EL EMANATISMO

         

En esta selección de reflexiones, observaciones y explicaciones hemos elegido un tema que contrapone, con radicalidad, la que fue la Espiritualidad propia y consustancial del Mundo de la Tradición con respecto a aquella ajena que durante, prácticamente, dos milenios ha monopolizado el impulso hacia lo Trascendente del hombre de Occidente.
     Oponemos, pues, dos posturas antagónicas a la hora de concebir el origen del hombre: la emanacionista, adscrita a la certidumbre que, en relación a este tema, tuvo siempre la Tradición y la creacionista que, de manera alógena, se incrustó en el seno del Imperio Romano aprovechando sus primeros síntomas de debilitamiento y caída de tensión interior.
    

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     No nos identificamos especialmente con el mito bíblico de Adán, aunque -todo hay que decirlo- algunos apuntes Tradicionales contiene. Pero está marcado, desgraciadamente, por un creacionismo con el que no comulgamos. Las posturas que defendemos son emanacionistas. El origen del hombre -como del resto del Cosmos- sería el resultado de la manifestación -por emanación- del Motor Inmóvil (echando mano de Aristóteles) o Principio Supremo. Por ello el hombre compartiría con dicho Principio la Eternidad (en forma aletargada; el fin a perseguir debería ser pasarla de potencia a acto: Despertarla). En cambio el creacionismo postula la creación ex nihilo (a partir de la nada) del universo y del hombre. Por tanto este último al no ser el resultado de la emanación de la Trascendencia Pura e Inmanifestada no compartiría con ella la Eternidad y la Inmutabilidad en forma de semilla que hay que reavivar y su Liberación (el Despertar del que habla el budismo) se hace, así, imposible.

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      Estamos con Plotino cuando afirmaba que dioses, démons, personas, animales, la naturaleza,... no son más que el resultado de la manifestación por emanación -en diferentes grados- del Principio Supremo; el Principio Divino o Motor Inmóvil como también se le ha denominado. Digamos que, por ejemplo, los vegetales y los minerales representarían algunas de las formas más burdas de la manifestación de dicho Principio.
     El Ser Supremo Incondicionado se manifiesta, primeramente, a través de fuerzas o numens que en momentos dados (en épocas y tradiciones diferentes) fueron caracterizados  –en modo mayoritario- de manera antropomórfica. Así el hombre empezó a hablar de dioses y de esta manera no sucedió que el vulgo devoto cayera en el olvido del hecho de la existencia de la Trascendencia, pues el Conocimiento del Ser Supremo y la Identificación con el mismo sólo están al alcance de unos pocos que ostentan una aptitud o unos impulsos proclives a la transformación real interior, pero la mayoría hubiera dado, por completo, la espalda a lo Espiritual si no se le hubiera hecho más fácil de ´entender´ y ´contemplar´ lo Trascendente gracias a la existencia de divinidades con forma; formas que se diferenciarán para cada etnia y/o cultura con el fin de que se adaptaran mejor a sus respectivos  parámetros existenciales, a sus sensibilidades y a sus idiosincrasias.

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      La Tradición diferencia entre Principio Supremo y dioses. Éstos vendrían a ser los “numens” de los que, p. ej., entendían los primigenios romanos y que no son  más que las fuerzas sutiles que dinamizan y armonizan el entramado cósmico. Por influencia de la mitología griega el pueblo romano acabó asimilando estos “numens” a divinidades que se correspondían, respectivamente, con las diferentes dinámicas que caracterizan a cada “numen”. Dichas fuerzas sutiles forman parte del mundo manifestado y no han de ser confundidas con el Principio Supremo sino que emanan de él al igual que toda la manifestación. El Principio Supremo es, pues, por el contrario, Inmanifestado e Indefinible.

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     Si el hombre (como el resto del Cosmos) es el resultado de la manifestación, por emanación, del Principio Supremo, en sus comienzos todavía era conciente de su ´reciente´ origen sacro y, más aún, vivía de acuerdo a él. La duda, por tanto, no cabía sobre la existencia de una Realidad Suprasensible que se estaba experimentando; sobre una Realidad Superior que le era evidente.

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     Y estos hombres sumisos que las religiones bíblicas modelan son el resultado de posturas como las que afirman que ´todo es contingente excepto dios´. Esto es:

     1. Que ante dios no somos más que insignificantes criaturillas que por sí mismas no pueden aspirar a ningún tipo de elevación espiritual.

     2. Que para nada compartimos su naturaleza divina, sino que nos encontramos mucho más cerca de la animalidad (o claramente dentro de ella) que de la divinidad.

     3. Que no emanamos del Principio Divino sino que somos el resultado de un acto creacionista que ha provocado un hiato ontológico insalvable entre lo divino y nuestra naturaleza.

