“NUEVO” EJE “GEOPOLÍTICO”: WASHINGTON-ROMA-MOSCÚ

 

 

Nuestros ideólogos “geopolíticos” han recibido una nueva desmentida a sus afiebradas elucubraciones luego de que el ministro ruso de defensa Igor Ivanov, por indicaciones expresas del premier Putin, exigiera drásticamente a su colega iraní,  Ali Hosseini Tash, que, “por la seguridad del planeta”, su país debía suspender los intentos por enriquecer el uranio pues de lo contrario su gobierno no vetaría las sanciones que le impondrá el Consejo de Seguridad.  Seguidamente, como si se hubiera combinado una estrategia conjunta, el régimen norteamericano otorgó sin problema alguno una visa al premier iraní Ahminajedad para que asista en Nueva York al plenario de la ONU.
A muchos tal “cambio” los debe haber tomado de sorpresa ya que no se habían cansado de aburrirnos por tantos años con tediosos análisis geopolíticos respecto de que Rusia, obedeciendo a un “instinto histórico” inconsciente, que provenía de la misma época de los zares, buscaba ansiosamente llegar hasta el Mar Rojo a través de una alianza estratégica con Irán por lo que le proveía de insumos para construir sus plantas nucleares y que los EEUU e Inglaterra, el “imperio de los mares” que les ponía severos obstáculos a sus proyectos “geopolíticos”, eran sus principales enemigos (1). Vemos pues con ésta y otras ya evidentes posturas similares que toda esta interpretación es nada más que un verso sonoro elaborado con la finalidad de entretener a desinformados, así como para confundir respecto de la verdadera entidad de los problemas por los que atraviesa el mundo, los que se les escapan totalmente a tales “analistas”. Al revés exacto de lo que ellos dicen, Rusia es en cambio en la actualidad un aliado esencial de Norteamérica en una verdadera guerra que ambas naciones están desarrollando, por caminos diferentes, en contra de un mismo enemigo. Ahora bien aquel país, a pesar de su comunidad esencial de fines con el “imperialismo norteamericano”, había tenido con éste hasta hace poco algún inconveniente en la medida que no había sido acompañado como correspondía en su guerra en contra de tal enemigo común, el fundamentalismo islámico, que actúa en sus zonas de influencia, como Chechenia y restantes repúblicas islámicas pertenecientes a la ex Unión Soviética y áreas de influencia. Más aun, incluso había terminado apoyando a tales movimientos en contra de Rusia, continuando con un viejo reflejo que viniera desde la misma guerra de Afganistán en la década del 80. Ello se explicaba por el hecho de que varios sectores de la sociedad norteamericana no habían caído aun en la cuenta de que, luego del derrumbe de la Unión Soviética, Rusia había dejado de ser el “enemigo” (en realidad nunca lo fue, sino sólo un adversario que competía con EEUU respecto de un liderazgo en una concepción del mundo compartida, la materialista y moderna) y que ahora aparecía por primera vez a las claras el verdadero, representado por el fundamentalismo islámico que le produjera los letales atentados del 11S. Sin embargo esta situación confusa estaba comenzando a disiparse para los que aun no lo habían terminado de percibir pues, en los últimos tiempos, con los recientes acontecimientos de Afganistán e Irak en donde ese mismo enemigo operaba victoriosamente, las barreras comenzaban ya a levantarse y, como consecuencia de ello, empezaba a profundizarse un incesante acercamiento entre los dos países. Pero faltaba todavía un hecho decisorio que pusiera fin en forma expresa al clima de duda y de sospecha basado en antiguos resquemores del pasado, es decir un acto que pusiera formalmente un punto final a las antiguas “enemistades” que no tenían ya más razón de ser. Se necesitaba entonces de un intermediario, de alguien imparcial y con gran carisma y autoridad que pudiera producir este definitivo acercamiento.
Ahora bien, ¿cuál ha sido la figura y la circunstancia que lo ha hecho modificar a Putin en su actitud de reticencia fundada en anteriores frustraciones, convenciéndolo de que las cosas estaban ahora maduras para una alianza y colaboración más estrecha con Norteamérica debido a una comunidad indubitable de objetivos?
Estamos en condiciones de informar que en tal nuevo enroque político ha jugado un rol prioritario el actual papa Ratzinger quien, en la semana pasada, es decir unos días antes de las trascendentales declaraciones del ministro Ivanov, se reunió con Putin en Roma con un temario abierto y secreto. Se sabe que, para restarle trascendencia pública al evento y mantener a las personas distraídas respecto de sus objetivos últimos y de la importancia de tal reunión, el papa acudió a un habitual artilugio conocido en nuestro medio como la “táctica del tero”. Ese mismo día emitió un mensaje distractivo de alto voltaje al mundo entero manifestando que retornaban las misas en latín y otras cosas de un similar tenor reaccionario, capaz de espantar a una opinión pública sensibilizada con el progresismo y así mantenerla entretenida con indignadas protestas. En realidad, si bien los dos temas, el latín y Putin, rimaban, era en verdad la reunión con este último lo importante, aunque no era conveniente darle a la misma un relieve excesivo. En esto no ha hecho sino reiterar una tradición güelfa para la cual lo político determina a lo teológico o, mejor aun, la teología está al servicio de la gran política. A su vez Putin, también para despistar, en su viaje a Italia, puso más el acento en una reunión con el premier Romano Prodi, dando así a entender que su visita al papa era meramente protocolar. Al respecto se sabe que en la actualidad los verdaderos interlocutores que tiene Putin en la política italiana son el “derechista” Berlusconi junto a su séquito de “neofascistas” europeos de kipá y no los ex comunistas.
