SIONISMO Y NACIONALISMO EUROPEO

Si lo queréis, no será una leyenda” Theodor Herzl - Enlace Judío

Una lectura desapasionada de los textos del fundador del sionismo, Teodoro Herzl, nos permite establecer definitivamente ciertos conceptos y evitar cualquier tipo de confusión, tal como se ha venido haciendo hasta la actualidad, respecto del significado de tal movimiento y diferenciarlo con claridad de lo que es en cambio el judaísmo en cuanto religión y concepción del mundo.
El sionismo, más que haber sido históricamente un movimiento propiamente judío, ha sido en cambio no solamente europeo en su origen, sino en cuanto a los principios modernos y laicos que lo informaron como un nacionalismo de fundamentos románticos e idealistas provenientes principalmente del mundo germánico de donde era originario el fundador de tal movimiento.
En una interesante autobiografía el aludido Herzl explica que desde los mismos inicios de su actividad de escritor adhirió a los ideales modernos consistentes en la autonomía de la razón respeto de la fe y en consecuencia en el concepto de Estado nacional autosuficiente concebido como la expresión de un determinado pueblo o raza, por lo que era a partir de ello que saludaba la emancipación de su pueblo al cual se le permitiera, a través de los logros obtenidos por la Revolución Francesa, salir del ghetto en el que estuviera encerrado por siglos y acceder paulatinamente en situación de igualdad a la nueva sociedad liberal y democrática en vías de constituirse.
Pero un buen día, a raíz de un incidente acontecido al salir de una sinagoga cuando un grupo de personas en Viena le gritara: “Cerdo judío”, tal hecho lo hizo reflexionar sobre su situación. Comprendió entonces que el ghetto, a raìz del incesante encierro y segregación  en la que había vivido durante siglos enteros su pueblo,  había generado en el judío un carácter sumamente antisocial por lo que despertaba entre los otros un rechazo pronunciado, el que en el fondo era comprensible y razonable, generando así un nuevo movimiento contrario también antisemita como en la Edad Media, pero esta vez no de carácter religioso, sino esencialmente social y político. Pensó al respecto que la actitud esta vez debía ser diferente. Si bien era posible pensar que el judío, quizás con dos generaciones, iba a poder corregirse y asimilarse al nuevo mundo al que había ingresado, sin embargo esto no iba a poder suceder pues el antisemitismo, que lo manteía en acecho no iba a estar esperando a que esto aconteciera y al final se lo iba a terminar impidiendo, y esta circunstancia, en apariencias negativa, paradojalmente iba a generar por reacción una contracción del judío en su propia especificidad, echando así las raíces de un nuevo nacionalismo. Por lo tanto el antisemitismo moderno, que a primera vista podía resultar odioso para el judío, en el fondo significaba aquel movimiento útil y necesario como para que éste pudiese reconquistar el Estado que había perdido hace 2000 años.
Pero hay un hecho que resulta de lo más significativo en la obra de Herzl, la cual tiene la ventaja de estar acompañada de una autobiografía en donde se señalan sus éxitos y fracasos respecto de sus proyectos anunciados de obtener, mediante la propagación del mismo antisemitismo, el tan necesario surgimiento de un Estado judío. Lo más significativo del caso es que no fue en ningún momento la misma colectividad judía la que respaldó masivamente su proyecto, sino en cambio fueron los principales exponentes del nacionalismo europeo sus más fervorosos propulsores. Destaquemos al respecto que, si bien como dijimos su movimiento fue sumamente minoritario en el mundo, prácticamente no hubo monarca y político significativo europeo que no lo recibiera en audiencia especial señalándole sin más su simpatía hacia el sionismo. En lo que sigue citaremos a tìtulo ejemplificativo fragmentos de las reuniones que sostuviera, entre otros, sea con el Kaiser alemán como con el monarca italiano.

