EVOLA, NIETZSCHE Y LA VÍA DE LA MANO IZQUIERDA

 

Introducción

 

Federico Nietzsche muere el 25 agosto de 1900, es decir hace 112 años; dos años antes había nacido en Roma Julius Evola y, si tuviésemos que utilizar aquí un léxico muy en boga en estos tiempos de Olimpíadas, podríamos decir que es como si para el transcurso del siglo siguiente el germano hubiese entregado una posta a alguien que siguiese en su misma carrera.
Es cierto que Nietzsche ha sido y sigue siendo, en especial en los últimos tiempos, un pensador muy de moda y referenciado. Es más, se puede decir que cada vez que trasunta algún momento especial y particularmente de crisis suele acudirse a su figura para brindar algún tipo de explicación a lo que pasa, pues recordemos que nuestro filósofo fue un verdadero profeta de todos los cataclismos que se aproximaban como consecuencia de aquello que él calificara magistralmente como el ‘nihilismo europeo’.
Nietzsche ha estado entre los principales referentes de todos los movimientos que, viviendo los significados últimos de esta crisis, intentaron superarla: del movimiento existencialista, sea de entreguerra como de postguerra, y también lo ha sido en los últimos tiempos de ese fenómeno de fin de milenio crepuscular cual fuera el movimiento de la postmodernidad. En ambos casos, y en especial con este último, Nietzsche ha sido la fuente principal de inspiración.
Pero en Evola hay algo más que representa una verdadera continuidad y hasta diríamos una superación de perspectivas luego de haber recibido, tal como dijéramos, la posta para el nuevo siglo por venir. Y la temática debería encararse aquí respecto de aquello que en Nietzsche ha sido la problemática principal en toda su filosofía, su crítica y denuncia del nihilismo europeo y, a partir de la misma, formular un intento pretendido de superación de tal situación de decadencia.
El alemán fue, tal como dijimos, el más agudo y radical crítico de tal fenómeno, es decir del trasfondo último existente en su propia civilización. De acuerdo a su peculiar punto de vista la causa principal de nuestra decadencia estriba en que toda la larga serie de filósofos y pensadores habidos en el Occidente, los diferentes movimientos sociales y religiosos de todos los tiempos, no han significado otra cosa, en su conjunto y a pesar de sus diferentes posturas, que la expresión de un mismo estado por parte de la humanidad representado por una fuga respecto de sí misma y de su responsabilidad esencial en relación a las razones últimas que explicaban la misma vida, han sido pues el producto de un miedo fundamental de encontrarse frente a frente ante sí misma y en su más plena crudeza. Y entonces, ante tal circunstancia, las distintas expresiones del pensamiento, que él hace arrancar desde los tiempos del mismo Sócrates, han intentado construir fetiches, puntos de apoyo con la finalidad de permitirle a ésta de olvidarse de sí brindando una justificación racional a aquello que en última instancia no es sino una fuga respecto de sí y hallar así una ‘explicación’ en donde uno mismo no pudiese concebirse de otra forma que como una parte subordinada de un proceso del que es apenas un elemento mutable e intercambiable.

Dionisio en Nietzsche y en Evola

Es en el contexto de esta temática esencial que aparece el interesante análisis efectuado por Evola de la obra juvenil, El origen de la tragedia, que, recordemos, fue un texto escrito en pleno furor wagneriano de Nietzsche y en el cual intentaba hallar una categoría nueva de la estética referida al arte musical de su admirado autor de ese entonces. En la misma contrapone dos espíritus antagónicos y explicativos del alma griega anterior a Sócrates, el dionisíaco y el apolíneo, considerando a la música como le expresión más acabada en un plano estético de lo primero. Mientras que lo dionisíaco representaría el espíritu de la desmesura, de una voluntad impetuosa, transgresora de todo límite impuesto, el segundo en cambio, que se expresa principalmente en las otras manifestaciones del arte, lo apolíneo, es el propio de la medida y el refreno de tal impulso originario para encuadrarlo dentro de un determinado orden y equilibrio. Y ambas espiritualidades fueron siempre solidarias en el seno del arte occidental representando algo así como dos fuerzas en contrapeso: el afán por lo infinito y el deseo de orden y límite. El equilibrio entre las dos fuerzas o vías, de la derecha y la izquierda ha sido pues aquello que ha estado por detrás de la grandeza de la Grecia primigenia, en la que el arte representaba su expresión más elevada.
Pero hay además en el trasfondo de este esquema esencial, que como tal, digamos de paso, no agota en manera alguna el significado último de ambos términos, una misma forma de pensar mítica que puede formularse de maneras diferentes, tal como aconteciera con Evola así como con Nietzsche en la obra aquí aludida y, si bien pueden existir semejanzas en cuanto a los diagnósticos de situación que se recaben de ambos, el resultado, tal como se verá, será sustancialmente distinto. Tales mitos, si bien son formulados en forma significativamente opuesta, tienden por igual a expresar la misma problemática de la ruptura de un equilibrio entre lo dionisíaco como opuesto a lo apolíneo teniendo que ver principalmente con la razón última y principal de nuestra existencia.
