ANALOGÍAS DEMOCRÁTICAS:
EL PROCESO AL PADRE GRASSI Y EL ROBO DE LAS JUBILACIONES

 

Venimos escuchando, desde que tenemos uso de razón, un debate estéril e interminable entre liberales y socialistas respecto del papel que le debe corresponder al Estado en la sociedad civil, el que, por su estrechez de miras, en muchos aspectos resulta parecido al que hace más de quinientos años se sostuviera en Bizancio respecto del dogma de la Santísima Trinidad. En efecto, así como aquellos teólogos, en sus discusiones encendidas, sin interrogarse sobre lo esencial de su creencia, se remitían simplemente a contender respecto de la relación entre las personas de su Dios, nuestros demócratas de todos los matices no debaten ni nunca debatirán respecto de la validez del sistema en que creen, ni por supuesto del principio en el que éste se asienta y que siempre asumen con gran fanatismo, el dogma de la Santísima Igualdad, consistente en considerar la identidad intangible de naturaleza entre todo ser con forma humana. Y aquí también, del mismo modo que en el caso de los teólogos antes mentados, aunque pudiesen constatar contrastes agudos entre su fe y la realidad que los rodea, los mismos en ningún momento resultarían ser suficientes como para poner en duda sus creencias, sino que incluso hasta pueden resultar estímulos como para incrementarlas. En este último caso la realidad es que, contrariamente con los postulados de su religión, existen siempre desigualdades en el mundo que brotan muchas veces de manera espontánea como obedeciendo a un principio diferente del que ellos sostienen, pero que frente a las cuales nuestros modernos teólogos, lejos de considerar que éstas ponen en duda la validez de su fe, por el contrario las asumen como un acicate en la tarea de abocarse cada vez que pueden a derribarlas en función del triunfo de la misma. E incluso hasta les sirven de excusa para decirnos que los fracasos de su sistema no se deben a la falsedad de su dogma, sino al hecho de que el mismo no ha llegado a poder nunca aplicarse plenamente en tanto sigan existiendo esas odiosas desigualdades en el mundo, es decir esas 'carencias de democracia'. Y en tanto se trata de la secularización de una antigua fe religiosa, así como el cristiano considera que la consumación de la historia sobreviene en el momento en el que el último de los judíos se convierte a su propia religión, el demócrata en cambio afirma que la misma se alcanza cuando desaparece del mundo el último vestigio de desigualdad y de anti-democracia, lo que permitiría alcanzar la felicidad plena.
Digamos ante ello que no existe nada más contrario respecto de lo dicho que la concepción tradicional, es decir la que existió siempre en cualquier sociedad sana y normal, exceptuando la democrática que hoy vivimos y que fuera inaugurada a partir de la Revolución Francesa. Aquella consideró, por contraposición a tal anomalía, que las desigualdades, lejos de ser defectos, eran en cambio entidades que permitían la existencia misma del orden social a través de la presencia de aristocracias, es decir de seres paradigmáticos que oficiaran de principio de orden y de gobierno para los demás. Se partía así de la idea de que, de la misma manera que en uno mismo debe ser la parte superior de sí, la razón o el espíritu, lo que gobierne y determine a lo inferior correspondiente al plano material vinculado con el cuerpo, en el orden social debían existir seres que cumpliesen con tal función de modo paradigmático, actuando como modelos rectores para los demás. Por tal razón la sociedad rendía reverencia a estos sujetos superiores y necesarios para su existencia, que eran los ascetas, que se expresaban en su función de maestros o de monarcas, es decir de seres que, a través de su conducta y ejemplo, mostraban los límites más elevados a los cuales podía arribar la función de gobierno de sí, a través del predominio de la parte superior sobre la inferior. Y una de las manifestaciones principales del ascetismo era justamente el celibato cuya presencia se justificaba por señalar al conjunto social el límite extremo al que podía arribar el hombre en su capacidad de gobierno de su sexo y no, tal como sucede en nuestros muy democráticos días, en donde es en cambio gobernado por éste. Por ello Dostoiewsky pudo decir que el monje*, por su celibato, oficiaba como un pararrayos para la sociedad protegiéndola por su sola presencia de la lascivia y la promiscuidad a la que puede conducirla un sexo desenfrenado y que por tal razón éstos eran necesarios y debían ser protegidos para el desarrollo de su función. Pero en una sociedad igualitaria y niveladora sucede exactamente lo contrario. Allí las distintas funciones de superioridad y protección no solamente son ignoradas, sino que incluso son combatidas como si se tratase de un mal, en tanto expresión del odiado principio de la desigualdad. Así pues el celibato, en tal dimensión anómala que apunta sin saberlo a su propia destrucción, como cualquier forma de ascetismo, está también obligado a desaparecer como una cosa anti-natural, en tanto interfiere con el principio antes aludido. Para la Democracia, en aras de obtener una nivelación de lo humano, en tanto consumación del dogma de la Santa Igualdad, deben darse libre curso a aquellas fuerzas impulsivas y masificadoras de las que participa también la sexualidad, la cual, lejos de ser transformada y ordenada en función de un fin que la trascienda, se convierte por el contrario en una energía primaria, a la que debe permitírsele desplegarse 'libremente' y sin freno alguno hasta sus extremos