EL ARCÓN DE MI TÍO ABUELO

 

Mi tío abuelo, cuyo nombre no estoy autorizado a dar, antes de morir me manifestó que cuando cumpliese los 33 años estaba autorizado para abrir un viejo arcón que tengo cerrado en el altillo de nuestra antigua casa en la localidad de Temperley en el Gran Buenos Aires. Mi pariente era de origen siciliano y según me había contado en su momento, cuando estuvo en Italia integró un grupo iniciático que estuviera vinculado con Evola y René Guénon. Él solía redactar para el mismo algunos escritos con el nombre de Nigrus, cuyo significado último ignoro, ya que de haber sido un latín correcto tendría que haber sido Niger, que significa negro. De todos modos ello representa un detalle secundario. Ya en su momento este foro recibió uno de sus escritos que me atreví a difundir en tanto fui autorizado a hacerlo a partir de esta edad que tengo. He sabido que el Centro Evoliano de América, a través de su publicación El Fortín ha procedido a publicarlo en su momento, lo cual me alegra en tanto ha alcanzado así una cierta difusión pública. Paso a hacerlo entonces con este segundo escrito que espero sea del agrado de todos. Respecto del primero no recuerdo haber recibido comentarios de los foristas, pero ello en realidad sería lo de menos pues considero yo que ciertas realidades, más que discutidas, tienen que se comprendidas y escuchadas. He aquí el aludido escrito.

 

“Siempre quise comunicar esta profunda verdad que es una continuidad de mi escrito anterior. El pensamiento vulgar, sea a través de la ciencia como de la religión vigente, considera que yo he recibido de otro mi propio ser. Que he sido lanzado a esta vida a través de un acto que no fue mío sino de otro u otros y que es una verdadera casualidad que me encuentre aquí como también podría no haber sido de no haberse producido ese abrazo en un determinado instante que no he elegido y en el que por una casualidad más un esperma fecundó un óvulo que encontró a su paso. En donde luego fui protegido de sucesivas acciones lesivas que se me pudiesen haber hecho en caso de no haberse deseado mi arribo, hasta que finalmente estuve sin que una vez más se acudiese a mi consentimiento. Luego mi libertad, de la que se me habló cuando tuve el uso de la razón, me fue siendo graduada en pequeñas tajadas y por lo tanto negándosemela como tal, pues una verdadera libertad, tal como decía Evola, no puede ser por grados ni tener límite alguno. Primero se me dijo que si bien era libre no podía dejar de ser un animal social; que así como el destino me había lanzado a este mundo, tenía una cierta obligación de seguir cumpliendo con tal fatalidad y ley convirtiéndome en un buen producto de mi propia especie, de mi nación o de mi raza, cosas que una vez más yo no había elegido. Que podía ser libre, pero limitadamente como todo lo que existe, en tanto un ser como el mío, al participar de una multiplicidad, su ‘libertad termina donde comienza la del otro’, pues una vez más no somos absolutos, ni increados, así como fue nuestra aparición en la vida, seguimos una vez más dependiendo de otros, y en última instancia de un ente superior que nos ha dado el ser. Que por tal razón ‘no es bueno que el hombre esté solo’ y que por lo tanto lo deseable es reproducirse siempre más.

Siempre he sentido un rechazo profundo por todas estas cosas. Nunca me ha gustado vivir en la sociedad y la he considerado en cambio como un medio y no como un fin de mi propio ser. Que si en ella estaba no era por una casualidad ni por un destino, sino que había una razón a todo esto. No tenía por qué estar chocando contra un muro de irrebatibilidades, de estas letanías que me saturan siempre los oídos como verdades indubitables sobre las que nunca se puede discutir. Que nunca comprendí porque tengo que estar acompañado y no en cambio solo conmigo mismo en mi más profunda actividad que es la reflexión y en la búsqueda por la paz interior. Fue así que en el diálogo con los pocos filósofos verdaderos que todavía existen recordé el mito de la reminiscencia de Platón.. Nuestra alma venía de otra parte y había elegido estar aquí, pero el paso abrupto de un estado a otro había producido el olvido. Había pues que recordar. Las épocas son muy diferentes en cuanto a los recuerdos que se puedan alcanzar. Las grandes tradiciones a través de sus instituciones, ritos y símbolos, permitían al hombre alcanzar un cierto recuerdo. Pero la época terminal como la nuestra, en donde nada de todo esto ya existe, si bien no nos pueden dar pistas para recordar de dónde veníamos y porqué estábamos aquí, gracias al profundo contraste que establecían entre lo normal y lo anormal, podían en cambio producirnos una visión repentina y abrupta de tal realidad.

No puedo decir exactamente cuándo fue la circunstancia en la que obtuve esa gran revelación. Lo que puedo decir a ciencia cierta es que nadie me lo comunicó nunca, sino que fui yo mismo el que alcanzó esa visión.

Vivíamos en un universo en donde el tiempo era infinito. Aquello que los griegos llamaban los dioses es propiamente aquella realidad. Yo vivía un existencia interminable, un tiempo sin fin en donde mi cuerpo se regeneraba permanentemente, así como los dientes de leche son sustituidos por los permanentes, así sucedía con todos nuestros órganos y partes de nuestro cuerpo. Por nuestras venas no circulaba sangre, sino líquido linfático. Yo recuerdo que en la escuela cuando leíamos la Ilíada de Homero esa anécdota del combate entre la diosa Venus y el mortal Diomedes. Este último le inflinge una herida en la mano y desde allí no brota sangre, sino linfa. Pero ser inmortal no es lo mismo que ser eterno. Un ser que no muere sigue siendo un ser con tiempo, con una sucesión infinita de tres dimensiones dispares en donde el presente resulta una línea ideal entre dos nadas que no son: el pasado y el futuro. Una porque ya ha sido y otra porque aun no es. Cuando digo presente estoy ya en el pasado, es decir en lo que ha dejado de ser.

Recuerdo que muchas veces nos reuníamos los inmortales y discutíamos cansados de esta rutina de reproducirnos ilimitadamente sin llegar a ser nunca. Alguno nos hablaba de otra dimensión en la cual existía un medio para salir de este estado, es decir lo que era opuesto a la inmortalidad, la muerte. Pero tal estado era sumamente peligroso en múltiples sentidos. Debido a la profunda contraposición con el que estábamos viviendo podía producirnos una verdadera regresión. La muerte era simultáneamente el camino hacia la eternidad como también hacia la nada. Dependía de la manera como la asumiésemos. Cuando una gran religión decía que los ángeles envidiaban al hombre porque éste participaba de dos naturalezas, la mortal y la inmortal, estaban insinuándonos tal verdad.

Ser hombre es pues un camino, una posibilidad de ser. Salir del tiempo ésa es la gran posibilidad que podemos alcanzar y la razón por la que algunos dioses hemos resuelto venir hasta aquí. Usamos un cuerpo como una vestimenta para transitar por este mundo, pero en realidad nuestro objetivo es el combate supremo. La eternidad, ésta es la gran meta, es el no tiempo. En tal dimensión no existe la sucesión. Es un presente sin pasado ni futuro. Es un ser verdadero, consistente. Todo lo que es tiempo está presente en un solo instante en la eternidad. Ésta es pues la razón por la que resolvimos salir…

 

NIGRUS

 

 

 

 

 

 

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