LA GUERRA DE CIVILIZACIONES EN LA PRENSA ‘ALTERNATIVA’

 

La guerra de civilizaciones en que ha ingresado el mundo moderno a partir del 11S del 2001 es un fenómeno omnicomprensivo del que ni siquiera los medios gráficos pueden escabullirse. Se trata en este ámbito de una lucha sutil, basada principalmente en la propaganda, habitualmente disfrazada de información, muchas veces falsa y distorsionada. En este caso lo principal es sembrar el desprestigio contra el enemigo que combate, convirtiéndolo o en agente de algo ajeno a su doctrina esencial o simplemente disminuyendo en un todo su importancia, haciéndolo pasar como una fuerza intrascendente y las que son sus victorias deben ser convertidas sin más en actos de insignificante resonancia. Esto se lo vio claramente en los hechos que se desencadenaron luego del evento antes mentado. No solamente se desvió la atención de lo esencial consistente en que un grupo irregular hubiese sido capaz de poner en jaque la seguridad del principal imperio del planeta, sino que se hizo hasta lo imposible mediáticamente para describir a aquél como un agente de dicho poder al cual, por su carácter absoluto y cuasi celestial, nada se le podía escapar de su accionar.
La propaganda desinformadora trata pues de ocultar un hecho esencial. No se habría desencadenado una guerra entre dos concepciones del mundo antagónicas, entre aquellos que consideran que Dios, lo sacro, debe ser la idea central en que se funde un Estado y los otros, que en cambio han hecho de la materia y la economía el destino de los hombres. No sería pues  la guerra entre el Califato y la Democracia lo que está sucediendo, sino lo que estaría pasando es lo que siempre ha sido, desde que la modernidad es tal. Son los intereses los que gobiernan a los hombres, no las ideas, no los principios, ‘es la economía, estúpido’; el ser humano -y en esto consiste la fe de los modernos- es gobernado por un estómago insaciable que, para ocultar sus apetitos, manda al frente a la razón para que elabore bellos discursos explicativos y fábulas con la finalidad de engañar a los tontos de su intención excluyente de seguir devorándolo todo hasta el final de sus días. En todo caso, cuando parece que es lo contrario, la razón universal, esto es el destino impersonal que todo lo rige, la Historia con mayúscula, la Economía total, el Inconciente sexuado y colectivo, astutamente estaría utilizando a los idealistas en función de los propios intereses. Es como decían Freud o Marx cuando caracterizaban a los místicos y héroes o como neuróticos irreversibles al servicio de grandes laboratorios, o como sembradores de opio en la conciencia de las masas utilizados ex profeso por la estomacal burguesía para seguir devorándolo todo como una termita.
Entre aquellos que dudaban de tales realidades y que querían formarse un punto de vista particular hubo un caso que merece detallarse. Un buen día cuando viajó a la Argentina, allá por 1995, le presentaron a Chávez, antes de su revolución, a un ex agente de la Unión Soviética, miembro ilustre de su Academia de Ciencias, simultáneamente con haberla servido de ideólogo en el ERP Estrella Roja*, es decir la facción guerrillera que, a similitud de las FARC en Colombia, respondía expresamente a los intereses rusos. En ese entonces el marxismo de origen soviético, debido a su reciente derrota en Afganistán y a la caída del Muro, estaba en la debacle, se encontraba elaborando una cosmetología, pero tratando siempre de mantener lo esencial de sus ideas. La cruda lucha de clases, aquello de lo que se alimentaron por igual capitalismo y comunismo, era conveniente sustituirla esta vez por otra dicotomía similar que mantuviese en pié la dialéctica y que en el fondo permitiese que todo pudiese seguir igual a pesar de producirse un cambio. Fue así que Norberto Ceresole lo ilustró a Chávez ´respecto a que la historia del mundo es la expresión de una lucha incesante entre dos tipos de imperio, el del mar y el de la tierra, y redondeó tales conceptos con una serie de disquisiciones efectuadas tiempo atrás, en un contexto diferente, por Carl Schmitt y que resultaban realmente atrapantes por lo original. Así como en la dicotomía anterior los burgueses resultaban ser los malos y los proletarios los buenos, hoy en día los primeros son en cambio los talasocráticos, es decir Inglaterra y los EEUU, que son imperialistas y agresivos, en cambio los de la tierra, cuya sede principal se encuentra en Europa central, casualmente en gran parte de la geografía de lo que fuera la gloriosa Unión Soviética, hoy en cambio Eurasia, son buenos, y, en tanto apegados a lo telúrico, quieren compartir, dejar participar y respetar las diferencias culturales, es decir tienen el mismo enemigo que todos nosotros. Hay que disputarle por lo tanto a los EEUU los espacios hegemónicos, debemos unirnos todos en su contra, le sugería en el oído constantemente y en los primeros tiempos de su revolución victoriosa. Pero todo anduvo bien hasta que la cercanía de la Cuba de Castro lo puso en alerta respecto de los peligros que podía significar un sometimiento sin más a los intereses de Rusia, tal como le sugería Ceresole y le señaló la conveniencia de una mayor independencia. Que Cuba había aprendido mucho desde el momento en que, después de la experiencia letal de Krushov, decidiera no convertirse más en su mera colonia, sino interactuar con otras naciones capitalistas cumpliendo funciones necesarias para ellas, que no sería aquí el caso reseñar, lo que finalmente le permitiría subsistir. Fue así como Chávez prescindió de los servicios de Ceresole bajo influjo directo del régimen castrista. Aunque la revista Ciudad de los Césares, en su último número, añora tal antigua dependencia. Ello es explicable por su permanente apologética de Rusia como potencia hegemónica alternativa, lo cual se lo viera en forma harto ostensible cuando exaltó en modo insólitamente fervoroso la guerra del elefante contra la hormiguita, es decir de Rusia, con el consentimiento de los EEUU, en contra de la minúscula Georgia. Guerra ésta que por su duración de apenas 5 días superó hasta a la famosa del Sinaí de 1967.
