LAS SECUELAS DEMOCRÁTICAS DEL NACIONALISMO GÜELFO

 

No pasaron ni dos meses de nuestra nota sobre la democracia que defiende el nacionalismo güelfo, que ya ha aparecido un grupo de tal orientación en Santiago del Estero, Fuerza Patriótica, que está dispuesto a participar de tal sistema aplicando los mismos principios que criticáramos en el artículo anterior.
Hacíamos notar en el mismo que el principal ideólogo de tal sector, Antonio Caponnetto, al referirse a tal tema en su último libro, incurría en grandes ambigüedades en razón de que, por su postura clerical, debía hacer verdaderos malabarismos en tanto que junto a su crítica a la democracia, sistema que él no comparte en el fondo de su conciencia, debía simultáneamente reivindicar lo manifestado por la Iglesia en relación a la misma en los últimos años, especialmente a partir de León XIII hasta nuestros días en donde, a medida que ha ido pasando el tiempo, se fueron efectuando cada vez mayores concesiones a tal sistema deletéreo. Así pues, dentro del contexto de tales ambigüedades, Caponnetto cree que se puede estar al mismo tiempo en contra de la democracia como forma de gobierno y a favor en cambio de un pretendido ‘estado democrático’ que según él significaría, en total distorsión del aludido concepto, una mera participación del pueblo en la cosa pública por la que éste se interesa por sus problemas, pero sin que ello signifique gobernar; aunque se vea determinado a aceptar, en razón de lo mencionado en las encíclicas aludidas, que el pueblo también puede elegir a sus gobernantes, lo cual es asumir el dogma de la soberanía popular, es decir lo que propiamente significa la democracia y no otra cosa. Sin embargo, en total incongruencia con lo dicho, el autor considera que no hay que participar en el actual sistema electivo. Cosa esta última que le hacía notar como una contradicción el católico liberal Beccar Varela y que desencadenara un áspero debate entre ambos. Ahora bien, el aludido grupo Fuerza Patriótica, que adscribe públicamente a la misma ideología de Caponnetto, trata de sortear este impedimento manifestado por su ideólogo e invita a participar de las elecciones aunque con ciertos argumentos que, por lo incongruente de los mismos, aumentan aun más la situación de ambigüedad que formulaba en su momento dicho autor en la obra aludida.
Dice al respecto F.P intentando corregirlo a Caponnetto que: el termino democracia, así a secas, sin adjetivación alguna, no esuna forma de gobierno que pueda ser considerada intrínsecamente perversa; siempre que con ella se pretenda servir al Bien Común y se respete el orden natural querido por Dios”.Lo cual no es sino una contradicción en tanto que la democracia, gobierno del pueblo o de las multitudes, se basa en el principio de la igualdad y el orden natural es en cambio desigualitario, por lo tanto no puede ser nunca el sistema de gobierno querido por Dios.
Claro que esta confusión originaria fue cometida tiempo atrás por el Papa León XIII quien, tal como se hizo notar en otra nota, consideró oportuno hacer alguna concesión al mundo moderno ilusionado como estaba en ese entonces con la utopía democrática. Al respecto decía -y en esto se basan los aludidos-  que “los que han de gobernar el Estado pueden ser elegidos en determinados casos por la voluntad y el juicio de la multitud, sin que la doctrina católica se oponga o contradiga esta elección” agregando que “tal elección no delega el poder sino que simplemente designa”.  Lo cual no es sino intentar agregar una nueva ambigüedad parecida a la que Caponnetto efectuaba cuando quería distinguir entre ‘forma’ y ‘estado democrático’, como si se tratara de cosas excluyentes entre sí. Acotemos al respecto que toda designación implica siempre un acto de delegación a no ser que se considere la existencia de una instancia superior al pueblo que designa, la cual podría actuar como correctora de una elección equivocada. En tanto dicha institución no exista, tampoco hay diferencia alguna entre tal idea y la que sostiene en cambio el liberalismo para el cual el pueblo delega el poder justamente en el mismo acto de designar por su voto a los gobernantes a quienes por tal razón otorga la función de gobierno. Si esto no fuera así entonces F.P. debería decir expresamente que debe también haber otra instancia superior al pueblo que es la que determina si el gobernante se ajusta o no al orden natural. Pero en este caso si tal grupo de personas existiera, entonces sería éste el que verdaderamente elige o al menos el que actuaría como la instancia última de la elección y no el pueblo. Por lo tanto en tal caso no habría democracia, sino aristocracia. En síntesis. No existe otra manera de delegar el poder que no sea a través de la elección y ésta puede ser hecha o por las multitudes o por alguno, en el primer caso tenemos democracia, en el segundo aristocracia.
