MENTIRAS PIADOSAS

 

La industria del Holocausto judío ha tenido una gran cantidad de beneficiarios mentirosos,  es decir de personas que han manifestado haber sido perseguidos por los nazis en el período de la Segunda Guerra Mundial, haber cobrado por ello grandes sumas de dinero en concepto de honorarios y demás gratificaciones  para demostrarse luego que todo lo dicho no era sino mentira. De esta manera, con una literatura lacrimógena y de persecuciones, que luego resultaron ser verdaderos fraudes literarios hemos presenciado una serie de casos sumamente inverosímiles. Comenzando por el del español Eric Marcó, quien inventara haber estado prisionero en dos campos de concentración alemanes y que luego ante una investigación periodística tuvo que reconocer la falsedad de lo dicho ante toda la gente que había estado engañando durante varias décadas. También los casos del austríaco Conny Hannes Mayer o del suizo Benjamin Wilkomisrsky quien escribió un importante best seller en el que se manifestaba a sí mismo como judío y que de niño había estado en los campos de Majdanek y Auschwitz, pero que luego, tras una nueva investigación periodística, se descubrió que no se llamaba de esa manera sino que su verdadero nombre era Bruno Dösseker, que no era judío y que los únicos campos de concentración que había visto habían sido en el cine.
También tenemos las muy serias investigaciones del español Pedro Varela respecto del famoso Diario de Ana Frank, convertido en lectura obligatoria en las escuelas europeas, pero que nuestro investigador ha demostrado que su original fue escrito con birome, en una época en la cual tal medio gráfico aun no existía. Y podríamos extendernos en una cadena interminable de falsificaciones e inventos que se han hecho con respecto al tema del Holocausto. Pero el súmmum de la desfachatez acaba de conocerse hace pocos días cuando una nueva investigación periodística efectuada por el matutino belga Le Soir demostró que un reciente best seller escrito por la escritora judía Misha Defonseca, titulado Conviviendo con los lobos, que fuera traducido nada menos que a 18 idiomas, incluido el nuestro, y que fuera recientemente llevado al cine y –lo no menos importante- que le habría reportado a la autora una suma cercana a los 100 millones de dólares, era una nueva falsificación.  El argumento de la novela, que pretendía ser autobiográfica, relataba la historia de una niña de 8 años a quienes los nazis le habían matado a los padres en un campo de concentración y que logra escapar a una selva y que, del mismo modo que Rómulo y Remo, es alimentada por los lobos los que le permiten llegar a salvo luego de una serie interminable de conmovedoras penurias. En varias oportunidades y en el mismo prólogo de la obra la autora manifestó que se trataba de su historia personal. Sin embargo la investigación periodística descubrió, luego de una confesión efectuada por una prima de la autora, que ésta no era judía, sino de origen católico y que su nombre real era Monique de Vael. Que sus padres no habían muerto en campo de concentración y que, peor aun, se los consideraba colaboracionistas de los nazis por haber delatado a varios miembros de la resistencia, por lo que se la llamaba de niña “La hija de traidores”. Y que además tampoco podía ser el personaje de su obra pues tenía cuatro años menos de lo que manifestaba en la misma. Es interesante al respecto escuchar los argumentos que nos ha dado la autora una vez que se hiciera público su engaño. Alegó que, aun reconociendo haber mentido, ella se sentía judía y que por tal razón consideraba haber hecho una gran obra a favor de tal colectividad colaborando con la causa de la Shoah al difundirla literariamente. Por lo tanto hay que abstenerse de demandarla por fraude.
Pero no solamente en Europa tenemos casos similares de falsificación literaria, obviamente impunes y con el beneplácito del sistema que los cobija. Tiempo atrás, siempre con la explotación del tema del Holocausto o de la victimización de la colectividad judía, en este caso en la Argentina, el conocido periodista Raúl Kollmann publicó por Editorial Sudamericana una obra titulada Sombras de Hitler en la que se investigaba sobre los ataques que estaría padeciendo la comunidad judía en la Argentina y se trataba de denunciar a aquellos ideólogos que promovían tales delitos. El aludido se refería a los atentados contra los cementerios judíos y a la profanación de tumbas de miembros de tal comunidad y, aunque sin dar nombres específicos respecto de quienes habrían sido los ejecutores de tales hechos, se refería expresamente a mi persona atribuyéndome (pg. 54) haber dado un curso de Antropología Racial en el que habría manifestado que los judíos no provenían de los dioses como los arios y sí en cambio del animal. Por lo cual quedaba claro que estaba brindando una justificación ideológica a los profanadores de tumbas, en tanto que “profanar” significa justamente despojar a una cosa de su contenido sagrado y si el judío no lo posee, como sucede en cambio con los restantes seres humanos, entonces no se estaría cometiendo tal cosa al atacar sus tumbas. (No se profana por ejemplo la tumba de un perro). Como prueba pretendida respecto de mis posturas descalificatorias hacia tal comunidad el aludido manifestó haber grabado una conferencia mía y tener en su poder un cassette de la misma (pg. 70). Llevado ante los tribunales a fin de que exhibiera dicha prueba, curiosamente manifestó “no tenerla más por haberla extraviado”, pero en cambio exhibió otra que eran una fotos de un acto en el que el suscripto había participado en ocasión de celebrase el día de la Soberanía Nacional en el que entre un público de unas 500 personas había unos 20 skinheads, lo cual según él era una prueba irrebatible de nuestro nazismo (aunque obviamente no lo era de lo que había manifestado en su libro). Del mismo modo que también está demostrado que el ex presidente De la Rúa es gay porque a sus actos iban integrantes de la Comunidad Homosexual, y que Kristina es piquetera pues a los suyos concurre D’Elía. Para subsanar el extravío del periodista Kollmann nuestra parte presentó como prueba el video de la aludida conferencia en donde se demostraba que nada de lo que el autor decía en su libro era cierto y que de lo único que se había hablado era de ciertas expediciones arqueológicas realizadas en el sur del país, no habiéndose utilizado la palabra judío ni siquiera una vez.
Pero el juez a cargo de la causa, Martín Christello, rechazó nuestra demanda alegando que un periodista no está obligado a decir la verdad. En este caso, como en los antes aludidos ejemplos de Defonseca-De Vael y de Eric Marcó entre tantos, quienes mintieron por el bien de los judíos, debió haber juzgado las “buenas intenciones” de Kollmann consistentes en querer beneficiar a tal comunidad perseguida y víctima de tantos holocaustos ante lo cual y por cuyo beneficio todo es válido sacrificar, incluso la verdad.

Marcos Ghio
Buenos Aires, 2-03-08