Pero Rusia se ha declarado también enemiga de Al Qaeda y del fundamentalismo islámico que combate en su territorio. Disputa con EEUU no en el hecho de no compartir tal enemistad, sino en los medios, según ella poco idóneos, empleados por su rival. En sus permanentes intervenciones en la OTAN, conglomerado que, a pesar de ser talasocrático, lo cuenta a Rusia como observador permanente, se queja porque los EEUU quieran retirarse ya de Afganistán, a pesar de no haber terminado la guerra. Los considera poco firmes en sus convicciones y excesivamente apegados a medios tecnológicos como los drones, simultáneamente con poca voluntad para el combate. Y en esto quizás sin saberlo Putin y Bin Laden estaban íntimamente de acuerdo. Era este último, quien había combatido separadamente contra rusos y norteamericanos, el que decía que mientras que los primeros, en función del combate, estaban dispuestos a beber de las cloacas, estos últimos sólo lo hacían si les daban agua mineral.
Pero al fundamentalismo hay que abatirlo también con medios periodísticos e intelectuales, pues son su semillero. Este problema lo había preocupado al régimen desde hace tiempo. Cuando dos representantes de la ‘derecha’ europea, Fini y Sharon, se reunieron en Israel, Estado tapón puesto, según el fundador del sionismo, para consolidar tal civilización sobre las ruinas del imperio otomano, este último le recomendaba al primero, más novato, indicaciones precisas para terminar con la herencia de Evola en tal medio intelectual. Recordemos al respecto que tal autor se oponía en el Medio Oriente a la constitución de Estados laicos y modernos del estilo de Nasser y Ataturk, y respaldaba en cambio a movimientos que, como la Hermandad Musulmana, querían un Estado informado en el Corán, de acuerdo al ideal del antiguo califato. Sharon le recomendaba que para combatirlo había que usar a su respecto dos estrategias diferentes, la del oso y la del león. Por la primera se lo hace abrazándolo, por la segunda en cambio el procedimiento es destruirlo de frente. El primer ejemplo nos lo acaban de dar los ‘evolianos’ europeos, que, como bien sabemos, son más europeos que evolianos. Estos últimos se acaban de declarar a favor de Gaddafi y de Assad, los herederos actuales de Nasser y Ataturk y en contra de Al Qaeda, que es en cambio la herencia de la Hermandad. Es decir, al revés exacto de Evola, pero haciéndose pasar como de su propia doctrina. Pero ‘¿y si fracasa este primer procedimiento? ¿Y si la gente se aviva y no es tonta?’, preguntaba angustiado Fini. Entonces: adelante con la del león.
