LA LUCHA INTERIOR

 

A menudo, cuando, desde determinadas posiciones, se pretende ofrecer una alternativa al mundo decrépito que nos ha tocado”vivir”, son planteadas una serie de soluciones económico-político-sociales que se piensa que darían al traste con el armatoste que nos oprime exteriormente y nos olvidamos de que también existe otro género de opresión, mucho más profunda, que nos impide ser LIBRES en el sentido menos formal y más existencial de este término. Y es que a lo largo de siglos de decadencia de nuestra civilización el hombre ha ido, paulatinamente, embruteciéndose, por un lado, y, por otro, sometiéndose a los influjos caóticos del submundo emocional que irrumpe desde los estratos más abismales de nuestra mente.
     Si se quiere plantear una alternativa integral a los corrosivos tiempos que nos denigran y esclavizan se ha de empezar por librar la gran batalla: la batalla interna que conduzca a la victoria de lo inmutable, de lo fijo, de lo inmóvil y de lo eterno frente a lo variable, frente al marasmo que fluye sin rumbo fijo, frente a lo perecedero y frente a lo mutable y mutante. Que haga vencer a lo impasible y estable frente a lo inestable y contradictorio. Que consiga el triunfo del Espíritu, del Anima de los romanos, del Atman del hinduismo, del Nous de los griegos, de lo Alto frente a los bajos impulsos e instintos, frente a lo emocional, lo pasional, los sentimientos descontrolados y cegadores, frente a lo bajo.
     Hemos de aspirar a podernos servir de todo lo sugerente, embriagador y sugestivo que nos “ofrece” maliciosamente el ruinoso mundo que nos rodea como si se tratase de pruebas a superar que nos robustezcan interiormente. Hemos de aspirar a recorrer nuestra vía, nuestro camino transmutador enfrentándonos a los monstruos y titanes, miedos y flaquezas que anidan en nuestro interior y que son despertados, soliviantados, azuzados y espoleados por este plano de la realidad que nos llega a través de los sentidos. Hemos de convertir el veneno en remedio. ¡Que lo que no nos destruya nos haga, cada vez, más fuertes! ¡Que el héroe solar derrote a la bestia, al animal primario que llevamos dentro! ¡Cavalguemos el tigre de nuestras debilidades! ¡Dominémoslo! ¡Que él no nos someta! ¡Que no nos despedace con sus terribles garras! ¡Que no nos destroce! ¡Cavalguémoslo hasta que reviente de cansancio y desista en sus propósitos! ¡Hasta que caiga sumiso ante nosotros; ante y bajo nuestros pies! ¡Destruyamos en nuestro foro interno lo que él simboliza y, así, nuestro Espíritu se enseñoreará de nosotros! De este modo nuestra alma será un espejo del Espíritu y no un receptáculo de lo inmundo que nos subyuga y nos convierte en enanos míseros que se arrastran a lo largo de una pútrida existencia. ¡Seamos caballeros invencibles y héroes indómitos! ¡Hagamos guardia perpetua! ¡Seamos guerreros de ademán impasible! ¡Que nada consiga alterarnos! ¡Tengamos robustez marmólea! ¡Renazcamos a lo Suprasensible a través de una voluntad granítica! La lucha encarnizada contra el tigre existe sólo para los hombres combativos que quieren alcanzar la Inmortalidad; aun en vida. ¡Trepidante combate interior!:
     El del Bien contra el Mal. El de lo Solar contra lo lunar. El del Espíritu contra la materia. El de lo vertical contra lo horizontal. El de lo Uránico contra lo telúrico, contra lo pelásgico, contra lo ctónico. El de lo olímpico y heroico contra lo titánico. El de los Asen contra los Gigantes. El de lo aristocrático contra lo que emerge del demos –lo demónico-. El de lo diferenciado contra lo igualitarista. El de lo orgánico contra lo inorgánico. El de lo jerárquico contra lo anárquico. El de la calidad frente a la cantidad. El de lo que tiene forma frente a lo informe, amorfo e indiferenciado. El del Hombre diferenciado frente al individuo-masa gregario. El de la medida, el equilibrio y la proporción frente a la desmesura, el desequilibrio y lo desproporcionado. El de lo lacónico frente a lo ampuloso y farragoso. El de la sensatez frente a la insensatez. El de la constancia frente a la inconstancia. El del vigor frente la abulia. El del valor frente a la cobardía. El de lo viril contra lo afeminado. El de lo inasequible al desaliento frente a lo derrotista y a la molicie. El de la firmeza frente a la pusilanimidad. El de la cordura frente a lo impulsivo. El de la templanza frente a la concupiscencia y el desenfreno. El de la serenidad frente a la voluptuosidad. El de la línea frente a la curva. El de lo recto frente a lo torcido. El de la sobriedad frente a la ebriedad. El de lo impertérrito frente a lo voluble. El de la ética, el estilo y la rectitud frente a la doblez y la corrupción. El de lo señorial frente a lo zafio. El de la franqueza y la sinceridad frente a lo taimado y al engaño. El de la nobleza frente a la ruindad. El de la austeridad frente al lujo. El de la Idea frente al capricho. El de lo patriarcal frente a lo matriarcal. El del Imperium frente a lo tribal. El de lo gibelino frente a lo güelfo. O el de lo de Arriba frente a lo de abajo. O el de lo Suprasensible frente a lo sensitivo. O el de lo Metafísico frente a lo físico. O el de la Conciencia Superior frente a lo inconsciente y a lo subconsciente. O el del Superhombre contra el hombrecillo moderno. O el de la Luz del Norte contra la luz del sur.
     ¡Ésta ha de ser nuestra más trascendental lucha!
   

Eduard Alcántara
                                                                                             
Barcelona, 25/09/08