LA MASACRE DE AURORA

UN HOLMES QUE NO ERA SHERLOK

 

Los amantes de las novelas y cuentos policiales siempre han tenido como a uno de sus héroes predilectos al flemático detective Sherlok Holmes, especialista en resolver los intríngulis y misterios más complicados de la temática criminal.
Pero esta vez, con el transcurso de la historia y el adentrarse más incesante y terminal del Kaliyuga, las cosas han cambiado radicalmente. Si bien la problemática sigue siendo policial y delictiva, el Holmes del que aquí se trata ya no es el detective legendario, sino el delincuente sanguinario y la docena de asesinatos cometidos en un lapso de tiempo singularmente breve y fulminante, con la adicional secuela de seis decenas más de heridos, varios de ellos agonizando, escapan a todas las explicaciones convencionales dudando muchos de que, de haber existido el Sherlok antes aludido, se las habría podido encontrar finalmente.
La ciencia policial y sociológica, pasados los primeros instantes de asombro y conmoción, dice toparse con un extrañísimo misterio que tiende a romper con los cánones antes conocidos. ¿Cómo puede ser que alguien ‘normal y alegre’, de destellante pelo rojizo, destacado alumno en el colegio y sin ningún tipo de motivación ideológica, así como carente totalmente de agresividad, haya podido ser el artífice de un crimen semejante cometido en un cinematógrafo ante la vista de todos en el momento en que una multitud de jóvenes y no tanto disfrutaba del estreno de una de las series de entretenimiento más exitosas? Si bien se nos recuerda que esto no es la primera vez que sucede, en especial en los EEUU, país  habitualmente golpeado por el fenómeno de las grandes matanzas colectivas entre su misma población, el caso aparentemente escapa a las reglas comunes. Los criminales de este tipo, por lo general, cuando no son sujetos resentidos y problemáticos, seres burlados, traumados y desquiciados socialmente, dicen hacerlo por motivos políticos o hasta religiosos, alegan darnos explicaciones complicadas e incluso se suicidan luego del magnicidio cometido. Pero este nuevo Holmes que se nos ha aparecido ahora, tal como decimos, un sujeto aparentemente ‘normal’, parece ser que ha comenzado a dictarnos reglas nuevas para tratar de comprender un fenómeno recurrente aunque quizás -y es nuestra explicación- la misma deba hallarse en la agudización de la crisis en la que se encuentra transcurriendo nuestro mundo representado ello un anticipo dramático de que esto que sucede ahora puede llegar a convertirse, cuando ya no lo es ahora, en una cosa normal y colectiva.
Ya desde hace tiempo, cuando se ha tratado de describir a la personalidad del norteamericano, se ha puesto el acento en su carácter primitivo e infantil. El mismo podrá sí ser disimulado por los distintos descubrimientos tecnológicos que allí suceden con tanta frecuencia, por su gran espectacularidad, omnipotencia y poderío bélico y por la gran multiplicidad de medios de los que dispone, pero esto que acontece en una esfera principalmente material y externa no es suficiente para ocultar otras carencias esenciales que suceden en el ámbito de una realidad superior de carácter espiritual. Un alma infantil, si bien puede repetir como el primero del grado una serie de principios morales y religiosos de manera monótona y reiterativa, tal el caso del reciente discurso de Obama lamentando la reciente matanza del cinematógrafo de Aurora, en el fondo es incapaz de diferenciar realmente entre lo bueno y lo malo, entre lo justo y lo injusto, entre lo que pertenece propiamente a la libertad y lo que es en cambio alienación y esclavitud. Porque el niño es aun individuo y por lo tanto tiene rasgos muy leves de personalidad, los cuales pueden incluso menoscabarse si la sociedad se encuentra regida por seres que espiritualmente son de su misma condición.
