LOS PSEUDOEVOLIANOS Y LA GUERRA DE CIVILIZACIONES

 

No está de más reiterar que la guerra de civilizaciones que confronta a la modernidad, dirigida principalmente por el movimiento sionista, contra la Tradición, respecto de la cual el fundamentalismo islámico es hoy en día la fuerza representativa, tiene no solamente facetas militares, sino principalmente espirituales y doctrinarias por las cuales se ponen en clara evidencia lo que son los puntos de vista discrepantes entre ambas posturas. Recordamos varias veces, en el contexto de tal guerra, la clara indicación dada por el ex premier sionista Sharon al postfascista Fini en el sentido de hacer hasta lo imposible por destruir la herencia de Julius Evola en el Occidente. Sharon era al respecto lúcido e informado. Sabía que el autor italiano no solamente representaba el principal pilar doctrinario de la lucha por la Tradición, sino que también, y en consonancia con ello, había descendido al terreno de la acción manifestando simpatías en vida hacia esa fuerza absolutamente contraria al sionismo y la modernidad cual fuera en sus orígenes el movimiento de la Hermandad Musulmana, hoy como bien sabemos confrontada en diferentes acciones bélicas en contra de Israel y de sus lacayos, respecto del cual no solamente pregona como otros la necesidad de su desaparición como enclave moderno, europeo y secular en el territorio de lo que fuera el antiguo Califato, sino que también lleva adelante acciones precisas de destrucción de su principal sustento, los distintos regímenes laicos, tales como el de Mubarak, Gaddafi, o Assad. Estos últimos actuaron como verdaderas garantías de subsistencia de tal Estado tapón habiéndolo demostrado con múltiples evidencias a lo largo de décadas enteras por lo que pudiera convertirse en potencia regional. El mayor peligro para el sionismo bien sabemos es que tal ola incontenible de Tradición que hoy surge en el Medio Oriente y el África en el seno del mundo islámico se traslade también al occidente, en especial a través de quienes intentan aplicar el pensamiento de Julius Evola a los tiempos actuales poniendo en práctica aquello sostenido en obras tales como Cabalgar el tigre y Los hombres y las ruinas, en las que se formulaba la tarea necesaria de acelerar la destrucción del mundo moderno, y no la aceptación fatal y cíclica de los acontecimientos.
Pero henos aquí que, tal como decía Sharon, para evitar que tal cosa suceda, uno de los procedimientos aplicados es la distorsión del pensamiento evoliano haciéndolo pasar sin más como de carácter nacionalista y ‘europeo’, y por lo tanto sionista, en tanto que, tal como hemos demostrado, tal movimiento es una avanzada de la Europa decadente, y por lo tanto antiislámico y, lo peor de todo, afín con esas corrientes que pulularon durante el peor nazismo que fueron las abiertamente racistas por las cuales se sostenía no que existían seres humanos superiores o inferiores, sino más bien lo que había eran en cambio entes colectivos denominados razas, las que determinaban a ser de tal o cual manera, por lo que, en una de las tantas expresiones del pensamiento moderno, el hombre sería no un ser libre que decide respecto de su ser y destino, sino el simple producto de su medio, en este caso el grupo étnico al que pertenece, de la misma manera que para el marxista puede serlo de su clase social. Esta nazificación de Evola efectuada por ciertos personajes, que nuestro amigo Ramírez ha calificado atinadamente como pseudo-evolianos, es lo más funcional que pueda existir a las indicaciones de Sharon.
