LA GUERRA TOTAL* (en 1936)
                                                                                           por Julius Evola

 

 

El concepto de “guerra total” es uno de los más característicos de nuestra época. No se trata aquí de cuestiones relativas meramente a asuntos técnicos o militares. Este concepto se refiere fatalmente al ámbito de una concepción general de la vida y se encuentra destinado a ejercer su influjo aun en un orden superior de valores. Se ha escrito mucho a tal respecto a partir de un pequeño libro editado en Francia en 1920 cuando por primera vez hizo su irrupción la expresión “guerra total”. Desde 1926 a 1928, en ocasión de las reuniones de Ginebra sobe el desarme, siempre fueron recurrentes las fórmulas “potencial de guerra”, “desarme moral” y “desarme total”. La doctrina del “Estado totalitario” dio luego un fuerte impuso a este orden de ideas que tuvo su definitiva formulación en el conocido libro Totale Mobilmachung (Movilización total), publicado en 1930 por Ernst Jünger y en el reciente opúsculo del general Ludendorff, La guerra total (1936), respecto del cual ya tuvimos ocasión de hablar (1).
En Alemania una indirecta, pero importantísima contribución a la teoría de la “guerra total” se debe al notorio filósofo del derecho y sociólogo, profesor Carl Schmitt, que ya en 1927, en su obra El concepto de lo político resaltó de manera incisiva la esencia del Estado totalitario en función de los conceptos de “amigo” y “enemigo”, de “enemigo total” y de “lucha total”. Al mismo Schmitt se le debe un ensayo especial sobre este tema de muy reciente publicación (2). Respecto del mismo queremos tomar el punto de partida para precisar las ideas, que muchas veces son reducidas a vacías fórmulas estereotipadas por parte de un cierto periodismo político.
Hay que distinguir sobre todo el alcance directo del concepto de “guerra total” de todo aquello que, en el sentido de una más vasta transformación de valores, el mismo implica.
Respecto del primer punto, el concepto totalitario de guerra es el que exige el uso extremo, hasta las últimas reservas, de todas las fuerzas de una nación. La guerra total abre aquí un necesario corolario de la doctrina del Estado total. Sobre la base de tal doctrina, las naciones se nos presentan como otros tantos organismos vivientes, que obedecen, en cada una de sus partes, a una férrea organización, y que no reconocen alguna ley superior a su voluntad de conservación, de existencia y de dominio. Es así que la lucha, en la cual una de estas naciones se encuentra comprometida, no puede conocer atenuaciones: la misma compromete a la totalidad de la nación, a todas sus fuerzas sea materiales como morales, e impone el deber de no descuidar ninguno de los medios aptos para destruir física y moralmente al adversario.
De aquí se recaban dos consecuencias. El concepto de “guerra total” elimina la distinción entre soldado y burgués, entre combatiente y no combatiente. Esto, no sólo a causa de los medios modernos de la guerra (sobre todo los aéreos), por medio de los cuales la totalidad del territorio de las naciones comprometidas se transforma en una “zona de operaciones”; sino a causa de la “movilización total”, la cual compromete a toda la vida económica de la nación en función de la guerra y, luego, a causa del hecho de que una característica de la guerra total, a diferencia de las parciales del pasado, consiste en el uso de todos los medios aptos para desmoralizar al adversario, a socavar, por decirlo así, el terreno bajo los pies de los combatientes verdaderos y propios destruyendo la moral de aquellos que se encuentran en el resto del territorio, expuestos sea a la acción del bloqueo económico, como de la guerra aérea, o de la ebullición social.
Esto nos conduce al segundo aspecto, que nosotros queríamos resaltar en la “guerra total”, aspecto que por cierto es poco simpático, pero que está determinado por una lógica fatal. El concepto de “guerra total” parece llevar consigo la liquidación de todo residuo de espíritu caballeresco, de cualquier escrúpulo, de cualquier humanitarismo y casi una regresión a lo que puede acontecer en una lucha salvaje por la vida o la muerte. Ésta es la fatal consecuencia de las premisas irracionalistas de la teoría del “Estado totalitario”.
