EL HOMBRE DE LA TRADICIÓN (I): RAÍCES

    
    

 En un mundo que ha llegado a las más altas cotas de disolución imaginables se hace imprescindible que el hombre que quiera sobrevivir en medio de tantas ruinas sepa qué actitudes existenciales debería seguir por tal de intentar no sucumbir en medio del marasmo envilecedor, desarraigante y desgarrador al que la modernidad y la postmodernidad lo quieren arrastrar. Sin duda son la actitudes propias del Hombre de la Tradición las que suponen el antídoto idóneo ante las dinámicas disolventes de los tiempos presentes.

     Con estas certezas vamos a consagrar este escrito y otros futuros a la aproximación a un retrato interior, lo más fiable posible, alrededor de este Hombre de la Tradición. Y lo vamos a empezar haciendo con la convicción de que para que el mismo no se convierta  en un concepto etéreo y quimérico sino en un ser con entidad la persona que aspire a construir en su ser este ideal debe ser fiel a las que, en tiempos no disolutos, fueron sus más genuinas raíces y su más sacro origen, pues de faltar éstos la asunción de dicho ideal se tornará irremisiblemente irrealizable, tal cual nos advertía el mismo filósofo estoico Séneca cuando afirmaba que “el árbol que ha sido muchas veces trasplantado, finalmente no puede crecer”; pues, añadimos nosotros, sus raíces han sido zaheridas con tanto trasplante.

     Un árbol sin raíces (pasado) es inviable y sus frutos (futuro) serán, por ello, inexistentes. Pasado y futuro que son necesarios para arribar al presente eterno y que se plasman en esta sentencia de Fiedrich Nietzsche: 
     "El hombre de más larga memoria es el de mayor futuro".

     En la misma línea que el filósofo alemán -aunque seguramente, al igual que aquél, sin ser consciente de la dimensión metafísica que se le puede dar a su reflexión- nos recordaba Don Miguel de Unamuno que "es visión del pasado lo que nos empuja a la conquista del porvenir; con madera de recuerdos armamos las esperanzas".

     Si Nietzsche nos hablaba de "el hombre de más larga memoria..." Séneca nos decía que "la buena memoria es principio de sabiduría", ya que en la certidumbre de nuestro origen sacro es en la que se está en condiciones de querer reactivarlo, despertarlo de su letargo y aspirar a la consecución de la Gnosis (=de la Sabiduría).
     
     El historiador griego Plutarco -que vivió a caballo de los siglos I y II d. C. y que fue iniciado en los misterios de Apolo, convirtiéndose en el principal de entre los dos oficiantes de los ritos consagrados a este dios en el Oráculo de Delfos- nos advertía de los peligros que, de cara a olvidar las raíces sagradas y de cara a perder cualquier posibilidad transustanciadora y Liberadora, pueden venir causados por cualquier tipo de cruza. Y nos lo advertía con estas palabras:
     "Dicen los tintoreros que los colores al mezclarse se degradan y llaman degradación a la mezcla".

     Tras el palmito y la pretensión presuntuosa de querer ser ´originales´ se excretan auténticos engendros "culturales" y/o "artísticos" que se dicen no ser herederos de nada sino frutos del "ingenio" de sus ególatras autores. El desprecio por la tradición (independientemente de que sea ésta sacra o desacralizada) se hace patente en dichos engendros y es motivo de alarde por parte de sus autores. Rebatiendo a estas egocéntricas tendencias nos señalaba el arquitecto Antonio Gaudí que "la originalidad es la vuelta al origen".  

     Sobre el ´origen´ el gran Tradicionalista suizo Frithjof Schuon apuntaba que "toda la existencia de los pueblos antiguos y en general de los pueblos Tradicionales está dominada por dos idea clave, la del Centro y el Origen". Ideas, ambas, que resultan complementarias por cuanto el origen mítico y divino venía siempre asociado con la existencia de una sede o un Centro Primordiales también míticos y sagrados que era posible redescubrir y Restaurar si el hombre se Reencontraba a sí mismo y recomponía la Integridad perdida en su ser y que conllevó a la desaparición de la Edad de Oro que floreció en dicha Sede Solar y Olímpica. 

     El gran intérprete italiano de la Tradición Julius Evola escribió sobre la potencialidad que debe atesorar el hombre que aspire a lametanoia o transformación interior. Una potencialidad que tiene que ver con su origen sagrado, pues si éste es inexistente no habrá semilla de la Eternidad que despertar. Es por ello que nos advertía de que "para ser realmente ario los textos indicaron, en efecto, una doble condición; el nacimiento y la Iniciación. Ario se nace, no se deviene: nascitur, no fit". Con ello nuestro autor previene de cualquier mezcla promiscua que altere las raíces divinas de la estirpe.

    Exactamente en la misma línea Evola escribe que "ario se nace, no se deviene. La arianidad es un privilegio de la sangre y una herencia insustituible".

     Dinamitar una estirpe con las mezclas imposibilita que el hombre vuelva a recuperar la sacralidad perdida y que nuestro ideal de Hombre de la Tradición pueda convertirse en realidad. Así nos los expresa Evola al definir lo que él entendía por ´Tradición´:
     "La Tradición es, en su esencia, algo metahistórico y, al mismo tiempo, dinámico: es una fuerza general ordenadora en función de principios poseedores del carisma de una legitimidad superior -si se quiere, puede decirse, también, de principios de lo alto- fuerza que actúa a lo largo de generaciones"; generaciones, obviamente, concebidas en el marco de una misma estirpe.

     Cuando Evola nos advierte sobre estos peligros lo hace igualmente sobre el que compete a la mezcla entre las diferentes castas propias del Mundo Tradicional; castas cuya desaparición es producto de unas mezclas que, a la vez, son consecuencia de la pérdida de referentes de la Tradición propia de los procesos deletéreos que acabaron con el Satya-yuga o Edad Áurea. Es en este sentido como reproducimos unas reflexiones suyas que no pueden representar mejor colofón para estas líneas y que no pueden compendiar mejor lo que en ellas se ha querido expresar con el inestimable apoyo de las citas relacionadas:
     "La ética individualista corresponde indudablemente a un estado de mezcla de los linajes, en la misma medida en que la ética del ser uno mismo corresponde, en cambio, a un estado de pureza racial predominante. Allí donde las sangres se cruzan, las vocaciones se confunden y cada vez resulta más difícil ver claramente la propia naturaleza, crece cada vez más la volubilidad interior, señal inequívoca de la falta de verdaderas raíces."    

     Eduard Alcántara
     septentrionis@hotmail.com