a la derecha. No nos referimos en este caso a la pretendida derecha liberal y capitalista que por supuesto es insensible al problema de la contaminación ambiental y para la cual, en su actual fase postmoderna de “muerte de las ideologías”, lo principal es el hedonismo de las generaciones actuales para las que “después de nosotros puede venir el diluvio”. Lo decimos especialmente por la otra, la que se autotitula como católica, hispánica y nacionalista. La revista Cabildo (ver n° 61, diciembre 2006), que ya ha dado muestras en oportunidades anteriores de haber involucionado hacia posturas acordes al sistema (2), considera también, como sus coetáneos liberales, que no hay que estar en contra de las papeleras, sino tratar de que las mismas “ocasionen la mínima contaminación posible”. Es decir que aceptan que haya un poco, pues los beneficios que nos trae la moderna tecnología así lo justificarían. Para luego definirse, como era imaginable, en forma contundente con el “Magisterio” de la Iglesia actual en su entusiasta apologética de la modernidad, en tanto que “la tecnología que contamina, también puede descontaminar” (CEA, 2005). Bien sabemos al respecto que, sin las deserciones de tal institución, que como vemos acompaña la aludida revista, difícilmente el capitalismo liberal hubiera impuesto sus objetivos. Por lo dicho, en los dos casos similares se trata de derechas que no son tales, en tanto modernas y progresistas.
Hay pues una laguna que llenar.

 

(1)     Es increíble al efecto constatar que se ha considerado como una gran victoria el hecho de que una de las aludidas superpapeleras se haya trasladado de las proximidades de Gualeguaychú a las de la ciudad de Buenos Aires, especialmente a su conurbano, frente a la Bahía de Escobar. Y más increíble aun es que no se haya escuchado protesta alguna al respecto ni que tampoco se hayan implementado medidas de fuerza. Es que Buenos Aires está haciendo actualmente negocios, en especial con el turismo gay, y no tiene tiempo de ocuparse de cosas que podrían hacer perder una fabulosa fuente de riquezas.
(2)     Véase al respecto nuestro artículo “El nacionalismo proyanqui” (El Fortín n° 11, 2002) en donde hacíamos notar cómo, ante el atentado del 11S, tal publicación se solidarizaba con los EEUU y disculpaba a nuestro país por no tener Fuerzas Armadas en condiciones de acompañarlo en su campaña punitiva en contra del “terrorismo internacional”.

Marcos Ghio
Buenos Aires, 18-01-07

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