Pero el debate al respecto lleva más lejos. Lo que nuestros güelfos no dicen, posiblemente porque lo ignoren, es que en el seno del catolicismo hubo una cruda polémica entre dos bandos antagónicos durante el siglo XIX, lo cual termió luego influyendo en las mismas encíclicas papales. Por un lado se encontraban quienes sostenían la doctrina de la designación democrática del gobernante fundada en el ‘contrato político’ del jesuita Francisco Suárez para el cual la soberanía política emanaba de Dios pero por la intermediación del pueblo quien elegía a sus gobernantes. Y por otro lado la escuela de Donoso Cortés quien refutaba con razón tal teoría manifestando que ésta no era sino otra forma agazapada de aplicar el liberalismo al cual no se hacía otra cosa que sublimárselo teológicamente pues en cualquier caso se le estaba reconociendo soberanía al pueblo y peor aun, en el caso del suarismo, en tanto se le otorgaba un carácter sagrado. En cualquier caso, decía lúcidamente Donoso, se trate de liberalismo o de ‘catolicismo democrático’, se aceptará siempre que sea el pueblo, con independencia de jerarquías -pues en tal circunstancia se trataría de aristocracia-, el que elige a sus gobernantes.
Pero nuestros güelfos reconocen que tal instancia superior que desearían que existiese no está contemplada en nuestra legislación liberal, lo que resulta a todas luces absurdo es que crean que es posible a partir de dicho sistema y de su ley fundamental, la Constitución, poder efectuar las modificaciones al mismo cuando dicen que resuelven “insertarse en el sistema democrático liberal… no para convalidarlo sino con el objeto de modificarlo y sustituirlo por una democracia orgánica”. Más allá que la calificación de “orgánico” referido a la democracia es otra incongruencia pues, si existe algo propiamente inorgánico esto es la democracia. (Aquí ellos pretenden utilizar un término emanado de la biología en donde justamente se demuestra todo lo contrario de la democracia pues la naturaleza es jerárquica y desigual, y por lo tanto para nada democrática). Pero lo más insólito es que el gruporeconoce la  legitimidad a este sistema y se propone su modificación por las vías legales que correspondan. Para agregar también que Nos proponemos reformar la Constitución Nacional, por las vías que ella prevé, a los efectos de borrar de ella todo vestigio de liberalismo y marxismo”.Lo cual es una verdadera contradicción en tanto se quiere  reformar la democracia democráticamente. Tal como sabemos la Constitución que tenemos puede reformarse a través de constituyentes que son elegidos por el pueblo. Suponer que el pueblo vote renunciar a ser el soberano tal como sucede actualmente para que otro en cambio ocupe su lugar, sería parecido a decir que hay que dejar a los adolescentes que resuelvan si quieren pasar la mayor parte de su tiempo en los videojuegos o en los recreos o a los drogadictos la decisión de prohibir la venta de la droga. Esa fe en que el pueblo podrá elegir bien tarde o temprano es la misma que tienen los liberales, por lo tanto no se diferencian mayormente de éstos en tanto ellos también consideran que cuando el pueblo se equivoca lo hace porque no está suficientemetne educado, pero que en condiciones normales siempre eligirá bien.