Evola fue un durísimo crítico del nazismo y esto fue hecho notar por los mismos autores nazis que lo calificaron como un ‘católico infiltrado’, un ‘reaccionario’ que negaba los avances de la ciencia moderna pues rechazaba el evolucionismo que sostenía entre otras cosas el indisoluble vínculo existente entre el cuerpo y el espíritu, en modo tal que si alguien nace en el seno de una cierta etnía se encuentra determinado a ser de una cierta manera. Por ejemplo, para el pseudoevoliano Alcántara, si una persona nace semita, en tanto que se trata de una raza inferior a la suya, que él califica pomposamente como indoeuropea o aria, será imposible que posea caracteres divinos o propiamente espirituales, cuanto más participará de una dimensión psíquica y ‘lunar’ y si llegara a tener la desgracia de nacer negro, entonces ni siquiera llegaría a tener esto último, sino directamente estaría más cerca del género animal que de lo humano superior, es decir lo ario. Esta asunción de la doctrina evolucionista, totalmente opuesta a lo expresado por Julius Evola, lo ha llevado a sostener las posturas más inverosímiles, estimulado muchas veces por las preguntas que le formularan algunos foristas, en ciertos casos asombrados por su enceguecida convicción y de que no llegue a darse cuenta de que se ha apartado totalmente del autor que ensalza, en un medio en el que se ha erigido, sin que nadie se lo solicite, en una especie de profeta de tal pensamiento al que distorsiona a voluntad, cumpliendo, tal como decimos, con los postulados de Sharon. Por ejemplo, en los estertores de su delirio, nos llega a decir también que solamente los arios varones y no las mujeres son los que tienen espíritu y otras indicaciones similares relativas a cómo, a través de mezclas raciales atinadas, se podría ser verdaderamente ario, acompañadas todas ellas por un par de laderos y aplaudidores, uno de ellos con veleidades de intelectual, que llegan a manifestar que por no creer en tal proceso nazificador y por lo tanto pervertido de la figura del maestro italiano, seríamos sin más ‘antitradicionales’. Lo cómico y grotesco es que en el summum de su delirio califican a quien se inmola por una causa heroica, como el caso de los actuales mártires mujaidines, como ‘esclavo’ de una idea, cuando no lo serían en cambio quienes adhieren a una postura como la propia por la cual el ser humano estaría sin más determinado por la raza a la que pertenece, llegándose hasta el extremo de decirnos que la salvación del mundo vendrá por el accionar de la raza blanca y no de los de piel oscura. Sin explicarnos ante ello por qué el mundo debe ser salvado por la misma raza que lo ha llevado a su cuasi destrucción en todos los niveles y en qué lugar eventualmente podríamos hallar alguna pista que nos indique que ello estaría por suceder. Es comprensible pues que dentro de tal tónica los pseudoevolianos, cuando deben salir a la palestra por algún motivo, asuman las posturas más contrarias al pensamiento de Julius Evola. Así pues si éste en vida respaldó, tal como dijéramos, a la Hermandad Musulmana en tanto representante de un principio religioso de corte tradicional en contra del laicista y secular Nasser *, hoy en día a la inversa tales sujetos por el contrario apoyan a los herederos de este último, tales como Assad y Gaddafi, en contra del fundamentalismo islámico al que execran con los epítetos más groseros e insolentes, todo ello efectuado desde un cómodo y confortable ordenador. Por ejemplo, Alcántara llegó a manifestar que los kamikaze que se inmolaban luchando contra el mundo moderno en Afganistán o Irak lo hacían porque se les prometía un cielo con muchas fornicaciones. Es curioso que esto sea dicho por quien al mismo tiempo lo ha exaltado al suicida octogenario Venner quien efectuara un acto de profanación en el templo mayor de Francia, sin producirle por supuesto al enemigo moderno el más mínimo daño, como en cambio hacen aquellos que según el aludido actuarían por un deseo exasperado de sexo.
