EL TROTSKO-LEFEVRISMO ANTE EL TRADICIONALISMO ALTERNATIVO

 

Nota Aclaratoria:
Tal como informamos oportunamente, circuló hace un mes por internet un antiguo escrito de los sacerdotes lefevristas Bobé y Nitoglia con conceptos sumamente condenatorios del pensador en que se inspira nuestro Centro, al que se calificaba como gnóstico, judío cabalista, masón, drogadicto y satanista, entre otros simpáticos adjetivos. Acotábamos que la peculiaridad de este escrito era que el mismo, en una de sus partes principales, se inspiraba en lo que escribiera respecto de Evola un autor marxista trotskysta de nombre Fraquelli, lo que hacía aun más curioso dicho texto. Nosotros obviaremos en tal respuesta todo lo relativo a los agravios personales referidos a nuestro autor para remitirnos a exponer los elementos racionales que, a partir de una pretendida crítica al mismo, terminan cumpliendo con la función pedagógica de permitir mostrarnos las semejanzas esenciales existentes entre el güelfismo, del cual son exponentes impecables los aludidos sacerdotes, y el marxismo que es una de las consecuencias últimas de tal desvío moderno.

Introducción:
Tiempo atrás una persona amiga no podía comprender la actitud de un conocido común que había virado del lefevrismo al trotskysmo pues reputaba a ambas posiciones como irreductiblemente contrarias. Sin embargo contestábamos nosotros que, si bien desde un punto de vista doctrinario las diferencias podían presentarse como abismales, desde uno puramente práctico en cambio había ciertas cosas comunes entre ambas posturas pues en los dos casos nos encontrábamos con un acto similar de condescendencia extrema respecto de las autoridades desde donde emanaba la doctrina a la cual ellos adherían, lo cual podía servirnos en última instancia para mostrarnos que tales diferencias eran en el fondo secundarias respecto de una cierta actitud esencial y compartida. Así pues si el trotskysmo, a pesar de todas las evidencias en contrario, hasta el último momento de su misma caída calificó a la Unión Soviética como un Estado obrero y por lo tanto socialista, aunque degenerado y en un grado menor de desarrollo, el lefevrismo sigue considerando aun ahora al Vaticano y al Papa (quizás porque todavía existen) como las expresiones valederas del catolicismo. Y en ambos casos las razones de tal fe inconmovible ante todas las evidencias en contrario han sido la apelación a procedimientos sumamente burocráticos y para nada fundados en principios y en evidencias. Si en el primer caso los trotskystas solamente se basaban en lo afirmado en algún momento por su maestro al que nunca se animaban a corregir por razones de ortodoxia extrema y por el temor a ser calificados de burgueses, los segundos en cambio lo hacían sobre la base de un formulismo consistente en considerar que, como aquellas declaraciones abiertamente contrarias al catolicismo emanadas del Vaticano no estaban acompañadas por la fórmula ex catedra, entonces ni ellos estaban obligados a acatarlas ni por lo tanto el papa se convertía en un hereje. Tal como vemos una excusa ingenua en los dos casos para evitar una definición clara a la luz de los acontecimientos pues en realidad ni la Unión Soviética era (y no lo debe haber sido nunca) un Estado comunista, ni el papado actual representa a la auténtica tradición católica, sino que la realidad es que se ha convertido en una institución contraria a tales principios, de carácter moderno y anti-tradicional.
Y hoy nosotros vemos corroborada dicha coincidencia también a partir de la lectura de un texto pretendidamente crítico de la figura de Evola elaborado por dos sacerdotes lefevristas, Bobé y Nitoglia (1), pero que curiosamente se funda principalmente en otro de un pensador trotskysta sobre el mismo tema, Marco Fraquelli, autor de la obra Evola, el filósofo prohibido. Los tres lo critican muy duramente a nuestro autor aunque a primera vista las objeciones que realizan no sean las mismas, pero sin embargo, tal como veremos, tienen ciertos rasgos comunes muy importantes y no ha sido una mera casualidad que hayan aparecido juntos en un mismo texto.
