PUTIN MUESTRA LOS MÚSCULOS, PERO AUN NO ES GUERRA FRÍA
                                                                                                                      por Ian Bremmer

(Reproducimos este interesante artículo del famoso politólogo inglés. Del mismo modo que este Centro él considera que Rusia no representa un peligro real para el Occidente como en cambio lo es el fundamentalismo islámico. Rusia, del mismo modo que China hoy en día, en tanto ambos  han dejado a un lado sus aparentes diferencias ideológicas con EEUU, apenas compite con la intención de ser tomado en cuenta como un aliado más del sistema hoy vigente. Su diferencia con el segundo estriba en que tiene una mayor autarquía que le permite poder tomar decisiones más rimbombantes e "independientes". No así China que, debido a que depende de materias primas que no posee, debe subordinarse más al "Occidente" y convertirse así en el sostén principal de la economía Norteamericana gracias al sustancial acopio de dólares (moneda carente de cualquier respaldo) que realiza. Y aquí lo esencial es lo siguiente: en la medida que ambos países han ingresado a la economía de mercado tienen por igual como enemigo principal al fundamentalismo islámico, el que representa hoy la antítesis de la ideología de la primacía materialista de los "intereses nacionales" al sostener en cambio el ideal tradicional del Califato, equivalente a nuestra figura medieval del Imperio. Por ello, en la reciente reunión del Grupo de Shangai, China y Rusia, junto a otros países colaterales, han acordado estrategias comunes para combatir al fundamentalismo en el propio territorio, especialmente en Chechenia en el caso de Moscú y en la provincia Uighur en el de Pekín. Por tal razón ambos países, a pesar de su "antiamericanismo",  han respaldado vigorosamente, y aun lo siguen haciendo, la invasión norteamericana a Afganistán. No así la de Irak por las mismas razones que puede haber tenido la Unión Europea. Es decir por haber considerado que "se trató de una política equivocada que en la práctica terminó favoreciendo a Al Qaeda". Es decir al enemigo principal.
Walter Prexiosi)

La nueva política exterior de Moscú en un intento por imponerse ha dado vuelta por el mundo entero. El pasado 2 de agosto un submarino ha plantado una bandera rusa de titanio dos millas por debajo del Polo Norte reivindicando así para Rusia casi la mitad del fondo del Océano Ártico y de sus yacimientos de petróleo y gas que se suponen vastísimos.
Se trata tan sólo del último ejemplo, pintoresco, de la nueva política rusa, la que se revela como sumamente locuaz y agresiva. La Gazprom, el monopolio público de energía, ha amenazado con cortar la mitad de las provisiones de metano a Bielorrusia, una ex república soviética, si es que tal país no paga rápidamente sus deudas. Otra ex República soviética, Estonia, ha acusado a Rusia de haber lanzado un ataque informático en contra de sus estructuras gubernamentales, bancarias y mediáticas. Otro vecino, Georgia, el 7 de agosto ha acusado a Moscú de haber lanzado un misil contra una aldea de su territorio. El misil no ha estallado y el Kremlin niega que haya partido de un avión ruso. Además Rusia se encuentra en duros conflictos con gobiernos occidentales sobre diferentes cuestiones: valga como ejemplo de ello el entredicho con Londres por el affaire Litvinenko.
La lista de polémicas que han quebrado las relaciones entre Rusia y EEUU es sumamente larga. La expansión de la Otan en los territorios ex soviéticos, la oposición del Kremlin a la invasión norteamericana a Irak, la convicción de Moscú de que Washington quiere fomentar rebeliones políticas pro-occidentales en Georgia y en Ucrania y la obstinación de Rusia de poner el veto a cualquier resolución de la ONU que reconozca la independencia de Kosovo, todos estos temas espinosos no son sino una mínima parte del amplio abanico de divergencias que separan a los dos gobiernos.