Schmitt ha resaltado con razón que en la base de tal doctrina, de la misma manera que lo que prevalece en los tiempos modernos, se encuentra una distinción primaria, radical e intransigente entre “amigos” y “enemigos”, lo cual se hace patente en la expresión “el que no está con nosotros está en contra nuestro”, sin atenuaciones, con exclusión del derecho de cualquier principio superior, ético o espiritual o jurídico, a intervenir como criterio determinante. Sobre esta base resulta evidente que una nación no dará marcha atrás frente a nada con tal de destruir al enemigo. Uno de los aspectos de la moderna guerra total se refiere a la “movilización ideológica”. En lugar del respeto por el adversario se acude a cualquier medio para calumniarlo, desacreditarlo moralmente y a convertir en odioso al enemigo. No faltan al respecto antecedentes. Ya en su momento la guerra de Inglaterra contra Napoleón recibió el carácter de una especie de Cruzada. En la guerra de 1914-1918 contra Alemania la propaganda de los Aliados ha tratado de movilizar enormes energías espirituales y morales en contra del “militarismo” germano-prusiano en el nombre de la civilización, la humanidad, la democracia y la libertad. Y Schmitt ha puesto de relieve la parte deletérea que ha tenido al respecto la ideología progresista de Herbert Spencer y su interpretación de la historia puesta al alcance de todos por una cantidad de divulgaciones: Spencer ha en efecto concebido el progreso de la humanidad en los términos de un desarrollo que va del feudalismo al comercio y a la economía, del soldado al industrial, de la guerra a la paz, de la política a la técnica. Por tal camino, la figura del soldado de tipo ‘prusiano’ aparecía sin más como algo ‘feudal’, ‘reaccionario’, como un residuo ‘medieval’ que obstaculiza la paz y el progreso. Es notorio a todos los efectos de esta movilización ideológica, caso único en la historia, que la guerra mundial concluyó en modo tal que en vez de establecerse verdaderos y propios tratados entre vencedores y vencidos en una especie de veredicto que condenaba y castigaba a los vencidos.
Es de prever que en las formas futuras de guerra total se vaya aun más adelante en esta dirección y que no se reparará en la utilización de cualquier medio con tal de abatir moral y físicamente al enemigo. Tal lo acontecido con el uso de los gases letales, los cuales luego de haber despertado en un primer momento una indignación generalizada, han terminado con el tiempo convirtiéndose en medios utilizados por toda nación no quedando tampoco excluida incluso la “guerra bacteriológica” en contra de una nación enemiga de lo cual hoy apenas se habla pero que en el futuro no encontrará mayores obstáculos para su aplicación.
Ante estas perspectivas es natural que hoy las grandes naciones reflexionen a fondo antes de lanzarse a una guerra verdadera y propia y busquen por cualquier medio resolver las desavenencias y eviten los casus belli arribando a compromisos que a veces no representan una verdadera paz, pero ni siquiera una situación de guerra abierta. Tal es por ejemplo el caso de las denominadas represalias militares, como el de las ‘sanciones’, y por la misma razón se han visto en la posguerra conflictos armados que no pocas veces acudieron a importantes empleos de fuerza y a verdaderas irrupciones en los territorios de otro pueblo, sin ninguna formal declaración de guerra. Si en este último período se han verificado incidentes y divergencias, que en tiempos pasados habrían sido suficientes para producir no una, sino diez veces el estado de guerra (bastará tan sólo citar el conflicto italo-británico y luego la serie de incidentes vinculados a la guerra civil española), sin que en cambio nada semejante haya acontecido, esto se debe esencialmente a la conciencia respecto del carácter total que fatalmente habrá de asumir cada guerra futura entre las grandes naciones.
Antes de que las naciones se lancen a la ‘guerra total’ -dice con razón Schmitt- hay que preguntarse si hoy en día entre las naciones europeas exista verdaderamente una ‘enemistad total’.
“La guerra y la enemistad son fenómenos que no se pueden eliminar en la historia de los pueblos. El verdadero mal se lo tiene sin embargo sólo cuando, como en el caso de la guerra mundial, la enemistad se desarrolla a partir de la misma guerra, en vez de tenerse en cambio lo que sería justo y sensato esperar: es decir que sea una enemistad preexistente, no eliminable, pura y total la que conduce a la guerra total como a una especie de juicio de Dios”.