En el caso del alemán se trata del mito de Selene. De acuerdo al mismo el rey Midas, luego de haber obtenido todas las riquezas posibles en esta tierra,  trata de arrancarle al viejo centauro Selene el secreto de la razón última del por qué se estaba en esta vida y qué había por detrás y después de ésta. No le resultará fácil tal tarea pues, luego de una larga travesía por bosques y praderas persiguiéndolo, cuando al fin logra alcanzarlo y lo obliga por la fuerza a develarle el secreto, Selene le contesta: “No me hubieras preguntado nunca tal cosa, pero si insistes en saberlo, he aquí la verdad: Uds. están aquí por una apuesta efectuada por los dioses que han querido divertirse con vuestros sufrimientos y poder ver hasta qué límites eran capaces de llegar en vuestra credulidad y candidez en tomar en serio tal ficción. Ellos no se preocupan para nada por vuestros logros, es más, entre bastidores se ríen a carcajadas de vuestra estupidez en tomarse las cosas tan en serio. No sois otra cosa que una raza efímera y miserable, hija del azar y del dolor. ¿Por qué me fuerzas a revelarte lo que más te valiera no conocer? Lo que debes preferir a todo es para ti lo imposible: es no haber nacido, no ‘ser’, ser la ‘nada’. Pero después de que te he contado esto lo mejor que puedes desear es morir pronto”.
Y bien, en esta dolorosa revelación estribaría el origen de la tragedia griega y almismo tiempo de la ruptura habida de la armonía entre lo apolíneo y lo dionisíaco y en la expresión de este último como el espíritu de la desmesura comprendida esta vez como actitud de respuesta y rebeldía ante una situación de hecho. Se trata aquí de la conciencia clara de que estamos solos en un mundo en donde, al decir de Homero, la vida es como las hojas que se secan y se van regenerando sucesivamente, no habiendo sin más otro sentido que se le haya otorgado para estar en ella, no existiendo así nadie que nos brinde consuelos ni explicaciones respecto de otras razones superiores, aceptando así la idea de que no existe un Dios que esté en vela observando nuestros resultados, preocupado siempre por salvarnos y conducirnos hacia el cielo; el mundo no se nos presenta como el producto de una superabundancia de bondad, no hay para nosotros un lugar asignado hacia a dónde ir, no hay nadie que, preocupado por nuestra situación, nos haya dictado un sentido respecto de lo que debemos hacer, sino que, y he aquí la respuesta al desafío lanzado por el centauro, en última instancia somos nosotros los que debemos formularlo a partir de esta falta total de sentido que tienen las cosas. Y ante este desierto que se yergue frente a nuestra vista en forma de tragedia se nos devela también otra verdad subsidiaria al mito, de que en razón del sinsentido antes mentado, los dioses, que nos han lanzado al mundo desentendiéndose de nosotros, nos han dado también la posibilidad de que lleguemos a ser los dueños y señores de nuestra vida, consistiendo en esto pues nuestra suprema libertad, en la de ser capaces de asumir la carga impuesta por su risa actuando ante la misma con la firmeza señera de Dionisio que no solicita nada a cambio de vivir, estando por el contrario dispuesto siempre a ser él quien otorgue un sentido a todas las cosas.
No existen por lo tanto procesos históricos, ni leyes, ni fatalidades infalibles que determinen nuestras acciones, no hay pues paraísos ni en la tierra ni en el cielo por los cuales anhelar. Se encuentra aquí este mito concatenado también con otro solidario y esencial, el del eterno retorno. De acuerdo al mismo nuestro tiempo no es parte de un proceso hilvanado por un Dios providencial o por una razón superior que comprenda nuestros momentos en sucesión de sentido, no somos átomos de sistemas que otorgan un significado a nuestras acciones. Nosotros mismos somos ese significado, nuestro tiempo es propiamente todo tiempo; a diferencia de el de los procesos formulados por Apolo que pretenden en cambio ordenarlo y ponerle límites, es infinito; nuestro instante, no es un punto fugaz de un devenir que nos trasciende y explica, sino que es eterno y se repite siempre igual en todo tiempo y lugar sin dejar nunca de ser el mismo.
Pero he aquí que, ante esta cruda verdad, ante esta terrorífica realidad revelada por el centauro, no todas las almas terminan aceptándola, no todas son capaces de demostrar la firmeza de Dionisio de poder encontrar un sentido allí donde no ha sido dado ninguno. Surge entonces el miedo, el terror ante la posibilidad de que, en el intento por ser uno mismo, sobrevenga el fracaso y la caída estrepitosa, de que, ante la tentativa de otorgar un sentido a las cosas y a la existencia, sobrevenga la caída. Es el miedo hacia el caos, hacia la nada, el irrefrenable pavor que despierta el infinito y el deseo exacerbado por encontrar un límite capaz de llenar nuestro vacío y nada existencial. Surge de nuevo Apolo, pero esta vez no como un contrapeso del impulso ilimitado de Dionisio, tal como acontecía en el arte, sino creando sucedáneos en los que creer ante el miedo por el infinito comprendido como nada que nos ha suscitado la revelación del centauro. Aparece así la sociedad, el amor al prójimo, la necesidad de estar acompañados, confirmados, aplaudidos, no sintiéndonos pues suficientes a nosotros mismos por el pavor exacerbado hacia el abismo. Ante ello pues los débiles crepitan, buscan explicaciones, surgen así los retóricos y dialécticos, los espíritus plebeyos y sacerdotales que, como Sócrates, ante lo que no pueden ver, se dedican en cambio a explicar, es decir a acomodar y a encerrar lo que no tiene límite en la categoría de conceptos, surge a su vez el sacerdote encargado de consolar a los desesperados con la promesa de un más allá de esta vida. Los débiles y fallidos se solazan ante el relato brindado por éstos por el cual los últimos y fracasados de esta vida serán los primeros en el cielo, en donde, tal como decían espíritus resentidos como Dante, existe como una mirilla por la cual, desde tales alturas de beatitud y premio en que se ha sido recompensado luego de múltiples fracasos, los ahora primeros se solazan de los sufrimientos que en el infierno padecen los que triunfaron en la vida. La idea es que hay algo más allá de nosotros mismos que nos explica y ordena ante el amargo vivir que nos presentaba en cambio el centauro. Y esta figura consoladora no tiene necesariamente por qué pertenecer a una religión determinada volcada hacia lo trascendente, puede encontrársela también en todas las ideologías y sistemas que intentan brindar una explicación a nuestros actos, que subsumen nuestras acciones a fines exteriores a ellas convirtiéndonos a nosotros mismos en mediaciones, en momentos y átomos fugaces de un devenir universal que puede asumir diferentes nombres de acuerdo al anzuelo que se lance para atrapar a los desesperados y sumisos (comunismo, liberalismo, historicismo, racismo, etc.).