Destaquemos que, antes de haberse reunido con el primero, tuvo una correspondencia con Bismarck, el creador del imperio alemán, al cual le manifestara su amplia simpatía respecto de su proyecto nacionalista y expansivo, demostrando en esto coincidir sobremanera con los conceptos del filósofo Hegel para el cual el Estado prusiano era el encargado de llevar por el mundo los ideales del 'occidente', es decir de la civilización en su fase última y dialéctica de consumación de la idea. Le dice al respecto a Bismarck: “Pongo a disposición del gobierno alemán mi proyecto, para que disponga de él como mejor le parezca” (pg. 202). Ante lo cual, antes de visitar al Kaiser, se reunirá primeramente con el duque de Baden, su principal consejero, al cual le explicará de qué manera podían coincidir los intereses europeos con los del nuevo Estado judío.
“Si Turquía (en este caso el imperio Otomano) fuese desmembrada... se podría establecer un Estado tapón en Palestina.... (para lo cual) los judíos tendrán que oponerse como rebeldes al Sultán.
A tal efecto las ventajas generales del Estado judío para Europa serían que sanearíamos el foco infeccioso del Oriente (es decir haríamos triunfar en tal región los valores del occidente en contra del peligroso Islam, tal como hoy sostienen los identarios europeos). Construiríamos las vías férreas al Asia, permitiendo así el camino real de los pueblos civilizados. Y este camino real no estaría en poder de una sola gran potencia.”  Es decir no sería el oriente propiedad de los ingleses o franceses solamente, sino de la totalidad de las potencias europeas (henos aquí pues con el nacionalismo europeo que ya en ese entonces sostuviera el fundador del sionismo). Entusiasmado por tal proyecto, el Gran Duque agregó: “De esta manera se solucionaría incluso la cuestión de Egipto pues los ingleses siguen aferrados a ello por el solo motivo de asegurar el camino a la India”. Es decir entonces, pongámonos de acuerdo los europeos para controlar el mundo entero, tal como en su momento hicieran escoceses y británicos que renuniaron a hacerse la guerra para construir así un gran imperio, y para tal fin usemos también a nuestros judíos. Entusiasmado por tal proyecto el Gran Duque propone una pronta reunión con el Kaiser, la que se concretará en la ciudad de Costantinopla al poco tiempo, el 19 de octubre de 1898, dos meses después de que se efectuara el congreso sionista de Basilea. Dejemos que sea Herzl quien nos exponga lo sucedido. “El Kaiser,vestido con unforme oscuro de húsar, me vino al encuentro. Me detuve a inclinarme profundamente (tal palabra indica un estado de plena satisfacción y admiración).... Le dije: “Por dónde empezar señor?”. “Por donde quera”, dijo él con cierta ironía reclinándose. Entonces repetí el contenido de la carta que le había mandado, con voz bastante trémula, mientras el corazón me latía fuertemente contra las costillas.... Mas cuando había expuesto lo de la empresa colonizadora y del protectorado alemán, asintió contento... No tardó en dirigir la conversación. Me explicó que simpatizaba con el movimiento sionista. Hablando de los judíos los llamaba siempre 'mis compatriotas'. No dudó que con los capitales y con el material humano que tenemos, seríamos capaces de realizar la colonización de Palestina...
Yo le expliqué que, además de ello, quitábamos a los judíos de los partidos revolucionarios.” Tal como vemos una plena y total coincidencia de objetivos.
Más interesante fue la reunión sostenida con el rey italiano Víctor Manuel III. Este último también se manifestó como sumamente coincidente con la causa del sionismo explicando además que en Italia los judíos tenían mucha injerencia en los principales estamentos, habiendo ya en ese entonces parlamentarios, jueces y generales de tal comunidad, a diferencia de lo que sucedía en cambio con otros países. Que incluso su representación era superior al porcentaje real que tenían en la sociedad italiana pues en vez de tener un diputado solamente, como hubiera tenido que ser de aplicarse un principio estrictamente democrático, tenían en cambio 18. Hubo de todas maneras algo interesante y significativo. Ante la pregunta del rey respecto de si esperaban aun un Mesías, la respuesta fue contundente y cabal en su laicismo. “Esto Señor sucede entre los círculos religiosos. Entre los académicos y esclarecidos se entiende que no lo hay... nuestro movimiento no es religioso, sino puramente nacional”. (386)
Destaquemos finalmente otro hecho curioso. Luego de la reunión con el monarca quiso hacerlo con los 18 parlamentarios judíos antes mencionados, pero éstos se negaron a ello. Él único que aceptó fue el senador Malvano el cual le hizo presente su rechazo por el sionismo, a diferencia de lo acontecido con el rey y que solamente accedía a reunirse por razones de cortesía, por lo que en la reunión se habló de cualquier otra cosa menos de los planes de Herzl.

 

Marcos Ghio