Guerra de civilizaciones
POLONIA: DE AUSCHWITZ A Szymany

 

Mi estancia en Polonia

Circunstancias especiales hicieron que hace poco más de un mes me hallase en Polonia, a pocos km. de la hermosa localidad de Cracovia, en Owiecim, en alemán y mundialmente conocido como Auschwitz.
Polonia ha sido un país históricamente excepcional en el siglo pasado y al parecer continúa siéndolo aun en nuestros días. Por causa de Polonia en 1939 el mundo fue a la guerra durante casi seis años y del resultado de tal contienda infernal se establecieron las fronteras del planeta. Fue en tal país también en donde se gestó ese movimiento popular y cristiano que profundizara el comienzo de la caída del comunismo y hoy en día es en Polonia en donde se encuentra el principal santuario en que se asienta todo nuestro sistema democrático impuesto por los vencedores de 1945: el “campo de exterminio” de Auschwitz.
Fue hacia allí donde me conduje impulsado por la curiosidad de tantos años de propaganda, noticiosos y demás manifestaciones respecto de tal “vergüenza para la humanidad toda”. Basándome en aquel dicho de que quien explica complica, o al menos interfiere con una visión objetiva de la realidad, me propuse ir por mis propios medios al lugar y prescindir de cualquier tipo de relato complementario que se me hiciera. Es decir dejar que fuera el mismo lugar el que me hablara y develara sus secretos.
Al llegar a la estación de Owiecim tuve que hacer una caminata de al menos 2 km. hasta arribar al lugar aludido. Debo confesar que en la misma entrada hubo algo que me asombró sobremanera. En la Europa en donde todo se cobra, hasta para ir al baño o para ingresar a una iglesia, Auschwitz era el único lugar del continente con entrada gratuita. Más aun, había una verdadera catarata de excursiones guiadas desde todos los lugares del planeta para llegar hasta allí y ser por supuesto “asesorado” por guías que en forma también gratuita hablaban en todos los idiomas. Raudamente inicié el recorrido por ese espacio tan vasto compuesto de una gran multiplicidad de construcciones. Pero mis sorpresas fueron aumentando a medida que caminaba. En primer lugar yo estaba acostumbrado a ver en las películas los barracones de madera con prisioneros que padecían tremendos sufrimientos por el clima y el hacinamiento. Pude constatar en cambio que todas las construcciones que allí había eran de ladrillo a la vista, de treinta centímetros de espesor, perfectamente aisladas de la humedad, a una altura sumamente adecuada respecto del piso y además todas ellas contaban con más de una estufa con chimenea que calefaccionaba esos ambientes.
En segundo lugar yo venía con la idea que me había inculcado la propaganda aliada de que cuando se ocupó Auschwitz se hallaron cosas tan aberrantes como jabones hechos con la grasa derretida de los judíos cuyos cadáveres se incineraban, o que un guardián del mismo tenía una pantalla de luz hecha con la piel de una de sus aludidas víctimas. Nada de todo eso aparecía en los diferentes “museos” del campo. Simplemente lo que allí había eran los antiguos pabellones de prisioneros acompañados de fotos y distintas documentaciones con nombres y apellidos de personas de diferentes nacionalidades (cada país tenía su propio pabellón) que habían estado en ese lugar. Era monótono ingresar a todos porque los datos eran reiterativos, pero aun aquí me llevé algunas sorpresas. Por ejemplo, en el italiano se indicaba que en el campo habían ingresado 45.000 personas de tal país, de los cuales sólo 8.000 eran judíos.
Pero había algo que me interesaba ver sobre manera: las famosas cámaras de gas y los hornos crematorios. También aquí tuve una gran frustración. En ese campo no había cámaras de gas, sí en cambio pude ver un horno crematorio en una edificación especial que no tenía grandes dimensiones y que no era muy diferente de lo que podía ser el horno de una panadería (ver ilustración). Hice varios recorridos para constatar si se me había escapado el detalle de las famosas cámaras de gas, pero una y otra vez no las pude encontrar. Estaba por retirarme cuando el destino quiso que justo mientras salía me cruzara con un grupo de españoles acompañados de una guía