A propósito de un reciente libro de Antonio Caponnetto sobre la Democracia
CATOLICISMO Y GÜELFISMO

Ha llegado a nosotros una obra escrita por Antonio Caponnetto, titulada La perversión democrática la que, debido a lo atractivo de dicho título, hemos leído con interés. Debemos confesar primeramente que lo conocemos al autor desde hace al menos 25 años y que siempre hemos admirado en él su perseverancia y coherencia en rechazar cualquier tipo de forma de participación en el sistema democrático en el cual estamos viviendo desde hace varias décadas y de manera cada vez más pronunciada y decadente. Por tal motivo es que accedimos a la misma con muy buena predisposición suponiendo que lo que íbamos a tener ante nosotros era una crítica categórica y sin concesiones a los fundamentos en que se asienta tal sistema que, como bien se dice en el título del texto, es de carácter perverso. Lamentablemente, luego de haberla leído y analizado, no podemos menos que manifestar nuestra desazón. En realidad, más que tratarse allí de una crítica a la concepción democrática, respecto de la cual es muy poco lo que se dice en relación a la dimensión de la obra, nos encontramos en cambio con una defensa exasperada del “Magisterio de la Iglesia” referido a tal tema y un intento por lo demás inconsistente por querer demostrarnos que dicha institución en última instancia no ha estado nunca a favor de tal sistema. Digamos además que todo esto es dicho reproduciendo las partes más ríspidas de una polémica que el autor sostuviera hace algún mes con un escritor también católico, Cosme Beccar Varela, quien le hacía notar justamente una postura opuesta: que la Iglesia y en especial en sus últimas declaraciones y postura públicas no solamente no ha estado en contra de la democracia, sino que por el contrario la ha promovido de manera expresa, manifestando él también su perplejidad, aunque desde una perspectiva opuesta a la nuestra, ante el hecho de que, frente a una evidencia a todas luces irrebatible, Caponnetto siga insistiendo en considerarse simultáneamente como favorable a lo que sustenta dicha institución y en contra de la Democracia, cuando ello es una verdadera contradicción pues si ha habido en el mundo una institución que ha venido defendiendo cada vez más intensamente dicho sistema ésta ha sido justamente la Iglesia que defiende Caponnetto. Pero antes de entrar a analizar lo que se dice en la obra digamos que no podemos soslayar de la misma un aspecto sumamente desagradable y es el referido al agravio personal en que incurre el autor y que al parecer también habría hecho su contradictor durante el debate, desmereciéndolo así totalmente. Digamos que ello es lamentablemente una característica usual en el ámbito del güelfismo católico, -es decir de aquella postura que asocia de manera inseparable la adhesión a los principos de su religión con la ciega sumisión a lo que la Iglesia hace-, y tiene que ver justamente con la postura en última instancia poco reflexiva que terminan asumiendo en la defensa de dicha institución por lo que, cuando no pueden resolver el debate en el terreno de las ideas, deben recurrir muchas veces al agravio el que, recordemos, nosotros mismos también hemos debido padecer en diferentes oportunidades en carne propia de parte de ese mismo sector cuando hemos intentado vanamente debatir con ellos. Esperemos que esta vez no nos vuelva a pasar lo mismo, aunque el autor en nuestro caso, siempre que le hemos objetado algo aparecido en la revista que él dirige, ha preferido el procedimiento del silencio con la clara finalidad de restarnos entidad, una actitud en el fondo no muy diferente de la que le aplica a B. Varela, a quien, evidentemente por no poder por alguna razón sepultarlo con la indiferencia, califica en cambio, entre otras cosas, como poco inteligente.  