Difícilmente se podría contestar a la legitimidad de una tal exigencia. Sin embargo nos parece que es también difícil satisfacerla, mientras que las naciones permanezcan en aquella forma irracionalista y despóticamente militante de la política a la cual se ha hecho mención y que justamente Schmitt ha magistralmente descripto en su obra El concepto de lo político y en vedad casi con la persuasión de que no haya otra manera de hacer verdadera política. Con encuadramientos puramente irracionales, pasionales, militantes, o también dictados por puros intereses materiales, entre ‘amigos’ y ‘enemigos’ es imposible hallar una mejor situación para el futuro. Frente a esto la única condición es que la política se subordine a una idea, es decir a principios verdaderos y propios, válidos de manera inmutable e independientemente de su utilidad inmediata y de su aptitud para ser explotados como ‘mitos’. Sólo en este caso será posible una discriminación verdadera entre amigos y enemigos, por afuera de cualquier situación contingente e irracional, y se podrán determinar los verdaderos límites, más allá de los cuales no hay otra solución sino la guerra total. Aunque sea embrionariamente nos parece que en la historia última se preanuncia un cambio de tal tipo: subsisten es verdad antagonismos de todo tipo entre los pueblos europeos, pero se están también delineando encuadramientos supranacionales determinados por ideas opuestas: por un lado el encuadramiento de la tercera internacional y de los frentes populares aliados a la misma, por el otro, el bloque anti-bolchevique y su eje ‘Roma-Berlín’. Y es sumamente probable que, si una ‘guerra total’ se tendrá que verificar en el futuro más inmediato, es justamente entre tales fuerzas que la misma acontecerá, y entonces será una guerra también de caracteres espirituales, en el sentido más elevado del término.
Queremos considerar, junto con Schmitt, un último punto, el que se refiere a las relaciones entre la guerra total y las formas políticas internas. Hemos ya hecho mención a que la concepción totalitaria de la guerra tiene su correlato propio en un tipo determinado de Estado. Además, y en particular, nos debemos referir a la nueva teoría de la ‘nación guerrera’. Schmitt escribe al respecto:
“El ideal constitucional inglés ha elevado la subordinación del soldado respecto del burgués al valor de una concepción del mundo, difundida por la misma en el transcurso del liberal siglo XIX a través de todo el continente. De acuerdo a este ideal constitucional, la civilización se identifica con el predominio de los valores civiles, burgueses y, en cualquier caso, esencialmente no militares. La constitución, de acuerdo a tales posturas, es sólo un sistema civil y burgués, en el cual, de acuerdo a la conocida fórmula de Clemenceau, el soldado tiene razón de ser sólo en función de la defensa de la sociedad burguesa y bajo la dirección de los burgueses. La Alemania prusiana ha combatido por todo un siglo en contra de este ideal constitucional burgués y en el otoño de 1918 ha perdido esta batalla”.
Hoy el contraste vuelve a surgir y nuevas fuerzas se oponen en forma decidida al ideal constitucional inglés y francés en el sentido de afirmar la necesidad de una organización unitaria de tipo militar y guerrero de todas las energías de una nación. Se pone aquí el problema de las relaciones entre una tal postura y el tema de la guerra total. Si la ‘movilización total’, tal como se ha mencionado, destruye la distinción entre el soldado y el burgués, resulta de ello por igual que el soldado se puede transformar en burgués de la misma manera que el burgués se puede transformar en soldado, o bien que el uno y el otro pueda dar lugar a un tercero y nuevo tipo.
“Esto depende del carácter complejo de la guerra -vuelve a decirnos Schmitt. En una guerra verdadera de religión el soldado aparece como el instrumento del sacerdote y del predicador. Una guerra total determinada por premisas económicas lo convierte en el instrumento de los grupos económicos dirigentes. Existen otras formas, en las cuales el soldado en sí mismo aparece como una figura típica y un modelo y vale como la expresión potencializada del modo de ser de un pueblo”.
Mucho induce a suponer que este último sea el caso en lo relativo a las naciones que hoy han rechazado el ideal constitucional burgués y que se están organizando como ‘naciones guerreras’. Aquí sin embargo surge el peligro de no poder superar aquel punto muerto, hallado por nosotros al hablar de una ‘enemistad total’ no sólo irracional y por decirlo así, biológica. Poner como límite extremo la idea del ‘Estado militar’ significa en efecto detenerse al equivalente de aquello que podría ser un organismo viviente en el cual la pura voluntad y las puras potencias de acción -sin referencia a ningún principio superior- constituyesen la última instancia. No hay que ilusionarse: la politización y militarización totalitarias de toda forma de vida nacional equivalen a una saturación a través de ‘potenciales’ que, con el tiempo, crean una tensión insostenible y por lo tanto la necesidad de una solución violenta, de una descarga. Esta descarga es la guerra, y guerra, en el día de hoy significa guerra total.