Alcántara suele distorsionar el pensamiento del maestro utilizando un viejo truco de falsificación. El mismo consiste en aplicar arbitrariamente la tijera, recortando un texto y luego, tras haberlo aislado del resto, comentarlo para hacerle decir exactamente lo contrario de lo que quería expresar el autor. En otros casos suele citarlo correctamente pero arrancándolo totalmente del momento en el cual fue escrito, silenciando a su vez las razones polémicas que solía tener. Al respecto estamos de acuerdo en que el pensamiento evoliano es sumamente complejo como para encararlo a partir de la lectura de alguna obra o artículo suelto y que se precisa de un intérprete que nos oriente para ello, pero inmediatamente alertamos que el mejor intérprete de Evola es Evola mismo, a partir de su obra última y madura, El camino del cinabrio, en la que explicó los diferentes momentos de su producción intelectual y la manera en la cual los mismos deben ser comprendidos. Dice al respecto nuestro autor: “Los libros escritos por mí lo fueron en diferentes períodos de mi vida de modo tal que si no se considera su ubicación en el tiempo y lugar, ellos podrán dar la impresión de divergencias sumamente notables” (ibid. Pg. 11), tal como acontece en el caso aquí mentado. Esto es justamente lo que haremos ahora para aclarar de una buena vez el problema del racismo remitiéndonos a lo que nuestro autor nos dice en un capítulo especial sobre el tema (pgs. 155-168).
En el mismo nos hace ver que el racismo no fue nunca un tema fundamental en su obra, por ello lo denomina claramente como un ‘paréntesis’ obligado de su tarea de escritor. La razón por la cual se tuvo que ocupar de ello fue porque le tocó actuar en una época en donde, tras la explosión y moda del evolucionismo, habían surgido concepciones racistas que hablaban de superioridad de la raza blanca sobre las demás a partir de una serie de logros tecnológicos y de civilización que habían llevado al dominio de la misma sobre las restantes. Que este tema se agudizó en la época del nazismo en donde llegó incluso a tomar forma de doctrina oficial en Alemania y en Italia por lo cual Evola intentó realizar una labor correctiva del mismo. Por un lado reconoció que ante el iluminismo propio del pasado siglo por el cual se hablaba de una humanidad en abstracto y en modo igualitario, resultaba positivo que se tuviera en cuenta lo relativo a la raza, pero su concepción fue al respecto significativamente diferente de la imperante en ese entonces en tanto que por la misma se trataba de señalar la existencia de una cierta división jerárquica producto de una separación entre personas que son de raza y otras que en cambio no lo son. Es en este contexto que raza y etnía (término éste que no era utilizado en la época en que escribía, sino que nos hablaba de raza psicofísica) tenían en Evola una distinción esencial. Mientras que lo étnico es un elemento colectivo, propio de un determinado grupo con caracteres físicos y psíquicos similares, la raza es en cambio un elemento preeminentemente espiritual de carácter personal y jerárquico que puede encontrarse tan sólo en algunos en cuanto a su pureza. Se trata pues de personas que han logrado, a partir de su espíritu, constituir un estilo y cuerpo propio, a diferencia en cambio de la mayoría de su prójimo que se encuentra determinada por el grupo al que pertenece. Se trata aquí propiamente de una élite en el seno de un conglomerado humano la cual actúa sobre el mismo como un ente formativo equivalente a lo que debe ser el Estado respecto de la Nación en un contexto tradicional, separando y dando prioridad a aquellos caracteres hereditarios positivos de los negativos y descartables. Desde tal perspectiva la raza, comprendida desde una característica espiritual no tiene nada que ver con el color de la piel de las personas propio de las etnías actuales. Es más, en un texto recientemente publicado en esta página, cuando Evola se refería a la raza aria como superior a las demás decía, remitiéndose a escritos antiquísimos, que su piel era de color dorado y no blanco como decían los nazis.