En primer lugar acotemos que sea los lefevristas como el trotskysta concuerdan en considerar que el Evola maduro se comprende por el juvenil dadaísta e idealista mágico de cuando aun no tenía treinta años de edad, aunque para explicar ciertas posturas diferentes que ellos objetan. Fraquelli quiere señalarnos al idealista mágico como lo que explicaría a la violencia fascista de la inmediata postguerra. Y aquí los lefevristas, que se confiesan muy ignorantes y desconocedores en materia filosófica, lo dejan a su colega trotskysta (recordemos que la filosofía de Marx deriva del idealismo de Hegel) para que explique los males de su 'idealismo', pues ellos luego nos relatarán los aspectos teológicos en los cuales este último es en cambio un ignorante absoluto. El idealismo es para ellos un inmanentismo que en el caso de Evola, al pretender ser extremo y hacer del sujeto un creador, como Dios, lo convierte así en un peligroso gnóstico, satanista y judío, que son los simpáticos apelativos que ellos utilizan siempre en abundancia para referirse a aquellos con los cuales no están de acuerdo, pero que además tampoco se esfuerzan demasiado por comprender.

El idealismo evoliano
Yendo ahora al problema específico del idealismo en Evola, Fraquelli hace notar con razón que en la época en la cual éste escribiera su fallida tesis doctoral Teoría y Fenomenología del Individuo Absoluto, en Italia primaba el idealismo, cuyo exponente principal era el filósofo Giovanni Gentile, quien fuera ministro de Educación de Mussolini. Gentile era adepto de la filosofía de Hegel, es decir de la escuela que inspirará luego a Carlos Marx quien aplicará su mismo método dialéctico para explicar la historia; filosofía esta última compartida plenamente por Fraquelli. Evola en cambio, a diferencia de éstos, pretendía formular un idealismo que superara al hegelianismo. La tesis principal de su teoría del Individuo Absoluto era que el idealismo, que había concebido al yo como una potencia infinita, sin embargo con Hegel había terminado contradiciéndose a sí mismo pues en su sistema el sujeto quedaba reducido a la condición de medio de una instancia impersonal, que era la Idea o Razón la cual, en tanto era la que creaba la realidad, nos exigía el sometimiento. De este modo, sostenía Gentile que, en tanto el fascismo era el movimiento que había triunfado, y la historia era la manifestación de la Idea, entonces el sujeto, si quería realizar su libertad, debía adherir a éste. Tal postura era radicalmente rechazada por Evola, quien denominaba a dicha filosofía como la del hecho consumado. Para éste no era la Idea, o cualquier nombre que se le quisiese dar a una potencia impersonal, la que hacía la historia, sino que ésta era realizada por uno mismo. Era el yo era el que gestaba el propio destino y creaba la realidad y era sólo de tal modo como podía comprenderse la libertad. Ser libre es ser creador, sujeto activo de la historia y no simple medio de un todo superior a nosotros que nos comprende y explica. Desde tal perspectiva de reconocer los derechos del yo, no solamente Evola se había rebelado contra el totalitarismo de la Idea que se manifestaba a través de la soberanía de un Estado absoluto que luego será asumido por el mismo marxismo, sino que también, aunque desde una perspectiva diferente, lo habían hecho otros pensadores tales como Nietzsche, Kierkegaard y la escuela existencialista.
Ahora bien, estableciendo un contraste preciso entre los dos idealismos, el de Evola y de Gentile, en tanto que ambos fueron por igual adherentes del fascismo, Fraquelli hace notar con razón cómo desde el punto de vista del sistema antifascista que él defiende, la postura de Evola resulta mucho más peligrosa, pues un idealista gentiliano acepta adaptarse a la realidad que cambia en tanto la misma es siempre la manifestación de la Idea. De allí que los fascistas gentilianos, una vez que este movimiento cayera, se pasaran en bandada al sector democrático, pues, en tanto era el que había ganado, era por tal causa la manifestación de la Razón, pues como bien dijera Hegel, la realidad es racional y lo racional es real. En cambio el idealismo evoliano, en tanto sostiene que es el yo el que crea la realidad histórica y por lo tanto se conciben a los 'hechos' como una resistencia opuesta a su idea, es fuente de perturbación y por lo tanto de violencia y se encuentra en la base de todos los movimientos insurreccionales que pretendieron por un camino armado reimplantar el fascismo en el propio país, sin tener en cuenta como los gentilianos y también los marxistas que tal postura era 'anti-histórica'. Si entre los jueces que lo juzgaron a Evola en la década del 50' por pensar de manera inconveniente hubiera habido alguno que hubiese conocido las obras juveniles de este autor, con seguridad que no lo habrían absuelto, tal como sucedió, nos afirma Fraquelli lamentándose.

