AFGANISTÁN: LA GUERRA ENTRE KAMIKAZES Y ASESINOS

 

Se habla mucho de lo que pasa en Irak, en Irán y en el Medio Oriente, pero muy poco en cambio de lo que sucede en Afganistán. Y sin embargo es en tal país donde la guerra lleva más tiempo ya que viene durando en forma ininterrumpida desde hace casi 6 años y no tiene viso alguno de concluirse en lo inmediato, sino que cada día que pasa se agudiza siempre más.
Si tuviésemos que hacer una síntesis somera de lo sucedido resaltaríamos lo siguiente. En Octubre de 2001 EEUU, con el apoyo de las Naciones Unidas, la OTAN, Rusia, Irán, China y el Papa entre sus principales avales, invadió ese país desplazando del poder en pocas semanas a los talibanes que lo gobernaban y a su socio Al Qaeda quienes debieron refugiarse en la zona montañosa lindante con Pakistán. Y digamos primeramente que ha sido sin lugar a dudas esta gran unanimidad en el apoyo a la acción invasora de los norteamericanos lo que ha hecho que en todo este tiempo transcurrido casi nadie se preocupara del problema de Afganistán y de su drama (1). Pero prosigamos con el relato. Una vez obtenido el primer objetivo, EEUU estableció allí una fuerza “pacificadora”, la ISAF, compuesta por 32 países a fin de afianzar la constitución de una democracia estable, contando para ello con la participación de un grupo de afganos colaboracionistas, muchos de ellos regresados especialmente del exilio, como el actual presidente Karzai. Sin embargo, luego de un comienzo que parecía favorable y con pocos inconvenientes, en los últimos cuatro años y en especial desde fines de 2003, tras la invasión a Irak, la situación ha comenzado a cambiar notoriamente en tal país. Si bien desde un primer momento sea el gobierno colaboracionista instaurado como los extranjeros presentes en la ocupación fueron vistos siempre como intrusos, la actitud hacia ellos que había comenzado siendo sólo de sospecha y expectativa, más tarde, debido a los fracasos del nuevo régimen por organizar al país y a su corrupción, pasó a ser de franca ofensiva en modo tal que los talibanes que habían sido desalojados del poder muy pronto regresaron a sus antiguos territorios y su movimiento se fue expandiendo tanto que en la actualidad hay regiones enteras bajo su control estando obligado el presidente afgano a permanecer prácticamente encerrado en la ciudad de Kabul, la única que controla efectivamente, pues si sale de la misma su vida corre serio peligro; tal como sucediera hace poco más de un mes cuando fuera a inaugurar una escuela a 70 kms. de tal ciudad. Un misil lanzado por los talibanes cayó a pocos metros de donde se encontraba, casi como para recordarle que, mientras el país se encuentre ocupado, no puede pretender otra cosa que ser el intendente de Kabul y no el presidente de Afganistán. A su vez las tropas extranjeras se encuentran prácticamente acantonadas en sus bases pues cada vez que salen de allí se topan con verdaderos enjambres de minas y ahora con algo mucho más peligroso y multiplicado vertiginosamente en los últimos tiempos, por influencia directa de su vecino Irak y aportado especialmente por Al Qaeda y por una cierta circunstancia especial que enseguida explicaremos. Un número cada vez más creciente de kamikazes que se lanzan furiosamente contra formaciones sea extranjeras como gubernamentales causando verdaderas masacres es hoy el principal problema que enfrenta la tropa de ocupación.
Por otro lado, si bien es verdad que son 32 países los que participan de la guerra de Afganistán, son muy pocos los que se atreven a aportar una presencia verdaderamente militar. Solamente EEUU e Inglaterra y en un número menor Canadá y Holanda hacen participar a sus tropas en las acciones bélicas. Los restantes países, como Italia, España y Francia por ejemplo, sólo se empeñan en “misiones humanitarias” efectuadas en zonas no demasiado peligrosas. Esto ha traído una serie de problemas a las tropas invasoras pues no logran reunir un número suficiente de efectivos de infantería capaces de lanzarse al campo de batalla a hacer frente al talibán. Por tal razón, para suplir esta carencia, la táctica implementada hoy en día consiste en la siguiente. Grupos muy pequeños de efectivos militares, en su mayoría del ejercito afgano aunque acompañados por soldados extranjeros debido al peligro de deserción, se atreven a avanzar por los caminos del país tratando de atraer a los talibanes en sus embocadas.