Ario desde tal perspectiva se aleja totalmente de lo que por tal concepto fue formulado por las doctrinas racistas convencionales, como las del estilo de Rosenberg para el cual era el equivalente de la etnía germánica, o del indoeuropeo nórdico de acuerdo a los aludidos pseudoevolianos. No lo es en tanto que la raza no es un ente colectivo, en tanto que es diferente sustancialmente de la etnía en la medida que se trata 'de un universal a priori, de una idea platónica'  (161), aun si puede hallarse y aparecer en determinado momento más presente en el seno de una cierta etnía que en otras. Ésta fue la razón por la cual Evola, en el período bélico especialmente, aceptó con salvedades la confrontación entre lo ario y lo judío formulada por el nacional socialismo entendiendo que en lo primero, aun con las limitaciones de  tal doctrina, estaban presentes esos caracteres de idealidad y universalismo espiritual que en cambio estaban mayormente ausentes en el ámbito de lo judaico, en ese entonces reducido a una expresión sionista, marxista y liberal. Sin embargo, una vez concluido el conflicto bélico, será contundente en sus manifestaciones afirmando 'lo absurdo que significa hoy en día insistir sobre el problema ario y judío, desde un punto de vista superior: ya que el comportamiento negativo atribuido antes a los judíos ya está presente en gran parte de los arios....' (ibid.). Lo que le hace afirmar más adelante que, debido a tal situación de hecho, resulta 'una absoluta falta de sentido retomar hoy en día tales problemas' (167), que como vemos son en cambio esenciales y casi excluyentes para los pseudoevolianos pues, tal como dijéramos, en su labor corrosiva arrancan los textos del autor del momento histórico en el cual fueron escritos. Acotemos de todos modos que no por haber dicho tal cosa Evola ha pregonado, como en cambio suelen achacarnos con malicia tales personas por adherir a tal postura, fomentar un estado de promiscuidad étnica. Todo lo contrario, en los momentos de mayor decadencia tales fenómenos, que otras circunstancias pueden servir para fortalecer a una determinada etnía, resultan sin más son contraproducentes en la medida que la inexistencia de una raza espiritual en el seno de una comunidad humana, capaz de orientar las diferentes tendencialidades hacia fines superiores, hace que un proceso similar acentúe la situación de caos hoy vigente.
Por último digamos también que estas personas baten el parche sobre las sucesivas afirmaciones de Evola respecto de la existencia de razas divinas que serían de origen nórdico e hiperbóreo confrontadas con razas telúricas, que en cambio carecerían de ese elemento espiritual y que las primeras se habrían perpetuado en lo que fueran posteriormente las razas indoeuropeas que se expandieron por diferentes continentes. Ahora bien, este acontecimiento, que según Evola aconteció en una protohistoria, no tiene nada que ver con los actuales grupos étnicos, aun aquellos que puedan haber conservado características más propias de un estilo nórdico como los suecos y holandeses y que, a pesar de haber mantenido más que otros la propia pureza, hoy son en cambio campeones de decadencia mostrando de este modo una vez más cómo lo físico no determina en manera alguna lo espiritual. De la misma manera que los hiperbóreos son un grupo étnico ya desaparecido en el tiempo, sucede exactamente igual con los indoeuropeos que tienen poco y nada que ver con los europeos actuales o con los hindúes de piel oscura, aunque haya que reconocer que es justamente en el seno de tales grupos de color y no blanco en donde hay aproximaciones mayores a lo que es un carácter de divinidad.
Debido a la mezcla antes mencionada entre razas divinas y telúricas acontecida en la protohistoria, en todo ser humano, sea del grupo étnico al que se perteneciere y en grados diferentes, existe esa dicotomía latente entre modernidad y tradición y depende de cada uno de nosotros, acompañados muchas veces por maestros espirituales y guías, de que seamos capaces de suscitar tal condición superior, la cual insistimos no solamente no es propia de ningún grupo étnico, estando en cambio presente en diferentes grados en todos, sino que incluso donde hallamos menores sesgos de tal espiritualidad es justamente hoy en día entre el  blanco y europeo que tanto reivindican tales personas, el que atraviesa la peor de sus decadencias.
Por último queremos reseñar que tal proceso rosenbergiano que tales personas le han querido aplicar en manera muchas veces deshonesta al maestro Evola, también lo han querido extender a su vez a sus consideraciones sobre la religión que ha primado en el occidente con la intención de convertirlo sin más en un autor anticristiano, de la misma manera que antiislámico, lo cual, tal como vimos, es una verdadera y propia falsificación efectuada una vez más con la finalidad sectaria de resaltar el pretendido carácter ario o indoeuropeo que seguiría estando presente confrontado con lo semítico; pero este tema lo dejaremos para otra oportunidad.

 

Marcos Ghio