A 30 AÑOS DE LA CLAUDICACIÓN DEL BEAGLE

"NO LLORES COMO MUJER LO QUE NO SUPISTE DEFENDER COMO HOMBRE"

 

A pocos días de la rememoración del primer cuarto de siglo completo de "democracia" hemos tenido una recordación anticipatoria y significativa efectuada conjuntamente por los actuales presidentes femeninos de los dos países del Cono Sur en relación a lo que fueran los 30 años de la mediación papal que pusiera fin a nuestro diferendo por las islas del canal de Beagle a través de su entrega a los chilenos.
Es bueno reseñar al respecto, aunque sea brevemente, debido a lo trascendente y premonitorio del asunto, lo que aconteciera en aquella circunstancia en la medida que ello resulta útil para comprender lo que nos sucede en la actualidad. A pesar de que Chile y Argentina hubiesen firmado en el siglo XIX un tratado limítrofe por el cual se establecía el principio bioceánico en el sentido de que si al primer país le correspondían todos aquellos territorios limítrofes que se hallasen en el Pacífico y a la Argentina los que estuviesen en el Atlántico, se suscitó un conflicto absurdo y tirado de los cabellos, especialmente por parte de Chile, en relación a la posesión de tres islas cercanas al canal de Beagle, la Picton, la Lennox y la Nueva y sus islotes aledaños, no obstante que fuese notorio que las mismas se encontrasen en el océano Atlántico. Las razones reales de tal reclamo eran por parte de Chile el poder fortalecer en un futuro sus apetencias sobre la Antártida en un momento en que cesasen las posturas ecuménicas hoy sustentadas en relación a tal región.
En 1972, cuando gobernaba el Gral. Lanusse, un militar populista y favorable al "occidente liberal", que se hiciera famoso por favorecer una fallida apertura democrática en 1973, se acordó con el vecino acudir a la mediación del gobierno británico para resolver el conflicto; lo cual fue un despropósito de grandes dimensiones. Inglaterra no era un mediador imparcial pues mantenía con nuestro país un diferendo por las islas Malvinas y resultaba obvio anticipadamente que iba a fallar a favor de Chile en su arbitraje. Pero el motivo minúsculo por el cual Lanusse en ese entonces aceptó la propuesta del gobierno socialista chileno de Salvador Allende respecto del arbitraje británico era porque quería congraciarse, a través de tal acuerdo, con la clase política de su propio país en función de una pretendida candidatura presidencial que luego no llegó nunca a concretarse debido a la existencia en vida del General Perón.
Tal como era de esperar, el árbitro británico basó sus conclusiones principalmente en el mismo principio que su país sustenta hoy en día para rechazar nuestra soberanía en las Malvinas: la voluntad de sus habitantes. Cuando recorrió las islas en cuestión encontró que en una de ellas había unos 20 pobladores, a los cuales les preguntó a qué país pertenecían y éstos les contestaron que eran chilenos por lo cual consideró que, lo mismo de lo que pasaba con el caso de los kelpers, la nacionalidad que invocaban quienes se hallaban en el lugar era el factor determinante en relación a la soberanía territorial. Lo curioso -y es una constante propia de los británicos y de su pragmatismo- es que tampoco aquí se tuvo en cuenta desde qué época se encontraban tales personas, pues podían haber estado allí desde hacía unos pocos meses y puestos especialmente por el gobierno chileno para fortalecer su pretensión.
Una vez que se hizo conocer el resultado adverso del arbitraje británico, con mucho tino el gobierno argentino de ese entonces, a cargo del General Videla, lo rechazó y, ante la negativa chilena a reconocer nuestra soberanía en las islas, hubo un período de tirantez por el cual la Argentina estuvo a punto de invadirlas y entrar en conflicto militar con el gobierno del país vecino. En una nota publicada en 1984 en la revista Cabildo, Marcos Ghio, quien tuviera acceso a un documento chileno de aquel entonces, hizo notar cómo este último, ante la inminencia del hecho bélico, estaba a punto de ceder en sus pretensiones. Aun con toda su labia belicista, Pinochet sabía perfectamente que existía una desproporción inconmensurable entre ambas fuerzas armadas. Se reconocía que el gobierno marxista de Allende, un calco de lo que fueran nuestros posteriores gobiernos democráticos, en su afán por desmilitarizar al país había prácticamente dejado sin pertrechos necesarios a sus Fuerzas Armadas, las que, a cinco años de su caída, no habían terminado aun de recuperarse de tal sangría. Pero cuando