LA INICIACIÓN

    

De nuestras intervenciones, en diferentes medios, que reproducimos seguidamente, en forma de extractos, se comprobará cómo se colige, o se afirma nítidamente, la idea de que la Iniciación es el único camino posible a seguir si es que se tiene intención de Conocer y de compartir la misma esencia de las Realidades Metafísicas.
     No acontecía de igual manera en la Edad Primordial. En plena vigencia de la Tradición Primordial la naturaleza del Hombre no era disímil a la naturaleza Superior y nuestros más remotos antepasados gozaban de la percepción directa de lo Trascendente e Incondicionado. Pero esa remotísima Edad Áurea periclitó y un enorme y denso manto obscuro cegó la visión de lo Supremo. A partir de entonces, al hombre sólo le quedó la difícil y exigente vía iniciática para volver a Contemplar el Principio Supremo y para volver a llevar una existencia en conformidad con la esencia de dicho Principio.

     Ciertas referencias podrán leerse, a continuación, a alguna de las Ciencias Tradicionales o a alguna de las organizaciones Esotéricas que, en determinadas épocas más que en otras, sirvieron de soporte y encuadre para posibilitar el duro y selectivo proceso de Transformación interior del Iniciado.

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     No sólo el Hombre puede llegar a ser dios, sino incluso más que dios (puede llegar a Identificarse ontológicamente con lo Absoluto, lo totalmente Incondicionado, el Principio Supremo; o, en otros términos, el No-Ser).
     El camino iniciático que ha de seguir para llegar a ello es descrito en múltiples tradiciones metafísicas de manera minuciosa. La tradición herméticoalquímica se refiere a ello cuando habla de la consecución del Oro alquímico o Piedra Filosofal. En la budista tal estadio se alcanza en lo que se conoce como Despertar o Iluminación. La visión del Grial significaría lo mismo en el ciclo artúrico. Por encima de los dioses (el Ser) se halla el Principio Supremo Indefinible (el No-Ser) con el que puede llegar a Identificarse y al que puede llegar a Conocer (Gnosis) el Hombre Superior a través de la Iniciación.

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     La tradición hermética denominó como ARTE REGIA O REAL a la ciencia sagrada y Tradicional de la alquimia que buscaba como objetivo prioritario y esencial la transmutación interior del adepto. No parece exenta esta denominación de una relación con la única casta que podía acceder, sin paliativos, al Conocimiento total del Principio Eterno e Indefinible y a Ser uno mismo con Éste: la casta regiodirigente o sacroguerrera (la verdadera aristocracia).

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     Obviamente la masonería que Guénon buscaba era la que aún podía no haber perdido su vínculo con la primigenia Tradicional e iniciática que desciende de los gremios de artesanos, constructores, picapedreros,... del Medievo  (y -retorciendo más aun en el tiempo- de los existentes en la misma Antigua Roma: los Colegios de Artífices; arquitectos) que habían establecido una serie de ritos y símbolos que pretendían hacer llegar al Iniciado hasta el Conocimiento y la vivencia de la Realidad Suprasensible que trasciende nuestra condición humana finita.
     Nada que ver esta masonería con la que arranca a principios del S. XVIII en Gran Bretaña y que nos ha llegado hasta nuestros días: seguidora y promocionadora del iluminismo, del racionalismo, del liberalismo y, en definitiva, de una concepción materialista de la vida y de la existencia.

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     La Grecia filosófica ya había entrado, desde el punto de vista Tradicional, en un proceso de decadencia, pues, en parte, había aparcado la experiencia directa de lo Trascendente para sustituirla por su explicación y entendimiento a través del método discursivo.

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     Hay sistemas filosóficos que han tendido, o tienden, con muy buena fe, a intentar demostrar la existencia de la Realidad Trascendente. Otros sistemas, en cambio, han perseguido demostrar su no existencia. Ambos grupos han errado en sus propósitos porque el pensamiento discursivo, lógico o racional es una herramienta de la mente humana y la mente se encuentra en un plano diferente -e inferior- al del espíritu y, en consecuencia, nunca podrá ser utilizada como vía o camino para llegar al Conocimiento de lo Metafísico. Únicamente la Transformación interior del hombre, operada a través de la Iniciación (si ésta es viable en nuestro decrépito mundo moderno) lleva a la Gnosis de lo Suprasensible.

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     El hombre, a través de la Iniciación, es capaz de darse el Ser a sí mismo; entendiendo el Ser como lo Eterno y Trascendente.