Cuando ello sucede entonces aviones espía sin piloto toman fotografías de los lugares desde donde parten los disparos y en manera inmediata cuadrillas de superbombarderos lanzan desde grandes alturas varias toneladas de bombas sobre los objetivos descubiertos. Los explosivos arrasan vastas extensiones de territorio en donde se ha podido fotografiar la presencia de los talibanes y muchísimos son los muertos ocasionados por tales bombardeos. Como consecuencia de los mismos las tropas aliadas manifiestan siempre haber abatido a varios centenares de ellos, lo cual, de ser siempre cierto, tendría que haber hecho ya que tal enemigo se encontrara diezmado, aunque ello no es lo que pareciera suceder. Sin embargo, cuando autoridades gubernamentales arriban a los lugares bombardeados, se encuentran con el triste espectáculo de decenas de civiles masacrados, entre ellos muchas mujeres y niños. El mejor ejemplo de lo dicho ha acontecido hace justo dos días cuando los Aliados manifestaron haber matado a más de un centenar de talibanes en bombardeos realizados en las provincias de Helmand y Urzugán. Cuando concurrieron las autoridades gubernamentales a los lugares bombardeados se encontraron con que habían muerto más de 120 civiles en los dos bombardeos y en ningún caso se podía corroborar la presencia allí de los talibanes. Ha sido al respecto significativa la respuesta dada a tal información por parte del vocero de la OTAN, el Coronel Frank Mayo. Manifestó que el problema estribaba en que los talibanes no usan uniforme y por lo tanto no se los puede distinguir de los civiles. Se podría pensar que quizás, si se adosaran un chip, harían más fácil la identificación así como la implementación de las “bombas inteligentes”, pero lamentablemente no se puede lograr que se presten a colaborar con la civilización en tal tarea democrática y “humanitaria”. De todos modos tranquilizó al auditorio manifestando que indudablemente “debía haber” entre los muertos varios de ellos. Es decir, las confesiones del coronel Mayo son tremendamente sugestivas. Nos está reconociendo que la táctica implementada consiste en la matanza indiscriminada de personas pues se supone que, como los talibanes se mimetizan con la población civil, masacrando a ésta con seguridad se estará matando también a talibanes y esto, si bien doloroso, representaría siempre un sacrificio por la paz y la democracia. Pero ésta no es la única manifestación sugestiva. Días pasados, en un tono de similar desfachatez, el jefe del mando británico había dicho que en esta guerra todos, los talibanes y los occidentales, producen víctimas civiles, pero la diferencia que existe entre ambos es que, mientras que en el caso de los primeros éstos se regocijan por las muertes que generan y las tienen como meta, los occidentales en cambio las “lamentan” y califican como “errores” o “daños colaterales”.
Este criterio es verdaderamente absurdo. En todos los casos, se lamenten o no, las muertes de inocentes son repudiables, pero las diferencias que tenemos son en cambio otras y de un tenor no menor. Mientras que el kamikaze que produce muertes civiles como consecuencia de un ataque a objetivos militares se inmola en la acción convirtiéndose en mártir, el aviador en cambio, desde las inasibles alturas en que se encuentra, ni siquiera pone en juego su vida. Es como un asesino serial que mata mecánicamente a sus víctimas, sin ningún tipo de remordimiento. Su acción es impersonal pues nunca podrá ver a quienes mató con sus bombas. Por otro lado es muy posible que los civiles ya sean o hayan decidido convertirse en talibanes, por lo que quizás en otro sentido tenga razón el coronel Mayo, más aun luego de que el jefe talibán, Mansour Duadullah, manifestó que también hay niños entre los kamikaze. Debe haber sucedido con seguridad que muchos de los vecinos y parientes de las víctimas inocentes de la guerra “por la paz y la democracia” deban considerar que, ante la disyuntiva que se les presenta en un futuro entre ser aplastado por una bomba o convertirse en una de ellas con la capacidad de destruir al enemigo que las lanza, esta última opción será la preferible.