todo parecía estar perdido la salvación milagrosa llegó de afuera gracias al enviado papal, el Cardenal Samoré, mandado especialmente por el Vaticano para "mediar" entre dos "naciones católicas". Samoré, en su primera visita a la región, le dijo expresamente al canciller chileno que no se preocupara demasiado ya que Videla "era una buena persona", es decir alguien que iba a terminar cediendo a las presiones papales. Y aquí es bueno tener en cuenta que ya en ese entonces el Vaticano, comandado por Juan Pablo II, uno de los exponentes más funestos que diera en toda la historia el güelfismo, es decir aquella vertiente de la Iglesia que da primacía a la política por sobre la función pastoral, apostaba a evitar que en esta región del planeta se constituyera una nación poderosa con posturas antagónicas a las del "occidente" moderno capitalista y liberal cuyos principios habían sido asumidos expresamente con el Concilio Vaticano II y en adhesión a la filosofía de los "derechos humanos" representada por la ONU, cuya misión principal era establecer la "democracia" por el mundo entero, es decir aquella forma secularizada de "cristianismo moderno" y farisaico representado especialmente por la institución a la que pertenecía el Cardenal Samoré. Así como en 1982 el papado, en su visita al país, coincidió con Inglaterra en lograr la rendición argentina en Malvinas y "obtener la paz" democrática, la que luego vino a consolidar más tarde en 1987 en un momento de grave peligro para ésta tras las rebeliones carapintadas, en 1978, gracias a la claudicación de nuestros militares, pergeñó una mediación que llegó en la práctica a los mismos resultados del anterior arbitraje británico, empeorándolo incluso al determinar la soberanía chilena sobre vastas extensiones de aguas atlánticas en un grado mayor al que tímidamente había admitido el inglés.
Sin embargo, cuando se recibieron los resultados de la mediación, el gobierno militar de ese entonces ya no era el de Videla, sino que se encontraba el sector más duro representado por Galtieri, el que nuevamente se negó a aceptar el dictamen desfavorable. Pero el mismo consideró en ese entonces que esta vez una recuperación militar inmediata de las islas del Beagle*, luego de dos fallos internacionales adversos, no iba a ser aconsejable para la Argentina, por lo cual puso en primer plano la reivindicación de las Malvinas con los resultados por todos conocidos.
Más tarde cuando los militares entregaron el poder a los políticos tras la catástrofe de Puerto Argentino, se terminó cerrando el capítulo del Beagle con un vergonzoso plebiscito convocado por el siniestro Alfonsín el que tuvo el valor de mostrarnos de manera paradigmática el carácter masificador y vacuno de nuestra democracia. Se dijo allí que debíamos aceptar los resultados de la mediación papal "porque las islas eran económicamente insignificantes" y porque de esta manera "lográbamos la paz". Nos hallábamos así con el apotegma principal de este régimen funesto de que "la panza es más importante que el espíritu" o también que "mejor siervo antes que muerto, mejor sometido y sin honor antes que sin pellejo". Es decir el materialismo, la forma propia de la sociedad matriarcal (de mater = madre, de donde deriva 'materia').
No es de extrañar entonces que 30 años más tarde de esta ruin claudicación, como un verdadero signo de los tiempos, hoy un presidente mujer acompañado de su par del mismo sexo del país vecino, también masificado y modernizado democráticamente, celebre esta siniestra entrega de soberanía acompañado por el nuevo enviado papal,  (tal como hiciera hace 30 años con Videla y Pinochet) y que... llore, obviamente que no de dolor ya que lo perdido es insignificante en relación a fondos como los de la provincia de Santa Cruz muy bien guardados en seguras guaridas, sino de emoción y alegría por la paz democrática lograda y de la que disfruta enormemente, tal como se ve en la foto aquí publicada. Pero si prescindiésemos de esta circunstancia psicológica banal y por un instante asumiéramos la triste realidad de que el presidente que hoy llora representa a la nación que lo trasciende en su persona, este hecho bien podría hacernos recordar la reprimenda que aquella madre le hiciera al último rey moro de Granada luego de haberla perdido. "No llores como mujer lo que no supiste defender como hombre".

* En realidad estaba mal dicho islas del Beagle pues las mismas se encontraban afuera de tal canal y en pleno Océano Atlántico.

Lucas Baffi
Buenos Aires, 8/12/08