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     El que no supera su condición meramente humana está muy cerca de la animalidad y se guía, en buena medida, por instintos y por reacciones primarios. Quien supere su condición humana, para ser más que humano, habrá domeñado dichos instintos y reacciones condicionadas y se habrá hecho uno con lo Superior.

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     En el Mundo Tradicional posterior al de la Tradición Primordial la percepción y vivencia de lo Absoluto se desgajó del estado propio  de la conciencia ordinaria. Muchos (o algunos) hombres acudieron a la llamada del Conocimiento de esa Realidad Trascendente que había quedado oculta. Como las naturalezas de los hombres difieren entre sí, aquellos que aspiraban a la Iluminación optaron, cada uno de ellos, por las vías iniciáticas que consideraron más acordes, o que intuyeron más cercanas, con respecto a sus particulares ecuaciones personales.
     Así pues, por ejemplo, en el antiguo mundo romano, los “espíritus” más aguerridos, inclinados a los valores y la vida de la milicia, miraron a Marte e intentaron iniciarse en  misterios como los de Mithra. En cambio, aquellos otros “espíritus” más dados a lo sereno y a lo sobrio enfocaron sus miras hacia Apolo y buscaron la iniciación en misterios como los de Delfos o los de Eleusis.  Y, por otro lado, aquellas naturalezas más proclives al frenesí y a las exuberancias advirtieron como más próximos los misterios dionisíacos.
     El presupuesto tradicional de la desigualdad de los hombres hizo posible el poder ofrecerle a cada naturaleza humana un camino diferente acorde con su innata, y diversa, condición particular. Quizás podríamos establecer algunas jerarquías entre estas diferentes vías, ya que aquel que opta por la que puede definirse como vía de la mano derecha o vía seca y que nosotros podríamos asociar a la iniciación de corte apolíneo se basta de una serie de técnicas ascéticas bien “entrenadas” para acceder  a estados de conciencia diferentes y superiores al de la conciencia común y, por tanto, para emprender la senda del descondicionamiento que le lleve a la Gnosis del Principio Supremo y a la identificación sustancial con el mismo. En cambio, aquel otro que elige la vía de la mano izquierda o vía húmeda, que podríamos parangonar con la iniciación de tipo dionisíaco, necesita de ayudas externas como, p. ej., el vino -alcohol- (u otras drogas o el sexo o danzas frenéticas) para alterar su conciencia ordinaria y adentrarse en otro nivel que, ahora sí, irá reconduciendo por sí solo a lo largo del mencionado camino del descondicionamiento mediante una serie de técnicas ejercitadas con anterioridad.

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     Occidente sólo encarna el racionalismo desde que se precipitó en esta vorágine deletérea representada por el mundo moderno. En épocas de nuestros lejanos ancestros Occidente vivió fiel a la Tradición y ésta no se sustenta sobre parámetros subjetivos, emocionales, devotos y de fe, sino que se sostiene por el hecho objetivo de la existencia de una Realidad Suprasensible, a la cual se podía, y/o puede, acceder mediante una Iniciación que estaba necesitada de una accesis, esto es, de una serie de ejercicios físicos y mentales preparatorios, realizados con un rigor y con un método que se encuentran en las antípodas de cualquier tipo de subjetivismo devocional, de cualquier viso de superstición o de arrebato místico.

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      La filosofía es producto de la mente humana y, por tanto, subjetiva. No es, a diferencia de la Gnosis, producto del Conocimiento Objetivo de la Realidad Suprafísica a través de los ritos de Iniciación que todas las culturas Tradicionales experimentaron.
     Al Conocimiento de las Verdades Absolutas no se llega por la vía de la experimentación empírica. O, lo que es lo mismo, al Saber de lo que es más que físico no se llega con métodos puramente físicos. Sólo la Iniciación podía, o puede, poner en contacto y hacer vivenciar esa otra Realidad que trasciende nuestra componente meramente corporal.

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  La única manera de que uno SEA y no simplemente EXISTA se daría si el individuo es capaz de descondicionarse de todas las ataduras que lo mediatizan. Esto es, si es capaz de dominar impulsos, instintos, sentimientos, pasiones, miedos,… hasta el punto de conseguir llegar a contemplarlos como manifestaciones o fenómenos ajenos a él. Este previo proceso descondicionador deberá llevarle a continuar la senda que consiste en aspirar a hacerse uno con las fuerzas sutiles que se encuentran en la base de sus procesos físicos, psíquicos y fisiológicos y que, a su vez, forman parte del entramado del Cosmos. Tras lo cual el siguiente paso consistiría en llegar a la gnosis o Conocimiento de lo eterno e inindefinible que se halla en el origen de todo el mundo manifestado; a la vez que a su integración (la de dicho individuo) ontológica con este Principio Superior e imperecedero.
    Este metódico y arduo camino es lo que todas las Tradiciones Sapienciales han conocido con el nombre de Iniciación y que siempre estuvo reservada a unos pocos seres dotados de una innata cualificación y vocación hacia el hecho Metafísico y Trascendente.