más ilimitados a fin de posibilitar la realización y felicidad colectiva, tal como vemos en nuestros días a través de estas campañas sexistas promovidas especialmente desde nuestros medios democráticos de difusión, sea escritos, como audiovisuales y hasta a través de 'ciencias' como el psicoanálisis establecidas para tal función. Y resulta también obvio que, dentro de este contexto, se desarrolle una acción especialmente dirigida en contra de aquellas aristocracias que, por su celibato, demuestran ser diferentes del común de las personas, es decir antidemocráticas, en la medida que su mera presencia representa un obstáculo para este despliegue universal de libido que se invoca. Es justamente dentro de la lucha en contra de la función ascética representada por el celibato sacerdotal que se comprenden hoy en día todas las acciones de agravio emprendidas por los medios democráticos en contra de la Iglesia católica y de sus distintos pastores, entre ellos, aunque no el único, el muy sonado del proceso contra el Padre Grassi. Más allá de si este último sea inocente o culpable de los delitos sexuales que se le imputan, (más bien pareciera que fue todo un montaje armado en su contra), la realidad es que ésta es la finalidad última de las campañas mediáticas relativas a este hecho: la de ponernos en evidencia que ser célibe, en tanto representaría una cosa anti-natural y anti-democrática, por lógica consecuencia termina desarrollando conductas patológicas. Y hagamos notar que también en esto existe una profunda diferencia en el tratamiento de dichos casos entre una sociedad democrática y una sana y normal. Esta última, si se daba la triste circunstancia de un sacerdote que incurría en conductas delictivas, lejos de regocijarse o aun de ponerlo en evidencia, tal como hacen ciertos periodistas (2), trataba por el contrario de mantenerlo alejado de la vista del público, sin que ello no implicase la aplicación de castigos que incluso podían ser más severos que los actuales. La razón era porque se consideraba que, como el común de las personas no era capaz de discernir entre el principio y sus representantes, para la educación de éstas no era conveniente que tales casos se expusieran en público. Hoy en día por el contrario, en tanto que de lo que se trata es de atacar lo superior a fin de nivelar, hay un verdadero gusto por lo escabroso y un placer por poder señalar con el dedo las falencias en aquellas personas que deberían ser paradigmas, tratando de confundirse ex profeso el principio con el representante indigno del mismo. Digamos además como corolario que resulta sumamente curioso constatar al respecto cómo el fanatismo y ceguera de nuestros demócratas les impide ver la estrecha relación que hoy existe entre esta irrupción desenfrenada de la libido que ellos promueven irresponsablemente con el consecuente correlato del ataque contra el celibato, con los incrementos incesantes de la violencia sexual que tanto les indigna así como de otros fenómenos aledaños, tales como la promoción masiva de la droga y demás formas de delito; todo lo cual no es sino una de las secuelas no menores de una sociedad a punto de disolverse.
Pero esta función de destrucción de paradigmas en lo relativo a la conducta sexual que hoy emprende la Democracia tiene su antecedente en la aniquilación de las aristocracias en la esfera de la política que es donde la misma se ha originado. Así como a nivel de la sociedad civil el ideal democrático es un hombre gobernado por su sexo, a nivel político la carencia de aristocracias nos da el gobierno de hombres comunes (el demos), esto es de burgueses gobernados por el dinero y la economía y que piensan prioritariamente en el propio bienestar material. Esto es lo que explica que en el caso específico de las jubilaciones, es decir de la percepción de ahorros acumulados durante décadas de vida, y de quién las deba administrar, si el Estado, como dicen los socialistas, o la iniciativa privada, como dicen los liberales, nos enfrentemos con discusiones bizantinas como las relativas a la relación entre las personas divinas, parecidas a las que se suscitaban en Constantinopla en el mismo momento en que los turcos estaban por tomarla. No comprenden nuestros demócratas que para que no se roben las jubilaciones, tal como se teme, debe haber ascetas y no burgueses en las función pública, es decir seres superiores que no encuentren su satisfacción en la acumulación de dinero, tal como acontece con el hombre común del que ellos se jactan en ser sus representantes, sino en la realización de principios y del bien de los demás. Y así como no se combaten los delitos sexuales desvistiendo a las mujeres por la televisión, de la misma manera no se lo hace con la corrupción económica promoviendo desaforadamente el consumo, tal como sucede hoy en día en la sociedad capitalista. Un orden normal en vez de exaltar al vivo exitoso debería hacerlo con el asceta. Es obvio entonces que la sociedad democrática en cambio lo combata.
Por lo tanto, como corolario, digamos que no puede haber revolución política sin previamente operarse una de carácter moral e incluso religioso.

 

(1) Se refería a los monjes y no a los sacerdotes en tanto que pertenecía a la religión cristiano ortodoxa en donde solamente los primeros practican el celibato.

(2) Puede verse un detallado análisis de un hecho similar de morbosidad periodística, en especial de los conocidos 'comunicadores' Mandelbaum y Verbitsky, en una nota aparecida hace dos años en ocasión de la acusación dirigida contra un obispo.

Marcos Ghio
Buenos Aires, 27/10/08