¿Pero hoy esta nueva Rusia que pareciera haber retomado la confianza en sí misma, puede en verdad amenazar a los intereses occidentales? Indudablemente que el Kremlin continuará  remando en contra de los programas norteamericanos y europeos en política internacional y lanzando descrédito a las acusaciones occidentales de ingerencia rusa en los asuntos de los Estados limítrofes. Sin embargo Rusia no se encuentra en condiciones de llevar a cabo una estrategia global en contra del Occidente como acontecía en los tiempos del régimen soviético.
En primer lugar porque Moscú espera continuar y profundizar la política de apertura a las inversiones extranjeras a medida que su clase media se convierta siempre más en un mercado apetecible para los bienes de consumo y servicios occidentales. Aun defendiendo con tenacidad el control estatal de los "sectores estratégicos" de la economía, Rusia no puede permitirse el lujo de convertirse en un Estado fuera de la ley, tal como hoy acontece con países como Irán y Venezuela por parte de la comunidad internacional.
En segundo lugar porque Rusia quiere desafiar el equilibrio internacional sobre temas que se refieren a sus intereses nacionales pero le falta el peso político y económico para ejercer un fuerte influjo en América Latina, África o en el Sudeste asiático. La economía rusa es hoy tan sólo superior a la de Méjico, y poco más de un tercio de la china.
En tercer lugar, a diferencia de la URSS, hoy Rusia no ejerce más esa fascinación ideológica que podría atraer a otros países bajo su guía. Nadie -ni siquiera el presidente venezolano Chávez- sueña con dirigirse a Rusia para garantizar la seguridad de su país contra las insidias norteamericanas.
En fin, a diferencia de China, que ha sido obligada a abrirse al mundo y a sellar nuevas amistades para proveerse de preciosos recursos energéticos y de otras materias primas de las cuales tiene desesperadamente necesidad para su crecimiento, Rusia posee ya todos los recursos naturales que necesita. Esto limita el desarrollo de intereses comunes entre Rusia y otros gobiernos, lo cual representa en cambio el nudo crucial para la política exterior China en el siglo XXI. En efecto, China sigue siendo una variable fundamental en los cálculos del Kremlin en política internacional. Moscú está destinada a permanecer como un poderoso protagonista exclusivamente en su área de influencia, a menos que un día Rusia y China no encuentren ventajas recíprocas en la unión de sus respectivos recursos políticos y económicos para volver a poner en discusión el equilibrio de poder internacional gestado por Occidente. Esto es sumamente improbable que acontezca.
Los dos Estados continuarán hallando ventajas tácticas trabajando juntos en instancias específicas de política internacional, como cuando apelaron al recurso de su influencia conjunta en el seno de la Organización de la cooperación de Shangai para solicitar a Uzbekistán que sacara de su territorio a las tropas norteamericanas acantonadas en el 2005, habiendo sido ello justificable sólo cuando se invadiera Afganistán. A nivel estratégico, sin embargo, los intereses rusos y chinos no siempre son compatibles. Por otro lado en el seno de la clase dirigente rusa y de sus estructuras de seguridad siempre está presente el temor del creciente poderío militar y económico de China. Más concretamente, hoy Pekín apunta a orquestar la prosperidad y estabilidad política de China y la guía del partido maniobra la política exterior del País con este objetivo principal en la mente. Las alianzas estratégicas con otros Estados son admisibles tan sólo si consiente a China conservar una relación relativamente positiva y estable con los EEUU y las naciones europeas, cuyas economías contribuyen a alimentar el crecimiento chino.
Las relaciones de Moscú con los gobiernos occidentales han tocado el punto más bajo  desde el final de la Guerra fría, y esto tendrá repercusiones no sólo en el debate internacional sobre el programa nuclear iraní, sino también sobre las relaciones de Rusia con sus vecinos y sobre los programas de cooperación para la explotación de los recursos energéticos. Pero no se entrevé ninguna nueva guerra fría en el horizonte.
(Tribune Media Services)