Se trata por lo tanto de estudiar con toda atención cuál es a tal efecto la verdadera relación de causa y efecto, es decir, si es la perspectiva de la guerra total la que dicta perentoriamente un sistema de centralización, de ‘politización’ y de militarización a ultranza en cada sector de una nación; o bien si es el abuso mismo de un sistema de tal tipo el que nos empuja indirectamente hacia una posible guerra total, de tipo irracional, puesto que la misma tendría esencialmente el fin de propiciar la descarga de potenciales guerreros arribados a un grado insostenible de saturación.
Este punto es muy importante para nosotros y es necesario tener el coraje de ver claramente hasta el fondo de las cosas. Es un hecho que en ciertos aspectos exteriores relativos justamente a la centralización y al totalidad el sistema soviético tiene rasgos comunes con los de los Estados nacionales anti-bolcheviques: por lo cual, en el contexto de cierta prensa liberal se ha hablado del fascismo como de un bolchevismo invertido. Para disipar cualquier equívoco a tal respecto es necesario arribar al reconocimiento del carácter contingente, transitorio de algunas formas totalitarias presentadas también por parte de los Estados modernos nacionales y tradicionales y de la necesidad de integrar la militarización relativa a los mismos mediante la referencia a un orden más alto de valores. Queremos decir, sobre todo, que en un manera u otra, no es por cierto la de una paz idílica la perspectiva de nuestro futuro: y ante la vigilia y la antevigilia de una guerra la que fatalmente será ‘total’, los mismos Estados nacionales tienen no sólo el derecho, sino también el deber de organizar todas sus fuerzas en un único bloque armado. Éste es el sentido de su ‘centralización’; allí donde las formas bolcheviques correspondientes provienen directamente de un principio, no de una necesidad: la de la aberrante doctrina del hombre-masa y de la destrucción colectivista de la personalidad.
En segundo lugar, hablando de la subordinación de la militarización y valores más altos, no queremos de ninguna manera invalidar el valor de un modo general ‘guerrero’  de ser y de una educación correspondiente: un tal modo de ser tiene incluso para nosotros una dignidad irrefutablemente superior a la de cualquier forma liberaloide, burguesa y puramente cerebral de vida, aun prescindiendo de cualquier referencia a la guerra. Es necesario tan sólo darse cuenta de que, por tal vía, se evocan y se alimentan ‘cargas’ heroicas que en un determinado momento hay que conducir hacia alguna solución, todos los sucedáneos de la vida de paz, como el deporte, los desfiles, etc., no bastan para tal fin. La imagen que mejor nos da el sentido del peligro de una tal situación es la de una corriente que, en lugar de transfigurarse en luz, da lugar a un cortocircuito: y nosotros hemos ya dicho lo que signifique esta solución. En cuanto a los mencionados ‘puntos de referencia superiores’, nosotros por cierto no pensamos al respecto en cualquier retorno ideal constitucional burgués y por lo tanto rechazamos cualquier subordinación del soldado y del guerrero a la ‘sociedad civil’, a las potencias económicas y a la causa democrática. Nosotros pensamos aquí más bien en formas de verdadera espiritualidad, en una cultura en sentido superior, en un conocimiento firme y claro en los principios, cosa imposible sin referencias trascendentes. Desarrollar una acción en tal sentido significa proveer a las fuerzas heroicas un alma y un punto interior de consistencia que permite a las mismas un desarrollo que no tenga la ineliminable necesidad de aquellas descargas externas violentas, de las cuales se ha hablado.
Por lo demás, resulta claro que esta misma es la condición para desintoxicar las formas políticas de los elementos irracionales y contingentes en aquel sentido que ya indicáramos al tratar respecto de la determinación del verdadero ‘enemigo total’. Una nación, en la cual el estilo guerrero se encuentre acompañado de una soberana claridad de visión y de la rigurosa adhesión a principios verdaderos es aquella que no se dejará tomar nunca en una tal coyuntura, similar a la de paranoicos que, en un determinado momento, golpeados por un ataque insostenible de su mal, saltan ciegamente, para descargarse, al cuello de los otros; pero será la nación la que sabrá reconocer al verdadero amigo, al verdadero enemigo, y el caso en el cual, en el nombre de una idea, la misma debe surgir de pié y jugar hasta en su última carta una partida suprema.