Los ejemplos de esto huelgan. Días antes de tal acontecimiento y sin haber alcanzado la relevancia que ha tenido hoy la matanza efectuada por Holmes, un video de muy escasa difusión mostró cómo aviadores norteamericanos, armados de sofisticados periscopios, mientras enfocaban puntos fijos de peatones civiles afganos en sus habituales tareas, los que eran muertos con precisión milimétrica, simultáneamente a ello y como lo más insólito de todo, hacían todo esto cantando con estrepitosa alegría como si estuviesen manipulando los teclados de un videojuego, resultando ello algo típico de un niño que carece del sentido último de lo que está realizando. Ni qué decir de las torturas con las que habitualmente son sometidos los prisioneros de guerra, así como las humillantes fotografías sacadas con los mismos en posiciones agraviantes las que también son acompañadas con naturalidad y alegría por parte de los que ejecutan tales acciones.
En tanto el niño carece de una verdadera conciencia moral, es de destacar que este vacío de una dimensión propia de la condición de persona él lo sustituye por una adhesión espontánea hacia todo lo que es sensible y material, la que suele manifestarse con el gusto exasperado por lo espectacular, llamativo y estentóreo. Esto mismo es lo que puede encontrarse especialmente en el cine norteamericano a través de esa saturación de efectos especiales cada vez más impactantes e invasivos por medio de los cuales se tiende a subvertir lo que tradicionalmente fue la experiencia teatral en donde siempre estuvieron separados en forma tajante el espectador del escenario y en la cual resultaba motivo de burla, considerándoselo como un acto de inmadurez infantil, la actitud de aquel que, en un estado de arrobamiento, olvidaba la diferencia que siempre existe entre lo real y lo imaginario, entre aquello que realmente es y lo que en todo caso, al pretender ser una copia de la realidad, indica eventualmente las situaciones más significativas de la misma a fin de prestarles la adecuada atención. Ahora en cambio en la era de la civilización del niño se tienden a escindir cada vez más las diferencias entre lo real y lo imaginario a través de la constitución de una nueva dimensión que ha dado en denominarse como lo hiperreal. La misma es una esfera que supera a la realidad cotidiana no en cuanto a sus elementos espirituales, de los que en el fondo carece totalmente, sino en función de la intensidad e impacto producido por las sensaciones que en seres carentes totalmente o casi de tal dimensión superior pueden determinar mayormente sus conductas. En tal aspecto en la ceremonia cinematográfica de hoy en día tiende a desaparecer cada vez más aquella diferencia que siempre existiera entre el espectador y el espectáculo sucediendo así que el primero se convierte cada vez más en parte del mismo.
Como ejemplo palpable de ello nos enteramos de que en la aludida representación en la que Holmes cometiera la mencionada carnicería los espectadores ingresaban a la sala ataviados con los disfraces de los personajes del mismo espectáculo que presenciaban. A todo esto habría que asociar la circunstancia de que una multiplicidad de efectos especiales, sonoros, visuales y hasta aromáticos y táctiles generaba en los presentes una sensación intensa como de participación en vivo en la misma película, la que se convertía en más real de la realidad cotidiana que se vive. Y al respecto acotemos que no fue casual el hecho de que tuvo que pasar bastante tiempo hasta que el público pudiese darse cuenta de que en realidad lo que estaba sucediendo en la sala era una matanza y no el producto de un ‘efecto especial’, tal como manifestara el público sobreviviente. Esto es lo que explica la facilidad con la cual pudo cometerse el delito así como la cantidad de sus víctimas que podía haber llegado a ser mucho mayor si a Holmes no se le hubiese atorado el disparador automático.
Estos fenómenos de histeria colectiva y de verdadera posesión en seres que han sido previamente vaciados de su personalidad para ser en cambio convertidos en meros individuos masificados, son propios en su conjunto de toda la sociedad norteamericana en manera arquetípica y en proyección hacia el resto del mundo hallándose a su vez en consonancia con otros fenómenos artísticos similares como los famosos festivales de rock que representan también expresiones masivas de histeria e irracionalidad colectiva.
No cabe duda alguna de que la resolución de toda esta verdadera faena delictiva que asuela al mundo entero pasa por extirpar de cuajo ese verdadero cáncer que representa en el mundo la sociedad norteamericana, principal responsable del caos en el que estamos viviendo.
Retrucándolo al ausente Sherlok: ‘Elemental, Watson’.

Marcos Ghio