Esta circunstancia es lo que en cierta medida explica cómo el fenómeno kamikaze se haya convertido en multitudinario en Afganistán y represente el verdadero inconveniente insuperable para el “occidente actual” el cual, en tanto que no ha encontrado maneras efectivas de detenerlo, no ha ahorrado calificativos para desmerecerlo. Un conocido ideólogo del sistema, en una reciente nota periodística (2), ha querido demostrar que tal fenómeno no es autóctono ni tampoco religioso en su fundamento, sino occidental y laico en la medida que tendría sus orígenes en el jacobinismo, el leninismo y el anarquismo, movimientos originados en el occidente y que intentaron obtener sus objetivos a través del miedo y el terror que imprimían a través de sus acciones. Lo que el autor ignora o hace de cuenta no saber es que en los dos casos primeros el terror se ejercía principalmente como un procedimiento de gobierno y  que para conquistar el poder  en ninguno de los dos se acudía al “suicidio” de los militantes. En segundo lugar, si bien es cierto que desde sectores laicos e irreligiosos, como en el caso del terrorismo anarquista, pudo haber habido experiencias similares de personas que se inmolaban en una acción violenta, las mismas nunca fueron multitudinarias, tal como se produce cuando las mismas son conducidas por una suma de factores simultáneos que no eran los del caso anterior. Por un lado el ya señalado: la desesperación generada por el hecho de no tener otra opción a elegir, pero por el otro principalmente porque detrás de tal acción de martirio hay un fundamento religioso que asigna a la misma un valor sagrado en la medida que el que ofrenda su vida lo está haciendo por Dios y que quienes así lo hacen no pierden su existencia, sino que al contrario la multiplican alcanzando una dimensión de eternidad, haciendo actual así aquel viejo dicho tradicional de que “la sangre del guerrero está más cerca de Dios que la tinta del filósofo”. Pero además hay otra diferencia notoria entre ambas experiencias: mientras que en el primer caso nos hallamos con una acción despersonalizadora pues el que lo hace renuncia a su persona en aras de la eventual felicidad de generaciones futuras, en el caso del kamikaze que se inmola fundado en una creencia religiosa, el yo no se disuelve en la masa anónima actual o futura, sino por que el contrario incrementa su personalidad en la medida que alcanza otra existencia superior de eternidad y plenitud. Por lo tanto dicha acción en ningún caso puede ser calificada como nihilista, tal como pretende hacer el autor aludido cuando la descalifica, salvo que, como pareciera ser su caso, desconozca de manera dogmática la existencia de una dimensión trascendente.

 

(1) Aunque deberíamos agregar aquí, de manera casi anecdótica, que, en razón de tal unanimidad en la condena al régimen de Afganistán, hemos debido presenciar durante todos estos años el lamentable espectáculo brindado por una serie de pseudoinvestigadores que no se han cansado en todo este tiempo de decirnos que, así como EEUU fue el que se habría producido según ellos el 11-9, los talibanes, como también Al Qaeda, en tanto no forman parte del sector al que ellos adhieren, serían por lo tanto agentes de tal potencia, la cual se produciría a sí misma tantas muertes y tantos males solamente para que ellos nos puedan seguir convidando con sus sesudas interpretaciones. Una vez más digamos que en tal trasfondo de su rechazo al talibán hay un prejuicio ideológico consistente en considerar que el hombre no puede actuar por sí mismo afuera de lo que determina el “proceso histórico”, la “lucha de clases” o los “intereses de las civilizaciones”, etc., todo ello de acuerdo al esquema al que uno haya decidido encadenarse. Por tal razón sería imposible según ellos actuar por propia cuenta sin ser agente de algo o de alguien pues, si tal cosa pretendiese suceder, raudamente nos encontraríamos con la labor de tales detectives que nos explicarían cuál es la verdadera “realidad” que se esconde detrás de tal aparente libertad.
(2) John Gray, Kamikazes laicos, en Corriere della Sera 28-7-07.