     4. Que tenemos que reconocer la humildad del hombre debido a su irrisoria pequeñez.

     Pero dejémonos de tabúes y no hablemos de humildad, hablemos claramente de humillación. Ese hombre humillado por su creador bíblico no hará más que esperar pasivamente los tiempos, por venir, de la ´resurrección de la carne´, porque no posee la capacidad heroica de cambiar su incierto destino y de hacerse uno con el Ser (entre otras cosas porque no alberga en su interior la llama de la Trascendencia). Ese hombre humillado será siempre un pesimista que aceptará con bíblica resignación el destino que le ha impuesto su dios y nunca pensará en rebelarse, p. ej., contra sistemas políticos antitradicionales, injustos, alienantes y explotadores.

 

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     El hombre carece, según el hebraísmo, de espíritu, por lo que tras la muerte física nada le sobrevive al cuerpo y no queda más que esperar ´al final de los tiempos´ en el que la carne resucite y sobrevenga el ´paraíso terrenal´  . Hemos de señalar que la consideración de la existencia de una sola componente en el ser humano corresponde a una concepción monista de la vida que como mucho permite la licencia de poder hablar de ´cuerpos espiritualizados´. (1)

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     ¡Qué poco Trascendentes y qué materialistas resultan esas religiones que no creen en la Inmortalidad del alma (uno preferiría utilizar el término Espíritu) y que defienden la idea de que sin la existencia del cuerpo o materia aquélla -el alma- no puede existir! ¡Qué materialistas resultan estas religiones monistas!

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     Los dioses, como el hombre, han de encontrar el origen de su existencia en la manifestación -por emanación- del Principio Supremo incondicionado, sin forma.

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     ¿Cuál es nuestro origen divino? Consideremos que es el Principio
Supremo, el Motor Inmóvil, lo Trascendente o la Inteligencia Superior. De ahí -siguiendo a Plotino- procedemos por emanantismo. En la Antigüedad (fuera de los parámetros de la Metafísica y descendiendo al nivel de los cultos) los grandes héroes, las grandes familias -las ´gens´ romanas, los clanes celtas, las ´sippes´ germánicas-, etnias enteras se creían descendientes directos de dioses o diosas. De cualquier modo, el origen de los mismos dioses -si continuamos con Plotino y su obra “Las Enéadas”- sería el resultado del mencionado proceso de emanatismo del Principio Supremo, descondicionado y sin forma.

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     La misma familia de Julio César se consideraba descendiente de Venus. Por esta manera de pensar, hasta el mismo nombre genérico identificativo de algunos pueblos hacía referencia a su origen divino: godos (dioses). (2)

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      En todas las culturas Tradicionales el hombre siempre se creyó descendiente de los dioses. Los clanes, las tribus, las gens creían tener en alguna divinidad a su antepasado más remoto. Los Iniciados, al ir más allá de la forma concreta y antropomórfica que se le otorgaba a la divinidad, concebían al hombre como emanación de un Principio Supremo y, en consecuencia, lo hacían portador y potencial partícipe de la Esencia Inmutable y Sacra de dicho Principio. (2)

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     Las tradiciones precristianas siempre consideraron a la naturaleza como fruto por emanación de un Principio Supremo y, en consecuencia, la alzaron al pedestal que le correspondía y tuvieron árboles, bosques, montañas,... como lugares sagrados y de culto.

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     La corriente de un río no equivale a la fuente de la que emanó pero su esencia es la misma: agua. Atman es por ello igual a braman. Y no hablamos de nada que ni por asomo se asemeje a panteísmo, pues atman anida aletargado en nosotros pero el resto del mundo manifestado no es atman, sino que son numens, demons, seres vivos, minerales,… que no son atman ni lo contienen y que, por tanto, hacen inviable cualquier atisbo de panteísmo: son otra realidad.

     En la misma línea, Evola quiere expresar no que el samsara comparta Identidad Trascendente con el nirvana sino que la semilla divina –atman- que anida en el seno de parte del samsara (léase del hombre, pues dicha semilla es lo que hay de Trascendente en el mundo de la generación, del devenir y de la necesidad =samsara) comparte Identidad con el Principio Supremo o nirvana –o braman-.

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(1)  Léase en nuestro escrito “Cosmovisiones cíclicas y cosmovisiones  lineales”: http://www.geocities.com/Athens/Troy/1856/Cosmovisiones.htm
(2)       Extraído de nuestro ensayo titulado “Contra el darwinismo”: http://septentrionis.wordpress.com/2009/02/19/contra-el-darwinismo/

 

                                    
Eduard Alcántara
septentrionis@hotmail.com
Septentrionis Lux 

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