Imperialismo Pagano y Güelfismo
Claro que éste no es por supuesto el problema que aflige ni preocupa a los curas lefevristas a los cuales lo que los perturba no es tanto que el Estado laico se encuentre en peligro, sino la institución de la que ellos forman parte y respecto de la cual Evola fue un crítico inclaudicable y que, de acuerdo a sus impecables análisis hoy confirmados cada vez más, ha sido y sigue siendo el sostén indispensable para la misma existencia del Estado laico. Las críticas de los lefevristas van dirigidas hacia su obra esencial Imperialismo pagano escrita en 1928 con la finalidad expresa de evitar que el fascismo sucumbiera ante el influjo de la Iglesia güelfa firmando, tal como lamentablemente sucedió, un Concordato con la misma reconociéndole influencia espiritual en el régimen. Evola sostenía que si el movimiento fascista aceptaba asociar su destino con una institución que ya había traicionado al Occidente asumiendo varios de sus principios seculares y laicos, tales como la democracia, defendida ya en ese entonces en sus encíclicas, tarde o temprano iba a terminar sucumbiendo, tal como efectivamente sucedió. Y ello no fue porque Evola considerara que el Estado tenía que ser independiente de cualquier institución religiosa, sino que lo que sucedía era que la Iglesia católica de esa época ya era moderna, ya sostenía, tal como se verá luego con más nitidez, el principio esencial de la modernidad, la Democracia. De acuerdo a nuestro autor, el modernismo del Concilio Vaticano II, que según los lefevristas significó el apartamiento fundamental de los principios del catolicismo, ya estaba presente desde mucho antes y hasta podría decirse que el espíritu güelfo y moderno se encuentra en el origen mismo de la predicación cristiana en tanto que en ésta siempre lucharon entre sí dos principios opuestos y antagónicos, uno de carácter moderno representado por el componente judío presente entre los mismos apóstoles, al haber dicha forma religiosa decaído en una expresión de tal tipo expresada principalmente por el fariseísmo, y el tradicional presente principalmente en el mensaje de Jesús. Así como el fariseísmo fue la degeneración de la tradición religiosa judía, el güelfismo, su similar en el plano del catolicismo, se asemeja a éste en su actitud reiterada de desacralización del mundo y la reducción de lo sagrado exclusivamente en los marcos estrechos de la Iglesia por ellos representada. Desde tal perspectiva no es muy diferente su concepto religioso del que tiene el fariseísmo para el cual Jehová, representado a través de la Ley, era una entidad superior a la cual había que someterse (en el caso de ellos se trata en cambio del sometimiento cadavérico a la Iglesia güelfa), en tanto depósito exclusivo de lo divino. El Estado para el güelfismo queda así convertido en un mero organismo administrativo encargado de ofrecer el bien común a los habitantes y no en un ente pontifical y sagrado que tiene por función esencial la de elevarlos hacia el Cielo, tal como fue en los mismos orígenes del Imperio Cristiano en donde el monarca, una vez consagrado, era venerado con la categoría de un dios (2). Ahora queda en cambio concebido como un ente subordinado y pecador como cualquier otro, no diferente esencialmente por tal condición con la de cualquiera de sus súbditos. Esta idea igualitaria y democrática en el fondo tiene también un origen antropológico. De acuerdo a la concepción judaica degradada hasta el fariseísmo no existen jerarquías espirituales entre los seres humanos por lo que la enseñanza cristiana debe ser igual para todos. "La Iglesia católica no tiene enseñanzas diferenciadas, ni por lo tanto secretas para nadie", nos dicen los lefevristas (3). Es decir que, mientras que el sentido común nos muestra que las personas son diferentes no sólo físicamente sino también espiritualmente y existen por lo tanto grados distintos de conocimiento de acuerdo al horizonte mental que tenga cada uno, el güelfismo nivela en cambio por lo bajo pues para el mismo la fe es el rasero que todo lo identifica y por la que todos por igual pueden participar sin diferencia alguna de una misma doctrina religiosa, desde un sabio hasta un idiota; en tanto que todos tienen por igual la misma alma inmortal, todos deben poseer por lo tanto el mismo grado de conocimiento y experiencia de lo sagrado. Y en función de tal democracia, que ha comenzado primero en la esfera de lo espiritual, no existen para los güelfos aquellos que, por su condición superior, pueden tener un conocimiento directo de la Divinidad, lo cual es calificado con el aterrador mote de luciférico, a lo que Evola se hace acreedor muchas veces de manera privilegiada. Esta idea luego desciende, de modo secularizado, con la Democracia moderna, en el desprecio por la élites y por el voto calificado entre las personas, lo cual es también sinónimo de cosa muy mala. Es decir que la Democracia secular que hoy vivimos ha debido ser primeramente espiritual con el güelfismo para luego descender a un plano político.