En tal reunión Ratzinger, utilizando su reconocida capacidad dialéctica, le habría hecho ver a Putin que los objetivos entre el Vaticano, Bush y el mismo Putin eran similares. Los tres tienen un enemigo común que es el fundamentalismo islámico aunque las razones de tal antagonismo puedan ser diferentes. Para Roma el Islam es una religión enemiga de carácter expansivo y exclusivista, como el mismo cristianismo güelfo, con la cual no hay ningún tipo de diálogo posible salvo que la misma acceda a los valores culturales del occidente laico, es decir que se vacíe espiritualmente de su sesgo propio. Por ello el papa en su reciente visita a Turquía, tras haber previamente manifestado en Ratisbona que el Islam era una religión “violenta”, afirmó que el camino de los musulmanes es el que fuera marcado por Ataturk, es decir el de un islam laico que no compita con el cristianismo en materia de religión verdadera. Por supuesto que éstas no son las razones de Putin para el cual el problema pasa en cambio por su nacionalismo y deseo obsesivo por volver a constituir las fronteras de la ex Unión Soviética, lo que el fundamentalismo islámico pone en juego en su territorio fomentando los movimientos secesionistas en diferentes ex repúblicas islámicas. Pero en el terreno fáctico existe una comunidad de objetivos. Del lado de Bush y de sus asesores en cambio la idea es similar en mayores aspectos a la del papa. En este caso existe también un componente religioso muy marcado, conocido como el “cristianismo sionista” compartido por el presidente norteamericano y su más estrecho círculo. Para éstos, lo mismo que para Ratzinger, el “occidente”, si quiere subsistir, debe liberarse de su vertiente laica y progresista y retornar a los valores del judeo-cristianismo, siendo el Islam el principal enemigo de la propia religión y también el que lo pone a prueba. Por tal razón esta vertiente ve en Israel, por su incondicional lucha contra los musulmanes basada en su anhelo por arrebatarle territorios, una verdadera avanzada de la misma cristiandad (2). Según los teólogos cristiano-sionistas, de gran influjo en el gobierno norteamericano, el pueblo judío es el pueblo bíblico al cual le corresponde la reconquista de las tierras que Dios le ha prometido. Cuando ello se realice y se derrote a las comunidades islámicas que las usurpan, dicen tales teólogos, Israel se convertirá al cristianismo, lo cual no será otra cosa que la fusión entre la sinagoga y la iglesia que provienen de un mismo tronco. Se agrega al respecto también que la Iglesia cristiana ha surgido del hecho de que el judío, el pueblo elegido, se apartó de Dios y que éste como castigo lo privó de sus territorios, pero para que su pueblo no se disolviera constituyó, durante el intervalo de la diáspora establecido hasta su reconquista, a la iglesia cristiana concebida como el momento preparatorio de un proceso de reconversión. Cuando el judío retome sus tierras, entonces se producirá el verdadero fin de los tiempos en el que la iglesia se reintegrará con la sinagoga, lo cual significaría una misma cosa que la conversión de los judíos.
Es de destacar que esta marcada vertiente hacia la unificación entre el judaísmo y el cristianismo para hacer frente al Islam fundamentalista, es promovida abiertamente por el Vaticano. Recientemente el cardenal Cafarra, estrecho colaborador del papa, en una nota que publicáramos, manifestó que la única religión con la cual el cristianismo tiene intereses comunes y con la que puede establecer un verdadero diálogo es el judaísmo.
Como un hecho llamativo podemos agregar que resulta sumamente sugestivo que en este encuentro entre Ratzinger y Putin nadie, ni siquiera el mismo papa, haya reclamado por todas las víctimas y mártires cristianos que produjera el régimen que Putin representa, las que pueden contarse por millones. Ni siquiera ha habido una autocrítica o un pedido de perdón al respecto. Hecho éste que sí fue exigido por parte del gran rabino de Jerusalén para reunirse con el papa, quien se disculpó por todas las persecuciones hechas en la historia contra los judíos por parte de la Iglesia. Es que en este caso las “razones de Estado” son más importantes que las religiosas y espirituales, tal como es la inveterada costumbre del güelfismo. Frente a un peligroso enemigo común estos detalles resultan secundarios.