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     Sobre las carencias de la filosofía, hace un tiempo escribíamos que “el  que piense que a través de la filosofía también puede aspirar al Conocimiento, se encamina por derroteros erróneos, pues la filosofía utiliza del método discursivo y de lo especulativo y ambos son dominios de lo mental y deberíamos tener bien diáfana la idea de que la mente es un instrumento humano que es, como tal, inútil a la hora de aspirar a la Gnosis de lo que es más que humano; esto es, de lo suprasensible o metafísico. Y sólo por medio de esos difíciles, rigurosos y metódicos procesos iniciáticos que el disolvente mundo moderno ya no conoce, sólo por medio de ellos se puede acceder (o casi mejor sería decir ´se podía´) al Conocimiento de lo Suprasensible y/o de lo Absoluto”, que es uno de los principales objetivos al que siempre aspiró el Hombre de la Tradición.

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    Evola (aquí coincide con Guénon) tampoco le daba cancha al misticismo (perteneciera al ámbito de la religión que fuese) a la hora de plantear una vía hacia la Iluminación y la Gran Liberación. La Tradición, de hecho, siempre tuvo claro que cualquier estado de exaltación mental -como el provocado por los éxtasis místicos- estaba en las antípodas de la calma psíquica necesaria para reemprender -o emprender- la vía iniciática. Mientras el ´mono loco´ (la mente no dominada) del que habla el budismo no pare de bailar no se completará jamás la obra al nigredo: la putrefacción.
     Los ayunos extremos y la repetición obsesiva de letanías pueden llevar a alteraciones de la mente que están muy cerca de determinadas psicopatías alucinatorias. Otra cosa diferente es lo que le puede ocurrir al pío inmaculado que regula toda su vida en pos de la devoción y la sumisión a la divinidad y ve recompensada toda esta vida piadosa con el don que le concede dicha divinidad y que no es otro que el de ´obsequiarle´ con una especie de fogonazo de destello divino. Un fogonazo más bien aturdidor y deslumbrante que aproxima a la intuición de la esencia del Principio Supremo pero que nunca llegará a más que a la visión de los entes no formales de la manifestación (o de la Realidad no formal de la manifestación); nunca pues, repetimos, facilitarán la Gnosis de lo no manifestado: del No-Ser.

     La Iniciación (vía esotérica) ofrece a determinadas personas la posibilidad de Liberarse del mundo de la manifestación y Despertar a lo Incondicionado, eterno e Indefinible.

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     Sin duda la templanza, el autocontrol, el dominio de sí mismo y la indiferencia ante todo aquello que no es sustancial en nuestra vida son logros del alma –mente- que la mantendrán alejada de los disturbios que acontezcan a nuestro alrededor y que puedan distorsionar la psique del común de los mortales. Bien se señala al estoicismo como de gran ayuda ante cualquier turbulencia que pueda desatarse a nuestro alrededor. Turbulencia que se quedará en agua de borrajas cuando llegue al alma de aquél que sepa permanecer impasible ante lo accesorio y ante lo que turba y perturba al hombre común. Los Séneca, los Marco Aurelio i los Juliano pueden ser un perfecto modelo existencial a seguir. De hecho estos logros descondicionadores de la mente constituyen la médula del nigredo alquímico, ya que sólo a partir de la putrefacción y de la limpieza de escorias psíquicas –del subconsciente y lo irracional- puede aspirarse a la calma psíquica ante los vaivenes y desequilibrios que acosan al ser humano en el seno de este mundo del devenir y –además- en plena Edad Crepuscular por la que transita el kali-yuga.

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    Precisamente a lo largo de toda la extensa obra de Evola éste deja claro que la máxima aspiración por la que debe lidiar el hombre que pugne por salirse de la esclavitud a la que somete el devenir -el samsara del que habla el hinduismo- es la de llegar al Conocimiento puro, a la gnosis de lo que se halla en el origen del mundo manifestado; objetivo arduo de lograr al que se llega a través de la Identificación ontológica de este Hombre Diferenciado de la Tradición con el Principio que se halla, como decíamos, en el origen del mundo manifestado.

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     Eduard Alcántara
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