Es ante ello que surge entonces la vía de la mano izquierda, la de Dionisio, que de paso queremos decir que no tiene nada que ver con la izquierda como ideología política, tal como han pensado algunos. La misma consiste pues en la quiebra de todos estos fetiches construidos por un yo temeroso ante la cruda verdad brindada por el centauro, consiste pues en la destrucción del nihilismo formulado por los débiles con la finalidad de que, a partir de sus ruinas, un nuevo mundo, una nueva moral, una nueva religión (ya veremos cómo será en Nietzsche) pueda constituirse como alternativa a la decadencia.
El punto de partida de la filosofía en Evola es el mismo que en su predecesor aunque acude es de destacar en cambio a un mito diferente y, tal como veremos, por ello mismo brindará una solución sustancialmente distinta y superadora de la formulada por Nietzsche.
La misma aparece en un texto que fuera escrito por nuestro autor poco antes de morir, en 1973, para la revista Vie della Tradizione, pero, tal como explicamos en nuestro prólogo al recientemente editado por nosotros Más allá de Nietzsche, que es una recopilación de escritos sobre el gran filósofo alemán, el mismo es una revisión actualizada de un texto juvenil, perteneciente a la época propiamente pagana de Evola, editado en 1925 cuando apenas contaba con 27 años, en la revista de Arturo Reghini Ignis y que luego, debido a su gran impacto editorial, fuera traducido al francés en un opúsculo titulado Par delá de Nietzsche. La temática del mito al que aquí acude es la misma que aparece en el relato bíblico de Adán, pero que sin embargo está también presente en distintas tradiciones aun con resultados diferentes. De acuerdo al mismo, antes de estar en esta vida el hombre preexistía en un universo de luminosidad y beatitud, en un Edén. En él florecía el Árbol de la Vida y él mismo era esta vida luminosa. Pero de repente, luego de un estado de aburrimiento y hastío existencial, surge una nueva e inaudita vocación: la voluntad de dominio sobre la vida, la superación del ser, a través de poder ser y no ser. (En el caso del mito de Selene ello consistía en cambio en la búsqueda de la razón última del vivir) Es lo que se conoce como el Árbol del Bien y del Mal. Al comer de su fruto el hombre se separa del Árbol de la Vida, significando ello el quiebre de todo un mundo, apareciendo aquí un valor que, de acuerdo al dicho hermético, lo convierte en superior a los mismos dioses en la medida que junto a la naturaleza inmortal, que ya se poseía y en la cual se estaba determinado a ser, tiene en su poder también la naturaleza mortal, junto a lo infinito está también ahora lo finito, con la afirmación también la negación, esto se lo conoce como la categoría de Señor de las dos naturalezas.
En tal aspecto habría que decir que la decisión trascendental por la cual el hombre decide salir de una vida preexistente de beatitud e infinitud para alcanzar un plano diferente, el de la finitud y muerte, tiene un sentido más alto presente en todas las grandes tradiciones. Se trata de la conquista de una dimensión superior a la de la mera inmortalidad que ya se poseía, que consiste en la de la eternidad. Mientras que en la situación de preexistencia el hombre participa de un tipo de inmortalidad perteneciente a un tiempo que es infinito, la eternidad es en cambio propiamente lo sin tiempo en tanto que significa un presente que siempre es, sin pasado ni futuro. He aquí formulado pues en forma diferente el mito del eterno retorno de Nietzsche. Desde tal punto de vista el pasaje al tiempo finito y al mundo de la muerte representa así un estadio de ruptura y de quiebra respecto de una situación de fatalidad por la cual el hombre ahora en esta nueva dimensión en la que ha elegido estar puede o bien morir y disolverse, lo que es propiamente la caída, o por el contrario sobrevivir en un estadio superior de eternidad o presente que siempre es el mismo, tal como formulara Nietzsche en el antes aludido mito.
Pero henos aquí que una vez más, luego de haber tomado tal decisión, el hombre, de la misma manera que en el Dionisio mentado por Nietzsche, no ha sabido estar a la altura de la circunstancia elegida. Lo ha atrapado una vez más el miedo por tal nueva situación y, simultáneamente a ello, el olvido respecto de la decisión por la cual ha decidido estar aquí. Sobrevienen así el apego desesperado por las cosas de este mundo que, en tanto había sido tan sólo elegido como prueba, era simplemente una instancia fugaz y efímera. Entonces es que acude aquí a un nuevo mito que ya estaba presente en Platón, el mito de la reminiscencia por el cual el alma encarnada en esta vida intenta recordar las razones por las cuales ha decidido venir, trata de hallar en lo que es simple vida lo que es más que ésta y aquella escala que la conduce hacia el más allá. En tal aspecto los símbolos y ritos proporcionados por las grandes tradiciones representan puntos de apoyo existenciales para posibilitar ese estado de recuerdo primordial. Pero aquellas sociedades, como la actual, que han enterrado y olvidado tales dimensiones metafísicas hunden en cambio al hombre en el miedo apolíneo de la inmanencia.