polaca que hablaba en nuestro idioma. Me propuse sumarme a ellos con la finalidad de extraer la información respecto de lo que había pasado con las famosas cámaras de gas. No podía irme de allí sin tener noticias de ellas. El grupo estaba compuesto en su mayoría por jubilados que se indignaban y escandalizaban por las cosas que la guía les iba contando. Por supuesto que ellos tampoco veían nada que los pudiese espantar. Yo me iba acercando a la guía a fin de poder en algún momento recabarle alguna información. Hasta que llegamos a una habitación en donde ya había estado y en la que se encontraba una gigantografía de una conocida foto en donde se mostraba a un nutrido grupo de judíos que con cara de espanto se dirigían hacia un determinado lugar. Era gracioso ver como varios de los turistas se hacían fotografiar con esa imagen tan deprimente posando en modo tal como si ellos formaran parte de ese grupo. Fue allí que la guía explicó que se trataba de judíos que iban “engañados a la cámara de gas”. Entonces fue que le pregunté cómo podía ser, si las cámaras de gas eran duchas y el engaño consistía en que los llevaban a tal lugar, que fueran con valijas como se veía en esa foto. Me insistió que ello era porque se los engañaba. Pero entonces ¿por que esas caras de espanto que allí se veían? Rápidamente me cambió la conversación y agregó que el total de judíos muertos en las cámaras de gas de Auschwitz había sido un millón trescientos mil y que las víctimas iban a las cámaras acompañadas por otros judíos que los engañaban respecto del lugar hacia donde se dirigían. Allí yo le acoté que se trataba de los famosos juden rat, es decir de guardianes judíos que eran peores por su crueldad que los mismos alemanes nazis. Según la guía en cambio se trataba de buenas personas que querían evitarles un disgusto a sus compatriotas en el momento de morir. “Me parece en verdad que es al revés de lo que nos dice, le acoté. Si ellos hubieran sido solidarios con los suyos deberían haberlos alertado del mal que les esperaba y aunque sea en la desesperación hubieran podido ensayar una resistencia antes de dejarse conducir como corderos al matadero”. Allí fue donde la guía estalló en cólera. “¿Pero a qué vino Ud. acá?” “Yo vine a aprender. Para escandalizarme no preciso viajar 30.000 km. Puedo hacerlo en mi casa”. “Bueno sepa Ud. que en Polonia había 3 millones de judíos antes del nazismo”. “Y cuántos quedan ahora?” “Seis mil”. Y a renglón seguido sin que le preguntara nada, como si la traicionara el inconsciente, me agregó: “Pero son los que ocupan los cargos principales en la vida económica del país”. A todo esto los españoles ya habían reconocido mi origen argentino y comenzaron a mirarme con desconfianza. “Claro, dijo uno de ellos, Uds. dieron hospitalidad a los nazis”, como hallando una explicación a las preguntas capciosas que yo hacía. “Efectivamente, del mismo modo que otros países como Rusia y EEUU, con la diferencia de que nuestros nazis no fueron exitosos como los de ellos. El nazi Von Braun fue en Norteamérica uno de los inventores de la bomba atómica, en cambio nosotros nos ligamos sólo nazis de segunda como Richter que fracasó en todos los intentos por producirnos una”. Y allí fue que, aprovechando el silencio que se había hecho a mi alrededor, le pregunté a la guía respecto de las cámaras de gas que no había visto. “Es que las destruyeron todas cuando entraban los rusos para que no quedaran huellas”, me contestó. “Pero acá no vi ninguna ruina ni nada que se le parezca”. “Bueno, me dijo ya molesta y como queriendo sacarme de encima. Si tiene ganas de ver unas váyase a Birkenau, que está a 5 km. de aquí. Allí va a ver las ruinas y se va a convencer”.
Me fui rápidamente de allí buscando ese destino. En el camino fui musitando cosas que dejé sin contestar. De niño me habían dicho que en Auschwitz los judíos muertos habían sido 4 millones, la última cifra que se me había dado hace dos años se había reducido a la mitad, ahora ella la disminuía a 1 millón trescientos. Esperaba estar vivo para poder algún día llegar a Auschwitz con la cifra oficial que figura en sus archivos recientemente develados: 50.000 muertos por todo concepto.