Ciudad de los Césares, por sí o por sus colaboradores, comenzó aplicando la táctica del oso sugerida por Sharon. De tal tarea se ocuparon sea su director como uno de sus más asiduos articulistas, el argentino Carlos Dufour, quien escribiera en un primer momento con el alias de Lastarria, pero que ahora lo hace con su nombre originario. Así pues, mientras que primero este último decía que le resultaba simpático Evola, pero que no lo debíamos reputar como un metafísico, sino como un poeta del mito, que no  creía en el fondo en las cosas que escribía, Robertson lo retrucaba manifestando que era indispensable que hubiese intérpretes para poder entenderlo a Evola. Así pues hacía notar que cuando éste decía que era un pensador tradicional, como en el fondo escribía míticamente, en realidad quería decir moderno. Que era prudente por lo tanto no leerlo sin tales preciosas guías, es decir las de los osos Robertson y Dufour, pues de lo contrario nos podrían pasar cosas muy feas. Al respecto este último daba como ejemplo a mi persona que se había tomado en serio la doctrina de la preexistencia, que Evola habría solamente formulado para entretener a sus lectores en función de una búsqueda de rating literario. ¿Cómo podía creerme un disparate semejante, decía Dufour, acaso había tenido una visión de ello? ¿No me daba cuenta de que Evola era nada más que un literato ingenioso? Acotemos que el aludido es un empirista lógico que niega abiertamente la posibilidad de que exista otra dimensión que la que captan nuestros sentidos externos y que en el hombre pueda haber una facultad con capacidad de acceder a ella. Una vez que pusimos en evidencia en otras notas  la mala fe de nuestro autor, el cual para colmo, en un texto separado también aparecido en Internet, manifestaba en cambio que en Evola había una metafísica, ahora Dufour tiene que acudir a la táctica del león también sugerida en su momento por Sharon. Es decir, no es que Evola haya formulado tales fantasías metafísicas con una finalidad literaria de entretenimiento, en realidad se las creyó, pero todo habría sucedido, de acuerdo a la nota que nos acaba de publicar en la misma revista, porque habría sido un filósofo fracasado. Una vez que Croce y Gentile le bocharon su tesis sobre el idealismo entonces habría acudido a la magia y a la superstición anticientífica, dentro de lo cual podría encuadrase la famosa doctrina de la preexistencia del alma, que según su primera nota no era en el fondo lo que Evola creía. Todo esto es formulado en un largo artículo saturado de erudiciones escritas con la única finalidad de hacerse el serio y creíble pero que, en la medida que vamos a lo sustancial de su texto, percibimos la expresión de su absoluta fe positivista en el mensaje formulado por los principales filósofos modernos, su adhesión más plena a la denuncia de las pretendidas ‘ilusiones metafísicas’ ya efectuada por Kant, así como por supuesto una vez más el rechazo por la posibilidad de que pueda existir un yo trascendental diferente del común y democrático. Es decir la posibilidad de que pueda también haber una ciencia que no sea un conocimiento universal y al alcance de todos, sino por el contrario solamente propio de algunos. No logra en lo más mínimo Dufour rebatirlo a Evola por más argucias que haya querido utilizar, varias de ellas falsificando acontecimientos. Por ejemplo es falso que su tesis doctoral sobre el Individuo absoluto, por otro lado nunca presentada, haya sido mal vista en su tiempo, ya que el mismo Croce, nos comenta Evola, le manifestó en una carta que estaba bien formulada y con solidez conceptual. Pero lo principal es que Dufour manifiesta una fe exasperada en los logros alcanzados por la ciencia moderna, muy bien caracterizada por Guénon como un saber ignorante en la medida que abarca tan sólo una sección limitada e intrascendente del saber, pero que además de todo representa un saber fundamentalmente democrático ya que recaba como verdadero sólo aquello que puede estar al alcance de todo el mundo. Resulta al respecto risueño encontrarnos con esta frase en su texto. Ante la fundada refutación efectuada por Evola  del evolucionismo darwiniano, esto es lo que nos dice el aludido: “Semejante barbaridad sólo es posible si se está decidido a darle las espaldas a la ciencia y a toda la filosofía moderna”. Es decir que, tal como nos confiesa el mismo autor no ser moderno representaría una verdadera barbaridad. Como este último es un tema largo para refutar, remitimos a quien le interese a lo que diremos en el próximo programa Nº 38 de la Radio Agencia Kaliyuga del día 12/06, en el cual señalaremos con argumentos fundamentales por qué tal cosa no solamente no es un absurdo sino que es lo correcto y que sirve además para ratificar el adecuado dicho de Guénon (el cual es además agraviado por tal autor como ‘paranoico’) respecto del carácter ignorante del conocimiento científico moderno.
Por último y para no aburrir más analizando los disparates lanzados por Dufour, no podemos menos que sonreír cuando, como era de esperar, vuelve a referirse a nosotros por nuestro carácter poco serio y 'mágico', aunque esta vez por no haber creído en los muy científicos argumentos de Thierry Meyssan, que sería como el Darwin del 11S, respecto de los famosos atentados, lo cual significaría según el pomposo articulista ‘ignorar la Ontología’, ya que adjudicaría fuerzas efectistas al espíritu’ finalizando con esta frase de antología. ‘Perecieran decir ¡Abajo la materia! Si no levitamos transatlánticos podemos derrumbar las Torres Gemelas de New York”. En realidad nos parece exactamente al revés. El que alimenta ilusiones mágicas respecto del carácter invulnerable del mundo moderno es justamente Dufour quien no cree que puedan existir kamikazes capaces de destruir los emblemas de un universo en el que, como él hace, se venera a la materia. Así como la fantasía de Darwin es insuficiente como para demostrar que el hombre deriva del chimpancé también la de Meyssan lo es como para convencernos de que el espíritu no pueda ser capaz de doblegar a tal tipo de mundo.

* Algo que no suele decirse es que hubo tres grupos diferentes en que se dividió el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), el originario, de Santucho y Gorriarán, que respondía a Cuba, el 22 de agosto, vinculado con la izquierda peronista y la Estrella Roja, a la que pertenecieran Joe Baxter. Ceresole y Eduardo Luis Duhalde, que respondía a Rusia.

Marcos Ghio
9/06/13