Pero volviendo ahora al problema de Imperialismo Pagano que por haberlo escrito, tal como muy bien nos hacen recordar los lefevristas, recibió Evola los peores epítetos que puede emitir un cura enojado, tales como satanista y otras calificaciones similares -y es de recordar que entre los que lo acusaban de tal cosa se encontraba un tal Montini, futuro papa Paulo VI, quien posiblemente debe haberlo recordado a Evola cuando, luego de las demoliciones efectuadas por el Concilio que él promovió, tuvo que reconocer que "el humo de Satanás había penetrado en la Iglesia", aunque ello obviamente no había sido por culpa del aludido-, debemos decir que nuestro autor no se equivocó con los consejos que le dio a Mussolini y que lamentablemente éste no siguió. Tras haber sido traicionado por la monarquía, la otra institución respecto de la cual también lo alertaba, le tocó el turno a la misma Iglesia con la cual había firmado años antes el Concordato desoyendo una vez más sus sabios consejos. En el mismo momento en que la Italia fascista desarrollaba su último combate en contra de las fuerzas de la subversión democrática, en la Navidad de 1944, es decir a cuatro meses del colapso del sistema, el papa Pío XII, en una famosa homilía, invitaba a su país y al mundo entero a participar de esa misma Democracia contra la cual se combatía y respecto de la cual podía darse el lujo ahora de no declararla para nada contraria a la doctrina católica en vísperas de una victoria inminente. Es claro pues que, tal como Evola lo había demostrado en su momento, el origen de tal sistema se encuentra en el igualitarismo espiritual inculcado por el mismo cristianismo farisaico. La intervención y posterior empeño de la Iglesia se verá materializado con la promoción del partido Demócrata Cristiano en Italia y Europa, un encuadramiento de neto corte clerical que sostenía al mismo tiempo la existencia de un Estado laico como meta programática propia y reduciendo, tal es una consigna del güelfismo, lo sagrado exclusivamente a la "iglesia" que ellos representan. Una intervención similar a la de Pío XII en 1944 la vivirá nuestro país en 1982 con la guerra de Malvinas cuando Juan Pablo II vino a promovernos también la democracia en el mismo momento en que nos batíamos en la última batalla contra las fuerzas de la modernidad representadas por Gran Bretaña.

Conclusión:
Son muchísimas las cosas que los lefevristas le achacan a Evola; descartaremos las más groseras como las relativas a su condición pretendida de drogadicto en su juventud, lo cual en todo caso podría representar un mérito de su parte en tanto que la misma no se reiteró en la edad adulta y no le impidió escribir casi un centenar de libros. Acotemos al respecto que ninguno de los cuales parecieran haber leído los aludidos sacerdotes. Bobé lo confiesa directamente pues indica que no quiere correr el peligro de perder su alma con tal lectura y Nitoglia por pereza pues todo lo que escribe es lo que otros han leído sobre nuestro autor. Lo que nos interesa es responder aunque sea brevemente a las acusaciones que se le lanzan de judío cabalista por el hecho de haber podido en algún momento haber recibido el influjo de autores judíos, como Tristán Tzará o Weiniger (le faltó decir Michelstatter quien influyera mucho más que éstos en Evola), lo cual no vemos que tenga que haber sido algo malo necesariamente. Por lo que sabemos Jesucristo, si es que se acepta lo que decía Chamberlain de que no era judío, estuvo rodeado por 12 apóstoles de tal origen étnico sin que ello lo haya determinado a ser de tal religión, a pesar del esfuerzo en contrario de muchos. Con respecto al calificativo de cabalista digamos que hay un equívoco en tal caracterización. Cábala quiere decir en hebreo tradición, y en todo caso Evola rescató del judaísmo, como de cualquier otra religión, su aspecto esotérico y tradicional que había sido en cambio descartado por su desviación moderna y farisaica. Mientras que como cualquier concepción tradicional la Cábala rescata el origen divino del hombre, el fariseísmo en cambio lo convierte en un mero ente subordinado a un Jehová omnipotente y benefactor ante el cual sólo cabe una actitud de temor y temblor. Es en el fondo la misma postura que asumen los lefevristas cuando nos exigen subordinarnos a su "iglesia", que sería la verdadera intermediaria entre Dios y el hombre y renunciar a la actitud soberbia y luciférica de pensar por nuestra cuenta, y es también, si hilamos fino, la misma que tenía el trotskysta Fraquelli cuando le achacaba a Evola no querer subordinarse a la Historia, es decir a la Idea de Hegel. Si los lefevristas Bobé y Nitoglia lo califican de satanista a Evola por no aceptar tal acto de subordinación al ente superior que ellos representan, Fraquelli lo considera en cambio como una 'conciencia infeliz' y 'a-histórica' ajena a ese gran motor de la Historia que es la lucha de clases, es decir el equivalente al Jehová de los lefevristas y fariseos.
