LA GUERRA DE CIVILIZACIONES QUE ESTALLÓ UN 11S


En estos días y en los que se acercan varios temas concurrentes conmoverán a la opinión pública mundial. Se aproxima una fecha de significativa importancia que merece una serie de interpretaciones. Si lo juzgáramos desde el punto de vista moral el 11S del 2001 fue un hecho repudiable porque murieron intempestivamente unas 3000 personas y eso está muy mal como son malas todas aquellas guerras en las cuales mueren civiles que no se encuentran en el frente de batalla, como fue malo Hiroschima, como hoy lo es también Falluja en Irak en donde, a causa de las bombas de fósforo blanco enriquecido con uranio que lanzaran los norteamericanos, nacen niños malformados. Y como también sucede con los recién nacidos en el valle Afgano de Kunduz, y como todas esas inútiles masacres que conlleva esta guerra interminable. Guerra de la cual los medios no hablan habitualmente pues, a diferencia de las otras, se trataría de una ‘misión humanitaria’ para liberar a las mujeres de una opresión milenaria o para combatir al ‘terrorismo internacional’ por lo que no adquiere la categoría de las guerras convencionales entre naciones enfrentadas.
Pero nosotros el análisis lo queremos hacer desde un punto de vista político y no moral. Juzgamos pues los hechos y, tal como diría Karl Schmitt, la lucha antagonística entre amigo y enemigo, esa lucha irreversible que se ha dado en combatir independientemente de que nos guste o no. Dos bandos se han perfilado a partir de tal fecha en una guerra que podemos definir sin más como de civilizaciones y que ya lleva nueve años de existencia y que tiene visos de prolongarse mucho más en el tiempo. Pero acá, ya que hemos acudido a un concepto bastante trillado, queremos corregir en el uso del mismo al politólogo yanqui Samuel Huntington el cual, siguiéndolo a Spengler y a Toynbee, equipara tal guerra con un conflicto entre naciones, entre la nación islámica representante del Oriente contra la nación cristiana representante del Occidente. Y esto, lo hemos dicho hasta el cansancio, es una falacia absoluta ya que ni Al Qaeda o los talibanes se singularizan meramente por ser islámicos, ni tampoco Obama, o Zapatero, o Sarkozy por ser en cambio cristianos. Acá es en vez una lucha entre dos concepciones del mundo contrapuestas, lucha en la cual pueden participar de los dos bandos sea cristianos como musulmanes o budistas. Se trata de un proceso, el de la modernización, del cual las religiones no han permanecido ajenas, y la nuestra, la católica, en especial a partir del último Concilio en donde el papado, y tal lo demostrara con nosotros en la guerra de Malvinas, se encuadra abiertamente del lado del mundo moderno, el de la vida y el de la paz a cualquier precio aunque la misma signifique la pérdida del honor, siempre y cuando quede en pié nuestro pellejo.
En dicha guerra -y esto es lo que la distingue de otras- el antagonismo que existe es entre principios, en cambio en la guerra de naciones lo que contrastan son intereses, y los que allí luchan lo hacen en función de un mismo principio, consistente en un apetito de dominio de bienes materiales principalmente económicos o el mero despliegue de una voluntad de potencia. Con la modernidad, a diferencia de otras épocas, las guerras comenzaron a ser por meros intereses, la última guerra en la que se combatió por principios fue la Primera Guerra Mundial, la Segunda en cambio comenzó siendo por intereses y por conquista de espacios vitales para irse convirtiendo, finalizando casi la contienda, en una lucha entre concepciones del mundo simbolizada como democracia contra fascismo. En la guerra fría el conflicto fue abiertamente por intereses y se lo vio diáfanamente a través de su conclusión en tanto Rusia y Norteamérica luchaban por un mero dominio espacial y material del planeta. Ambos eran materialismos que disputaban para ver cuál de los dos era el más poderoso. En cambio ahora en los distintos frentes de batalla que se abrieron luego del 11S sea en Asia como en África, lo que se combate es por concepciones del mundo. Es un error hablar de lucha religiosa entre el Islam y el cristianismo como cree Huntington recreando nuevamente el espíritu de las Cruzadas. Hay islamistas modernos del mismo modo como hay cristianos tradicionales y fundamentalistas. Lo que distingue a uno de otro es el eje existencial en el que las dos civilizaciones se han encuadrado. O lo que es simple vida, comprendida como un despliegue ilimitado de libido y de apetitos materiales plasmados en un orden conocido como de democracia, tal es la modernidad, o en cambio lo que es supravida, eternidad, dimensión metafísica y en consecuencia un orden en el que el Estado se superpone a la sociedad en tanto se asocia con lo sacro, de allí el Califato, que es el equivalente a nuestro ideal de Imperio. Dicha figura no queda restringida a meros intereses nacionales, por tal razón por ejemplo Al Qaeda no lucha tanto por la independencia de Irak o de Afganistán o de otro país en donde está presente, sino por la derrota del mundo moderno y la instauración de su sustituto, un califato o un imperio universal.