1)    Aquella democracia que según Caponnetto no es perversa
Yendo ahora específicamente al texto que nos ocupa podemos decir que los argumentos que Caponnetto nos aporta para nada contestan lo esencial que le formula su contradictor. El autor debe hacer verdaderas piruetas para defender lo indefendible escamoteando generalmente lo principal del problema. Que lo que hace perversa a la democracia no es simplemente una manifestación determinada de la misma, como podría ser el sistema de los partidos políticos que tenemos actualmente, sino los principios esenciales en los que ésta se asienta: el dogma de la igualdad y consecuentemente el de la soberanía del pueblo en el cual se encuentra la fuente de la autoridad y gobierno sea en relación al Estado como a la Sociedad Civil. Por supuesto que hay grados de aplicación de la democracia, pero el mal de la misma se encuentra en este principio que conlleva potencialmente y en manera germinal todas sus demás manifestaciones hasta arribar a la absoluta que vivimos actualmente que es la democracia ya no como modo de gobierno de una sociedad en su conjunto, sino como forma de vida. Y esta limitación argumental de su parte se debe al hecho de que el autor, en razón de su subordinación al “Magisterio de la Iglesia”, es decir a lo que los diferentes papas han dicho durante sus reinados, debe aceptar la democracia por todas las veces que ésta aparece resaltada en sus Encíclicas y demás declaraciones, pero, como por otro lado él no la comparte en el fondo de su conciencia, su procedimiento consiste en disminuir los alcances de las mismas y tratar de acomodarlas a sus puntos de vista personales, aunque finalmente termine por no lograrlo. Así pues la doctrina de la Iglesia se referiría según él no a la democracia como forma de gobierno, sino como un “elemento” o “estado condicionado por sabios requisitos para ser convalidado” quedando así reducida a no ser otra cosa que “la participación del pueblo en la cosa pública”. Pero esto último dicho por sí sólo no es indudablemente democracia, porque participación no es lo mismo que gobierno, tal como aparece denotado en la palabra que la origina (=gobierno del pueblo). Ahora bien, la diferencia que existe entre una concepción democrática y otra que no lo es, como la postura tradicional y por lo tanto antidemocrática, es que en esta última es el Estado el que gobierna, decide y determina lo que hay que hacer, y en tal función es importante que el gobernante tenga en cuenta lo que los diferentes gobernados le propongan y sugieran pudiendo tan sólo de este modo comprenderse la participación, en la medida que sólo a él le cabe la decisión última; en la democracia en cambio es el pueblo la instancia suprema. Acotemos al respecto que este poder de decisión puede darse de diferentes maneras, siendo una de ellas el sufragio universal en donde los gobernados resuelven eligiendo a quienes los habrán de gobernar y de este modo determinando las acciones de éstos a fin de llegar a ser elegidos. Decir que la democracia es un “elemento” propio de una forma válida y “mixta” de gobierno cuya finalidad es la de “moderar” y “atemperar” a la misma no modifica en lo sustancial el principal dogma en que se asienta tal sistema pues, si se sostiene que el Estado debe ser limitado en su poder de decisión por el pueblo, por otro camino se le está reconociendo a éste su soberanía. Más aun cuando Caponnetto nos acepta también que éste puede elegir a sus gobernantes, concordando así con personas como Alfonsín, Menem y Beccar Varela. Por lo cual lo único que él objetaría sería el sistema partidocrático, es decir la manera como esto se hace, pero no la democracia en sí misma respecto de la cual éste es apenas una de sus formas, la cual resulta serle válida como por otro lado lo es también para el “Magisterio de la Iglesia”. (1)
2)    Caponnetto y Evola
Caponnetto en su larga exposición de autores no democráticos en que dice hallar fundamento a sus dichos lo cita también a Julius Evola de quien hace notar que sin embargo se encuentra muy lejos del catolicismo. Consideramos que también se equivoca en esto. La distancia entre los dos autores no es en cuanto al catolicismo, sino en cuanto al güelfismo, es decir en aquella concepción que confunde la adhesión a los principios de tal religión con una incondicional sumisión a la Iglesia. Dijo Evola: “Si la Iglesia católica siguiese siendo la del Sillabus con seguridad que me encontraría en sus filas”. El Sillabus fue un famoso documento pontificio de Pío IX en donde se condenara expresamente al modernismo y sus distintas expresiones como la misma democracia. Los documentos posteriores de la Iglesia no estuvieron a la misma altura respecto de esta expresión perversa que rechazara aquel pontífice. Ha sucedido que, a medida que la modernidad ha ido avanzando en la historia y con ella su forma política, la democracia, la Iglesia, en vez de asumir la intransigencia propia del Sillabus, trató de conciliar con la misma, intentando moderarla, frenarla en sus consecuencias últimas y más deletéreas, pero en ningún caso negándola en sus raíces a través de un tajante Sí, Sí, No, No.
Esta actitud queda en claro en el escrito de E. Latapie, citado elogiosa y profusamente por Caponnetto a lo largo de su obra. “Tanto Pío XII como León XIII (es decir aquellos pontífices que aceptaron alguna forma de democracia por vez primera) se limitaron a soportar el vocabulario de moda, no sin intentar, quizás desesperadamente, de recordar bajo el signo de una etiqueta engañosa los principios eternos de la sabiduría política, lo esencial de la doctrina social de la Iglesia… bajo el ángulo de las “preocupaciones  democráticas” de nuestros contemporáneos. A un hijo enfermo la madre le perdona testarudeces y caprichos… con tal de que tome el remedio”. (Verbo, nº 24, octubre de 1982). He aquí una de las características principales del güelfismo, en su creencia oportunista de que es posible conciliar o engañar a la subversión moderna “soportando” sus desviaciones. A una herejía en cambio no cabe presentarle atenuaciones, sino la clara y contundente negación de la misma, tal como lo formulara el Sillabus.
Indudablemente el no haberlo seguido nos dará como resultado final lo que nos sucede en nuestros días en donde la Iglesia, en sus principales jerarquías, empezando primero por los papas desde Pío XII y por el Concilio Vaticano II, ha terminado aceptando la democracia a secas y cada vez más sin el matiz de los “principios eternos de la doctrina social de la Iglesia”; en todos los casos se lo ha hecho para no encontrarse ajeno a las “preocupaciones” del mundo.