Para finalizar, Nitoglia se espanta de lo que Evola manifiesta en Rebelión contra el mundo moderno cuando analiza cómo está presente durante toda la historia de Jesús la figura del asno y hace notar cómo dicho animal en cualquier tradición sagrada es un principio impuro e infernal. Para el aludido sacerdote ello hablaría por sí sólo del carácter luciférico de nuestro autor, cuando la realidad es cambio la contraria. No casualmente, cuando se hace referencia a la ignorancia, el lenguaje popular acude a la figura del asno en tanto representación de la impureza. Evola ha querido con tal imagen señalar el carácter paradojal que presenta el mensaje cristiano a lo largo de toda su historia y que ello está prefigurado simbólicamente en la misma figura del fundador de tal religión. De cómo simultáneamente al principio sagrado aparece un vehículo del mismo que no es tal, sino que representa en cambio su antítesis. Este vehículo ha estado representado modernamente por el güelfismo que personas como Nitoglia sostienen calurosamente y que no es sino la negación del verdadero mensaje cristiano (4). Mientras que Jesús revelaba la divinidad del hombre el cual era imagen de Dios, los güelfos, como lo harán luego con más coherencia los protestantes, otra manifestación exacerbada de la modernidad, enfatizan en cambio en su carácter pecaminoso por lo que debe recibirlo todo de la iglesia que ellos representan y afuera de la cual sólo cabe la condena al infierno y el mote de satanista.

(1) Algunas personas amigas nos han dicho que en realidad Nitoglia ha dejado de ser lefevrista para integrar otra secta integrista de un tenor similar. Ello es algo muy común pues, del mismo modo que los trotskistas a los cuales también en esto se parecen, no hacen más que pelearse entre ellos y escindirse.
(2) Véase Rebelión contra el mundo moderno en donde, citándose textos de Fustel de Coulanges, se describe el rito por el cual el papa, tras haberlo consagrado a Carlomagno, se arrodillaba ante él y lo veneraba (adoravit).
(3) Ver Jean Vaquié, Ocultismo y Fe católica, en Roma Aeterna (revista de los lefevristas en la Argentina) n.º 122, octubre de 1992.
(4) El carácter de verdadero asno que nos presenta el aludido Nitoglia, quien según dijimos no ha leído a Evola, se lo encuentra en una serie interminable de falsedades que le atribuye a nuestro autor como por ejemplo, tras haberlo puesto en contraste con Guénon, sostener que el primero defiende un Estado secular por encima de la autoridad espiritual, lo cual es exactamente al revés. O que nos sugeriría una iniciación masónica, cuando si ha habido alguien que ha atacado en todas sus variantes a la masonería actual ha sido justamente nuestro autor y de ello los principales testigos son los mismos masones que no le han ahorrado ataques, entre otras cosas con el mismo calificativo de luciférico que utiliza en abundancia Nitoglia. Pero en fin sería interminable contestar a todas las burradas que comete el aludido. No nos cabe duda, a la luz de lo leído, que cuando el mensaje cristiano pone de relieve a la figura del asno se está refiriendo simbólicamente a personas como el aludido sacerdote que han abundado lamentablemente a lo largo de toda la historia de nuestra religión.

Marcos Ghio
Octubre 2008.