Y entonces ante ello vale aquí acudir a un tercer mito fundamental en donde una vez más aparece la figura de Dionisio, y que corresponde al relato principal que estuviera presente en la tradición órfica, el relativo a la doble naturaleza humana, también referido a tal figura, siendo una vez más el protagonista principal, acotemos a su vez que dicho mito resulta también esencial para comprender la doctrina de la raza de Evola. Dionisio, el hijo de Zeus, cayó bajo el ojo envidioso de los Titanes enemigos que, en un descuido de éste, lo devoraron produciendo así la ira del dios. Entonces éste, enfurecido, lanza sus rayos sobre esta raza de gigantes a la que aniquila, pero en verdad hace ello con una segunda intención, la de recuperar a su hijo amado. Así pues de sus cenizas crea al hombre, compuesto de este modo de dos principios contrapuestos, material, impuro y corruptible uno, el proveniente de su elemento titánico, y divino y espiritual el otro, el que corresponde al elemento dionisíaco. De acuerdo al orfismo, la existencia humana consiste en hacer triunfar en sí mismo el elemento dionisíaco sobre el titánico que coexisten en un mismo ser como dos razas contrapuestas y antagónicas, como dos yo en conflicto y lucha permanente entre sí, un yo superior de carácter espiritual en búsqueda de lo eterno y un yo psicológico e inferior volcado en cambio hacia las cosas que cambian y devienen. Lo dionisíaco es pues lo que tiene que ver con la trascendencia, lo titánico es en cambio con lo que nos hunde en el plano de lo inmanente. Henos aquí pues con la esencial doctrina de las dos razas formulada por nuestro autor en un adecuado léxico moderno.
Vemos así que, en tanto los mitos en que se funda lo dionisíaco en Evola y Nietzsche son diferentes, distintas son también las soluciones aportadas por ambos autores. ¿Cómo vencer la risa de los dioses revelada por el centauro Selene de acuerdo al mito aquí aludido por Nietzsche en el origen de la tragedia? Pues bien en obras posteriores, como el Zarathustra hay precisas indicaciones. El Dionisio que se ha mantenido firme ante un mundo sin sentido, ahora, en una segunda etapa, pregona una nueva religión, la del superhombre, intenta aquí dar un sentido distinto al del nihilismo que pretende superar. Y aquí existen dos posibilidades de interpretación. O se trata de superar el mero humanismo, es decir lo humano comprendido desde el punto de vista del nihilismo y la modernidad, o por el contrario se incurre, tal como lamentablemente ha acontecido con varios seguidores del filósofo, en un mero darwinismo en donde el superhombre queda reducido al plano de un hombre más perfecto biológicamente, de la misma manera en que el hombre lo es respecto del animal del que ha evolucionado. De este modo un fetiche queda sustituido por otro, un miedo es suplantado ahora por un nuevo miedo. La ‘bestia rubia’, infeliz expresión de Nietzsche según Evola, es decir una forma humana superior y más perfecta de raza preeminentemente biológica y no espiritual, es ahora el nuevo alucinógeno inventado quizás involuntariamente por el mismo Nietzsche, o al menos en tanto se saquen del mismo conclusiones parciales, para sustituir al antiguo nihilismo por uno nuevo. Apolo pues, a través de un Nietzsche transfigurado, ha jugado ahora una nueva partida.
Un segundo desvío del pensamiento nietzscheano consiste actualmente en la postura postmoderna consistente en estereotipar hasta las últimas consecuencias la crítica al nihilismo, pero prescindiendo totalmente del elemento positivo constituido por el superhumanismo. De este modo el eterno retorno supone la mera valorización del instante efímero y fugaz. El rechazo por los alucinógenos constituidos por la religión y la metafísica, sea profana como sagrada, se convierte así en un mero vivir con intensidad los diferentes momentos del presente y de esta manera por un camino inverso se terminan estereotipando los mismos límites impuestos por la modernidad.
En cambio en Evola el superhumanismo representa la temática principal tomada del pensamiento nietzscheano pero comprendido aquí como un hombre que es más que un mero sujeto desde un plano biológico, como un ser transfigurado que ha superado el plano meramente físico y material, que han estereotipado en manera significativa los racistas herederos de este aspecto equívoco del pensamiento nietzscheano; es un ser que ha llegado a vencer totalmente lo titánico que existe en sí mismo y que, como tal, ha alcanzado un grado superior al del mismo paraíso adámico en tanto que ha logrado vencer en sí mismo la dimensión del tiempo para alcanzar la eternidad.
Para constituirse un yo superior el hombre debe vencer prioritariamente al yo inferior que habita en sí mismo, es decir al elemento titánico del mito. El mismo no está tan sólo presente en lo interior de sí, sino que en un plano más alto, en tanto ha desaparecido la diferencia entre el mero yo psicológico y el mundo externo, entre lo objetivo y subjetivo, éste se manifiesta en el mundo exterior en modo tal que, tal como se formula en el mito islámico de las dos guerras, la guerra santa interior se hace solidaria con la que se despliega en contra del elemento titánico externo encargado de fortalecer tal dimensión. Ello sucede porque lo externo e interno se retroalimentan, el yo inferior se consolida y desarrolla a partir de los influjos provenientes del mundo exterior representado por el elemento moderno a abatir.