Pero Caponnetto no se siente mayormente en problemas por todo esto. Por un lado reconoce que hay jerarquías que traicionan y “se suicidan”, pero asombrosamente nos manifiesta su intención “de no querer explicar, sino llorar” por esta situación, para rematarla luego con que “el magisterio de la Iglesia (¿cuál?) no queda anulado por alguna fracesilla circunstancial pronunciada a favor de la democracia por alguna autoridad en algún rincón ignoto del planeta” (pg. 29). A no ser que C. considere que el Papa es “alguna autoridad” y que nuestro país es un “ignoto lugar del planeta”, le refrescaremos la memoria recordándole que fue Juan Pablo II quien al venir por primera vez a la Argentina en junio de 1982, luego de habernos instado a rendirnos a Inglaterra a fin de que quisiésemos la paz, nos instó explícitamente a retornar a la democracia. Postura que luego repitiera en una segunda visita al país en 1987 cuando, lejos de invitarnos a la rectificación de tan poco sabia decisión que él mismo nos sugiriera, volvió una vez más para felicitarnos por haberla tomado. Todo ello sin olvidar las incesantes manifestaciones de la Iglesia a favor de organismos infames y democráticos tales como la ONU, los EEUU, la Unión Europea, a todos los cuales y especialmente a través del nuevo papa Benedicto XVI, ésta exalta incesantemente. Pero si creemos que Caponnetto al menos “llora” por esta situación nos equivocaríamos sobremanera. Él en el fondo está contento con esta “sabiduría milenaria”. Es por ello que en su revista, a pesar de todo esto que lo tendría que poner triste, califica al papa actual como un “iluminado timonel”.
Permítaseme señalarle una vez más como contraste a su actitud una forma diferente de concebir el  catolicismo.
“Para nosotros el problema no pasa por ver cómo el catolicismo se pueda adaptar a los tiempos modernos, sino justamente lo contrario, de qué manera puede reaccionar en la forma más decidida en contra de tal espíritu, manifestándose de este modo como un fermento a su manera revolucionario en decidida rebelión en contra del mismo”. (J. Evola, Carta a Roberto Pavese,  en Diorama Filosófico, agosto de 1935).
Conclusión
Beccar Varela le reprocha a Caponnetto que, por su actitud ambigua frente a la democracia, expresamente exaltada por la Iglesia, es uno de los que impiden que en este país se pueda constituir un partido político católico. Más allá de que cada vez que se intentó hacerlo, desde las épocas mismas de Estrada, siempre resultó un fracaso y de ello no le podemos echar la culpa al aludido, pensamos que es exactamente al revés el problema. El hecho de que hubiese habido personas como él, pertenecientes en su mayoría a sectores integristas de la Iglesia argentina con gran influjo en las diferentes revoluciones militares que tuviera el país, que renunciaran por oportunismo a efectuar una crítica radical y sin concesiones contra la democracia en cualquiera de los tipos que fuere, ha sido lo que ha llevado al fracaso a los diferentes intentos que se efectuaran por sustituir dicho sistema, pues, al no haber sido capaces de extirparla en sus raíces, permitieron que la plaga se siguiese expandiendo y con más fuerza luego de un fugaz retroceso. Al respecto reproducimos un texto de nuestra autoría.
“La Argentina ha tenido el privilegio de entender, aunque como veremos parcialmente, durante su historia de los últimos cincuenta años el drama que representa en su seno el mal democrático y ha intentado diferentes formas de curarlo. Las distintas revoluciones cívico-militares que tuviéramos entre 1955 y 1976, para mencionar las más cercanas, han sido intentos fallidos por intentar resolver dicho mal contraponiendo al mismo a nivel político el único sustituto posible a la Democracia, cual es la Dictadura. Pero tales revoluciones fracasaron porque no supieron ir hasta las raíces últimas del mal, no fueron capaces de atacar directamente a la Democracia en su principio religioso esencial. Y en esto hay que derivar la culpa también en la carencia que hemos tenido de una verdadera escuela de pensamiento que efectuara las críticas claras, sin concesiones de ningún tipo y de manera contundente a tal sistema deletéreo. Se ha pensado de manera errada que el mal no estribaba en la Democracia, sino en ciertas expresiones y deformaciones de la misma, o también se ha dicho que, como la Democracia representa una realidad irreversible, habría que tratar de atenuarla o modificarla mediante el procedimiento de la ambigüedad. Éste ha sido el peor de todos los errores pues lo que se ha conseguido ha sido justamente lo contrario, el de consolidar al mal recurrente y terminar difamando al único remedio posible ante el mismo”. (2)

(1) Por si quedara alguna duda respecto de la adhesión de Caponnetto al principio democrático, por el cual el pueblo limita el poder de quien debe gobernar, el autor en varias oportunidades se manifesta adepto al sistema republicano en donde el mando se encuentra dividido en partes, cumpliendo el Parlamento, elegido periódicamente por el “pueblo”, dicha función junto con el presidente.
Marcos Ghio
Buenos Aires, 31/07/08