 

(1) La ideología geopolítica, cuyo principal promotor en el pasado siglo fue el alemán Karl Haushofer, sostiene, a similitud de las restantes cosmovisiones modernas como el marxismo, el freudismo, el historicismo o el nazismo entre otras, que el hombre es un producto de una entidad superior a él mismo, la que determina sus acciones. En este caso, por la elegida, el geopolitismo se asemeja sumamente al freudismo en la medida que otorga a una función irracional e instintiva la facultad de gobernar las acciones concientes de los seres humanos. Pero si para Freud es el instinto sexual lo que las determina, para los geopolíticos se trata en cambio del instinto de supervivencia y expansión propio de la civilización a la que se pertenece la que lo hace. Así pues, por ejemplo, de acuerdo a los geopolíticos, Lenin o Stalin, no obstante su marxismo ateo, habrían estado determinados en sus acciones últimas por pertenecer a la civilización rusa cristiano-bizantina la que los habría conducido de manera inconsciente, sin que ellos se diesen cuenta siquiera, a la propia expansión. Es decir según los geopolíticos, es el espacio geográfico y cultural lo que se encuentra por detrás de los actos humanos haciendo así de la libertad del hombre un verdadero espejismo. Es esto lo que explica también que no puedan concebir que haya personas, como los miembros de Al Qaeda o los Talibanes, por ejemplo, que actúen por su propio arbitrio sin ser en cambio, tal como ellos dicen, agentes de algún poder encubierto. Ello es pues coherente con su concepción del hombre como un simple autómata o marioneta de algo superior a él mismo.

(2) El cristianismo sionista considera que “los líderes islámicos desde la época de Saladino hasta el reinado de Saddam Hussein son una expresión del anticristo” (Véase Eric Laurent, El mundo secreto de Bush, pg. 153). A su vez Frank Graham, principal asesor espiritual de Bush, ha manifestado textualmente: “El dios del islam no es el mismo dios de los cristianos. Es un dios distinto y su religión muy malévola y muy mala”. En nuestro medio los sectores integristas católicos, entre los cuales puede citarse al padre Alfredo Sáenz (véase nuestro artículo Tradición y geopolítica) entre otros, opinan prácticamente lo mismo. ( ibid. pg. 168)

Marcos Ghio
Buenos Aires, 22-03-07