La vía de la mano izquierda en los tiempos actuales. Las nuevas técnicas de la guerra oculta

Abatir pues el mundo del titán que Apolo ha construido para aliviar del duro peso representado por la aceptación de la cruda realidad dionisíaca es pues la tarea propia de superar el nihilismo. La idea presente aquí es la de que, ante la misma, Apolo se esmera en construirnos fetiches con la finalidad de que se profundice el olvido por parte del hombre de las razones por las cuales ha decidido estar aquí. Por lo tanto ante la exaltación de tal ficción el hombre debe tener la certeza de que no existe nada que merezca ser conservado del mundo moderno, lo que existe ante él es simplemente el producto de un mundo en estado de crepúsculo y alienación, en donde la función dionisíaca consiste en ayudar a abatirlo a fin de que ‘acelerando el final también se acelere el nuevo comienzo’. Desde tal óptica, el rechazo hacia el mundo moderno debe ser radical de la misma manera que radicales deben ser los procedimientos a fin de extirpar de nosotros mismos el miedo que Apolo nos intenta esconder. Aparece nuevamente aquí la doctrina de las dos razas por la que se comprende la relación entre lo dionisíaco y lo titánico como de absoluto antagonismo hoy recreado en el combate irreversible que existe entre lo moderno y lo tradicional, no hallándose posibilidad alguna de coincidencia y conciliación. Lo titánico o apolíneo es lo que siempre intenta volver a brotar debiendo lo dionisíaco acudir a todos los procedimientos posibles para abatirlo.
En relación a tal problemática esencial es que Evola ha escrito una fundamental obra, Los hombres y las ruinas, en donde ha develado las diferentes técnicas de guerra oculta por las cuales el enemigo moderno, aquel que, a la manera del Apolo de Nietzsche y del titán del mito órfico, pretende desviar al hombre de su fin trascendente. Se trata por tal revelación efectuada en dicha obra de destruir el mundo de las apariencias que Apolo ha construido para perpetuar la gran parodia que pretende ocultar el miedo esencial por el ser. Apolo pues utiliza varios procedimientos con la pretensión de hacernos caer en el olvido para mantenernos asujetados a sus designios.
Es desde tal óptica que nosotros consideramos que, siguiendo con la línea inaugurada por Nietzsche, ser evolianos hoy en día no significa simplemente repetir textos del maestro en un afán desesperado por mostrarse como absolutamente fiel a su ortodoxia, sino principalmente haber sido capaz de tomar la posta dejada primero por el alemán y luego por el mismo Evola al abandonar esta vida hace casi cuarenta años en un combate sin igual y absoluto en contra del nihilismo develando sus técnicas y sus procedimientos de perpetuación.
En tal obra fundamental antes mentada, Evola dedica un capítulo entero para denunciar las distintas técnicas de la guerra oculta empleadas por el enemigo del hombre con la finalidad de desviarlo de su fin esencial, de la meta por la cual éste ha decidido estar aquí: la conquista de la eternidad.
En tanto los tiempos son diferentes (recordemos que este fundamental texto fue escrito en 1954, es decir hace casi sesenta años), digamos que, si bien muchos de estos procedimientos empleados siguen estando vigentes, en la medida entre otras cosas de que los mismos han sido puestos al descubierto por nuestro autor, el enemigo ha acudido a otros mucho más sutiles y sofisticados, los que trataremos de develar aquí en la segunda parte de esta conferencia.
Evola en dicha obra nos hablaba especialmente de dos técnicas especiales. La primera era la confusión entre los principios y los representantes de los mismos. Apolo, es decir el enemigo moderno, pretende a cualquier precio terminar con todo vestigio de tradición en la tierra, a fin de producir el olvido antes mentado. En tanto ha logrado previamente, a través de la sugestión positivista, que en los hombres lo habitual consista en dejarse llevar por las apariencias y por las cosas meramente visibles, su técnica primera y más habitual consiste ahora en negar el valor de alguna forma tradicional, pensemos por ejemplo en el catolicismo, simplemente porque algunos representantes del mismo, a lo mejor alguno de sus papas, en especial tras el último Concilio, se han apartado de los principios que representan. Esto es aprovechado por las fuerzas ocultas de la subversión para de esta manera lograr el rechazo del principio mismo a fin de fortalecer así su opuesto, el orden moderno. También ello podía manifestarse en el aprovechamiento del rechazo por un rey o por ciertos reyes incompetentes para así poder negar el principio de la monarquía, etc.
El segundo procedimiento era aún más sutil: consistía en la técnica del chivo expiatorio. Bien sabemos que los procederes implementados para sustentar el nihilismo en que se encuentra sumergido el hombre son múltiples y que los mismos son utilizados de acuerdo a la conveniencia del momento. Así pues, si en la Edad Media el güelfismo fue aquella fuerza utilizada para socavar el orden sacro del Imperio y suplantarlo así por el Estado laico y desconsagrado propio del absolutismo, en primer término, la masonería fue en un segundo momento la fuerza utilizada con la función de desplazar a este último para que luego, con la revolución Francesa, pudiese instituirse el orden universal de la economía, a través de sus clases económicas, como destino de la humanidad en su fase más sórdida de decadencia. Pero en la profundización del nihilismo fue necesario acudir aun a medidas más extremas como fueran las guerras mundiales en las cuales jugara un papel fundamental el judaísmo secularizado induciendo a las naciones hacia una guerra total que diera por resultado la ruptura de cualquier resabio tradicional que sirviera al hombre para la búsqueda de su fin superior y la correspondiente elevación de grado. La técnica del chivo expiatorio es en este caso el procedimiento de reducirlo todo a una sola fuerza (el judío, la masonería, etc.) sin tener en cuenta la existencia de las otras que, a pesar de que fueron prioritarias y visibles en un cierto período de la historia, no  han desaparecido y siguen actuando en modo concurrente y entre bastidores a fin de que de este modo, al concentrarse la atención en una sola de las fuerzas disolutorias, pudiese generarse en el hombre un estado de profunda distracción que permitiese así a los sectores ocultos del nihilismo actuar libremente.