Pero asociado a tales hechos el 11S ha tenido el valor de romper con un mito arraigado en nuestra civilización tras tantas décadas de Hollywood y de series televisivas pintándonos un imperio invencible, único, superior en eficiencia a todos los que han existido en la historia y además contando para ello con el auxilio de una serie de ideólogos que se han encargado de resaltarlo sea en forma de proselitismo como Fukuyama que llegaba a decir que con la caída del comunismo se había terminado la historia con la constitución de un imperio universal con sede en Nueva York, como pretendidamente negativa a través de toda esa pululación de teorías montajistas que adscriben al inventario de su poderío todo lo que sucede en la historia aun lo que en apariencias lo dañaría.
El mito de Rambo, es decir del Imperio omnipotente elaborado por el cine yanqui y retransmitido en clave intelectual por una interminable serie de escritores que lo han estado sirviendo en forma irresponsable en todos estos tiempos, se ha derrumbado estrepitosamente un 11S. Y esto no lo decimos simplemente por el hecho de que se demostró la ineficiencia del Imperio en poder derrotar a una simple organización que luego de aquella fecha ha multiplicado sus frentes de combate, sino por las diarias evidencias que cotidianamente se manifiestan en relación a tal hecho.
Hace un par de días la emblemática Condolezza Rice, principal secretaria de Estado y asesora del gobierno de Bush, nos ha narrado ciertos pormenores que nos ilustran en forma sintomática lo que fue aquella fecha. Resulta ser que en el mismo momento en que 19 mártires se inmolaban en las Torres Gemelas destruyendo unos 30 bancos y unas 100 mesas de dinero en el centro financiero del planeta, Condolezza nos explica cómo del lado contrario, el del mundo que privilegia la vida, el sexo y la economía entraba en un verdadero estado de colapso, cosa increíble en un Imperio del cual Fukuyama, Hollywood y la interminable falange de escritores y periodistas nos contaran gestas y capacidades inigualables. Resulta ser que el bunker de la Casa Blanca se llenó estrepitosamente de gente temerosa de correr la misma suerte que los habitantes de las Torres. El aire prontamente se convirtió en irrespirable y hubo que intervenir con la fuerza para sacar de allí a aquellas personas que no eran tan imprescindibles. Se quedó así la élite, pero no toda. Nos relata también al respecto que Bush le manifestó desde el lugar de dónde estaba su intención de dirigirse al bunker, pero Condolezza primeramente le sugirió y luego lo conminó a los gritos que se quedara en dónde estaba… Y Bush obedeció. Ya en ese momento una persona de color tomaba las grandes decisiones de la política del ‘imperio’. Pero lo más insólito fue lo siguiente. En menos de un instante colapsaron todos los medios de comunicación ultrasecretos de la dirigencia norteamericana y las comunicaciones importantes se tuvieron que hacer por celular, lo cual de haberse planeado en ese entonces un ataque de mayor envergadura hubiera terminado en pocos minutos con todo el poderío norteamericano por lo fácil que hubiese sido interferir esas comunicaciones.
Un tigre de papel, un imperio débil y crepuscular, el mundo moderno en su fase final de Kali-yuga.

Marcos Ghio
9/9/10