Mi visita a las “cámaras de gas”

Al fin, luego de una larguísima caminata he llegado a Birkenau, también conocido como Auschwitz II. El espectáculo no es muy diferente del anterior campo. Se trata solamente de una superficie mucho más grande que el anterior. Con seguridad fue construido en medio de la guerra para ubicar a la ingente cantidad de prisioneros hechos por los alemanes. Pude ver allí, aunque en un grado muy menor, a las famosas barracas de madera. Efectivamente, debido a la intensidad del conflicto bélico, no hubo tiempo de hacer todas las construcciones de material y hubo que acudirse entonces a las de madera. Pero aun así las mismas cumplían con las condiciones mínimas de habitabilidad. Pude ver también un pabellón en el que se decía que ponían a los judíos a los cuales se quería hacer morir. Sin embargo el mismo era también de material y con estufas como los otros. Finalmente luego de mucho caminar pude dar con las ruinas de las que me hablaba la guía.
Las observé con mucho detenimiento puedo decir que eso no se trataba ni de un horno crematorio ni tampoco de cámaras de gas. Por supuesto porque no solamente no había rastro alguno de las famosas duchas, sino porque lo llamativo (ver foto) era que nos hallábamos con una losa de hormigón de al menos 30 cm. de espesor y forrada con ladrillos refractarios, por lo que con más posibilidad lo que allí había era una fábrica para la construcción de armamentos. Ello con seguridad era hecho pues se trataba de una zona rica en minerales y además con la disposición de un verdadero ejército de trabajadores esclavos, a los cuales no se quería hacer morir sino explotar en su capacidad productiva. Por otra parte la presencia de judíos en esas instalaciones hacía prácticamente invulnerable la fábrica a los bombardeos. Efectivamente, a pesar de haber habido fábricas de armamentos, Auschwitz nunca fue bombardeada por los Aliados. Además de ello llamaba la atención que justo en ese lugar terminaban unas vías de ferrocarril que habían sido construidas especialmente para que llegaran hasta allí. Indudablemente para transportar prisioneros no era necesaria una construcción semejante pues era suficiente con hacerlos caminar o llevarlos en camiones. Era indudable además que para que tal fábrica de armas no cayera en manos de los rusos la misma fue destruida, cosa que en cambio no se hizo con el horno crematorio del primer campo. Pues si de lo que se trataba era de borrar pruebas como se dice, habría que explicar también por qué ese fue dejado en pie.

Conclusiones

No soy nazi porque repudio la democracia. Y es de recordar que fue una elección democrática la que llevó al nazismo al poder. El nazismo, que ya no existe, es nada más que el anatema que nuestros demócratas nos endilgan  hoy en día como castigo a todos aquellos que no compartimos su religión. Para ellos todos los que no somos democráticos somos forzosamente nazis y más aun lo seríamos si negamos su dogma complementario: el de las cámaras de gas y de los seis millones de judíos gaseados. Esto en la Argentina todavía lo podemos decir, si viviéramos en Europa, la Inquisición democrática nos enviaría a prisión. Un autor ex comunista y convertido al islamismo nos ha dicho que el dogma del holocausto es el mito fundacional del Estado de Israel. Yo lo corrijo: es el mito fundacional de la democracia, como en nuestro caso lo es el de los 30.000 desaparecidos. “Si nuestro sistema no existe, nos dicen los demócratas cuando empezamos a rezongar por sus sucesivos fracasos y corrupciones, el destino que nos espera son 6 millones de gaseados, las cámaras de gas o los 30.000 desaparecidos”, de acuerdo a la importancia del país.