Pero en tanto que, a pesar de todos los procedimientos implementados, igualmente el ser humano -y gracias principalmente a la acción invalorable de algunos publicistas y escritores- tiende ya a percibir que existe un enemigo oculto que actúa entre los bastidores de la historia, le resultará entonces indispensable acudir a nuevos procedimientos aun más sutiles que los que conociera en vida el maestro Evola, quien junto al autor polaco Malinsky fuera el encargado de denunciarlos de manera clara y contundente.
¿Cuáles son las nuevas técnicas implementadas en nuestros tiempos? Yo quiero remitirme a dos en particular.
1º La primera de ellas es la técnica de la estereotipación del poder del enemigo. La idea es aquí la siguiente. A raíz de que se han producido una serie de hechos que han conducido a la humanidad a la más sórdida decadencia en muchos se ha producido el despertar de la idea de que existe un poder universal que actúa entre bastidores en la historia, sumamente poderoso y capaz de utilizar múltiples recursos en función de sus fines. Pues bien, a quienes han descubierto tal secreto y en tanto no se los puede ya convencer de lo contrario, se trata entonces de generarles un gran miedo, espectacular y exacerbado respecto de los recursos con los cuales contaría tal poder, convirtiéndolo así ante los ojos de todos en una fuerza imposible de vencer en razón de su inmenso poderío. Esto lo hemos podido percibir especialmente a partir de los acontecimientos desencadenados en septiembre del 2001 aunque ha tenido antecedentes en otros hechos similares. La misma consiste en magnificar hasta límites inmoderados el poder del enemigo oculto convirtiéndolo en una fuerza omnipotente e invencible. En modo tal que cada acción exitosa que se puede haber llevado en su contra, en tanto se trataría de un poder capaz de tener absolutamente todo bajo su control, solamente la puede haber producido el mismo obedeciendo a un plan oculto y siniestro de dominio.
Este procedimiento se concatena con otro subsidiario que consiste en la constitución de constantes o leyes históricas ficticias. Por el mismo se trata de hacernos creer que siempre y en todos los casos el enemigo nihilista actuará de la misma manera en tanto que, sumamente preocupado por lo que los otros puedan opinar de él, intentará siempre victimizarse a fin de justificar una serie de acciones de represalia en contra de sus pretendidos enemigos. Así pues, en tanto se ha sabido que en alguna circunstancia, para poder desencadenar a fines del siglo XIX por ejemplo una guerra con España se hizo explotar un acorazado, que para poder justificar su intervención en la Segunda Gran guerra se dejó destruir parte de su flota en Pearl Harbour, y otros hechos similares, la conclusión entonces ha sido que la regularidad con que se han producido tales hechos nos ha puesto en evidencia una determinada ley histórica por la que toda vez que sucedería algún magnicidio de tal tipo que posteriormente hubiese estado acompañado por una acción bélica subsiguiente de represalia, entonces una vez más se habría confirmado una misma ley o constante histórica pues ésta sería la manera habitual con la cual siempre actuaría. Este argumento reduccionista sirve a su vez al enemigo para de esta manera consolidar en sí mismo la imagen de que es omnipotente en modo tal de que cualquier acción exitosa que se desarrollara en su contra solamente la podría haber producido él mismo.
Una vez creada esta falsa imagen entonces la consecuencia de todo ello tendría que ser la inacción o justamente por otra vía la aceptación pasiva de la existencia del orden nihilista. De este modo el poder oculto obtiene por un medio diferente lo que puede alcanzar con el común de las personas que no han sido capaces de percibir su existencia, en tanto que, sea por acción o por omisión, no habría diferencia alguna con aquellos que creen a pie juntillas en alguno de los esquemas inventados para perpetuar este mundo de ficción.
Pero el reduccionismo se manifiesta además en la consolidación del espíritu moderno en el hecho de que se tiende a confundir la esfera humana con la natural en donde operan las ciencias fácticas. Bien sabemos que los fenómenos naturales y físicos, en tanto son regulares en su acontecer, pueden ser previstos con una cierta facilidad ya que el mundo de la naturaleza está regido por la ley de necesidad. Es exactamente lo opuesto lo que acontece en el mundo humano en donde el principio que rige es el de la libertad y en el cual un acontecimiento similar puede ser resuelto de una manera en un caso y en forma opuesta y absolutamente diferente en otro. No es así en el mundo físico en donde siempre y en todos los casos cuando se unen dos unidades de hidrógeno con una de oxígeno siempre tendremos como consecuencia agua. Esta actitud cientificista es la que ha abundado entre los sostenedores del autoatentado los que, además de creer que el sistema actuará siempre de la misma manera, aceptando implícitamente así su carácter sumamente invulnerable y omnicomprensivo, se han cansado de exhibirnos ‘pruebas’ que pondrían en evidencia tal condición a través de la teoría del complot fabricado. Nosotros hemos dicho varias veces que las ‘pruebas’ que en el mundo físico pueden probar algo, en el humano y espiritual, en donde existe en cambio la libertad, no prueban absolutamente nada, sino en todo caso, en razón de que allí las eventualidades son múltiples, pueden hasta llegar a ‘probarnos’ lo contrario exacto de lo que afirman los que las exhiben con tanta convicción.