Nuestra perplejidad se acrecienta también cuando llegan a decir que  “Fuerza Patriótica es un partido que hace expresa aceptación de los principios de la doctrina católica tradicional”;  Sin especificarnos a  cuál tradición se refieren: si a la de Donoso Cortés o a la de Francisco Suárez; si a la del Sillabus de Pío IX combatiendo a la democracia o a la homilía de Navidad del 44’ de Pío XII en donde se la exalta. No nos cabe duda de que a estos dos últimos casos es a lo que ellos se refieren. Pero la pregunta es por qué éstos son más tradicionales que los anteriores.  Desde ya que no nos van a contestar, así que nos quedaremos siempre con la duda. Tal como dijimos es una característica de los güelfos rehuir el debate y la reflexión. Por tal conducta consuetudinaria ellos son los enemigos funcionales que el moderno necesita para poder mantenerse en el poder.
Pero de un conjunto de incongruencias y errores lógicos, no cabe menos que esperarnos como consecuencia faltas de carácter ético, en este caso el oportunismo. Luego de haber dicho “que nadie puede poner en tela de juicio nuestro repudio a los principios de la democracia liberal” en tanto que sería un sistema corrupto e inmoral, agregan seguidamente: “nos avenimos a la participación en las contiendas electorales solo para no descartar ningún medio de lucha en pos de nuestros objetivos”. Lo cual no sería muy diferente  que decir que robamos para que no haya más robos. Tal actitud, por su oportunismo extremo, los hace peores que los liberales pues por lo menos éstos participan de las elecciones en tanto creen en ellas y son así coherentes. Ellos en cambio manifiestan que lo hacen pero estando en contra y para sacar algún provecho de las mismas.
¿Pero este oportunismo electoral es algo aplicable en todo momento? Veamos.
En este afán de restaurar un orden social cristiano no vemos otro remedio, en esta coyuntura histórica, que respetar las normas y leyes vigentes que nos obligan a constituirnos en partido político y concurrir a elecciones. Llamamos a esto, sin temor a equivocarnos, realismo y prudencia política”.  Lo cual quiere decir que habría otras coyunturas en las cuales se podría prescindir de la democracia, aunque no nos indican cuáles. De cualquier forma lo curioso resulta aquí que justamente sea en una época en la cual la democracia ha llegado hasta sus peores extremos que los aludidos invoquen aplicarla.
Por último si había alguna duda respecto de cuál era la ‘tradición católica’ a la que el grupo ‘nacionalista’ hace referencia, el mismo se encarga de develarla:
Estamos también convencidos (de) que en el orden prudencial obramos conforme al magisterio tradicional de la Iglesia. No hacemos mas que tener en cuenta lo que Pio XII dijo en su discurso de Navidad del año 44: '¿Es de extrañar que la tendencia democrática se apodere de los pueblos y obtenga por todas partes la aprobación y el consentimiento de quienes aspiran a colaborar con mayor eficacia en los destinos de los individuos y de la sociedad? Casi no es necesario recordar que, según las enseñanzas de la Iglesia 'no está prohibido en sí mismo preferir para el Estado una forma de gobierno moderada de carácter popular, salva siempre la doctrina católica acerca del origen y ejercicio del poder público'. Obviamente que en tal entusiasta adhesión se soslaya decir que la misma fue proferida a 4 meses de la caída del fascismo para preparar el terreno a fin de instaurar la Italia ‘democrática y cristiana’ a punto de venir con la caída ya irreversible de tal régimen.  El güelfismo ya en ese entonces convocaba a practicar la democracia en inteligencia con la ONU, EEUU y el sionismo en general.
En fin sería interminable citar todas las incongruencias y oportunismos en que incurren estas personas. Pero el texto es muy útil para indicarnos adónde conducen las tibiezas y ambigüedades de autores como Caponnetto y otros. Por ello resaltamos una vez más, -y esta vez a la luz de un ejemplo concreto- que la democracia en este país ha podido existir y por tanto tiempo a pesar de sus estrepitosos fracasos porque hemos carecido siempre de una escuela sólida de pensamiento que enarbolara de manera contundente principios contrarios radicalmente a tal sistema deletéreo.

Marcos Ghio