He regresado a Auschwitz para reparar en un detalle fundamental, en una leyenda que se encuentra en la entrada del primer campo y que por supuesto a todos les ha pasado desapercibida en su significado en tanto que no les ha resultado chocante y que es para mí en cambio lo más repudiable del nazismo. Allí se dice que el trabajo hace libres. Y es ello lo que nos delata la sustancia de su totalitarismo. Es de recordar que el nombre originario del partido de Adolfo Hitler fue Partido Obrero Alemán, que luego se modificó por Partido Obrero Nacional Socialista, pero en todos los casos la condición de proletario fue ensalzada por oposición a lo burgués caracterizado como lo opuesto al trabajo y como tendencia hacia el ocio. Cuando en verdad lo que nos debe oponer al burgués, del mismo modo que al proletario, es en cambio su materialismo compartido. El nazismo siempre tuvo un desprecio por los intelectuales. Fue de Goebbels la expresión famosa de que “cuando te topes con un intelectual nunca olvides la pistola” y el campo de Auschwitz como los otros fue en sus comienzos concebido como un lugar de reeducación a fin de que los prisioneros políticos por el trabajo se alejasen del ocio que les producía las utopías ideológicas contrarias a su sistema. Es indudable que esta idea de que el trabajo redime al hombre es compartida por las demás ideologías vencedoras de la guerra, liberalismo y comunismo. Este último incluso elaboró una mística del trabajo a través del stakhanovismo y en nuestra cultura el yanqui fue concebido por nuestros liberales vernáculos como el arquetipo del trabajador por contraposición a nuestro ocioso gaucho. La ideología de los trabajadores común a todas las cosmovisiones modernas es el trasfondo último de Auschwitz que se opone a la Tradición. Para ésta en cambio el trabajo aliena y no libera. La Biblia lo concibió como un castigo originado en el pecado y los griegos lo consideraron como algo inferior propio sólo de esclavos y no de hombres libres, en tanto producto de la oscura necesidad. Como bien dijera J. Evola, “porque el griego despreció el trabajo es que también despreció al esclavo y no al revés”. Este nazismo esencial de la civilización moderna y materialista jamás será repudiado, sino por el contrario compartido. Por ello Auschwitz sigue en pie.

Pero no me he ido aun de Polonia, tierra trágica y eje de los grandes conflictos de nuestra historia. Pude constatar también una serie de cosas curiosas. En Polonia mientras la tiranía nazi duró sólo cinco años, la comunista en cambio lo hizo por 45. Sin embargo sus principales ciudades están repletas de recordatorios de la primera y nada en cambio de la segunda...
Aunque a decir verdad el comunismo y el nazismo son ya cosas del pasado en tales tierras. No así el mundo globalizado, la nueva forma de nazismo, o ideología del trabajo, hoy imperante. Los métodos son parecidos a los de otrora. Mientras visitamos apaciblemente Auschwitz y nos indignamos, a pocos kilómetros de allí, en Szymany funciona la cárcel, ya no tan secreta, de la CIA, el “sitio negro” en donde son transportados los mujaidines prisioneros de la guerra santa, capturados en todos los países en donde combaten contra el sistema moderno. A diferencia de sus pares de Auschwitz, ellos no han tenido la posibilidad de convertirse en “libres” trabajando, nunca recibieron una visita de inspección de la Cruz Roja, como en cambio sucediera con su par en 1944 hallándoselo como un sitio que cumplía con las condiciones normales de un centro de detención, sino simplemente han sido torturados hasta la muerte, tal como nos acaba de señalar un informe del Consejo de Europa. Hasta ahora son 39 los “desaparecidos”, cifra por supuesto muy inferior a los 6 millones de “gaseados”, pero, tal como me habría contestado la guía polaca ante mi objeción por las cifras. “Aunque sea uno sólo siempre se trata de un crimen aberrante”.

Marcos Ghio
Buenos Aires, 11-06-07

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