Aquí cabe mencionar algunos ejemplos de los tantos utilizados para poner en evidencia tales contradicciones. Se llegó a decir que en tanto no se dieron nunca los nombres completos de las personas que viajaban en los aviones, ello era una demostración de que en realidad no fueron aviones de pasajeros los que se lanzaron contra las Torres, sino en realidad se trató de misiles disfrazados de avión. La respuesta es que posiblemente no se haya dado la lista completa de pasajeros justamente para crear tal idea que a ellos les resulta mucho más conveniente, la de generar en el mundo la sugestión de que son omnipotentes. Ya lo hemos dicho en otra oportunidad, el enemigo nihilista, el enemigo oculto, no tiene un discurso único: para quien es su antagonista declarado él no considera que la propaganda apropiada sea la de despertar en éste lástima o piedad, sino una sensación muy fuerte de miedo y omnipotencia aun a riesgo de resultar cínico y sanguinario. Tiene perfectamente en claro que, para triunfar en una guerra, en vez de un combatiente débil pero ‘humanitario’ siempre será preferible uno inescrupuloso pero fuerte. Éste es el sentido verdadero de la guerra psicológica. Agreguemos también a ello el famoso pasaporte del mártir Mohammed Atta encontrado intacto entre los escombros de una de las torres destruidas. Fue sin lugar a dudas puesto a propósito, pero ¿por qué se quería hacer eso? Las personas sugestionadas por la técnica reduccionista opinan que ello lo fue para incriminar a Al Qaeda y ocultar así la autoría de autoatentado, en cambio la posibilidad más cierta sería que se acudió a una prueba tan grosera para de esta manera hacer que se diga tal cosa que es lo que para ellos resulta siempre preferible.
Pero la más inverosímil de las pruebas (y con ésta terminamos) es aquella que nos dice que una demostración irrebatible de que fue el sionismo judío el que efectuó tal atentado fue que ese día no fueron a trabajar más de 4000 norteamericanos de origen hebreo y que en las listas de muertos brindadas no aparecen apellidos de ese origen. Ello habría sido porque a todos ellos se les habría dado una orden expresa de faltar ese día al trabajo. Es indudable que a través de tal información, junto a querer indicársenos que los judíos son los responsables del atentado, en verdad se nos quiere hacer creer que se trata de un ejército disciplinado que funciona de manera obediente como en cambio no sucedería nunca con otras colectividades. Al sionista indudablemente le conviene que se crea en tal falsedad pues en tal caso nos estaría demostrando ser sumamente superior a todos los demás pues con seguridad si tal orden se hubiese dado a otra colectividad que no hubiese sido la judía aquí relatada bien sabemos que a los pocos días y para recibir algún rédito económico o de simple fama no habría faltado algún miembro de la misma, y más aun si hubiesen sido más de cuatro mil, que hubiese denunciado tal hecho. Nos consta por experiencias vividas que no es verdad que los miembros de la colectividad judía sean tan solidarios entre sí como gustan hacernos creer. Que muchas veces los judíos se pelean entre ellos y hasta buscan la complicidad de algún no judío para hacer frente a alguien de la propia colectividad a quien no estiman.
Con estos ejemplos creemos haber ya dicho bastante para poner en evidencia la aplicación de la primera técnica que podemos llamar también en aras de la simplificación, reduccionista, y que es en la actualidad una de las preferidas en su aplicación por parte del enemigo moderno. Pero hay además otro procedimiento mucho  más sutil y del que queremos hablar para finalizar esta conferencia.
2º Se trata de la técnica del localismo o nacionalismo.
El pensamiento tradicional, del mismo modo que el moderno, es de carácter universal y si tuviésemos que utilizar un léxico muy en boga, es mundialista. Considera que en el hombre existe una dimensión superior y superpuesta a la meramente física y corpórea, de carácter espiritual, a la que debe elevarse y en donde instituciones sagradas como el Estado y la Iglesia coadyuvan a tal fin. La figura política arquetípica del pensamiento tradicional es el Imperio que es un organismo que, a diferencia de su actual parodia, el imperialismo, producto de los distintos nacionalismos, es de carácter sagrado y trascendente en tanto entidad dadora de sentido. Lo opuesto a ello es la concepción moderna para la cual el hombre es unidimensional, en tanto considera que no existe otra dimensión más allá de esta vida, que lo que se considera como esfera metafísica es apenas un opio o una simple fantasía ‘mítica’. Ambas posturas son pues de carácter universal, pudiendo haber hombres tradicionales y modernos en lugares diferentes, en razas y comunidades distintas, viviendo ambos en un mismo momento del tiempo y lugar, habitualmente y por lo general sin conocerse entre sí. Y si bien el pensamiento tradicional considera que, aunque la tradición es una, existen maneras diferentes de vivenciarla, de acuerdo a la idiosincrasia y raza a la que se pertenece, tales dimensiones son en última instancia inferiores y secundarias en función de lo esencial que son los principios que se sustenten, los que, tal como dijimos, pueden ser tradicionales o modernos. Es por ello que Evola tuvo ocasión de decir, en el opúsculo Orientaciones, que 'Nuestra patria es la idea' y no la raza, la propia etnía, o el espacio geopolítico en el que se ha nacido. Por lo que podemos decir sin lugar alguno a equivocarnos que estamos más cerca del Mullah Omar que es afgano y musulmán, a diferencia de nosotros que somos occidentales y Americanos, que de Vilma o de Cristina que pertenecen a nuestra misma etnía.
A sabiendas de que esto es una realidad irreversible y ante el peligro representado por la constitución en la historia de un nucleamiento antimoderno y tradicional en el sentido más estricto y evoliano del término, para evitar que dicho movimiento pueda constituirse en un fuerte bloque interconfesional e internacional, preocupado por el triunfo de tal posibilidad que para él sería letal y definitiva, el enemigo oculto acude ahora a su última estratagema posible que es la del nacionalismo y la misma consiste en considerar falsamente que los caracteres propios del orden tradicional no lo serían de la humanidad en su conjunto, no serían algo propio de hombres que han sido capaces en el contexto cultural o racial en que se hallaren y venciendo todo tipo de dificultad titánica que se le pudiese presentar, sino en cambio lo serían de determinadas razas o etnías que presentarían signos de superioridad respecto de las restantes, acudiéndose así a un muy antiguo y conocido fetiche por el cual el hombre no sería en última instancia un ser libre como propone la tradición, sino el producto de una cosas superior que se le sobrepone y que piensa y actúa por él, la raza, en modo tal que si uno ha nacido europeo por ejemplo sería, de acuerdo a tales ideólogos, sin más solar si es que se somete a una cierta disciplina y en cambio,  si tuvo la mala suerte de nacer semita, por ejemplo, entonces, por más que se esfuerce, nunca va a poder alcanzar tal esfera superior que sólo ellos, en forma privilegiada por lo demás, poseen. Para afirmar tal fetiche, como es de imaginar, el moderno suele acudir una vez más a ‘pruebas’ y ‘evidencias históricas’, en este caso especial las relativas a logros alcanzados aun a un nivel de carácter espiritual como en el plano del arte o la filosofía por alguna raza en particular. Lo cual podría ser cierto solamente en el caso en el cual, y no es lo que sucede en la actualidad, este fenómeno de superioridad presentado por una determinada raza haya sido una cosa permanente en todo tiempo y lugar y no hubiese acontecido en cambio, tal como sucede hoy en día en especial con la raza blanca, que la misma haya sido la fuente de todas las más grandes aberraciones que ha vivido la humanidad, en especial el estado más avanzado del kaliyuga en que hoy nos encontramos en el cual hasta la misma existencia del planeta en el que se vive se encuentra en severo peligro de extinción gracias al ‘progreso’ desarrollado por tal 'raza superior', sin tener en cuenta por lo demás todas las destrucciones espirituales a las que el hombre último ha sido sometido no hallándose en toda la historia de la humanidad casos similares de tal grado de decadencia y degradación. El maestro Evola no tuvo ocasión de hacer frente a tal sugestión nueva implementada especialmente en los tiempos últimos con la finalidad precisa de dividir a las fuerzas tradicionales, sin embargo hay escritos claros y contundentes contra distintos exponentes del europeísmo, en algunos casos aludido más pomposamente como indoeuropeísmo con la finalidad de agrupar a más personas. Además de escritos precisos denunciando este fenómeno aberrante del 'nacionalismo europeo' aparecidos en su obra aquí aludida, Los hombres y las ruinas, nos encontramos con críticas puntuales dirigidas a pensadores como  Dumezil  o Günther, autores exponenciales en su tiempo de tal postura, a quienes les puso perfectamente en claro que aquellos valores tradicionales que ellos encuentran en determinados tramos de la historia europea no son una cosa propia de la misma, sino que pertenecen a la humanidad en general y que lo más que ha podido suceder es que ‘cuanto más’ y hasta donde sabemos tal etnía los puede haber desarrollado de mejor manera que otros. Resulta claro perfectamente para todos nosotros que tal procedimiento es usado por el sionismo hoy en día en la promoción que hace de estos grupos identitarios o nacionalistas europeos que han puesto como eje de su lucha no la modernidad, ni siquiera el sionismo, sino lo más grave de todo, los musulmanes que existen en su continente, sin preocuparse para nada o peor aun preocupándose pero en sentido negativo, si los mismos son tradicionales o modernos. Es decir que para ellos lo principal no es que una persona sea moderna o tradicional, sino que sea europea o no. Esto es notoriamente antievoliano y por lo demás una de las técnicas preferidas aplicadas hoy en día por el enemigo oculto en especial en Europa. Y lo peor del caso es que hasta han contado con ideólogos falaces que, para dar sustento a tales sofismas, han acudido a pensamientos pretendidamente evolianos, lo cual es lo más absurdo que puede haber acontecido, habiendo llegado a decir en tal parodia  que los verdaderos hombres tradicionales pertenecen a la raza indoeuropea y que los otros pueblos, en especial los de origen semita, serían en cambio ‘lunares’ y de un tipo de espiritualidad inferior. Olvidan la doctrina de la guerra santa, la jihad, especialmente originada en un ámbito semita, para nada pasiva y lunar, sino viril y solar, tal como el mismo Evola lo reconociera.

Conclusión

Unas palabras finales para concluir con esta conferencia. A pesar de todos los fetiches que el mundo moderno haya construido para que el hombre verdadero, el tradicional, no pueda cumplir con la razón principal por la que se encuentra aquí, a pesar de las estratagemas opuestas por Apolo y el titán, hoy manifestadas en forma expresa con la figura histórica del sionismo, el Centro Evoliano de América toma la posta dejada por el Maestro antes de abandonar este mundo ‘de pié en medio de las ruinas’. Ante las diferentes técnicas tramposas implementadas por el enemigo para  socavar la unidad en bloque que debe constituir el hombre de la tradición con independencia de razas y países, el Frente Cristiano Islámico, un intento embrionario de agrupar a todos los hombres tradicionales de las diferentes contextos culturales y religiosos, formulado por el CEDA, es hoy la mejor antítesis ante la última técnica del nacionalismo que tiende a contrastar a las tradiciones entre sí a fin de que el moderno pueda alcanzar sus objetivos.

 

Marcos Ghio